Amor sin cabos sueltos, pero sexo desatado
Si antes el amor era una planta que había que regar todos los días, ahora es un jardín botánico. Y esta nueva jardinería, a la que llamamos “responsabilidad afectiva”, aporta una rutina de tareas con la que sentirse una persona organizada y productiva.
El tratamiento históricamente concedido al amor había sido siempre de fenómeno mágico, inescrutable. El amor se consideraba, hasta hace poco, uno de los grandes enigmas de la naturaleza humana. A menudo era comparado con el océano, al que también se le define como misterioso, profundo, infinito, arrollador. “No se le pueden poner diques al mar”, le decía Marcos a su padre, Diego, en Los Serrano, sobre su relación con Eva. Habría que preguntarle a Marcos si quería decir que el mar es incontenible o que no hay que tratar de contenerlo, porque esa es otra, la norma de que “hay que dejarse llevar”. Así, el amor, como sentimiento abisal (sí, como esos peces monstruosos a los que les cuelga de la cabeza una bombilla, pero sin la bombilla, claro, porque “es ciego”), daba más talasofobia que el océano, que es lo que se supone que da talasofobia. Y, por si todo esto fuera poco, otra de las principales características atribuidas al amor es que es imprevisible, como el malo de las películas, que aparece cuando y donde menos te lo esperas.
Multitud de autoras han señalado cómo el mito del amor romántico ha contribuido al dominio de los hombres sobre las mujeres. Brigitte Vasallo, en su libro Pensamiento monógamo, terror poliamoroso, por ejemplo, incluso lo relaciona con los feminicidios (p. 165): “No podemos seguir llenando nuestras redes sociales de fotos de parejita enamorada y de memes contra el amor romántico porque es lo que toca para ser una buena feminista. Si de verdad creemos que el amor romántico es nocivo, dejemos de publicitarlo y dejemos de creer que el nuestro sí, porque el nuestro es diferente. Cada una de esas fotos alimenta el mensaje de que sin pareja no somos nada. Y por eso volvemos una y otra vez con la persona que nos ha maltratado, y por eso no podemos huir. Somos el medio de propaganda de la toxicidad amorosa y tenemos que tomar responsabilidad colectiva sobre ello”.
Son tantas las críticas de feministas y activistas del poliamor al mito del amor romántico que el objetivo de desidealizarlo ha pasado a sentirse como una urgencia, y el giro que está dando nuestra forma de entender y tratar el amor es radical. Ahora el amor parece tener el mismo eslogan que L’Oréal: “No es magia, es ciencia”. Esa es la forma que estamos dándole al amor, de ciencia social, porque este proceso de desidealización del amor pasa por presentárselo al público como un objeto perfectamente cognoscible, conmensurable, hasta predictible.
A mí me recuerda a la crisis religiosa que siguió a la Ilustración, cuando la sociedad empezó a cuestionarse el creacionismo y la generación espontánea de la vida; todo bien hasta que la ciencia ficción prácticamente sugirió que la vida podríamos fabricarla artificialmente en un laboratorio. Tengo la impresión de que la crisis amorosa que atravesamos, si se quiere llamar así, sigue una línea parecida. Esto lo representa bien una cita que se ha extendido en la comunidad poliamorosa, del popular instagramer, psicólogo y coach Jaime Gama (@gotitasdepoliamor), que dice que “el amor es una decisión, no un accidente”. El amor, según esta cita, ya no es algo predestinado ni espontáneo, sino que es voluntario: se hace que dependa de la propia persona, en un intento de darle a esta control sobre él.
En una entrevista con la psicóloga y sexóloga Isa Duque (@lapsicowoman), Roma De las Heras, que se identifica como activista de las relaciones no convencionales, dijo (minuto 58:26): “Creo que esto tiene que ver con el contexto capitalista en el que vivimos. Lo mental, en los últimos años, tiene un montón de presencia, con esa idea de que tú puedes decidir cómo quieres que sean tus relaciones. Hay un libro que se llama, incluso, Diseña tu propia relación. Todo eso de que podemos elegir cómo queremos que sean las relaciones es una falacia del capitalismo, es la narrativa liberal de que somos personas consumidoras que podemos hacernos un producto a nuestro antojo. Cuando la realidad -y esto es lo que da miedo- es que las relaciones humanas tienen una parte que no es previsible. No las puedes elegir tú sola porque la relación implica, por lo menos, a otra persona”.
Yo añadiría a esta opinión de De las Heras que, además de liberal, este es un planteamiento que tiene mucho de masculino: mostrar estoicismo frente a lo pasional, imperturbabilidad, racionalizar lo emocional, procurar volverse invulnerable a ello. Tratar al amor como algo salvaje que hay que “civilizar”, porque es como si fuera inadmisible que a estas alturas de la evolución todavía quede algo indómito para el hombre.
