La huelga total: más allá de parar la producción

La huelga total: más allá de parar la producción

El 30 de noviembre Euskal Herria va a la huelga. Una huelga feminista general que pretende parar la producción, el consumo y prácticamente todo excepto lo que no puede pararse, el cuidado de la vida. El objetivo es reivindicar un servicio público de cuidados de calidad, pero también empezar a reflexionar sobre cómo hacer frente, desde el cuidado comunitario, a un sistema atravesado por el capital. Esta huelga interpela a las instituciones, a los hombres y a las mujeres que subcontratan a otras: no podéis seguir en el privilegio de no cuidar.

08/11/2023

Que en un hospital se tome la decisión de reducir los días de ingreso por postoperatorio no significa que, milagrosamente, las pacientes estén recuperándose antes, sino que parte de la recuperación se hará en casa. Y en esa casa, probablemente, quien atienda a esa persona sea una mujer. Otro ejemplo. Que una empresa privada gestione con dinero público una residencia de mayores no significa que la gestión sea más eficaz, sino que se invierte menos en salarios, en compra de maquinaria y hasta en la comida que le dan a tu abuela, que es pésima. Eso sí, tu abuela, la mía y la Administración –es decir, todo el mundo vía impuestos– seguimos pagando el mismo dinero por un servicio mucho peor. Por unos cuidados peores. “Cuando hablamos del sistema público, las deficiencias que vemos son claras. Estas reivindicaciones clásicas fueron uno de los ejes de las huelgas feministas de 2018 y 2019”, explica Amaia Zubieta Garciandia, coordinadora por Nafarroa de la huelga general feminista convocada para el 30 de noviembre en Euskal Herria.

Huelga.

Feminista.

General.

Por un sistema público-comunitario de cuidados.

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Convocada por el movimiento feminista autónomo de Euskal Herria.

Para el 30 de noviembre de 2023.

Esta huelga que se empezó a gestar en la pandemia, cuando las redes vecinales suplieron la falta de respuesta de la Administración pública y fueron quienes se hicieron cargo de las vecinas con peores condiciones. De esas redes surgió la plataforma que organiza esta huelga, Denon Bizitzak Erdigunean [todas las vidas en el centro]. Las organizaciones barriales no solo carecieron de apoyo institucional, sino que encontraron trabas: “En el Casco Viejo [de Vitoria-Gasteiz] las compañeras nos cuentan que la policía no les dejaba cuidar a las vecinas”, cuenta Tania Siriany, también implicada en la organización del día 30. “En Pamplona lo hemos visto –añade Zubieta– la respuesta de la ciudadanía fue rápida y sin ningún apoyo y luego el Gobierno cuando pasó todo se dedicó a decir ‘qué bien’”. Desde Feministalde, colectivo feminista de Bilbao, también coinciden: “El desprecio del Gobierno vasco fue absoluto. Se dijo que no se recurriera a esas redes cuando no había otra cosa activa. Luego no se pidieron disculpas, cuando sabíamos que, en muchos casos, desde las instituciones se estaba derivando a la gente a estas redes”. Por eso, este colectivo apunta a la necesidad de concretar mejor de qué hablamos cuando hablamos de lo comunitario, para evitar que el Gobierno termine entendiendo que es un recurso que les sale gratis y que suple su inacción política.

“Quiero poder participar en cómo va a ser ese sistema público, por eso decimos que también es comunitario”.

“Quiero poder participar en cómo va a ser ese sistema público, por eso decimos que también es comunitario. Quiero decidir cómo van a ser los cuidados, que hasta ahora lo que hacen las instituciones es sacar licitaciones para privatizar los servicios y desentenderse de los derechos de las trabajadoras”, explica por su parte Siriany. Migrada desde El Salvador, abogada e integrante en la organización de esta huelga, ve un referente en las ollas comunitarias de Uruguay y Argentina, que dan de comer a miles de personas: “La comunidad vasca tiene muchos antecedentes de trabajo comunitario como el auzolan, que no se ha permitido que cuaje. Aquí el modelo es institucional es asistencialista. Vas al banco de alimentos y para tu casa”, explica.

