“Las cincuenter somos disfrutonas después de haber pasado la invisibilidad”

“Las cincuenter somos disfrutonas después de haber pasado la invisibilidad”

Yolanda Lobo Arranz regentó durante años el bar La Santa Sebe en Oviedo. Ahora vive más de día y, entre otras cosas, organizó el encuentro Cincuenter para generar redes entre las mujeres de más de 50 años.

Texto: Elena Plaza
22/09/2021
una mujer posa, sonriente, con una camisa blanca, delante de una estatua de La Regenta

Yolanda Lobo, la de La Santa, junto a la escultura de La Regenta, en la plaza de la Catedral de Oviedo. / Foto: Alisa Guerrero.

“¡Con lo que me presta a mí Pikara!”. Así contestó Yolanda, la de La Santa, al descolgar el teléfono para la entrevista. Yolanda Lobo Arranz y La Santa Sebe, el bar de copas que regentó entre 1985 y 2014, aproximadamente (“soy muy mala para las fechas, cari”), son toda una institución en Oviedo. Una institución, en el caso de la persona, que, tras atravesar su propia “travesía en el desierto” tras el cierre de La Santa, organizó el pasado mes de junio el encuentro Cincuenter en la capital asturiana: “Queríamos mostrar la red entre mujeres cincuenter que nos podemos ayudar porque están las que están arriba, las del revolcón y las invisibles”. Un evento de, para y por las mujeres que están en la cincuentena, en “la flor de la vida”, que pisaron fuerte para ganar espacios en los años 80 y 90 y que se reivindican en esos espacios. “Porque cincuenter es un estado de ánimo, de vida, no una edad”, afirma con toda la seguridad que da el poso de ser una disfrutona que sabe algo de lo que va la vida. Más que nada por experiencia.

¿De dónde surge organizar el encuentro Cincuenter (de cincuenta e influencer)?
Era una manera de romper los estereotipos que se crean en las redes. A partir de los 50 vivimos de otra manera, mucho más liberadas, sin muchas ataduras familiares, quitas muchos lastres de la mochila, tienes muchísima experiencia… Ya no te tomas la vida tan a la tremenda, más serena profesionalmente, aunque se nos aboca a la invisibilidad. Yo digo que hay tres estadios a partir de los 50: o estás en las cotas de poder, de estatus, como yo cuando tenía La Santa; o pasas por el camino de la invisibilidad; y luego está la crisis, que te saca del mundo laboral y te dicen que no pongas foto en el currículum ni digas que eres cincuenter, cuando te tienen que valorar como tal porque traes una experiencia que no tenías hace 20 años. Estoy en la plenitud de mi vida: búscame por mi edad. ¿Cómo es el mito de que estamos fuera? Las cincuenter hicimos la transición feminista y es importante que estemos presentes para romper estereotipos y roles. A mí me inspiró mucho que Rosa Regás empezara a escribir a los 50. A nivel personal coincidió con dejar La Santa y la noche. Empezar a funcionar por el día fue un choque grande, ¡y yo tengo más horas de barra que Nadia Comaneci!

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A veces la presencia femenina no asegura una mayor empatía.
Siempre hay algún topo. En el poder hay muchas cincuenter y eso es un proceso de los 80 para acá. Y no es por cuota, es por derecho propio. En la noche ¿quién tenía bares? Avergonzabas a la familia. Menos La Santa, que era un bar distinto, pero también era ¡un bar tan transgresor! Éramos mayoría mujeres, pero costó hacerte respetar en la noche, costó enseñarles. En las reuniones de hostelería estabas como la nota de exotismo ciudadano. Luego te dabas cuenta de que te apartaban, ya te habían enseñado. ¡Uno de una bebida nos dio en una ocasión ¡una plancha por vender mucho! Me puse como una fiera y no la vendimos más. Yo venía de la militancia feminista. Luego te llamaban los proveedores preguntando por el jefe: “Mira, vas a colgar y vas a volver a llamar preguntando por las personas responsables del local, que no es tan difícil”. Hay bebidas que no vendimos en el bar porque era un machista el que lo distribuía. Nosotras éramos unas intrusas en la noche, y la noche puede ser muy sucia.

