Desde la rabia

Desde la rabia

"Escribo estas líneas porque estoy harta de que la respuesta me responsabilice y culpe mis decisiones. Yo no empobrecí porque quisiera, me empobreció España, me empobreció esta forma racista, clasista y machista de organizar el mundo", cuenta Sara Guerrero Alfaro.

18/12/2019
una persona sostiene un cuadro que le tapa la cara. en el cuadro se le puede leer en letras cosidas sin papeles

Sin papeles. / Foto: Sara Guerrero Alfaro

 

Escribo esto desde la rabia. Y no es una advertencia, es un manifiesto.

No hay otra palabra que pueda acercarse más a describir lo que siento arder en mi pecho cada vez que me detengo a pensar en mi presente. No quiero ocultarlo ni disimularlo más. Tengo rabia. Y resentimiento. Entrelazadas. Recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo sin descanso.

suscribete al periodismo feminista

Me cuesta admitirlo. Yo vine a España porque -SÍ- quería vivir en Europa. ¿Cómo no desearlo si en los países del sur nos enseñan desde la infancia -tanto en casa como en la escuela- que esa pequeñísima parte del mundo es la más hermosa, la mejor, el único lugar en donde se puede hacer Historia? Pero nunca nadie me advirtió que ese mundo con el que yo soñaba era una fantasía. Una fantasía xenófoba y colonial.

La cosa es clara: si eres extranjera procedente del sur, eres bienvenida siempre y cuando o seas turista o tengas dinero. Entonces, en todas las tiendas y restaurantes te reciben con una sonrisa, tratando de seducirte, de hacerte sentir que ese mundo lleno de lujos está a tu disposición. Pero una vez que pretendes quedarte a vivir, la carroza se vuelve una calabaza y las sonrisas se vuelven muecas. Por mi parte, mi ánimo se fue corroyendo hasta transformarse en rabia.

¿Y qué lugar tiene una persona rabiosa en el “primer” mundo? Ninguno. De ahí que llevara dos años tratando de apaciguarla y reprimirla. Me hacía sentir fuera de lugar.

Porque da la impresión de que la felicidad, esa gran promesa que guía proyectos de vida, es el único estado posible deseable. Y a nosotras, las personas furibundas, se nos oculta. Quedamos del otro lado de la frontera o en medio del mar. A la deriva, sin nombre. Un conjunto de nadies en ninguna parte. ¿Quién puede cargar con semejante peso en la espalda?

Todo se desarrolla de manera paulatina, mermando el cuerpo de manera casi imperceptible, hasta que te encuentras llorando de rabia.

Una cosa es cierta: en ninguna circunstancia migrar es fácil. El primer día, de camino del aeropuerto a mi nuevo domicilio en Barcelona, tuve ganas de volver a mi país. Es normal. La experiencia migratoria está compuesta por varios shocks emocionales y psicológicos. Los primeros meses, sin embargo, resultan más sencillos de sobrellevar porque la esperanza y la promesa de una “nueva” vida es demasiado fuerte.

Para quienes llegamos sin una gran nómina bancaria y sin ningún contrato de trabajo, los verdaderos problemas comienzan más adelante cuando los permisos de residencia temporales -si alguna vez se contó con tales- comienzan a caducar y, por más que se intente y se busque, no aparecen opciones para renovarlos y las instituciones no están dispuestas a informarte ni a ayudarte.

Una vez que tuve la suficiente suerte de superar el escenario de “nadie te va a contratar si no tienes papeles porque ningún dueño va a estar dispuesto a hacer los trámites necesarios”, que intentó predecirme una paisana migrante, me topé con el escenario de la administración de “no hay nada que hacer. No hay manera de renovar tu visado de un año. No puedes trabajar ni estudiar”. Cansada de ser violentada de tal forma, yo tampoco opuse mayor resistencia y desistí. Para hacer aún más dramática la cuestión, mi permiso de residencia acababa el día de mi cumpleaños. Cumplí 25 empezando una nueva etapa de vida como irregular.

Así, arrebatada mi identidad y rebautizada como una sinpapeles o una inmigrante latinoamericana más -hay para todos los gustos-, vi como todos mis conocimientos, los pequeños privilegios que tenía en mi país de origen y, válgame, incluso mi título universitario, se quedaron sin valor como si fueran un tipo de moneda que no puede intercambiarse en ninguna casa de cambio de su tan amado primer mundo.

Porque ahora escribo esto desde la pobreza, sobreviviendo gracias a lo que alguna vez me dieron mis padres y defendiéndome con lo que en otro sitio construí.

