‘Yeguas exhaustas’, luz para las sombras
La novela de Bibiana Collado Cabrera aborda la identidad de clase y el clasismo, también la violencia de género, las brechas y el cansancio, con una narrativa sencilla y exacta. Representa a las que nunca han tenido foco.
Una sociedad opresora no permite a las de abajo flojear ni un solo día.
Hay libros, pocos, que te cogen las entrañas y te las retuercen, las escurren como si fuera una bayeta para ver si aún queda algo intacto, porque lo que buscan es trastocar todo, revolver en el desorden. No sé si eso es lo que pretendía Bibiana Collado Cabrera con Yeguas exhaustas (editorial Pepitas), pero aquí estoy, un día que no corresponde y a deshora escribiendo un artículo de curro. Reverberan en mis dedos las teclas mientras escribo “flojear ni un solo día” y me viene a la cabeza Remedios Zafra, porque escribir esta reseña ha sido una necesidad y un entusiasmo al mismo tiempo. Un trabajo necesario, una autoexplotación. ¡Qué difícil es encontrar el camino de salida, aunque esté bien señalizado!
Una sociedad opresora no permite a las de abajo flojear ni un solo día. Esta frase, casi literal, podría servir de fiel resumen de lo que esconde la primera novela de Bibiana Collado Cabrera, doctora en Literatura Hispanoamericana y profesora de Lengua y Literatura en un instituto.
Yeguas exhaustas habla de las de abajo, de las universitarias hijas de obreras y obreros, de las primeras con título universitario en el árbol genealógico, de muchachas inteligentes y formadas con madres que han limpiado casas (la mierda) de gente con dinero o pretenciosa, de estudiantes brillantes que siguen buscando un hueco laboral porque se sienten desubicadas con compañeras y compañeros a priori iguales pero con un capital cultural muy distinto, dado desde la cuna. ¿Qué música se escuchaba en su casa? La defensa de Camela de la protagonista es tan hermosa que he vuelto a tararear esas canciones de Isabel Pantoja y Manolo Escobar que tengo grabadas el tuétano.
La novela de Bibiana Collado Cabrera, publicada tras cuatro poemarios, aborda no solo la identidad de clase y el clasismo, sino también la violencia de género, las brechas y las fisuras, el cansancio y el quiebre. Escrita a modo de diario personal, la obra es un espejo aumentado de dos ejes de opresión que dejan muchas vidas exhaustas. Un espejo que muestra las sombras aunque no haya nadie posando. Yeguas exhaustas es el relato en primera persona de la travesía de una mujer joven por el mundo universitario y académico, una mujer que vive en una relación de violencia con un hombre algo mayor pero que también sufre el sistema medieval y precario de la universidad. Una mujer valenciana, hija de inmigrantes de Andalucía, obreros del campo, que usa el valenciano con vergüenza y que busca en su humilde origen familiar la barrera del acceso al mundo de la cultura, endogámico y lleno de relaciones familiares y de poder: “Quizá el nombre ya es un destino”. Porque hay una humildad servil que se hereda: “El autoodio, más o menos matizado, fue nuestra gran herencia”.
A través de una narrativa sencilla, pero fina y exacta, Collado Cabrera describe de manera certera y fácilmente identificable esos mecanismos de la sociedad opresora que denuncia. Desgrana la sutileza que muchas veces enmascara la violencia machista y que se desdibuja ante las víctimas para que no puedan identificarla. Y deshoja la sabia que corre entre las de abajo para que sepan reconocerse y no traten de cambiar de lugar: “Mi madre, de algún modo intuitivo, sabe que la pobreza no solo tiene que ver con el dinero y que el trabajo duro es el único y el gran patrimonio de los pobres”.
En primera persona, la escritora aborda lo colectivo: “El gran éxito de nuestra sociedad capitalista es que se nos olvide cuando sigue estando, que nosotros mismos hayamos borrado esa diferencia. Es importante señalarlo porque estamos recibiendo constantemente violencia de clase: económica y de imaginario”, ha dicho en una entrevista en El País.
“Qué difícil pensar con libertad cuando te han excavado por dentro”
Las expectativas, el uso del tiempo, la autocensura por miedo a perder el empleo, la imposición del silencio, la culpa, la integración, la identidad, la herencia; la novela es un repaso a ciertas angustias vitales que vividas por un determinado tipo de personas han tenido poco espacio en la cultura, esa que se entiende con mayúsculas y que ignora muchos cuerpos y que no sirve de representación y de proyección para las que están exhaustas. Porque la cultura siempre ha sido espacio para otros, pero esta novela es nuestra.
Yeguas exhaustas es pura luz, ilumina vidas desterradas y desconsideradas, ensombrecidas, las enfoca y las narra de una manera tan atractiva que fuerza la lectura. Imposible salir del libro: “Qué difícil pensar con libertad cuando te han excavado por dentro”. Un libro trazado de simbología a través escenas más que reales; un libro hecho de cuerpo y grito cansado; un libro silencioso pero que no para de resonar; una descripción exhausta que es puro imaginario. Una luz para las sombras.
La novela, con unos injertos a modo de respiro, está llena de frases no sé si sublimes, pero sí subrayables: “Todavía me fascina cómo han conseguido que nos sintamos cómodas entre zarzas, que naturalicemos la asfixia”. Yeguas exhaustas es oxígeno y agua oxigenada.