¿Cómo cambian los referentes?
Las cincuenter no nos vestimos igual porque no nos movemos igual y transitamos otros espacios distintos a los que transitaron nuestras predecesoras. En moda ahora nos ven con otros ojos. Hasta en las zonas rurales las mujeres se visten de otra manera: cómodas, con ropa deportiva, forros polares, pantalones, ya no se lleva la zapatilla de felpa, sino de trekking. No nos abandonamos estéticamente, buscamos seguir estando guapas para nosotras mismas. Ahora quieres disfrutar. De ahí esas influencer tan maravillosas que no van a la sección de señora, esas divisiones tan patriarcales de señora, juvenil, tallas especiales… ¡Haz más y menos tallas de la misma ropa! Hasta las señoras de 80 van ahora más modernas y cómodas. Eso psicológicamente es muy importante para las mujeres, que ahora viajamos solas, vivimos solas sin ningún temor, y antes era la solterona, la amargada, la que tiene gata… Tienes tu habitación propia y luego pasas a querer tu propia casa: las relaciones de pareja son muy distintas, tú en tu casa y Dios en la de todos. Sí, comparto ciertos momentos, encuentros y cosas, pero no cedo y dejo todo.

Eso es importante para las generaciones que vienen detrás.
Nosotras tenemos que ser referentes para las jóvenes. A los 50 tienes tu punto sibarita y el hedonismo se te dispara porque te importa todo nada. Y lo disfrutas muchísimo. Somos las que empezamos con lo nudista y seguimos, pero buscando mucho más el placer de la vida. Somos disfrutonas después de haber pasado la invisibilidad. Yo pasé un momento muy duro, de estar abajo, pero, como dice una amiga “no bajes más, que ya estuve yo y no hay nada”. Me pareció bárbaro. Tenemos que ser referentes también para cuando te caes y te vuelves a levantar. Tenemos que obligar a que la sociedad nos devuelva lo que le dimos: rentabilizarnos, que no estamos amortizadas. La actividad no se acaba con la edad, se acaba con la cabeza y hay gente que es vieja de siempre. La importancia es no educar con el miedo: mirad, chicas, las que venís detrás, no tengáis miedo de llegar a esta edad porque es maravilloso. ¡Hay un cambio tan grande de nosotras a las mujeres más mayores!

Pero todavía hay que reivindicar espacios y visibilizar en una sociedad miope.
Hay que hacerlo y crear una comunidad fuerte. Y que se preparen porque somos las mismas que en los 80 y 90 cambiamos la sociedad. Somos las mujeres que teníamos que pedir permiso al marido para abrir una cuenta corriente y pasamos a que el Banco Santander lo dirija una mujer. Ese es el cambio tan radical que nos deben a las cincuenter, porque una sociedad sin nuestros cambios hubiera sido una sociedad muy coja, España hubiera seguido en la caverna.

La Santa Sebe
La Santa se abrió en el año 83 por gente “muy creativa, lo que supuso un reto para quienes llegaran detrás”, rememora Yolanda Lobo. Afirma que fue “una herencia envenenada, en el buen sentido, porque tenías que seguir la pauta de lo que entendías que la gente demandaba de La Santa”. Cuenta que cuando más feliz fue es cuando empezó a programar conciertos, primero el jazz de la mano de Carmen, su socia, y, después, ya vinieron las presentaciones de discos con las emisoras: “Cogí el gustillo a programar”.

Así empezaron con las fiestas solidarias, como las del sida: “Tan duras… Luchamos mucho por visibilizarlo en las mujeres, porque siempre era de ellos, de los gais y de los yonkis, ¿y ellas? Ellas también eran yonkis y también tenían sida”. Después llegó el 28J, el Día del Orgullo, con fiestas espléndidas: “¡Imagínate en Oviedo celebrando el Día del Orgullo! Rompimos una lanza muy buena que la gente que se llamaba hetero (ríe) ¡lo pasaba tan bien!”. Y reivindica el papel que la ciudad jugó más allá de la archirrenombrada movida madrileña: “A las fiestas del Orgullo de La Santa venía gente de León, Santander, Galicia y los de aquí lo pasaba tan bien que estaban esperando que llegara ese día; era la fiesta para todo el mundo”. También eran memorables las del 8M solo para mujeres: “Era una catarsis”. Luego estaba el aniversario, el 23 de diciembre, “que aquello era… maravilloso”.

La sesión de fotos se realiza en el Oviedo Antiguo en un juego simbólico de espacios conquistados por las mujeres de su generación y posteriores. El Antiguo es la noche de hombres y malas mujeres. Por eso la idea de retratarla con Ana Ozores, La Regenta, mujer pecaminosa que protagoniza la novela que inmortaliza la provinciana Vetusta de Clarín, y con el fondo de la catedral en un juego de palabras que supone La Santa Sebe (sebe en asturiano son los cierres de las fincas a base de zarzas, avellanos, aligustres…).

