“Quería imaginar el otro lado de las leyendas que nos han contado los hombres”

“Quería imaginar el otro lado de las leyendas que nos han contado los hombres”

En la bellísima novela 'Canto jo i la muntanya balla' toman la palabra las brujas, las mujeres de agua y hasta la montaña misma. Hablamos con Irene Solà de relatos patriarcales, del valor del pensamiento mágico y de todos los caminitos que nos llevan a redescubrir el mundo, empezando por nuestros pueblos y por nuestros cuerpos.

una mujer joven posa en medio del campo

Irene Solà. / Foto: Ignasi Roviró.

Gracias a mi mala memoria, no retuve la sinopsis de la contraportada y me sumergí sin brújula en Canto yo y la montaña baila. A modo de adivinanza, empezamos a leer cada capítulo sin tener ni idea de quién es la voz que narra. Tardamos unas líneas, incluso unos párrafos, en entender: ah, vale, ahora hablan unas nubes gamberras, ahora una niña republicana muerta, ahora un oso que no es un oso, ahora unas setas (!). Y nos llevará varios capítulos seguir la línea argumental que trenzan esos monólogos de seres vivos y muertos, animales y humanos que habitan el Prepirineo catalán. Irene Solà (Malla, 1990) nos invita a jugar y a bailar con ella en una fiesta literaria de 188 páginas en la que se lo pasa pipa imaginándose qué siente una perra cuando ve a su compañera humana teniendo sexo con un vecino o cómo percibe un corzo recién independizado su primer contacto con el hombre. Asistimos a las distintas metamorfosis de la autora hasta reencarnarse incluso en una montaña que clama mesiánica sobre la fragilidad e irrelevancia de quienes la pisan.

El jurado del Premi Anagrama que recibió en 2019 el original en català, Canto jo i la muntanya balla, elogió la “irreverencia y atrevimiento” con que Solà combina las referencias a tradiciones y cuentos populares con “un planteamiento literario moderno”. Esta licenciada en Bellas Artes y máster en Literatura, Cine y Cultura Visual ha sido anteriormente premiada y becada por una producción que a veces toma forma de exposición o de instalación artística, y otras de poesía (Bèstia) o novela (Els dics). Solà define Canto jo i la montanya balla como una obra de arte, no tanto porque incluya ilustraciones y poemas sino por su metodología: “No me siento a escribir un argumento y unos personajes sino que me pregunto qué quiero aprender, qué quiero descubrir, qué quiero preguntar y preguntarme con este nuevo proyecto”, nos explica por videollamada, y comprobamos que su presencia es tan luminosa como su literatura.

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La imaginación, la originalidad y la belleza en la prosa poética de Solà ha sido alabada con entusiasmo por la crítica literaria española. Cada reseña pone el foco en uno o dos temas de un libro caleidoscopio: el vínculo del ser humano con la naturaleza, la historia de amor marcado por la tragedia y la redención, la memoria de la retirada de las tropas republicanas durante la Guerra Civil… Para quien firma estas líneas, incapaz de quitarse las gafas violetas, los elementos más interesantes tienen una clara lectura feminista: la caza de brujas; la revisión de una mitología machista; el idilio de una mujer con un vecino mucho más joven que ella; el ambiente íntimo y mamífero de un parto en casa asistido por mujeres…

«Y Blanca se entrega a la mujer que sabe de partos como si fuera una madre. Luego Blanca se desnuda. Eso es, eso es, como los animales. ¿Cómo te llamas, animalito? Y Blanca dice: Blanca. ¿Dónde aprendiste de partos?, le pregunta y gime. Ayudando a parir a las vacas, dice la mujer. Y tuve dos hijos. La primera, como una espiga, que no había forma de que saliera. El segundo, como una rana, que salió solo.»

“La novela va de muchas cosas”, me confirma Solà. “Lo que quería hacer era coger un trozo de mundo y mirarlo desde tantas perspectivas como fuera posible, relacionarme con él desde tantas maneras de vivir, de mirar, de entender y de explicar. Para mí ese es el tema central”. Señala como segundo ingrediente vertebrador “la reflexión sobre cómo se cuentan las historias, quién nos cuenta las historias, a quién les pertenecen, qué poder tiene el que cuenta una historia sobre los que son contados dentro de ella”. En la bibliografía que cita al final todos los autores son varones, pero su propósito es precisamente aportar otro relato.

Es por eso que en el libro los personajes más interesantes son los femeninos. Dice que no fue intencionado, pero lo atribuye al hartazgo ante los personajes femeninos “aburridos y planos” que abundan en la literatura masculina.

