“Occidente solo ha salvado de nuestras culturas lo que considera culto y snob”
Juventud asiática y asiáticodescendiente explica con qué referentes culturales crecieron fuera y dentro de sus familias en la poco diversa España de los años 90 y 2000.
A veces, como joven asiáticodescendiente en España, me inunda la “nostalgia milenial”. Quise tener un Tamagotchi, mandaba zumbidos en el Messenger, intenté más de una vez hacer el mejunje Art Attack, veía anime en VCD que mi hermano traía de China, y que aún no habían llegado a España, y hojeaba la novela que él siempre estaba leyendo, El romance de los tres reinos, sin apenas entender nada. Pero la nostalgia no hace que idealice esa época. La infancia y la juventud de familias asiáticas hemos crecido con una enorme falta de referentes en los “productos culturales” españoles (ya fueran series, películas, libros, etcétera). El programa Cuentos chinos de Mediaset, ya cancelado, o el inesperado regreso de El castillo de Takeshi (que en los años 90, en España, se llamó Humor amarillo), de la mano de la productora de La Resistencia para Amazon Prime, me han desbloqueado esos recuerdos: lo incómoda que me ponían las racistadas hacia Apu en Los Simpson o que tuve una cuenta de Tuenti falsa que ocultaba mi identidad china.
He preguntado a jóvenes de origen asiático que han crecido en España en los años 90 y los 2000 sobre sus referentes culturales. Muchos pertenecen a sus espacios privados y familiares, pues las narrativas de la España mainstream nunca nos han reflejado. Hemos crecido sin sentirnos identificadas con productos culturales poco diversos, donde nuestras familias y nosotras mismas éramos representadas de manera unidimensional y sin agencia en el mejor de los casos; por medio de yellowfacing en el peor; y asociadas a la mafia, a la criminalidad y a la suciedad habitualmente. Pero las nuevas generaciones de artistas y gestores culturales, en este proceso de tomar conciencia de cómo el racismo y la supremacía blanca impregnan la cultura y todas las estructuras sociales, estamos reivindicando también la cultura pop de nuestros lugares de origen.
Kim Hernández, realizadora audiovisual barcelonesa de origen filipino
Me acuerdo de que, en casa, primero veíamos una telenovela en el canal Nova, después, la telenovela argentina Patito feo, y por último, la tele de Filipinas online. Aún no era la época de Netflix y HBO, pero mi madre ya veía series en el móvil. Quizá, al ser la filipina una cultura muy diaspórica, hay más acceso a determinado contenido. Mi madre nos ponía principalmente tres programas de Filipinas: uno era May Bukas Pa, sobre un niño huérfano con el poder de hablar con Dios; otro era el programa infantil Goin’ Bulilit; y el tercero, el programa de variedades It’s Showtime. Así, aprendíamos tagalo, pues en casa hablábamos castellano y puntualmente catalán. Pero creciendo aquí, lo que más veía era Club Super3, con dibujos como Detectiu Conan, y Disney Channel. Me gustaba mucho That´s so Raven: no había muchas personas racializadas en la tele pero Raven era una tía superguay y divertidísima y, de algún modo, funcionó como espejo. También me identificaba con personas blancas por otras razones, por ejemplo, los “daddy issues” de Meredith en Anatomía de Grey o de la protagonista de Girl meets world. Al final, vas cogiendo partes de x personajes, que apelan a distintas partes de tu identidad, para conformar tu collage de referentes. Yo no soy un hombre calvo musculado como Dave Bautista, pero cuando mis amigas de clase comentaban WWE, era guay mencionar que es medio filipino. Es cierto que Hailey Kiyoko, que aparecía en Los magos de Waverly Place, fue mi personalidad durante un tiempo: rebelde, que toca la guitarra, queer, asiática…. No sabía si estaba enamorada o si quería ser ella. Cuando me junto con mis primos, nuestro momento nostálgico es en el karaoke. En nuestra cultura es un ritual muy importante, que encima no tiene la típica seriedad de los rituales. Ponemos las canciones en tagalo que nos sabemos, por ejemplo, las de Aegis. Tenemos nuestro propio entendimiento de nuestra propia cultura y durante nuestro crecimiento vivimos la mezcla de manera muy natural. Sobre referencias más actuales, me gustó bastante The Half of It, un “coming-of-age” sobre una adolescente lesbiana. Heartstopper es muy cuqui, y Sense8, aunque tenga cosas problemáticas, me encantó lo interconectados que están los personajes y lo diversos que son. ¡Y la actriz Dolly de Leon en El triángulo de la tristeza es una verdadera reina!