Zubieta, por su parte, ahonda en la propuesta: “A qué nos referimos con lo comunitario todavía no está muy definido, pero esta huelga es un inicio de esa reflexión. Sí está claro que no queremos que las redes espontáneas sustituyan la responsabilidad de lo público, sino señalar que hay barrios sin plazas, sin lugares de encuentro. Que el cuidado no es solo que te cuiden en un momento de tu vida porque eres mayor, sino que nos cuidemos comúnmente. Desde el urbanismo hasta lo dotacional. Que encontremos también cuidado emocional, que podamos juntarnos, conocernos y tener espacios para socializar”.

“En esta huelga los tíos tienen que apoyar, ir a la huelga y promoverla especialmente en los sectores más masculinizados”.

Esta huelga es, por eso, un proceso. Es una jornada de lucha que revindica que las instituciones dejen de desmantelar lo público. Pero también es el inicio de una conversación por los cuidados, por lo común, por la participación de cada barrio y pueblo en el modelo que quiere para una vida plena. “Todas las personas nos tenemos que responsabilizar de nuestra cuota de cuidados. No cuidar es un privilegio que ejercen, mayoritariamente, los hombres; y también las mujeres con condiciones económicas suficientes para pagar a otra mujer que se hace cargo. Comunitario significa que lo asumamos como comunidad, que lo asuma todo el mundo”, dice Zubieta.

Por eso, el 30 de noviembre, el feminismo no solo apunta a las instituciones, sino a toda la sociedad. Y, especialmente, a los hombres para que asuman su responsabilidad más allá del trabajo puramente productivo. “En esta huelga los tíos tienen que apoyar, ir a la huelga y promoverla especialmente en los sectores más masculinizados, en las grandes fábricas y empresas”, explica Maite Irazabal, integrante de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia y de Bilbo Feminista Saretzen, además de formar parte de la organización del 30N en Bilbao.

Los dolores de la huelga

Si eres un hombre y convives con una mujer, sea tu pareja, tu madre, tu hermana o tu prima, y es ella quien se encarga de llevar la casa, de saber qué hace falta y de llenar la nevera y cocinar mientras tú metes horas de más en el trabajo, estás regalando a la empresa tu tiempo y el de ella, que trabaja gratis para que estés alimentado y aseado y te puedan seguir explotando. Es la división sexogenérica de la familia nuclear clásica. Si eres una mujer que has decidido subcontratar los cuidados a una trabajadora del hogar para dejar de discutir con tu pareja sobre quién se encarga de qué, estás desviando un problema de machismo estructural hacia una mujer más precarizada que tú. Puede que hayas recurrido a este modelo porque tienes personas dependientes a tu cargo y tus horarios laborales son incompatibles con el cuidado. En ese caso, es probable que pagues un salario muy bajo a tu trabajadora porque tu propio salario no da para más. Es lo que se llama cadenas globales de cuidados, que permiten que en el norte global trabajemos sin descanso por salarios bajos mientras precarizamos aún más a otras personas para sostener nuestra vida y a costa de la suya. Ambos mecanismos contribuyen a mantener un sistema en el que las jornadas laborales productivas y largas, incompatibles con la vida –con poner lavadoras, con ir a la compra, limpiar el baño o quedar con tu gente– son sostenidas por el trabajo reproductivo gratuito o en malas condiciones laborales de mujeres. Por eso, el lema de la huelga del día 30 apunta alto: revolucionar los cuidados para cambiarlo todo.

Y para cambiarlo todo, hay que pararlo todo. Por eso, si en el sindicalismo clásico se entiende que una huelga general pasa por parar totalmente la producción y en las huelgas feministas de 2018 y 2019 se pedía parar solo a las mujeres trabajadoras y a los hombres asumir los cuidados para que ellas pudieran salir a la calle, así como hacer huelga de consumo, en esta huelga feminista general se unen todas las estrategias: paro de la producción, paro de hombres y mujeres, paro de consumo. Pararlo todo menos lo que no se puede parar: la vida.