«Eulàlia les dijo que al macho cabrío se le había puesto el culo muy fino muy fino, como el de un niño de pecho, por lo mucho que se lo habíamos besado, y que tenía el miembro frío como un carámbano; y a mí me dio una risa que no podía parar y me colgaron por reírme tanto.»

«Todas las historias son mentira. Óyeme. Todas las historias que cuentan. Las que dicen que somos malas. Mentira. Las que dicen que somos buenas y bonitas como la plata y que todos los hombres se encaprichan tanto que se tirarían a las lagunas. Mentira. Las que dicen que somos un misterio misterioso, mentira. Mentirosos son la mayoría de los hombres. Los hombres que se inventan cuentos y los que los cuentan. Los que nos recortan y nos comprimen y nos embuten dentro de las palabras para que seamos como la historia que quieren contar, con la moralidad que quieren contar».

De hecho, el proceso creativo partió de su interés por investigar en torno a dos personajes mitológicos que han sido narrados desde perspectivas patriarcales y androcéntricas: las brujas y las mujeres de agua. Respecto a las primeras, descubrió que los textos que documentan los procesos judiciales por brujería en Catalunya “fueron escritos a mano por los mismos señores que cogieron a estas mujeres, las torturaron y luego las asesinaron”. “Sí, nos ha llegado su historia, ¿pero a través de qué voz, de qué mirada y literalmente de qué puño? Yo soy optimista, creo que el agua corre, se escapa y no se puede parar todo, que nos llegaron conocimientos, pero había una intención terrible de exterminar maneras de mirar, de hacer, de ser, con un claro sesgo de género”, abunda.

En el caso de las mujeres de agua —similares a las lamiak de la mitología vasca— la leyenda catalana también se cuenta desde la vivencia del hombre que se acerca a un río atraído por unos cantos, encuentra a una bella mujer, se enamora de ella y se casan. “Ella le dice: ‘Nunca digas en alto que soy una mujer de agua’. Viven juntos, tienen hijos, un día el señor se enfada mucho, le dice: ‘Tenías que ser una mujer de agua’, y la mujer de agua desaparece y él nunca la vuelve a ver. Pero no sabemos qué hace la mujer de agua antes de que el señor llegara, no sabemos qué siente, no sabemos adónde va cuando se marcha… Quería imaginar el otro lado. Así empiezo. A medida que voy rascando, abriendo puertas, siguiendo caminitos de ideas, voy construyendo la historia que quiero contar, los personajes y la estructura”, abunda.

También hay una alusión recurrente a eso que no entendemos pero que sí entendemos. ¿Querías hacer un alegato a favor del pensamiento mágico, tan proscrito por el pensamiento occidental patriarcal?
A mí me interesa muchísimo el pensamiento mágico, los cuentos y las historias. Parto de la base de que todo lo que sabemos de la Historia, todo lo que se nos ha intentado vender como La Verdad, en mayúscula, se nos ha ido transmitiendo con mochilas y cargas ideológicas detrás. Todas sabemos que las historias las escriben los que vencen y los libros los escriben los que son publicados, los que tienen la voz, que han sido mayoritariamente hombres. Los cuentos, las canciones y los conocimientos orales están cargados de información valiosa, hay verdades, se pueden oler cosas que la gente ha ido transmitiendo, maneras de pensar, de hablar, maneras de entender el mundo.

Leí tu novela justo después del ensayo Tierra de Mujeres, en el que la escritora y veterinaria de campo María Sánchez critica la preminencia de voces forasteras y reivindica que las mujeres rurales tienen voz. Tú no eres de Camprodon, ¿cómo ha sido tu relación con ese territorio que eliges contar?
Tienes que pensar que yo no solo no soy de esa comarca sino que escribí este libro ¡desde Londres! Es donde vivía en ese momento, pero casi cada mes volvía a Barcelona y pasaba días ahí. Es la zona del Prepirineo más cercana a donde crecí, he ido de excursión, tengo amigos que viven ahí y los padres de mi compañero tienen casa. He hecho mucha investigación sobre el terreno, he pasado ahí temporadas hablando con la gente, he trabado amistad con uno de los hombres que lleva el Museo de la Retirada… Cuando presenté el libro en Camprodón, la gente me preguntó dos cosas: “¿Pero tú de qué casa eres?” y “¿cómo es que te has interesado por este pueblo?”. Mi primera novela estaba situada en el paisaje de mi infancia y adolescencia. Para esta segunda me interesaba moverme, ir a investigar a otro lugar. Me interesaba el ejercicio de imaginar un lugar cubierto por todas las cosas que han pasado ahí, desde hitos históricos (como la retirada de las tropas republicanas) a las pequeñas vivencias del día a día. Lo que estoy haciendo al escribir la novela es hilvanar esas capas, ir arrancándolas, ir entendiéndolas todas a la vez, pero cada una con su propio contexto.