Para quien no conoce La Santa Sebe, ¿cómo la describirías?
La Santa era, como se dice ahora, un ecosistema, un mundo dentro del mundo. Y también era la noche, una noche muy creativa, de mucho respeto, que eso te daba mucho trabajo: enseñamos que una mujer sola no está esperando por nadie y logramos que las mujeres fueran solas de noche al bar. Eso fue una conquista. La Santa para el colectivo gay era hetero, y para los heteros era gay, era ideal, iban todos. ¡Qué maravilla! Y allí la gente se manifestaba con entera libertad, creaba y vivía. Era un espacio distinto.

Aúnas reivindicación tanto como feminista como por el colectivo LGTBI.
El colectivo aquí no existía. Vino Jordi Petit, líder del movimiento gay de aquella, para contar cómo se estaba haciendo en Cataluña y en el Estado y sólo fuimos dos mujeres. El movimiento estaba muy masculinizado. La Santa fue muy importante para las lesbianas, y también para trans. Para las mujeres era muy importante tener su propio sitio físico. La Santa no, era un bar donde las lesbianas estaban encantadas porque tenían su propio espacio, guapo, muy cuidada la decoración y la música, supermoderno; no estaban condenadas a ir a un antro escondido tocando el timbre. Luego lo guapo fue que pasamos de la estética feísta, que también venía del feminismo en contraposición con la estética impuesta patriarcal, y tanto las feministas, las heteros y las lesbianas, abandonamos ese feísmo y nos poníamos monas, pero para nosotras. Me encantó ver la evolución de las mujeres del movimiento gay con la gente más joven que iba llegando, creándose su propia estética, mucho más liberadas, con más abanico musical, ya se expandían por todo el bar, que era un reflejo social, entraban de la mano, conquistaban el escenario y marcaban los gustos musicales. Eso fue una conquista en el movimiento gay y en el feminista.

una mujer posa, medio asomada, entre unas paredes de madera

Una ‘crack’ del posado. Foto: Alisa Guerrero.

La Santa también fue referente en Madrid.
Eso nos lo contó Alaska, y más gente. Por eso te decía de la movida de Madrid de los 80 y 90: a Oviedo y La Santa venían las cosas directamente de Londres. Y venía mucha gente de fuera a estudiar aquí. No éramos conscientes pero estuvo muchas veces catalogada como de los mejores bares de España. Cuando venían de Chueca, flipaban con aquellas decoraciones que teníamos: era un bar de casi 300 metros cuadrados, y nos gastamos mucha pasta en las decoraciones, muy pensadas, muy cuidadas. Ese cambio continuo hacía que estuviera viva. El espacio era muy importante, y tener un escenario. Nunca quise que fuera un dispensador de copas. Que La Santa dijera algo políticamente rompió muchas barreras. Había una confluencia de gente de ideologías distintas que con todo respeto estaban allí, y eso enriquecía. Era un ecosistema, ahora los sitios son muy estancos.

Ahora se asesina al grito de maricón.
Ya al final de La Santa me saltaban las alarmas que varias tardes, preparando el bar, mocosos de 14 ó 15 entraran a insultarnos (¡lesbianas, tortilleras, maricones!), a tirarnos vasos y botellas. ¡Madre mía, lo que nunca nos había pasado en 30 años de vida! No sé por qué hay esa involución tan tremenda, esa violencia tan desmedida. Una pelea de bar era de cuatro tortas, un “agarráyme que lu mato”. Que gente tan joven tenga esa rabia y esa violencia dentro… pegar hasta matar… Me preocupa mucho la violencia y las relaciones de poder y control que se están estableciendo. Si los referentes sexuales de críos de 10 años están en lo peor de la pornografía… La sexualidad que nosotras ganamos y conquistamos en nuestras camas, nosotras que reivindicamos el placer, que logramos que nuestro cuerpo fuera fuente de placer para nosotras, ahora vuelve a ser el placer para ellos con unas formas que no son nada placenteras. Hay que educar en una sexualidad responsable e igualitaria. Y ahí las feministas tenemos que estar muy encima y poner freno porque vamos a volver peor: que todas nuestras herramientas del placer vuelven a ser para el placer masculino.

¿Y qué pasó con Yolanda la de La Santa cuando cerró La Santa?
Pasó que me revolcó la crisis, como a muchísimas mujeres. Tenía un problema de salud por una alteración grave del sueño, el problema de la noche. Y me vi sin suelo: nunca fui una hostelera típica, no me considero hostelera; yo tenía un espacio, mi Santa, mi local, mi ecosistema donde desarrollaba mi actividad. Volví a Rosa Regás, que dijo cuando la traje a un encuentro literario que “cuando busques una mano que te ayude, la vas a encontrar al final de tu brazo”. Entonces me di cuenta que esa mano a la que me tengo que agarrar soy yo misma.

 


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