En esta huelga feminista general se unen todas las estrategias: paro de la producción, paro de hombres y mujeres, paro de consumo.

“Estamos experimentando una cosa que nunca se ha hecho. Los sindicatos funcionan con piquetes para cortar tráfico y comercio. Pero sabemos que los sectores más afectados como el de trabajadoras del hogar, tienen muy pocas o ninguna oportunidad de huelga. No vas a ir a una residencia, que tienen unos mínimos máximos, si no es a aplaudirles. Buscamos otras lógicas. Crear instrumentos para visibilizar esas luchas”, explica Zubieta. Precisamente la incapacidad de parar para las más precarias, migradas y racializadas ha abierto una brecha en la convocatoria de la huelga. Aunque muchos agentes sociales se han sumado, colectivos de migradas, racializadas y gitanas han rehusado unirse a la huelga y este sábado 11 de noviembre harán público un comunicado en Zumaia. Explican que su prioridad es “regularizar la situación administrativa de más de 500.000 personas migradas, la urgencia de reconocer el trabajo de las cuidadoras, así como en regularizar sus contratos, jornadas o salarios”. Esta es una postura que, tanto en Euskal Herria como a escala estatal, colectivos de migradas y racializadas vienen defendiendo desde la primera huelga de 2018. Zubieta reconoce que “es un punto doloroso no haber conseguido salvar estos meses los obstáculos”.

“Si queremos que otras compañeras no blancas vengan tenemos que hacer las cosas de otra manera. Yo soy migrada y soy parte del movimiento feminista de Gasteiz, y me llena de orgullo porque vengo del movimiento feminista de mi país, de la organización popular”, explica por su parte Tania Siriany. Y añade: “Respeto a las que no quieren saber nada de las compañeras blancas. Lo comparto en la parte de tener nuestros espacios, pero en las asambleas, quiero participar. En Gasteiz las hacemos los fines de semana para que pueda venir más gente”. Entre las reivindicaciones de la huelga también está la derogación de la ley de extranjería, que impide a las migrantes acceder a un trabajo con contrato, y la regularización de las personas migradas.

“Si no cuidamos las semillas y el agua, no va a haber sistema que cuidar”

Otro de los sectores que no puede parar en una huelga, pero que suele olvidarse, es el de la agroalimentación. “No es la primera huelga que hacemos, pero no hemos hecho parones productivos porque si eres ganadera, manda la naturaleza”, explica Amets Ladislao, que forma parte del colectivo de baserritaras mujeres Etxaldeko emakumeak. Ellas entienden la alianza con el movimiento feminista como estratégica porque buscan lo mismo, “que no haya jerarquías ni espacios de poder. De cara a esta huelga, nuestra aportación al tema de los cuidados es que, aunque está bien que se centren en las personas, si no cuidamos las semillas, el agua, no va a haber sistema que cuidar”, explica. Como complemento a las cadenas globales de cuidados, ella habla de las cadenas globales de destrucción de la alimentación: “Primero destrozo el Sáhara para extraer su mineral con el que hacer abono para plantar soja transgénica en Argentina que alimentará a un cerdo en el sur de Navarra y ese cerdo se comerá en Finlandia. Todas las campesinas desplazadas que vienen a Europa a cuidar de las personas encima sienten vergüenza en muchas ocasiones por decir que son campesinas. Y luego como trabajadoras de hogar igual están peor. Las condiciones del campo y de interna ahí andan. Y si pensamos en el territorio español, en todo el sur…”, reflexiona. Por eso, su propuesta para la huelga del 30 es parar el consumo y, en general, ser conscientes de qué alimentos consumimos, a quién se los compramos y en qué condiciones llegan a nuestra mesa.

