La travesía de la migración: entre violencias y vecindad

La travesía de la migración: entre violencias y vecindad

La ONG de Médicos del Mundo ha lanzado la campaña #PersonasQueSeMueven para recordar que la historia de la humanidad es la historia de los movimientos de personas

11/04/2017

Ilustración del proyecto #PersonasQueSeMueven

El viaje, narrado a través de ilustraciones, parece hermoso. Siluetas, colores, dibujos retratan, en cambio, una dura travesía; horrorosa, mortífera, descorazonadora, violenta. Mirar el mapa con detenimiento, ver los videos, escuchar las voces… duele. Partir, por elegir un sitio, de Turquía, y llegar a Grecia en pequeñas e inseguras embarcaciones. En suelo europeo, inhumanas condiciones esperan: campos para personas refugiadas donde el frío marca los días, los tiempos.

Melilla también aparece en este mapa de encogimiento. Con la valla, con su brutal retrato de desigualdad, con sus injusticias. Con su campo de golf y sus migrantes colgados a la vida, retrato del incansable José Palazón, de Prodein. “La ciudad de Melilla se ha convertido en un CIE”, afirma Ana Medina, enfermera y técnica de proyectos de Médicos del Mundo en la ciudad autónoma. De la ciudad no se puede salir. Encarceladas en vida.

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“Migrantes y ONG han denunciado en numerosas ocasiones que las palizas por parte de los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son comunes y gozan de impunidad”. Cuando arañas en las ilustraciones y das al play, la realidad te golpea. “Las devoluciones colectivas ilegales a Marruecos son habituales en la valla de Melilla”.

“La gente te juzga por tu lengua, por tu color, por tu nacionalidad, por tu religión, porque eres argelino”. Bashir, que lleva un año en Melilla esperando para continuar con su viaje migratorio, sonríe como estrategia para no llorar. Dice que no sabe. No encuentra explicación. “Me siento roto”, finaliza.

Mamadou, periodista de Guinea Conakry, salió de su país cuando se empezó a perseguir a la prensa. Al llegar al CETI de Melilla, cuenta, les obligan a firmar documentos sin saber qué dicen: “Es una forma de represión moderna”.

Sara Olcina, de la ONG Harraga, también denuncia la violencia institucional, la desprotección institucional y la violencia documental a la que se enfrentan muchos niños -se le llama ‘mena’: menores extranjeros no acompañados- que están solos en Melilla. Y habla de violencia poblacional y mediática: de los mensajes que se multiplican y repiten tachando a estos jóvenes de delincuentes, desadaptados; recuerda el desprecio con que son tratados de manera habitual. Apenas superan los diez años, ¿qué pasa con su derecho al juego?

Todas. Todos somos responsables.

Este viaje al que nos invita Médicos del Mundo también pasa por hospitales, por centros de salud y por cementerios. Porque la muerte es la principal compañera en esta ruta. “Oussama murió al caer por uno de los acantilados que da acceso al puerto. Acababa de cumplir la mayoría de edad y, a pesar de haber estado tutelado por la Ciudad Autónoma de Melilla, no tenía permiso de residencia. Seis meses más tarde, Monssif, del que no se había concretado su edad, murió también, esta vez de hipotermia al intentar cruzar a nado el medio kilómetro de distancia para alcanzar el barco en el que pretendía llegar a la península”, recoge Diagonal.

Próxima parada: Almería. Precariedad, ausencia de derechos laborales o explotación son ahora los ejes narrativos en una ruta descrita con dibujos de invernaderos. “Ningún sitio en Marruecos hay como esto: de plástico, de madera”, afirma El Habib, junto a varias chabolas. “No sólo Almería es un lugar idílico desde el punto de vista de las vacaciones, ni es sólo el huerto de Europa, sino que aquí vive gente en condiciones realmente dramáticas”, explica el coordinador de Médicos del Mundo en Almería, Vladimir Morante.

