Erika Irusta: “¿Quién carajo no tiene problemas con la feminidad?”

Erika Irusta: “¿Quién carajo no tiene problemas con la feminidad?”

‘Yo menstrúo’ es la cara. ‘Yo monstruo’, la cruz. Así son la portada y contraportada del nuevo libro de la pedagoga menstrual Erika Irusta en el que invita a aprender de los cuerpos -y de los coños- de cada una y a entender que la menstruación es un arma política.

19/12/2018
Fotógrafo: Ismael Llopis

Fotógrafo: Ismael Llopis

Decía Kafka que “un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”. O de sangre. Erika Irusta (Bilbao, 1983) elabora un manifiesto titulado Yo menstrúo a favor de la sororidad menstrual y de su reconocimiento como un acto político y no solo fisiológico. La pedagoga menstrual lanza, en su libro, una denuncia clara hacia la voluntad de la medicina clínica por dominar los cuerpos que escapan a la norma y también muchas preguntas.

Si los hombres menstruaran, como escribía Gloria Steinem en 1978, “la menstruación se convertiría en una realidad masculina envidiable y digna de alarde. Los hombres se jactarían de lo largo y copiosos que serían sus periodos”. En Yo menstrúo incluyes este texto. Si ellos menstruasen, habría hasta un Instituto Nacional para la Dismenorrea pagado con dinero público.

Fue un texto que en su momento me voló la cabeza e hizo que reorientara el sentido de mi investigación. Nunca se había hecho este ejercicio de ficción. El problema no es la menstruación, no es el hecho fisiológico en sí. El problema es quién menstrua en esta sociedad. También me da mucha angustia pensar que ha pasado un montón de tiempo desde 1978 y que todavía no lo hemos pillado. Es como si Gloria Steinem hubiera predicado en el desierto.

Que la menstruación sigue siendo un tabú es obvio. Pero creo que este libro va un paso más allá, como si fuera una declaración de guerra abierta. ¿De dónde nace Yo menstrúo?
De alguna forma, es todo lo que Diario de un cuerpo (Catedral, 2016) no pudo ser por circunstancias personales. Tengo un respeto muy grande por la escritura y los libros, y necesito que todo lo que escribo, de alguna forma, no contamine las estanterías. Quería sacar algo que fuera útil y que pudiera servir. Me costó un ovario y medio saber qué era exactamente lo que quería decir hasta que al final lo encontré, y era un manifiesto, un grito. Empiezo con esa frase de Kafka porque buscaba hacer algo que nos pudiera abrir la cabeza, mirar hacia el lugar en el que nunca nos paramos a mirar. Hablo de dónde vienen los mitos, de cómo vivimos la menstruación en esta sociedad.  Me apetece mucho que sea un libro que genere preguntas, incluso aquellas que pensábamos que no nos teníamos que hacer.

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En lugares como Brasil al proceso de menstruar se le llama lunar. Dicen “estoy lunando”.
Lo que me gusta es que cada una de las personas menstruantes pueda nombrarla de una manera que la identifique. Me obsesiona mucho el lenguaje y generar vías para nombrarnos, y de ahí nació el concepto de coñoescritura. En mi caso, hace mucho que he desligado la menstruación de la luna porque a veces cae en un terreno que tiene que ver con cierta espiritualidad. A mí no me nombra pero me parece genial utilizar esa frase, “estoy lunando”, en lugar de “estoy menstruando”. Me gusta decir “estoy monstruando” porque introduce el concepto del monstruo, de lo abyecto, de lo mutante. Menstruar sigue sonando un tanto fisiológico, clínico.

Hablando de la coñoescritura, ¿cuánto nos queda por aprender de nuestros coños? Y de los coños de las que nos rodean
Tenemos muchísimo que aprender del cuerpo de cada una. Con y sin coño, porque una no necesita tener un coño para ser una mujer. Lo que sí necesitamos es conocer la otredad. La obsesión de mi trabajo es la de generar espacios en los que hablemos de la experiencia menstrual más allá de la clínica y que hablemos de nuestros cuerpos más allá de la clínica. Cuando hablamos de nuestros coños tendemos a la medicalización porque es así como nos lo han explicado. Tenemos mucho por conocer pero también por reconocer, sabemos mucho más de lo que creemos, y no nos han permitido validar nuestra experiencia porque los “verificadores de la verdad” son personas e instituciones ajenas a nosotras.

“La sociedad desoye los cuerpos, especialmente el femenino”, dices. ¿El cuerpo siempre tiene la razón?
No creo ni que sí ni que no. Todo es mucho más híbrido. Cuando hablamos del cuerpo lo unimos al concepto de la naturaleza, cuando en realidad la naturaleza no existe: es una creación cultural. El homo sapiens es sapiens porque es capaz de crear ficciones. A mí me asusta mucho eso de ‘el cuerpo es sabio’ porque este cuerpo sabe muchas cosas pero está atravesado totalmente por la cultura; interacciona, da respuestas al entorno y se ve afectado por este también. ¿El cuerpo sabe más que qué? ¿Que la mente? La mente es cuerpo. Vivimos en una cultura dicotómica: siempre estamos separando. Nadie te puede decir: “Este problema físico es por un quiebro emocional”. ¡Claro! ¿Quién no está quebrada emocionalmente? O que te digan: “Tienes problemas con la feminidad”. ¿Quién carajo no tiene problemas con la feminidad en una sociedad que nos castiga con la norma de la feminidad que ha creado? Sabio, incluso, es una palabra que ponemos con la mente. El cuerpo sabe y necesita que se respeten sus procesos. Dentro del ámbito clínico se ha abordado el cuerpo como algo que tiene que ser dominado. Especialmente, el femenino, porque es la otredad y se escapa del cuerpo normal o normativo.

Portada de 'Yo menstrúo. Un manifiesto' de Erika Irusta

Portada de ‘Yo menstrúo. Un manifiesto’ de Erika Irusta

Me gusta mucho esa frase tuya de que “todas nos parecemos mucho en las heridas”. Es algo que también hemos aprendido con el feminismo. Esas heridas comunes y compartidas,  ¿son argumentos para la sororidad? Por ejemplo, la que se crea en la comunidad virtual que habéis montado, Soy1soy4

Hubo un día, mientras escribía Diario de un cuerpo, que estaba hecha mierda. Salí a la terraza y miraba a la gente pasar. Pasó de repente una mujer así muy pijilla con un gesto muy triste, estaba muy rota. Entonces, algo me hizo click, y pensé: es la herida la que nos une. Tanto las heridas simbólica como las reales que nos hacen el cuerpo vulnerable. Esta herida une. Siempre he intentando, en mi trabajo, mantener la cicatriz de mi herida abierta para poder trabajar desde ahí. Y sí, en la comunidad Soy1soy4 es una pasada. Cada una somos de un sitio distinto, venimos de madres diferentes, de pensamientos diversos, pero mantenemos un objetivo común. Somos como calcos.

¿Por qué menstruación y dolor nos parecen sinónimos?
Menstruar no debería doler, pero duele. Lo importante es saber que la menstruación que duele se llama dismenorrea. Menstruación no es sinónimo de dolor. El problema de seguir relacionándolo es que no se hacen diagnósticos, ni investigaciones, ni tratamientos adecuados para saber qué pasa en nuestros cuerpos. Si duele hay que investigar qué está pasando. Es algo que debemos pedirle a la práctica clínica. También hay ciertas prácticas sociales y políticas que hacen que tengamos una experiencia menstrual del horror. El problema no es la menstruación, no es el hecho fisiológico. El problema es quién menstrua en esta sociedad.

Siempre hablas de lo importante que es conocer nuestro ciclo para organizar nuestra vida alrededor de él; de tener en cuenta la química de cada fase para guardar cada cosa para su hormona. ¿En qué mundo sería factible adaptar la vida a las necesidades de nuestro ciclo?