El pasado sábado 4 de noviembre en Bilbao se organizó una deriva feminista para ir calentando motores. Algunas paradas estratégicas fueron en el edificio de la Diputación Foral de Bizkaia en Gran Vía o en el ambulatorio de la Plaza del Ensanche. En la parada de Jardines de Albia, Jenny Villanueva Juscamayta tomó el micrófono. Migró de Perú en 2006 con su familia y al principio estuvo cuidando a personas mayores, “como todas”. Al ver lo complicado que era homologar su formación decidió estudiar de nuevo y desde 2015 trabaja en centros de menores como educadora social, ahora en el turno de noche. “Los centros de menores no se suelen visibilizar como cuidados, me imagino que porque los usuarios son menores y se cuida su confidencialidad”, explica. Aun así señala que los problemas son compartidos con otros servicios de cuidados: “El ratio de menores por educadora es de unos 11 y debería ser de seis. El servicio se está privatizando y se precarizan los sueldos. La mayoría de las trabajadoras son mujeres y los horarios tan distintos impiden que puedan tener familia si quieren tenerla”. Por eso, también se suman a la huelga. “Por eso y porque nosotras tenemos un convenio que podemos pelear, pero hay mujeres, en especial migradas y en el trabajo doméstico, que no pueden manifestarse. La voz de ellas también tiene que escucharse”, añade.

De las redes vecinales a los comités de huelga

Unas 20 personas se reúnen en torno a un mapa de Bilbao en un local del Casco Viejo de la ciudad. Están mirando el recorrido de la manifestación para el día 30. Este comité de huelga es mixto y general, de organización de la jornada de huelga en Bilbao. Hay al menos cuatro hombres de diversas edades. Al otro lado de la ría, en un local del barrio de San Francisco, otras 20 personas se reúnen en otro comité mixto, el del barrio. Estamos a finales de octubre. Llegar hasta aquí ha supuesto varios meses de trabajo con la siguiente hoja de ruta:

  • Durante el confinamiento se organizan las redes de cuidados vecinales y se crea la plataforma Denon Bizitzak Erdigunean.
  • En la pandemia se elaboró un documento con el análisis de las necesidades que habían surgido. Las propuestas interpelaban a los gobiernos vasco y navarro, pero no se obtuvo respuesta.
  • Febrero de 2022: primera asamblea del movimiento feminista en Vitoria-Gasteiz. En esta reunión se elaboró un dosier sobre de qué hablamos cuando hablamos de cuidados que se divulgó en las asambleas territoriales con tres propuestas: la huelga, un acuerdo social y la posibilidad, a futuro, de presentar una ILP (Iniciativa Legislativa Popular). En todos los territorios se decidió ir a la huelga general. Las huelgas de 2018 y 2019 fueron masivas, pero solo sirvieron para que hombres e instituciones aplaudieran, no se tomaron medidas. Se decide interpelar a hombres e instituciones por igual.
  • Creación de la coordinadora nacional con representantes de las asambleas feministas de los cuatro territorios: Nafarroa, Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Comienza el trabajo autónomo de cada territorio en función de las redes que tienen y creando redes nuevas.
  • Febrero de 2023: primeros contactos con todos los sindicatos, quienes muestran un acuerdo total con los objetivos son LAB, ESK, Steilas, ELA, CNT y CGT.
  • Comienzan también los contactos con los pueblos y eskualdes [comarcas].
  • Abril de 2023: asamblea feminista nacional en Vitoria donde se acordaron las reivindicaciones de la huelga y de la que salió el borrador del acuerdo social. Se presenta a movimientos y agentes sociales para que hagan sus aportaciones. El 7 de octubre en Hernani se presentó el acuerdo social definitivo, al que también se adhiere Comisiones Obreras, aunque no irá a la huelga por considerar que la vía tiene que ser otra, la del consenso.
  • Junio de 2023: se comunica la huelga. ELA, LAB mostraron su apoyo y se prestaron a convocarla oficialmente. También se adhirieron ESK, Steilas, CNT y CGT.
  • Octubre de 2023: registro de la convocatoria de huelga en Iruña.
  • En este mes comienzan también a organizarse las asambleas feministas y los comités de huelga, mixtos, por barrios y pueblos.
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