Alicia Shahrzad Fernández-Arias Yazdpouri, estudiante de Medicina madrileña de madre iraní
Mi madre nunca ha entendido el humor de series españolas tipo Aquí no hay quien viva o Aída; o Paquita Salas, por mencionar algo más reciente, que contiene demasiadas referencias a los años 80 y 90 españoles que mi madre no comparte. Además, ella no migró a España directamente desde Irán, sino desde Suecia, donde vivió desde los 13 años. No sé si rechazó algo la parte iraní porque quería quedarse con la europea, pero con su familia siempre ha hablado farsi y, como la comunidad iraní en Suecia es grande, todas sus amigas eran iraníes. Curiosamente, nos ponía música de Abba, pero no iraní. Además, por las propias características del régimen iraní, lo “pop” no estaba tan extendido y, al migrar, ella no tenía el acceso que quizá hoy, gracias a la tecnología, sí tenemos. Por otro lado, el bum de Persépolis en mi casa fue algo importante, pero yo era pequeña y no lo recuerdo tan bien. Vimos la peli, compramos la novela gráfica… y a partir de ellas, mi madre recordaba esa época: cómo miraba a través de la ventana las barricadas en la calle, por ejemplo, pues ella estaba en Teherán en el momento de la Revolución. Pero es una parte de mi historia familiar que siempre ha estado algo oculta… ¡menos en el área de la comida! Ahí es donde mi madre más ha expresado su propia cultura y me la ha transmitido. De hecho, hasta los 16 años, no sabía cocinar otro tipo de arroz que no fuera el basmati, de grano largo. Mi madre lo compraba en grandes cantidades en Mr. Kabab, un restaurante en Madrid cuyo dueño vende productos persas (“¡el del Carrefour es terrible!”, decía ella). Además, en las ocasiones especiales, vamos allí a comer soltani, un plato que viene con brochetas de varios tipos de carne que hay que marinar durante bastante tiempo y hacerlas a la brasa. También lleva verduras asadas, arroz con azafrán… ¡es espectacular! Y aunque a mi madre no le gusta, a mi padre le encanta pedir una yema cruda, separada de la clara, para que se cuaje en el arroz.
Para mí, la cúrcuma, la cebolla y el azafrán son sabores básicos. Me saben a casa.
Veo con optimismo que las futuras generaciones tengan algunos referentes asiáticos en los que reflejarse
三浦真理亜 (María Miura-Pareja), artista plástica madrileña de padre japonés
Durante mi infancia, tuve muchos referentes culturales en casa. El referente estrella, sin duda, era la comida de mi padre. Además, nuestra casa estaba decorada con muchos elementos de decoración japonesa, y mi padre nos enseñaba bastantes cosas sobre nuestra cultura, como origami, o los juguetes como el kendama, la peonza koma, etcétera. También recuerdo con mucho cariño los libros infantiles japoneses que había en casa. En especial はじめてのおつかい、que es la historia de una niña que va a hacer su primer recado. Entonces no podía leerlo, pero me gustaba mucho poder ver a otra niña también asiática. Referentes de personas asiáticas en la televisión no tuve ninguno porque, o bien no había, o bien esta representación se limitaba a personas caricaturizadas representando el “peligro amarillo”. Esto me marcó bastante porque, lógicamente, al ser tan pequeña, no entendía por qué personas como mi padre eran representadas de una forma tan horrible. Todavía tengo mi cuento en casa para leérselo a mi hijx. Ahora también podemos elegir ver algunas películas infantiles donde se nos representa de forma positiva, y veo con optimismo que las futuras generaciones tengan, por lo menos, aunque no sean suficientes y, en España, directamente inexistentes, algunos referentes asiáticos en los que reflejarse.