¿Cómo es que la vida puede llegar a cambiar tanto con tan solo movernos de lugar? 

Llegué como una estudiante de posgrado, vivía en una gran ciudad y tuve un trabajo. ¿Cómo fue que llegué a vivir a una casa en medio de una aldea gallega, sobreviviendo gracias la caridad eclesiástica de la parroquia y ganando menos de 300 euros al mes?

Escribo estas líneas porque estoy harta de que la respuesta me responsabilice y culpe mis decisiones. Yo no empobrecí porque quisiera, me empobreció España, me empobreció esta forma racista, clasista y machista de organizar el mundo.

Cuando ya no había nada más que hacer en Barcelona, me mudé con mi compañero a la casa que su familia abandonó hace treinta años para migrar a México. Tuvimos la suerte de tener un techo sobre nuestra cabeza y, a pesar del trabajo que nos esperaba para rehabilitar el espacio, nos entusiasmó la idea de vivir en el campo, lo concebimos como un privilegio.

Pero la serpiente siempre encuentra la manera de morderse la cola. A pesar de ser hijo de madre española, NINGUNA instancia administrativa pudo ser capaz de orientar a mi compañero de manera correcta en materia de extranjería y al cabo de un año, él también perdió sus papeles.

Sin permiso, no hay trabajo. Sin trabajo, no hay dinero. Sin dinero, no hay movilidad. Cada vez se fue haciendo más evidente la exclusión territorial que vivimos; el monte gallego se convirtió en la única opción, en un encierro. 

Gracias a la insistencia y resistencia de mi pareja, pudo encontrar por SÍ SOLO una opción para poder acceder a la nacionalidad -que nadie sabe cuánto tiempo estará en trámite-. Nos tomó dos años dar con esa opción. A todas aquellas personas que trabajan en la administración del Estado y, con profundo desinterés o sumidas en una ignorancia criminal, impiden o obstaculizan la integración de los migrantes les pregunto: ¿QUIÉNES SE CREEN QUE SON PARA DECIDIR SOBRE NUESTRAS VIDAS DE ESA FORMA? ¿EN QUÉ MOMENTO DE SU CAPACITACIÓN LOS DES-SENSIBILIZARON A TAL GRADO QUE LES DÉ IGUAL DEJAR A UNA PERSONA A LA DERIVA?

Lo vuelvo a repetir: yo no empobrecí, me empobreció el Estado clasista y racista de España. Si aún estoy aquí es porque creo que es importante resistir porque, ¿OYERON?, TENGO DERECHO DE VIVIR EN DONDE SE ME DÉ LA GANA.

***

No podría llegar a contar hasta qué grado todo este proceso ha permeado en mi cuerpo y en mi autoestima. ¿Cómo afrontar que se vive en un lugar en el que se te hace sentir que no tienes ningún derecho de estar ahí? No lo sé, apenas lo voy descubriendo. Lo único que puedo decir es que para poder sobrevivir es imprescindible tratar de salir a buscar un refugio. Fui lo suficientemente afortunada de tener a mi lado a alguien que me escuchara mientras las lágrimas de ira y desilusión corrían por mis mejillas, y con quien puedo construir momentos de dicha que apacigüe el cansancio y la desidia.

En tiempos en los que la felicidad es un lujo, un propósito inalcanzable que es en tal caso sustituido por la ardua tarea sostener nuestra propia supervivencia, es primordial sentir rabia. Tenemos que darnos la oportunidad de reconocerla y abrazarla.

Es gracias a este fuego en el estómago que pareciera no apaciguarse, que sé que escribo también desde muchas otras partes y por varias razones. Ya lo decía Audre Lorde: “No es la ira lo que nos destruirá sino nuestra negativa a escuchar y aprender de ella, a profundizar en ella y aprovecharla como fuente de fortalecimiento”.

La injusticia me da rabia. El sistema económico, político y cultural de Europa me da rabia. Y les juro que, cuando mis fuerzas regresen y pueda ver aunque sea un atisbo de luz en medio de este mundo en las sombras -que se mueve y palpita debajo de sus pies- voy a tomar el lugar que me corresponde y al que tengo derecho porque esto no se va a quedar así.

¿Oyeron? Es el sonido de su mundo derrumbándose. 

 

Suscríbete para que siga siendo posible
Necesitamos tu apoyo económico para seguir adelante. Suscríbete y descubre las ventajas.

 

Leer también:

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba