Nada que curar: resistencias desde Colombia a las “terapias” de conversión
El Congreso colombiano ha tumbado el proyecto de ley Inconvertibles, que buscaba prohibir lo conocido en el país como Esfuerzos para Cambiar la Orientación Sexual e Identidad de Género. Una de cada cinco personas LGTBIQ+ en el país las ha sufrido.
Xiomy Díaz, activista y superviviente a terapias de conversión. / Foto: Juan Amarú Rodríguez
“Necesito un exorcismo”. Esa fue la primera idea que cruzó por la mente de Xiomy Díaz cuando sintió atracción por otra mujer por primera vez, convencida de que era un grave pecado. Ella es una publicista de Bogotá (Colombia) de 32 años, que creció en una familia evangélica y desde pequeña sintió la Iglesia como un refugio y un lugar al que pertenecer. Sin embargo, todo cambió cuando se identificó como lesbiana. “En la Iglesia nos decían que los pecados, especialmente los sexuales, eran causados por un demonio que ellos te sacaban a través de una liberación, y esa era la forma de cambiar mi orientación sexual”, relata.
Cuando su historia salió a la luz, el lugar que había sido su espacio seguro se convirtió en una amenaza. En un intento desesperado por mantener su lugar en la Iglesia y conservar a su familia y amigas, buscó ayuda en un grupo llamado Romanos VI, donde le prometieron que “corregirían” su orientación sexual. En realidad, se trataba de una ECOSIEG (Esfuerzos para Cambiar la Orientación Sexual e Identidad de Género), también conocidas como “terapias” de conversión, a las que se somete a una de cada cinco personas LGTBIQ+ en Colombia.
La OPS (Organización Panamericana de la Salud) ya advirtió en 2012 que estas prácticas “amenazan el bienestar de las personas”. A pesar de esto, solo 16 países del mundo tienen regulaciones nacionales para prohibirlas. En Colombia, hace dos semanas, el Congreso tumbó el proyecto de ley Inconvertibles, que buscaba prohibirlas. Una oportunidad histórica perdida que cayó como un jarro de agua fría para el activismo y una prueba palpable del poder político que la Iglesia mantiene en el país.
En Romanos VI, un grupo que sigue operando en el país, Xiomy Díaz pasó dos años sometida a torturas psicológicas. Allí intentaban “curar” la homosexualidad mediante oraciones, discursos de pastores y coaching, donde revivían traumas infantiles. Además, la instaban a autolesionarse y a evitar cualquier contacto con personas homosexuales. “Cuando llegas, te insisten en que tienes una enfermedad llamada AMS (Atracción al Mismo Sexo) y que debes curarte. Indagan en tus traumas infantiles, como abusos sexuales, en busca del origen de tu homosexualidad”, explica.
“Te decían que, cada vez que vieras a alguien de tu mismo sexo que te gustara, te golpearas y te hicieras una herida”
Poco a poco, empezó a identificar estas experiencias con la tortura física y psicológica: “Te decían que te amarraras a la cama para no salir y no buscar a nadie con quien tener sexo casual. También te decían que, cada vez que vieras a alguien de tu mismo sexo que te gustara, te golpearas y te hicieras una herida”, detalla la activista.
La dinámica semanal era clara: cuando llegaban, tenían que sacar una tarjeta de un color verde, rojo o amarillo, en función de si había incumplido las reglas o no. “Yo muchas veces optaba por mentir”, admite. Y es que en este mismo grupo Díaz se enamoró de otra mujer. “En el lugar en el que supuestamente me iba a curar tuve mi primera experiencia lésbica”, dice con ironía.
Más allá del dolor físico, Díaz destaca la “tortura psicológica” y “frustración total” que le provocaba acudir a este espacio. “Sales pensando que eres lo peor porque eres homosexual y encima te revuelven los traumas infantiles y te sientes mal también por no haber tenido un padre presente o cualquier cosa que te haya pasado en la infancia”, afirma.
Una iglesia inclusiva
Esta publicista recuerda un momento decisivo cuando sufrió un ataque de ansiedad tan grave que se desmayó. En ese momento, su amor propio y la preocupación por su salud empezaron a pesar más que la necesidad de aceptación por parte de la Iglesia. “Recuerdo preferir morir a seguir pecando de esa manera”, relata.
Fue entonces cuando su madre le mostró su apoyo, un momento crucial en su proceso de aceptación personal. Ahí decidió abandonar la Iglesia y empezar una nueva vida. Pero seguía sintiendo que le faltaba algo: “Para mí la espiritualidad seguía siendo importante y en muchos momentos extrañaba la Iglesia pero me daba mucho miedo salir herida”, explica. Afortunadamente, conoció a Fabio Meneses, quien había sobrevivido también a una “terapia” de conversión y mantenía una relación con el primer pastor abiertamente gay de una Iglesia Metodista en América Latina. “Ver que publicaba en sus redes cosas religiosas siendo abiertamente gay me impactó mucho”, destaca.
Esta Iglesia Metodista formada en gran parte por disidencias sexuales y de género y supervivientes de los ECOSIEG se convirtió en un refugio que le permitió recuperar su fe. “Es un lugar pequeño en el que hay mucho amor entre personas que hemos sufrido tanto rechazo…”, celebra. Después de tanto sufrimiento, Díaz se siente segura y orgullosa de sí misma: “Hoy entiendo que no tengo nada que curar porque amar a una mujer no me hace estar enferma, pero la obsesión de quienes defienden estas torturas si resulta enfermiza”.
“Me culparon del cáncer de mi padre por ser gay”
Sergio Chacón creció en una familia cristiana en Boyacá, una región predominantemente rural de Colombia. Tiene una expresión muy sonriente y contando su historia transmite dolor pero sobre todo resiliencia y pasión por cambiar las cosas. Desde Parques de los Ríos, un parque en el corazón de Medellín, cuenta junto a su novio sus orígenes. “Desde pequeño, mi madre, una maestra en la educación pública, me inculcó la importancia de defender los derechos y me llevó a mis primeras marchas”, describe. La Iglesia también jugó un papel crucial en su vida, ayudándolo a superar el bullying que sufrió en el colegio. Con el tiempo, al igual que Díaz, se volvió un infierno al admitir que le gustaban los hombres.
“Solo podía ir a la iglesia y a mi casa, no podía relacionarme con nadie más, ni practicar deporte ni hablar con nadie de lo que me estaban haciendo”
“Crecí pensando que eso estaba mal y que era pecado, que era lo peor que le podía pasar a una persona. Solo me repetía ‘Dios no me quiere’, ‘Dios me odia’, ‘Dios me rechaza’”, puntualiza. Esta autoaceptación le llevó años y, durante ese tiempo, el sentimiento de culpa y vergüenza fue constante.
A diferencia de Xiomy Díaz, Chacón nunca confió en la efectividad de las “terapias” de conversión y sabía que su orientación no iba a cambiar. Pero la presión y el miedo al rechazo familiar y social lo llevaron a aceptar someterse a ellas. La Iglesia en la que estaba involucrado, que prefiere no dar su nombre, opera con una estructura estratégica descentralizada, utilizando pequeñas sedes y cambiando habitualmente de nombre para limitar la visibilidad y evitar que se descubra que las “teoterapias” que dicen impartir no están reguladas y son extremadamente dañinas.
Lo primero que le dijeron es que se olvidara de cualquier tipo de activismo político. “Una forma más de violencia política”, subraya. Después llegó el ayuno. Le obligaban a estar entre cinco y siete días sin comer para “recibir el alimento espiritual” y así dejar de ser homosexual. “Ellos te dicen que no te obligan y, aunque no me pusieron una pistola en la cabeza, sí me decían que si comía seguiría siendo gay y que si les desobedecía se lo dirían a mis padres”, critica. Las vigilias también eran parte del proceso. Chacón pasaba noches enteras sin dormir, rezando en un cuarto oscuro conocido como el oratorio. “Me tumbaban al piso [en el suelo] y me llenaban de aceite el cuerpo y me dejaban solo durante una hora para ‘limpiarme el pecado’ de ser homosexual”, cuenta. El aislamiento social era habitual. “Solo podía ir a la iglesia y a mi casa, no podía relacionarme con nadie más, ni practicar deporte ni hablar con nadie de lo que me estaban haciendo”, lamenta.
“No quiero que ningún ser humano pase por lo que yo pasé. Nadie debe sentirse miserable por amar a quien quiera”
La situación se volvió insostenible cuando su padre fue diagnosticado con cáncer. La Iglesia le culpó por la enfermedad, diciendo que era un castigo por su homosexualidad. “Me dijeron que si mi padre no salía de la operación, sería por mi culpa, y que si no prometía dejar de ser homosexual, se moriría”, recuerda. Esta experiencia fue devastadora, pero también fue el catalizador para su decisión de abandonar la Iglesia.
Ahora Chacón es un referente LGTBIQ+ de Medellín, además de un activista por la construcción de la paz, la defensa de la educación pública y la juventud. Su prioridad es acabar con la violencia que él mismo sufrió durante años. “No quiero que ningún ser humano pase por lo que yo pasé. Nadie debe sentirse miserable por amar a quien quiera”, sentencia. Un camino que no ha sido fácil pero que hoy se ve más bonito. “Gracias a mucho esfuerzo y terapia hoy mis papás me aceptan, tengo novio y ahora vivimos juntos”, celebra.
Un 76% más de probabilidades de suicidio
Andrés Lasso, psicólogo colombiano y doctorando en la UCM (Universidad Complutense de Madrid), investiga cómo las terapias de conversión afectan a las personas LGTBIQA+ a escala mundial. Su investigación documenta que estas prácticas, ya sea en contextos religiosos, educativos, o entornos médicos y psicológicos, conllevan trastornos del estado del ánimo como ansiedad y depresión. “Son experiencias que atentan contra la dignidad humana que pueden generar trastorno del estrés post-traumático”, asegura.
Añade que la investigación en Psicología “documenta de forma sólida la relación entre las ECOSIEG y el aumento del suicidio en todas sus dimensiones”. Y así lo confirman los datos. Las personas LGTBIQA+ que fueron sometidas a “terapias” de conversión tienen un 76 por ciento más de probabilidades de intentar suicidarse en comparación con aquellas que no fueron sometidas a estas prácticas, según datos del Instituto Williams de la Escuela de Derecho de UCLA (University of California).
El contexto en el que tienen lugar estas terapias también afecta, según explica el experto. “Si se da en un contexto educativo puede implicar la pérdida del acceso a un derecho fundamental como es la educación. Si es un contexto sanitario, puede que no quieras volver al médico y se vea vulnerado tu derecho a la salud. En un contexto familiar, generalmente en la adolescencia, es muy difícil salir de casa sin tener recursos”, argumenta.
Lasso defiende la eficacia de las terapias con perspectiva LGTBIQ+ para sanar el impacto de los ECOSIEG. “Hay tratamientos basados en la evidencia para tratar a las personas que presentan estas problemáticas. Sí es posible que las personas puedan recuperar la confianza en las otras personas, sentirse a gusto con su identidad e incluso reconectar con la espiritualidad porque si se hace en un contexto espiritual se rompe mucho y es una dimensión importante en las personas”, recalca. Reconoce también que existen barreras significativas para acceder a estos tratamientos. “En Colombia, ir a terapia es un privilegio, y en el sistema público no hay suficientes profesionales especializados”, apunta. Asimismo, asegura que los entornos médicos frecuentemente perpetúan violencias y estereotipos hacia mujeres y personas LGBTIQA+. “Muchas veces hay presunción de VIH, promiscuidad y adicciones, entre otros estereotipos”, concluye.
Inconvertibles
La lucha contra los ECOSIEG en Colombia viene de lejos. En el año 2021 una investigación en la revista Volcánicas sacó a la luz testimonios de supervivientes y voces expertas que proponían formas de poner fin a esta tortura. A esto se sumó el lanzamiento de una campaña online que logró cerca de 50.000 firmas en la que pedían al Gobierno de Colombia su prohibición en todo el país.
En mayo de 2022 el primer congresista abiertamente homosexual en el país, Mauricio Toro, presentó el proyecto de ley Incovertibles pero no llegó a aprobarse. La congresista Carolina Giraldo recogió su testigo en noviembre de ese mismo año y volvió a presentarlo, pero el proyecto se hundió hace dos semanas por falta de tiempo para debatirlo en los plazos establecidos. “Creemos que si hubiéramos tenido la discusión probablemente si se habrían tenido los votos suficientes. La verdad es que hubo toda una estrategia para dilatar”, criticó Giraldo al conocer la noticia.
La congresista subraya la gravedad de la situación: “Queda claro que hay personas que solo reconocen la existencia de hombres y mujeres heterosexuales. Al negar la existencia de la comunidad LGTBIQ+, también están negando todos sus derechos”.
Aunque el camino hacia la erradicación total de las terapias de conversión aún es largo, los avances y la energía del activismo del país demuestran que el cambio es posible. Con determinación, Giraldo ha dejado claro que la lucha solo acaba de empezar. “Volveremos a insistir, llegaremos a acuerdos y tendremos una versión mucho mejor para el 20 de julio, cuando arranca la nueva legislatura. Existe una movilización hermosa acompañando este proceso, redes de sobrevivientes que nos impulsan a no desfallecer y seguiremos adelante. Sabemos qué aún queda mucho por hacer”, concluye.