Es un territorio fronterizo…
Es una frontera extraña, complicada, política, porque se cambió. Elegí ese trocito de mundo porque pasaban muchas cosas que me interesaban, como la retirada republicana: aún puedes pasear por esa montaña y arrancar literalmente del suelo una granada o una cantimplora. Y estaba esta cosa de la lengua, de que al otro lado de la frontera siguen hablando catalán, o la fiesta del oso, que es una de las fiestas más antiguas que se conservan, y más salvajes.

«Empezará el movimiento otra vez. El desastre. El siguiente comienzo. El enésimo final. Y vosotros moriréis. Porque no hay nada que dure mucho. Y nadie se acordará del nombre de vuestros hijos».

En el microuniverso que construye Solà hay brujas, mujeres de agua, espíritus en los bosques y en las casas, y hay mucha vida después de la muerte.

En tu libro hay dolor y tragedia pero se imponen la vitalidad y la belleza…
Creo que predomina una energía vital, porque muestra que no es más cruel la muerte que la vida, y que después de la muerte todo sigue adelante. Cuando dejamos de mirar el mundo desde una perspectiva únicamente humana, ciertas cosas que nos parecen muy graves se relativizan. En el primer capítulo se muere un señor al que le cae un rayo en la cabeza, arriba en la montaña, y eso es terrible para ese señor y para su familia. Pero para el resto, para la montaña, para los corzos, para las setas, es muy irrelevante. Dos minutos después de que haya muerto, todo continúa. Creo que este optimismo cruel está muy presente.

¿Sería muy facilón y hortera definir tu novela como realismo mágico catalán?[Ríe] Me encanta y me hace reír. Huyo de las etiquetas, incluso cuando me preguntan si soy escritora o artista. Con el libro alguna gente le pone la etiqueta de nature writing y yo no se la pondría. No le pondría ninguna, vaya, pero el realismo mágico me interesa, me reconozco como lectora. Viene de un contexto determinado y de un momento determinado, por lo que no me la quedaría, pero me interesan mucho desde Gabriel García Márquez y Juan Rulfo hasta Toni Morrison.

Me da pena no haber leído la novela original porque la lengua es un elemento muy central en la identidad del pueblo e imagino que has jugado mucho con el catalán también.
Sí, la lengua forma parte de esa investigación. Cada personaje usa un catalán relativamente distinto. El de las brujas es un catalán muy antiguo y usé muchas frases de los manuscritos. El capítulo de la fiesta del oso está escrito con catalán del Vallespir, que tiene una sonoridad y unas palabras muy diferentes. Pedí a un escritor en catalán con DNI francés, Joan-Lluís Lluís, que me repasase el texto. Cuando hablan personas de Camprodon hay expresiones muy concretas de la zona, camufladas como guiños para sus habitantes. El capítulo de la niña republicana está escrito en castellano, porque me inspiré en un personaje real de Aragón, una niña que se llamaba Alicia, de familia castellanohablante. Me interesaba mucho que hubiera otra lengua precisamernte porque cada lengua es una manera distinta de dar nombre a las cosas y de organizar todos esos nombres para poder contar el mundo. Por eso también hay otro capítulo escrito en verso y otro a base de dibujos, que también son otras maneras de explicar el mundo.

Precisamente te iba a preguntar por el capítulo que incluye poemas. Me resultó desconcertante porque no me quedó claro cuánto había de ironía en las disertaciones y las poesías de Hilari, que incluyen el verso que da título al libro.
Es un personaje al que quiero mucho y al que defendería pero es verdad que lo trato con ironía. Yo no pienso para nada lo que él dice sobre la poesía ni firmaría esos poemas. Fue muy divertido porque me dejé poseer por Hilari para escribirlos. Es un personaje tocado por la desgracia más absoluta, la tragedia de una muerte joven, y yo quería traerle la libertad, la tranquilidad, la relativización de la que hablaba antes. Sobrevive con alegría a su propia muerte habitando esas montañas, como también hacen la palomita (la niña republicana) y las brujas.

«Aprendí a colocarme de forma que su ir y venir me rozase y me encendiera. Mi cuerpo es un buen cuerpo. Un cuerpo que aprende deprisa. Un cuerpo que se acostumbra enseguida y sabe buscar caminos. Y sabía aprovechar las embestidas, cerrar los ojos, concentrarme y atrapar el placer así, tal como venía, pequeñito, flojito, como una gota de agua que se cuela por un agujerito, y batirlo y batirlo y hacerlo crecer, y meterlo en el reguero. Y claro que procuraba yo llevar el placer como un silencio».

