‘Sueños de una escritora en Nueva York’ y las buenas maneras

‘Sueños de una escritora en Nueva York’ y las buenas maneras

"Siempre que veo una película sobre mujeres dirigida por un varón, levanto una ceja", escribe Ana María Manteca Parada, Lamujerverdeverde.

09/06/2021

Margaret Qualley interpreta a Joana Rakoff.

La proyección de Sueños de una escritora en Nueva York inauguró el Festival Internacional de Cine de Berlín en 2020. Dirigida y adaptada al cine por Philippe Falardieu, interpretada por Sigourney Weaver y Margaret Qualley, la cinta está basada en las memorias de la periodista y escritora Joanna Rakoff. La película realiza una versión cinematográfica con un espíritu de respeto hacia el original. Tiene muy presente para ello emular los procesos de la lectura desde los códigos fílmicos, una búsqueda de conexión directa con el pensamiento de los personajes, como una suerte de narración omnisciente. Podríamos decir que, al ver la película, nosparece estar leyendo. Incluso, experimentando el impacto que la lectura produce en otras personas.

El libro nos acerca al año en el que la autora fue la asistente de la agente literaria del mismísimo Salinger, el sacralizado autor de El Guardián entre el centeno. Y desvela un detalle francamente relevante: el lugar que ocupaba la mayoría de las mujeres en el mundo empresarial literario en los Estados Unidos de los años 90.

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El primer capítulo, ‘Todas éramos chicas’, verbaliza que las editoriales y las agencias literarias, la máquina de hacer dinero de los libros, la muy ilustre e insigne institución de la difusión del pensamiento y el conocimiento humano (heredera de la imprenta), se cubrían para su funcionamiento de cientos, de miles de secretarias escondidas tras el rol de asistentes. Un ingente río de mujeres que, en realidad, anhelaba pasar a la orilla contraria de las páginas y las mesas. Todas, autoras en potencia que soñaban con publicar.

 

Joanna Rakoff (Margaret Qualley) era una de aquellas jóvenes promesas. Universitaria, con un postgrado en literatura y la aspiración de convertirse en poeta, se dirige a Nueva York para hacer realidad su sueño. Muy pronto, se dará de bruces con el sistema de discriminación del intelecto de las mujeres dentro de la propia industria literaria. Y verá que no tiene cauces de actuación, se verá limitada a reproducir las palabras de otras personas, a seguir instrucciones y a copiar plantillas. Debe responder a las cartas de los fans de Salinger con una misiva modelo, fría e impersonal, para proteger al autor de su audiencia. Pero Joanna se resiste, trasgrede las normas con audacia, suplanta al verdadero destinatario. Responde a sus fans como si fuera Salinger. Y en ese proceso de desobediencia descubre qué es lo que desea hacer y qué no.

El pensamiento de mujeres feministas y la vaga omnipresencia de Salinger

Si hay algo que se ha tenido en cuenta en la realización de esta obra fílmica ha sido la toma de decisiones alineadas con la coherencia y, en cuestiones de fondo, desde el mismo proceso de adaptación cinematográfica. Como querer plasmar la relación íntima que se produce al leer un libro, ese momento en el que asomarse a otro mundo conlleva un acto de voluntad y confianza, tomar de la mano a alguien desconocido y decirle “sí, voy contigo, te acompaño en este viaje”. O como, al tratarse de unas memorias, contar con la colaboración de la autora para que guiara los diálogos, que resultan sumamente inteligentes, geniales, con consejos de vida inigualables en los labios de la jefa de Joanna (Sigourney Weaver): “No confundir criterio y empatía”. O de la amiga de la protagonista, en forma de pregunta acerca del sentido de la vida de su compañera: “¿Tienes planes?”.

O como pedir a la actriz protagonista que compartiera su punto de vista generacional, su sensibilidad, el impacto de la obra en ella y tenerlo en cuenta en la reescritura de los guiones.

O también permitir que conozcamos referentes literarios femeninos presentes en el libro como fuera de él. Es el caso de Judy Blume, que nutre las lecturas de la adolescencia y niñez de la generación de los años 80 estadounidenses. O el de Rachel Cusk que publica su primera novela a los 26 y que podría considerarse el reflejo del sueño de Joanna hecho realidad. Es muy interesante, porque esta autora liga su producción a lo femenino y a la controversia al mismo tiempo, al publicar obras de no ficción, basadas en su propia vida, sobre el divorcio y la maternidad. Y será este personaje quien pronuncie la palabra patriarcado en 1996 en un almuerzo con sus agentes literarios.

Ellas son las únicas autoras reconocidas a las que veremos las caras. Bueno, y también a Agatha Christie, enmarcada como una isla testimonial sobre la pared en una larga lista de nombres de varón. Casi podríamos decir que esta prolífica escritora pudiera ser algo así como la Rosalía de Castro del sistema educativo de Estados Unidos.

Salinger queda reverenciado, divinizado, laureado dentro del mito del hombre maravilla. No solo es un genio, no solo es un héroe intelectual, también parece ser una gran persona, inspira a la autora, pero no llega a arrebatarle el protagonismo. Se muestra su voz, su espalda, su porche, pero nunca lo veremos con nitidez. Es como un ente misterioso, muy en la línea de la experiencia de la autora. Así que casi podemos decir que esta obra cinematográfica es casi una traducción visual, sin llegar a plagio, con licencias propias que aportan diversión y sensibilidad. Pero donde a veces nos parece que falta algo. Que todo está muy medido. Demasiado.

