Tecnofeminismo
“Hay mucho interés académico en la robótica pero apenas en la lavadora”
Helen Hester, referente xenofeminista, charla con Toni Navarro, experto en tecnologías y género, sobre las posibilidades que las tecnologías ofrecen a los feminismos.
Desde que publicó su libro Xenofeminismo, Helen Hester se ha convertido en una figura destacada de los debates sobre género y tecnología. Si bien el concepto aparece en 2015 con la publicación de un manifiesto firmado por el colectivo Laboria Cuboniks, donde se propone un feminismo adaptado a nuestra época de aceleración tecnológica, Hester ha articulado su propia versión siguiendo tres líneas principales de investigación: reproducción social, tecnologías digitales y horizontes postrabajo. Hablamos con ella sobre tecnología y cambio político, el legado ciberfeminista, la reacción transexcluyente o los límites del biohacking.
Dices que el xenofeminismo no rechaza la tecnología sino que la considera una herramienta para el activismo, algo que contrasta con parte de la tradición feminista, que se ha negado a valorar su potencial emancipador. ¿Por qué crees que las feministas han sido tan reticentes a involucrarse en el cambio tecnopolítico?
Las mujeres han sido históricamente marginadas en su desarrollo y a menudo han sido desempoderadas en su aplicación. Las tecnologías médicas, por ejemplo, se han probado históricamente en mujeres sin nada parecido al consentimiento informado. Hoy seguimos sufriendo el legado de esta violencia médica. Y hemos visto cómo las tecnologías digitales en red pueden facilitar ciertos abusos, desde el ciberacoso y la pornovenganza hasta el uso de las tecnologías en campañas sostenidas de violencia machista. Aún hay mucho que decir desde las posiciones feministas que buscan exponer y resistir los daños que las tecnologías pueden causar.
“Necesitamos un feminismo que crea que otra cultura tecnológica es posible”
¿Qué excepciones podemos encontrar en la historia?
No hay una única tecnología con t mayúscula; hay tecnologías. El análisis de ejemplos concretos puede revelar no solo historias problemáticas, sino también vías de invención no transitadas y actos imaginativos de apropiación por parte de las usuarias. Hay muchos ejemplos posibles, el teléfono fijo es uno que me viene inmediatamente a la mente: se concibió como una herramienta para los empresarios y una vez que entró en el hogar como tecnología de consumo fue aprovechado cada vez más por las mujeres para sus propios fines. Dejó de ser una herramienta de trabajo para convertirse en una herramienta de ocio. La apropiación como estrategia tiene sus límites. Creo que merece la pena luchar por un mundo tecnomaterial en el que no nos veamos obligadas a utilizar sistemas, dispositivos y protocolos en contra de sus usos previstos. Sin embargo, cualquier lucha de este tipo requiere una política de género que esté dispuesta a comprometerse con las tecnologías y a entenderlas para afrontarlas mejor, y un feminismo que crea que una cultura tecnológica mejor es necesaria y posible.
Reivindicas los espacios domésticos como un lugar desde el que lanzar proyectos transformadores, pero también defiendes la importancia de artefactos menos “sofisticados”. ¿No crees que se niega sistemáticamente la legitimidad del feminismo para abordar otras escalas?
Cuando escribí sobre el Del-Em [un dispositivo de extracción menstrual usado para abortar clandestinamente durante los años 70] como una tecnología xenofeminista era muy consciente de la necesidad de contrarrestar la tendencia a enmarcar el xenofeminismo en términos tecnófilos, como un movimiento interesado en la vanguardia de la inteligencia artificial, la biología sintética, la minería de asteroides, etcétera, que solo pensaba en términos de potencial deslumbrante, pero nunca en términos de aplicaciones concretas y experiencias vividas. Hay mucha cobertura informativa e interés académico en cosas como la robótica del cuidado o las asistentes digitales, por ejemplo, pero apenas en la lavadora. Esta idea de que las tecnologías domésticas a menudo se consideran poco importantes es uno de los mensajes clave que incorporé del trabajo de [Judy] Wajcman. Las feministas de diversas tendencias tienen mucho que decir sobre la tecnología en general. Aunque siempre he defendido la necesidad de ser tanto ingeniera como hacker, haciendo hincapié en la necesidad de crear las condiciones para que podamos crear los sistemas que deseamos en lugar de resistirnos únicamente a los que no deseamos, personalmente tiendo al do it yourself (DIY, hazlo tú misma). El xenofeminismo siempre se ha interesado por las condiciones tecnomateriales necesarias para el comunismo cibernético. Solo que mi enfoque busca los inicios de tales condiciones en el detritus [perspectiva basada en atender a artefactos de tecnología accesible más que a tecnologías macro como la computación a escala planetaria].