曹碧 (Cao Bi), diseñadora de moda y compliance officer china con influencia española y catalana
Recuerdo que mi infancia ha estado acompañada por todo tipo de entretenimiento que el mundo electrónico podía ofrecerme, desde series, dibujos, películas, hasta las más innovadoras videoconsolas con sus respectivos ultra populares videojuegos. Algunos de los dibujos que más recuerdo con cariño eran La mágica Do Re Mi, Shin-Chan o Doraemon, de origen japonés, que el canal de televisión nacional dedicado al público infantil y juvenil ofrecía. A medida que fui creciendo, me empezaron a atraer más series o películas chinas, pues iba asociado al propio interés que tenía por mis raíces y por lo que la cultura asiática tenía por contar: desde los típicos romances hasta enrevesados thrillers llenos de enigmas. En mi caso, los referentes culturales chinos estaban muy presentes cuando se trataba de interacciones que podía tener con mis familiares adultos, ya sean padres, madres, tías tíos, abuelas, abuelos o buenas amistades de la familia. Mis padres han tratado de mantener siempre las tradiciones chinas más auténticas en todos los ambientes posibles, ya sea en la comida, en las celebraciones, en la educación, o en la manera de hacernos entender ciertos aspectos de una mentalidad más arraigada a los principios asiáticos, lo cual para mí ha sido algo muy beneficioso, ya que ha amplificado mi tolerancia y aceptación a la hora de interactuar y comprender otras culturas, así como también actitudes o maneras de pensar menos usuales. Por lo general, siento que el contacto con ambas culturas, la española y la china, ha sido algo que ha marcado mi infancia, y seguirá marcando mi presente y futuro, siempre aportando cosas positivas que no hacen más que enriquecer mis conocimientos y experiencias.
Vignesh Melwani, cantante barcelonés de padres indios
La página web Nostalgia milenial me chifla. Ahí ponen referencias que supuestamente tenemos todos los españoles… pero hay mucha cultura pop que forma parte de mí y que no sé con quién ponerla en común, y merecen el mismo reconocimiento que esos productos pop que ahora están ultra venerados por la narrativa colectiva actual. Porque Occidente solo ha salvado de nuestras culturas lo que considera culto y snob. Bollywood no hace referencia solo al cine, es un paraguas bajo el cual están las mentes creativas más conocidas de la industria comercial en la India y que a mí, como catalán hijo de padres indios que llevan aquí desde el año 86, más me han llegado. Como músico, me ha inspirado muchísimo, por ejemplo, el compositor A. R. Rahman. He crecido con varias de estas películas. Las he revisitado ¡y son una pasada! Lo que ocurre es que luego las puedes ver con unos ojos blancos, de cultureta posmoderno, que lo analizan como algo kitsch, o desde una óptica antropológica de la alteridad. Por ejemplo, la película Algo sucede en mi corazón (Kuch Kuch Hota Hai, कुछ कुछ होता है) de Karan Johar, que en su momento era de las pocas personas que habían salido del armario públicamente en la industria creativa en la India. Y sí, es ultrarromántica y con ideales heteropatriarcales… ¡pero está tan currada! A quien estudia cine aquí el profesorado le pone algún ejemplo para enseñarle otra forma de hacer cine, pero suelen hacer comentarios exotizantes y estereotipantes. También me he criado con las series infantiles del canal Super3, y del Club Megatrix, como El príncipe de Bel Air. Fue a finales de 2004 cuando empecé a ver series indias con mis padres, porque hasta ese momento no tuvimos antena de televisión india. Veíamos Baa Bahoo aur Baby, sobre las peripecias de una familia numerosa. Para mí, es un producto audiovisual atemporal que tiene una diversidad enorme, gran presencia femenina, un personaje con diversidad intelectual muy interesante… De las pocas series españolas que veíamos y que a mis padres les parecían decentes eran Los Serrano y Ana y los siete. Respecto a la música, hasta mi adolescencia escuchaba casi exclusivamente música Bollywood. Solo escuchaba música occidental cuando iba a la fuente mágica de Montjuïc y sonaban canciones de Queen o de Whitney Houston, pero fue después cuando les puse nombre, o cuando en clase de Plástica nos dejaban poner la radio o en la tele Operación Triunfo y Lluvia de estrellas mientras hacíamos manualidades. Aún me pasa: ahora soy profe de canto, y a veces algún alumno adulto o adolescente me dice alguna canción supermítica española de esa época y no la conozco. Cuando estudiaba la ESO, por ejemplo, a mí no me apetecía mirar Rebelde o High School Musical, porque igual estaba viendo series indias con mis padres y, por tanto, no tengo esas referencias. Yo he crecido viendo con ellos colecciones en VHS basadas en dos de los poemas épicos más importantes de la literatura mundial, el Ramayana y el Mahabharata. Cada noche veíamos un capítulo como si fuera Juego de tronos. Ahora estoy revisitando Cardcaptor Sakura y madre mía, ¡qué queer! ¡Estaba todo el mundo enamorado de todo el mundo, me encanta!