La parte teórica de mi trabajo se centra en algo que me encantaría poder decir: “Perdona, pero voy a ajustar el ritmo de mi vida a cómo funciono yo, así que, querido Gregoriano, métete tu calendario por donde quieras”. En la parte de la práctica, hay que tener muy en cuenta los privilegios. Cuando creamos la comunidad Soy1soy4 en 2015 sabíamos que tenía que ser un entorno seguro donde hubiera soporte y cuidados. Mi ideal educativo es que cada persona de la comunidad genere sus propios nodos y que eso se pueda aplicar en la vida diaria. Si tú en tu trabajo te encuentras a una aliada, la cosa cambia. Si un día estás cansada o te encuentras mal, es genial que pudiera cubrirte. El autocuidado se ha convertido en un bien de consumo disponible solo para unas cuantas y mi apuesta es por el cuidado colectivo. Por la creación de una red de cuidados que sea política, y no estoy hablando de una red de cuidados de lo femenino basada en el sacrificio. Organizarse la vida en función al ciclo es un utópico teórico pero existen maneras de no vivir tan jodidas, de crear brechas, espacios de fuga. Una especie de sororidad menstrual.

¿Estás a favor de los permisos de tres días para mujeres menstruantes que están dando algunas empresas de Japón?
Esto sigue apestando a misoginia y sigue siendo un parche. Me propones que, o bien vaya al trabajo con dolores, o bien que me quede en casa y pueda perder mi puesto. A nadie se le ocurre que sería mejor opción empezar a investigar sobre la dismenorrea. Ese es el problema que surge cuando no analizamos la experiencia menstrual como un hecho cultural, político y social. Al final parece que es el cuerpo de la persona menstruante el que tiene el problema, y no la sociedad. Si además sumamos a los cuerpos las categorias de raza o de clase todo se pone más complicado. La menstruación y el cuerpo menstruante siempre se han utilizado como un arma política para sacarnos de casa o para dejarnos allí. La menstruación es política.

¿Qué opinas de esas mujeres con altos cargos de responsabilidad política que han rechazado sus bajas por maternidad y se han incorporado a sus puestos de trabajo apenas diez días después de dar a luz? ¿Cómo influye esto en el imaginario político social de las maternidades y las responsabilidades laborales?
Creo que poner sobre una persona toda la responsabilidad de un imaginario es irresponsable y cruel. Yo no tengo los ovarios para evaluar lo que hace una mujer a título personal. Ser mujer en cualquier esfera es complicado, mucho más en la política. No me voy a meter en cómo se gana el pan de cada una o en cuáles son sus aspiraciones laborales,  pero sí es cierto que todas estamos movidas por la supervivencia. Hemos asumido muy bien el asimilacionismo como una forma de supervivencia. Esto es el equipararnos a lo masculino normativo: si haces lo que ellos hacen, tendrás más posibilidades de mantenerte ahí. Todo esto tiene mucho que ver con la injusticia que nos gobierna a todas, que es tener que elegir. Si un hombre hace lo mismo, nadie le dirá que está traicionando a su género; es algo que ni siquiera se plantea.

¿Cómo es posible que la píldora lo cure todo? La recomiendan si tienes dismenorrea, ovarios poliquísticos, acné, ciclos irregulares, o si no quieres quedarte embarazada. ¿Cómo es posible que no exista nada en la ginecología moderna más  allá de la píldora?
La píldora es una herramienta que muestra el enfoque misógino que tenemos hacia el cuerpo menstruante. Nunca la medicina le quitaría a un hombre cis la testosterona solo porque no quisiera, en ese momento, reproducirse, ser padre. Nuestra bioquímica se entiende como algo prescindible porque seguimos enfocándolo solo desde el prisma reproductivista, como si la mujer cis, culturalmente, fuera un contenedor reproductivo. Cuando un crío tiene su primera polución nocturna nadie le dice: “Cuidado, que ahora puedes ser papá”. La píldora es una herramienta de castración química que inhibe la ovulación y te impide tener tu desarrollo bioquímico. Se toma tan alegremente porque hemos asumido que nuestro cuerpo no necesita ese proceso químico. En el siglo XIX se castraba de manera física y ahora lo hacen de manera química: nadie se quita los ovarios, solo interrumpe la conexión ovarios-hipófisis. Nos hemos creído todos los cuentos misóginos que nos dicen que no necesitamos las hormonas. Todo esto tiene consecuencias en cuanto a salud mental, por ejemplo. Hay estudios que relacionan la tasa de suicidios con la ingesta de píldoras, sobre todo en adolescentes, y otros que la relacionan con la depresión. Los médicos te responden que las mujeres, antes o después, acabamos teniendo depresión. También tiene consecuencias para la salud física: incremento de cáncer de mama, trombosis, etc.

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