Una de las corrientes que más se ha centrado en la relación entre el género y las tecnologías de la información ha sido el ciberfeminismo, cuyo legado recoges reconociéndote a ti misma como postciberfeminista. ¿Por qué crees que sus aportaciones siguen siendo relevantes?
El ciberfeminismo de los años 90 veía las tecnologías de la información y la comunicación como herramientas de liberación y resistencia. Internet se asociaba con la idea de que las tecnologías en red podían ofrecer posibilidades sin precedentes de agitación social y, por tanto, nuevas oportunidades. En varias obras ciberfeministas de ese periodo se considera que las tecnologías digitales fomentan una mayor fluidez de la identidad, más posibilidades para jugar con el género y nuevas formas de conectar, colaborar y experimentar con la autopresentación. Como señala [la artista y escritora] Claire Evans, por ejemplo, al entrar por primera vez en el proyecto de videojuego All New Gen [del colectivo VNS Matrix], se pide seleccionar un género: Hombre, Mujer o Ninguno. La única respuesta correcta es Ninguno, cualquier otra cosa hará que quien juega entre en un bucle con el que termina el juego. Mucha gente sigue encontrando atractivas las visiones ciberfeministas. De hecho, dado que hay una serie de desafíos de género relacionados específicamente con la vida en la era digital, desde el acoso sexual a través de las redes sociales hasta la privacidad y la protección de las imágenes en línea, está claro que todavía hay mucho que ganar al comprometerse con el pensamiento ciberfeminista premilenario.
¿Qué reivindicaciones o estrategias ciberfeministas deben ser examinadas o descartadas y cuáles siguen siendo útiles?
No solo las tecnologías han cambiado mucho en los últimos 25 años, sino que los fundamentos filosóficos de algunas propuestas ciberfeministas parecen necesitar una actualización crítica. Es notable que Evans incluya el fracaso del ciberfeminismo dentro de su propia descripción del movimiento. Según sus palabras, el ciberfeminismo es “una ola de pensamiento, crítica y arte que surgió a principios de los 90, estimulando a toda una generación de feministas antes de estallar junto con la burbuja de las puntocom”. ¿Por qué estalló esa burbuja ciberfeminista? Algunos críticos creen que se hizo demasiado hincapié en las posibilidades políticas de la descorporeización digital. Pero la encarnación no se puede eludir tan fácilmente, interactuamos con el ordenador a través de un cuerpo de carne y hueso. Incluso si pudiéramos imaginar un mundo de conexión más allá de los cuerpos, ¿sería esto realmente deseable para mujeres y queers, que, después de todo, han tendido a estar más asociadas con los cuerpos que con las mentes dentro de las culturas europeas? Las posibilidades del ciberfeminismo están ligadas a un contexto tecnomaterial específico: un mundo de chats, foros, entornos virtuales y otros fenómenos asociados a la infancia de internet. En la actualidad, crear un perfil falso sigue siendo una posibilidad, pero requiere mucho trabajo y normalmente parece más un engaño deliberado que un juego de identidad vivificante. Haríamos bien en conservar la energía productiva, constructora de mundos y tecnocuriosa del ciberfeminismo, y en combinarla con una conciencia renovada del hecho de que no existe una división rígida entre vida real y actividad online. Términos como clicktivismo [activismo digital] y slacktivismo [activismo de sillón] implican que la organización digital es de alguna manera perezosa o inferior a su supuesta contraparte del mundo real, que el ciberfeminismo no es en realidad ningún feminismo. Sin embargo, como deja claro el trabajo de la doctoranda Gabriela Loureiro, la movilización feminista digital puede ser tan compleja, constructiva y consecuente, y también tan problemática, como la organización presencial.
“Internet puede ser una herramienta para fines progresistas y opresivos por igual”
La hostilidad hacia las personas trans es ahora omnipresente en las redes sociales. ¿Cuáles son las causas de esta ola reaccionaria, que también habéis sufrido en el Reino Unido, y cómo contrarrestarla?
Internet sigue siendo capaz de servir a los propósitos de las personas trans. Pero puede utilizarse como herramienta de conexión, comunicación y comunidad para quienes persiguen fines progresistas y opresivos por igual. Sería un error atribuir una ola reaccionaria solo a las redes sociales. Cualquier ola de este tipo también se sustenta en el apoyo material e institucional. La forma en que se enmarcan muchos de los “debates” en las redes sociales está distorsionada desde el principio. Son debates sobre las necesidades de algunas mujeres cis, en términos de mujeres cis, que se centran casi por completo en las preocupaciones de las mujeres cis. Seamos estratégicas a la hora de asignar nuestros recursos de atención. En lugar de sentirnos obligadas a contrarrestar los argumentos tránsfobos, podríamos optar por debatir cómo hacer más vivibles las vidas trans. También podríamos buscar formas de contribuir a las luchas materiales más amplias que impactan a las personas trans, ya sea la vivienda, los salarios, los derechos migratorios, la abolición de las prisiones, los derechos de las trabajadoras sexuales o la justicia reproductiva.