Vamos a levantar una ceja

Siempre que veo una película sobre mujeres dirigida por un varón, levanto una ceja. La exhaustiva entrevista al director y guionista, Philippe Falardieu, difundida por la distribuidora del filme a los medios, revela que el realizador, por decisión consciente y voluntad propia, resolvió que su próximo proyecto cinematográfico contaría con una protagonista femenina (según él, nunca lo había hecho antes). Entonces pensé, ¿qué hacemos, le damos una medalla? Además, casi todo el equipo del filme está integrado por mujeres. Y es algo bueno, es buenísimo. Pero, lo siento, mi ceja continúa en alto. A pesar de haber enumerado antes todas esas decisiones fundamentales que casi podríamos llamar éticas. ¿Es esto un feminismo regurgitado por el sistema comercial? ¿Es el intento de un creador por cambiar su mirada? ¿Es un mero ejercicio cinematográfico? ¿La película ha sido considerada como un producto para vender a las mujeres? ¿Busca hacer las cosas de manera educada y políticamente correcta? ¿O hay un interés genuino en la propia historia? ¿Estoy siendo malpensada?

No puedo dejar de pensar en la inocencia de Joanna. Es muy sencillo empatizar con el personaje de la joven ingenua que se extralimita. Un estereotipo del cine y la comedia. Recordemos a Amelie o a Goldie Hawn, Margaret Qually lidera una interpretación mucho más controlada, todo hay que decirlo, pero con el mismo rostro efecto Bambi. Quizás más Audrie Hepburn en Desayuno con diamantes. De hecho, la banda sonora de este clásico envuelve el momento del descubrimiento de una joya literaria, como podría ser la primera edición de El guardián entre el centeno en el Hotel Waldorf. Esto es, la apariencia del personaje, su personalidad es muy conveniente para la venta. Los inicios de una buena e inocente chica no molestan a nadie. Pero hemos de reconocer que este espíritu también se encuentra en el libro y conecta muy bien con la experiencia del director de adaptar obras literarias a la gran pantalla.

No estoy diciendo que la obra, tanto fílmica como literaria, no sean feministas. Solo digo que están salpimentadas y empaquetadas convenientemente para su venta. Que son muy educadas. Y que esto se contrapone con ese espíritu feminista que aparenta querer honrar. Y al final, el intento se resume en meros trazos de maquillaje superficial al que se le podría haber sacado muchísimo más jugo. Como a la relación personal y profesional con la jefa de Joanna, Margaret, interpretada por una enorme Sigourney Weaver.

Fotograma de ‘Sueños de una escritora en Nueva York’.

La jefa y el aprendizaje de la madurez

Se plantea como siempre en las películas estadounidenses (esta es una coproducción, pero está confeccionada bajo este gusto) la idea de la competitividad entre mujeres. Sobre todo, de diferentes edades. Es una relación que podría verse desproporcionada en un primer momento. La divina, reconocida y despiadada jefaza ante la joven e inexperta novata. Pero no es así. Primero, porque el personaje protagónico, a pesar de ser una chica de buena familia, juega en la primera línea de la valentía. Se ha ido a Nueva York sin avisar a nadie, ni a sus padres ni a su novio, para intentar darse una oportunidad a sí misma. Eso requiere un alto nivel de compromiso con sus aspiraciones. Se da, en suma, un proceso de intercambio y aprendizaje mutuo. Ambas deben llegar a entenderse humanamente, la una a la otra, desde los reducidos espacios que le permiten sus roles.

Valorar a una mujer mayor, áspera, pero sabia, puede ser un reto desde la mirada patriarcal. Considerar que está anticuada y sin nada más que decir es una enorme tentación. Pero siempre hay una mujer más valiente o desesperada. Por desgracia, todas las figuras femeninas están en conflicto, en especial las de diferente edad. Incluso las amigas. Las masculinas, por lo menos en el filme, son figuras amigables, acariciadoras, inspiradoras y están sublimadas. Excepto el novio socialista, qué casualidad. Del que podríamos decir que es un maltratador psicológico al que le gusta sentirse superior y que para ello necesita socavar la autoestima de sus parejas. Una especie de cuñado un poco bocachancla. Y del exnovio, como no quiero haceros spoilers, no os diré nada, pero también tiene unas líneas. El resto, incluso el exnovio, pertenecen al mito de los hombres maravilla que idealizamos. En contraposición, están las mujeres, que luchan entre ellas. Pero que se reencuentran, aunque sea solo brevemente. Solo podemos decir que es una brevedad cargada de un maravilloso poder interpretativo, transparencia y generosidad por parte de la increíble Sigourney Weaver.

Lo visual y lo conceptual

Las escenas son extremadamente limpias, no dejan nada al azar. Cada pequeño detalle tiene un significado. Los planos centrados y simétricos son muy abundantes, sobre todo con personajes. Resultan un guiño a una cámara subjetiva, por un lado y, por otro, un recurso para esa narración omnisciente, típicamente literaria, donde entramos en la mente de los personajes, de la que el cine no es ajeno en absoluto. Esta composición fotográfica genera una sensación satisfactoria de tranquilidad, de equilibrio y perfección. Porque en Mi año con Salinger, nada desagrada y todo es muy educado.

 


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