Emprendedoras del amor
Podríamos hablar largo y tendido acerca de esta nueva “FP de Técnico del Amor”: de cómo lo disecciona estructurándolo en fases (como las metamorfosis de los anfibios), de sus enumeraciones de hormonas (que si la feniletilamina, la dehidroepiandrosterona, la oxitocina…), del aspecto técnico del lenguaje de siglas que emplea (ENR es Energía de la Nueva Relación, ERE es Energía de la Relación Establecida…). También podríamos hablar de la cultura del emprendimiento que subyace en todo esto de convertir las relaciones amorosas en una especie de proyectos de optimización, y en la gestión administrativa que se hace de ellas: la insistencia en negociar y renegociar los términos del acuerdo relacional, monitorizar el estado de la relación, asegurarnos de mantener informados a los vínculos de cómo nos sentimos, asegurarnos de mantener equilibrada la atención que se les presta… O podríamos hablar de eso que llaman “monogamia consciente”, que a mí me suena como “monogamia despierta”, “monogamia alerta”, “monogamia de guardia”. La monogamia que “controla”, como se dice cuando vas borracha pero no tanto como para que el portero de la discoteca no te deje pasar. La monogamia que es capaz de ponerse a la pata coja y tocarse la rodilla con el meñique y la nariz con el pulgar.
Es como si en este momento en que la gente joven no podemos permitirnos tener apenas expectativas laborales o la expectativa de tener una casa o de tener hijos e hijas, muchas pusiéramos todas esas expectativas en sus relaciones amorosas. Si antes el amor era una planta que había que regar todos los días, ahora es un jardín botánico. Y esta nueva jardinería, a la que llamamos “responsabilidad afectiva”, aporta una rutina de tareas con la que sentirse una persona organizada y productiva. Pero, sobre todo, con la que sentirse autorrealizada a nivel político.
Celebro la disposición a politizar las relaciones amorosas, aunque crea que esta no es la mejor manera de hacerlo. Sin embargo, no veo que estemos tan dispuestas a politizar las relaciones sexuales. Más bien al revés, veo resistencia. Sería impensable someter nuestras relaciones sexuales a tal exhaustivo examen como estamos sometiendo a nuestras relaciones amorosas, más cuando muchas feministas (de inclinación individualista o prosex) se ponen a la defensiva al menor cuestionamiento de nuestros imaginarios y prácticas sexuales.
Cuando se intenta sugerir que en el sexo también están presentes relaciones de poder, que tal vez cierto reparto de roles en la cama pueda reforzar el género, se corre el riesgo de ser acusada de moralista, de intervencionista, de fiscalizar la intimidad ajena. Y esto último lo encuentro paradójico, porque de alguna forma es como si colocásemos lo sexual en un plano de intimidad superior al de lo emocional. Es decir, hacer inspección de lo emocional sí, pero hacerlo de lo sexual parece que ya sería inmiscuirse demasiado, que sería pasarse de entrometidas. En cambio, podemos follar con alguien desconocido una noche de sábado cualquiera, y podemos decir eso de “es solo sexo” como si el sexo no tuviera valor alguno.
Hay una charla TEDx, muy vista y que menciono en muchas ocasiones, titulada ¿Un café? Relax, no quiero nada serio, de Chipi Lozano, en la que ella dice (minuto 13:42) “se ha vuelto mucho más íntimo tomarse un café con alguien que acostarse”. Si es cierto que el sexo no es algo tan íntimo, ¿dónde está entonces el problema? ¿Por qué esa hermetización?
La resistencia a politizar las relaciones sexuales es la misma que la resistencia a politizar la creación artística (el humor, el cine, la música…), y es precisamente por eso que las relaciones sexuales se están aproximando a lo artístico, en contraposición al amor, que se está aproximando a lo científico. Ahora vinculamos el sexo a lo creativo, lo intuitivo, lo improvisado, lo experimental, lo sensorial, la exploración… No es inusual que se hable del sexo como un ejercicio de autodescubrimiento, como esos viajes espirituales en los que dicen que te encuentras a ti misma. Averiguar cuáles son tus deseos y lo que te gusta casi es tu deber: tienes que probar. Yo diría que hay algo de búsqueda de la identidad en el sexo.
Siempre he pensado que es un error entender la identidad de esa manera, como si fuera algo interno y estático, a lo que algún día llegarás si escarbas lo suficiente, y no como algo en contacto con el exterior, afectado por la acción de ese exterior y por tanto en transformación constante. Es posible que la clave sea esa, que la hermetización de las relaciones sexuales provenga del miedo a que, si las politizamos, no lleguemos a averiguar cómo somos “en el fondo”, cómo somos “de verdad”. Y, claro, si tomamos esa definición de la identidad, según la cual esta sería una esencia, entonces, ciertamente, no habría nada más íntimo.
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