Has reflexionado también sobre el papel de las biotecnologías en la expansión de nuestra libertad más allá de las limitaciones biológicas, abordando prácticas como el biohacking [transformación del ser humano mediante tecnologías]. ¿Qué es necesario para conquistar objetivos como la autonomía corporal o la justicia reproductiva, más allá de la ginecología DIY y las hormonas caseras?
Las iniciativas en torno a la autoayuda feminista, el activismo de la salud trans, el biohacking queer DIY, etcétera, a menudo contienen el germen de algo verdaderamente radical, aunque también reconozco sus limitaciones y riesgos. El hacking puede entenderse como el uso estratégico con fines nuevos de los elementos existentes en un sistema. El biohacking y las cyborg-brujas se alinean con este modelo. Estos proyectos ayudan a los sujetos generizados a labrarse un espacio de autonomía dentro de sistemas disciplinarios que siguen siendo difíciles de navegar, tanto material como políticamente. Hasta cierto punto, pueden verse como formas de autodefensa biomédica. Sin embargo, la falta de una infraestructura material para enfoques alternativos o autónomos de la atención sanitaria impone claras limitaciones en cuanto a la capacidad de las personas para acceder a cualquier recurso de este tipo en el aquí y ahora. Y, por supuesto, dada la complejidad tecnomaterial de la medicina moderna, hay algunas formas de tratamiento que nunca estarán al alcance del DIY individual porque requieren años de formación, equipamiento sofisticado… Las prácticas de resistencia del genderhacking DIY deben combinarse con intentos más amplios para garantizar un cambio amplio y duradero, para reconfigurar no solo cuerpos y subjetividades específicas, sino también las formaciones institucionales de gran alcance del mundo tecnomaterial.
“El trabajo reproductivo suele quedar al margen de los textos que reclaman el fin del trabajo”
Otra de las tecnologías a las que has dirigido tu interés son las relacionadas con la automatización y las posibilidades y retos que ofrecen de cara a un horizonte postrabajo; al que consideras que ha sido configurado por un imaginario marcadamente masculinista, demasiado preocupado por las fábricas y muy poco por los espacios de reproducción social. ¿Qué camino debe seguir la automatización para no reproducir la división sexual del trabajo? ¿Podría adelantarnos algo de After work, tu próximo libro con Nick Srnicek?
El libro se propone abordar una laguna en la literatura existente sobre el postrabajo: la reproducción social. El trabajo de la reproducción diaria e intergeneracional, de mantenerse viva y de ayudar a mantener a otros vivos, suele quedar al margen de los textos que reclaman el fin del trabajo. Incluso cuando se reconocen esas actividades como trabajo, es muy difícil encontrar una posición ética desde la que pedir su reducción o rechazo. No solo desempeña un papel vital dentro del capitalismo, sino que también es vital para la posibilidad misma de que el ser humano prospere de forma equitativa. La tensión que esto crea es bastante complicada. Deja a toda una masa de trabajo altamente sexuado sin tocar por los imaginarios emancipatorios. Con unas pocas e importantes excepciones, los proyectos postrabajo o bien ignoran el trabajo reproductivo, lo consagran como algo tristemente inevitable o lo celebran como la base misma de un mundo nuevo y mejor. En ninguno de estos enfoques se toma en serio la idea de que debemos tratar de minimizar los elementos desagradables, molestos y poco gratificantes de este trabajo. Esto es un fracaso de la imaginación de la izquierda. Deberíamos abordar este trabajo de una manera que lo considere tan mutable y tan disponible para el cambio emancipador como cualquier otro. De hecho, el libro argumenta que deberíamos, al mismo tiempo que intentamos ampliar las condiciones necesarias para la prosperidad humana, buscar estrategias para su revalorización, redistribución y reducción.
¿La tecnología puede desempeñar un papel en este sentido?
Sí. Algunas personas ven cualquier intento de introducir la automatización en el ámbito de los cuidados como una afrenta a la dignidad humana, como la incursión de una frialdad tecnológica alienante en lo que debería ser un lugar de calor humano reconfortante. Sin embargo, creo que muchas de estas preocupaciones se basan en nociones más bien obtusas y románticas de la capacidad humana de cuidar, y en una reacción más bien instintiva a la idea de las tecnologías del trabajo reproductivo. Muchas teóricas feministas del cuidado, por ejemplo, al hablar de las tecnologías de los cuidados en abstracto, tampoco tienen en cuenta las opiniones de quienes se relacionan con esas tecnologías de forma rutinaria, es decir, las personas que ofrecen y reciben los cuidados que, según algunas encuestas, están más abiertas a la tecnologización de la reproducción social de lo que cabría esperar.