Agua, campos, estaciones de tren… El viaje ilustrado también habla de ‘manteros’ que, tras años de invisibilidad y de que nadie les mirara a la cara, decidieron organizarse. Están aquí. Y Barcelona toma el relevo en el relato. “El sindicato sirve para luchar contra toda la persecución que vivimos, la discriminación y el racismo”, apunta Lamine, de 27 años y natural de Senegal.

CIEs, centro de sufrimiento

Más de 45.000 personas han sido encarceladas en los Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) entre 2011 y 2015. El relato de la migración no puedo obviar estos nolugares, estos “centros de sufrimiento y espacios de opacidad e impunidad”, en palabras de Ramiro García de Dios, juez de control del CIE de Aluche desde 2010. “Son peor que las prisiones”, añade. Ahora hemos llegado a Madrid.

La vecindad toma la voz. Esas personas voluntarias que fueron a campos de refugio en el Mediterráneo. Esa mujer que recuerda que su padre también tuvo que marcharse de España por la guerra civil y en qué condiciones tuvo que sobrevivir. Esa mujer implicada en una plataforma de ayuda a personas refugiadas: “Hay otras formas de acoger, siendo buenos vecinos y vecinas, y sobre todo, sobre todo, acallando rumores”, apunta Montse Milà. De diversidad e identidad sexual habla Rodrigo Araneda, migrante, LGTB y con VIH.

Los dibujos acaban aquí, con un gran cartel que pone ‘Papeles para todos y todas’, pero este viaje es interminable, porque tiene tantas historias como vidas y muertes de migrantes y de personas que buscan asilo y refugio. Tiene tanto de dolor como de injusticia. Y tanto de esperanza como de sonrisas y abrazos. También es interminable porque la historia de la humanidad es movimiento. Este es, de hecho, el eje de la campaña #PersonasQueSeMueven de Médicos del Mundo.

“Los movimientos de personas en busca de una vida mejor han vertebrado la historia de la humanidad. Aunque ahora lo veamos como uno de los grandes asuntos del siglo XXI, es algo consustancial al ser humano. La migración y la búsqueda de refugio es la normalidad, la anormalidad es el trato que les estamos dando”, declara José Félix Hoyo, presidente de la asociación humanitaria. “Nos negamos a contemplar la inmigración como un problema; apostamos por visibilizar su enriquecedor aporte a nuestras sociedades en términos económicos, sociales y culturales”, concluye. Esta campaña, lanzada hace un mes cuando se cumplían seis años del inicio de la guerra de Siria, pone el foco también en quienes ya viven en España, que en ocasiones ven vulnerados sus derechos. “Además de garantizar que puedan venir, hay que garantizar los derechos de quienes ya están aquí”, añade Hoyo.

Desde la organización, también recuerdan que la política de cierre de fronteras de la Unión Europea y el acuerdo para de repatriaciones a Turquía ha desembocado en una flagrante violación del derecho al refugio, en un aumento de las muertes por ahogamiento y en un agravamiento de la situación de las personas atrapadas en campos provisionales en Grecia. Mientras, la situación en sus países de origen empeora sin que la comunidad internacional ofrezca ninguna respuesta. Frente a estas políticas de rechazo de las personas refugiadas y migrantes marcadas por la UE e implantadas con rigor en España, la sociedad civil ha vuelto a demostrar que es más solidaria que sus Gobiernos, apoyando la labor de las ONG que trabajan sobre el terreno, y desarrollando sus propias iniciativas.

Cómo no recordar a Bego y Mikelón, activistas vascas detenidas en Grecia cuando intentaban trasladar a un grupo de refugiados el pasado mes de diciembre. “Nuestro deber es crear puentes que rompan las fronteras que dividen el mundo”, dijeron al ser puestos en libertad tras pasar tres días detenidas.

La humanidad siempre se ha movido, ¿por qué no hacerlo con los brazos abiertos?

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