Me ha resultado muy interesante cómo abordas la violencia machista y la búsqueda del placer a través del personaje de Sió, la madre de Hilari.
Quería imaginarme un personaje de mujer redondo, con todas las capas, sobre todo en cuanto a su relación con el amor, el sexo y la maternidad. De niña escuché más de una vez a las mujeres mayores expresar que nunca habían disfrutado del sexo, que era una cosa de los hombres, que ellas tenían que hacer, pero de la que nunca habían formado parte. Cuando escribes tienes un gran poder y una gran responsabilidad. [Ríe] Tú eliges lo que les pasa, lo que les das y lo que les quitas. Me interesaba mucho darle esa oportunidad de encontrar el caminito para el disfrute de su propio cuerpo. Tiene un marido guapísimo, pero no sabe quererla o no quiere quererla. Cuando él muere, ella se queda tiraba arriba en la montaña con dos niños: los quiere, pero no quería esa vida y no siempre sabe quererles. A veces me preguntan: “¿Qué personaje eres tú?”. Y yo siempre digo que no podría haber escrito ninguno si no pudiera entenderlos a todos. A Sió quería imaginarla como una mujer contemporánea, como tú o como yo, pero en esa situación de muy poca elección, muy poco margen para la libertad, para el placer y la diversión. Por eso está tan enfadada y tiene derecho a estarlo, a decir: “A mí me engañaron”.

Comentamos lo distinto que se vive el confinamiento lejos de las ciudades, en pueblos como el suyo, en las que no hay ni calles, sino huertos y bosques. Le leo una cita de la socióloga Saskia Saasen en una entrevista en eldiario.es en torno a la crisis de la covid-19: “Quizá los pueblitos que existen por todo el mundo serán los que nos permitan sobrevivir”. María Bastarós cita Canto yo y la montaña baila -y también Tierra de Mujeres– en un artículo en eldiario.es escrito antes de la pandemia, en el que ironiza sobre el éxito del nature writing mientras nos asomamos a una distopía climática: “(…) mientras la España despoblada sigue vaciándose y sus representantes políticos son amenazados por grupos de ultraderecha, los ansiosos ocupantes de impagables zulos urbanos sueñan con una entelequia campestre por la que muy pocos se atreven a optar: bien por inmovilismo, por necesidad de hiperconexión o, simplemente, por la consciencia del desconocimiento que esconde nuestra abstracción romántica de lo rural”.

«No me extraña que la gente aquí arriba sea más buena, más auténtica, más humana, si respiran este aire todos los días. Y beben agua de este río. Y contemplan todos los días la belleza de estas montañas mitológicas, tan hermosas que duele en el alma. (…) Qué pintoresco. Me muero de hambre, y el viejo tuerto me ha tratado fatal, pero me gana la belleza. La vida y la muerte. (…) Qué trágica es la vida aquí arriba».

Solà ironiza sobre esa abstracción romántica a través del monólogo de un dominguero que contempla Camprodon como si fuera una postal al tiempo que demuestra una nula sensibilidad hacia el luto de sus habitantes por la muerte de Hilari. “En realidad no es tanto una crítica a la gente de ciudad que va al campo sino al hecho de viajar sin querer entender cómo afecta nuestra presencia a ese sitio”, matiza la escritora. “Es un problema que pasa en Barcelona todo el día; es una ciudad que no puede absorber todo ese turismo. Y lo hacemos todos cuando viajamos por el mundo, vamos a pasarlo bien y a sacar la foto”.

Confieso que me sentí interpelada, pero me identifiqué también con el relato de la madre lesbiana que decide volver a vivir a Camprodon, del que huyó en cuanto cumplió 18 años, porque “esos pueblos pequeños, raquíticos y vacíos, sin discotecas ni museos que no fueran del puñetero románico” le pesaban “como una losa, como una vaca en brazos”. ¿También en tu caso, como dice ella, la cabra tira al monte?
Sí. Crecí hasta los 18 en un pueblo de 200 habitantes. Al lado de una ciudad de 50.000, a donde iba al colegio y al instituto. A los 18 me marché a Barcelona, luego a Londres, a Nueva York. Yo tenía la sensación de que las historias de verdad pasaban en ciudades grandes, y muy lejos del campo, de la granja de mi padre, que es payés. En Londres podía ir cada tarde a una exposición distinta sin encontrarme a la misma gente. Fui muy feliz. Vivir un tiempo en Islandia me hizo un click, porque ahí se sienten tranquilamente orgullosos de sus paisajes, de sus leyendas, de su folclore. Me di cuenta al marcharme tan lejos y mirar atrás que el sitio del que venía me interesaba. Y que está cubierto de historias que quiero contar, que se pueden contar desde perspectivas feministas, desde miradas críticas. Para entender mejor todo.

 


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