Opiniones de una payasa

Opiniones de una payasa

Virginia Imaz nos cuenta cómo pasó de dedicarse a hacer llorar al público a ser la clown que arranca carcajadas en todo encuentro feminista vasco que se precie. "La payasa me permitía una libertad plena. Había nacido hembra y me habían educado para ser mujer. Pero gracias a la nariz podía reírme en lugar de sufrir con todos aquellos aspectos donde la domesticación no había salido perfecta".

19/11/2010

Virginia ImazDesde que tengo uso de memoria, me veo a mí misma jugando a hacer teatro. Tragedia existencial. Se me daba bien hacer llorar al público. Cuando cumplí 19 años era especialista en melodramas, dentro y fuera de la escena. Entonces hice un curso de clown. Toda una vida de controladora y de mariperfecta dedicada a organizar el mañana sin tregua, entró en crisis. Sufrí con toda mi alma, quiero decir con todo mi ego, aquella primera experiencia con la nariz. Convencida de que el humor era cosa de hombres, si reincidí, fue por la risa, hasta que un día entré en una improvisación como en un trance.

Lo supe después, casi diez años más tarde, gracias a la comprensión de mí misma a la que me abrió el feminismo. El espacio escénico era un espacio público, esto es, históricamente masculino. Yo había nacido mujer pero no dejé que una cuestión tan insignificante me desanimara. Sólo después de varios años de un “travestismo de narices”, dí con una escuela de excepción: Bataclown, que proponía aprender a reírse de sí. Pero ¿qué o quien era yo? Me respondí que yo era una mujer gorda, nacida en Euskal Herria, que trabajaba como profesora y que adoraba la tragedia. Y comencé a reírme de todo esto.

Poder reírme de la circunstancia de ser mujer fue extraordinariamente liberador y toda una provocación social

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Poder reírme con y a conciencia de la circunstancia de ser mujer fue extraordinariamente liberador y toda una provocación, socialmente hablando. De repente me había convertido en feminista. La payasa me permitía una libertad plena. Había nacido hembra y me habían educado para ser mujer. Pero gracias a la nariz podía reírme en lugar de sufrir con todos aquellos aspectos donde la domesticación no había salido perfecta.

Exiliada de mi infancia antes de tiempo por las obligaciones domésticas, hice del juego mi oficio, y del placer y la risa mi credo

(Pre)destinada para ser bella, un delicado objeto de deseo, yo era una mujer, sigo siendo, estéticamente divergente, que tenía sus propios deseos, a menudo inadecuados. Exiliada de mi infancia antes de tiempo por inacabables obligaciones domésticas, hice del juego mi oficio y del placer y la risa mi credo. Entrenada para ser perfecta, fui perfeccionándome en la cantidad, calidad e intención de mis torpezas. Del cautiverio en las esquinas de los patios de recreo de la escuela donde los chicos ocupaban casi todo el espacio todo el tiempo, la nariz me llevo a recorrer el mundo.

Hoy por hoy, todavía, de vez en cuando, me entran tentaciones de ser buena hija, buena madre, buena esposa, buena maestra, buena ciudadana… Me descubro empeñada en cargar con todas las culpas o en tener razón en lugar de ser feliz. Entonces me pongo la nariz y se me pasa.

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