Un municipio que cuide

Un municipio que cuide

Por qué el ecofeminismo debe estar reflejado en las elecciones municipales.

24/05/2023

Portada del Plan de Desarrollo Municipal 2020-2025, de Municipio B, en Montevideo (Uruguay).

Articular políticas públicas desde lo más local es esencial si queremos garantizar el derecho al territorio. Las propuestas del urbanismo feminista aterrizan teorías y reflexiones. Se trata de generar y (re)construir calles que cuiden, que permitan y sostengan la vida. Para esto es importante establecer un diálogo entre las distintas formas de entender un espacio.

Hablar de movilidad para encontrar formas colectivas y seguras de transitar los espacios. Hablar de reverdecer para sanar comunitariamente los territorios. Hablar de infraestructuras de cuidados para valorar y reconocer las tareas que sostienen la vida. Hablar, en definitiva, de urbanismo feminista para reconocer el papel fundamental de la arquitectura, de la disposición urbana y analizar de forma crítica por quién están hechas las ciudades.

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La importancia de facilitar y asegurar otras formas de movilidad nos obliga a repensar sobre qué formas de transporte estamos apostando, principal causante de la emisión de dióxido de carbono en España. Frente a esto nos encontramos con una ley del clima centrada en la transición a vehículos eléctricos. ¿Realmente es este el cambio al que aspiramos? ¿Seguir apostando por una movilidad individualizada y ajena a las personas con las que compartimos el suelo que habitamos?

Queremos tener en cuenta la diversidad territorial y las distintas necesidades. No se puede hablar de una sola política territorial, de una sola forma de reconstruir la ciudad. Las soluciones deben adaptarse a las características. Reverdecer las ciudades es dejar de talar, empezar a priorizar un espacio que sane la tierra y a las personas. No se trata de plantar todos los árboles posibles, sino de conocer qué vegetación es autóctona y se adaptará, de permitir a la población ser partícipe del reverdecimiento, de crear espacios comunitarios como huertos urbanos.

Ciudades que cuiden es una consigna presente ya en municipios tanto dentro como fuera del territorio español. Entendiendo cuidados como actividades y actitudes que sostienen y asumiendo un diálogo entre actividades profesionalizadas y remuneradas, políticas públicas que acompañen, infraestructuras y redes de apoyo.

Cerca nos encontramos con ejemplos concretos que nos permiten pensar en otra forma de articular los territorios. En Navarra, en el municipio de Ansoáin, nos encontramos con un centro diurno comunitario que, poniendo el foco en la necesidad de dialogar y entender a la vejez, propone un espacio transformador que permita el desarrollo de una comunidad que cuide. Porque una comunidad no puede cuidar sin un espacio físico, sin financiamiento, sin transporte y sin personas. Este centro no solo ofrece un espacio para generar comunidad entre las personas mayores, sino que tiene un servicio de transporte, también está abierto a personas de distintas edades y desarrolla distintas actividades como talleres sobre temáticas tan importantes como cuidar a quien cuida. En Cantabria, en Campoo de Yuso, encontramos con una experiencia similar, con un espacio cocreado por las personas mayores. El concepto de cocrear implica un diálogo para generar los espacios donde estar, hacer y ser. A escala formativa encontramos con las escuelas de empoderamiento, desarrolladas en todo el territorio, desde Andalucía al País Vasco, y surgidas desde la iniciativa comunitaria.

 

Todos estos aspectos forman parte del diálogo propio del urbanismo feminista. En palabras de la arquitecta feminista Ana Falú, “un tema central vinculado a la calidad de vida de las mujeres en particular refiere a la proximidad de los servicios, todo lo cual contribuye a la cohesión social, a desarrollar empatías y vínculos entre vecindario”. Esta arquitecta pionera en planificación urbana y políticas habitacionales desde una perspectiva de género ha dedicado su carrera profesional a la inclusión e integración plena de las mujeres y niñas en las ciudades porque “suelen vivir al margen en las ciudades de América Latina, diseñadas para los hombres blancos, jóvenes y heterosexuales, donde el automóvil es protagonista”. Y es que, como afirmó en una entrevista para El País al recibir el Premio Iberoamericano a la Trayectoria de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo “hay que priorizar la mirada a quienes habitan los márgenes. La arquitectura fantástica e icónica es necesaria, pero urge hacer una arquitectura de lo cotidiano, que mejore la calidad de vida del día a día. Un urbanismo que piense en el barrio; en dotarlo de servicios, en acercar todas las cosas que son necesarias para hacer la vida más sencilla, con el fin de regalarle tiempo a las mujeres. Porque el tiempo es el bien más escaso en la vida de las mujeres”.

No podemos excluir aquellas prácticas que son esenciales para proteger tanto al planeta como a las personas más vulnerables de una ciudad. En la actualidad, estamos presenciando distintas crisis y todas ellas tienen en común la violencia sistémica que discrimina a las personas y destruye al planeta. Estas prácticas, que denominamos conscientemente ecofeministas, combaten estas dinámicas de poder y defienden la existencia de vínculos complejos y profundos entre la subordinación de las mujeres y la explotación destructiva de la naturaleza. Para poder tener ciudades en las que los cuidados, la justicia social y la protección del planeta sean la prioridad, no es suficiente quedarnos en la teoría. La articulación e implementación de políticas locales que proporcionen las herramientas necesarias para que esto sea una realidad son fundamentales.

En el Municipio B de la ciudad de Montevideo, encontramos con el Plan de Desarrollo Municipal 2020-2025 donde el centro de la política municipal es la sostenibilidad de la vida. Se trata de un proyecto autodenominado ecofeminista donde la alcaldesa, Silvana Pissano, arquitecta y militante feminista defensora del “derecho a la ciudad”, tiene la voluntad política de, entre comunidad, gobierno, organizaciones sociales y academia universitaria, cocrear una agenda como “proceso colectivo y transformador”. Habla de interdependencia y la necesidad de cuidados entre las personas. Habla de ecodependencia y el vínculo con el territorio. Habla de corresponsabilidad de género y generacional con el objetivo de “construir un plan de cuidados municipal junto a los colectivos feministas, redes de cuidados, de personas mayores, de infancia y adolescencia, revalorizando la reproducción de la vida, la eco-dependencia y la corresponsabilidad como elementos centrales en el derecho a la ciudad”.

Además de promover otra forma de movilidad o reverdecer de las ciudades, las propuestas educativas pueden ser bastante potentes y son una opción ideal a la hora de buscar soluciones interseccionales, donde se considere a todas las identidades y su relación con la crisis climática. Las distintas injusticias sociales presentes en la actualidad relacionadas con la crisis climática podrían ser analizadas y usadas para motivar a los estudiantes hacia un pensamiento crítico en el que el pensar en soluciones para estos problemas sea prioritario. Es muy relevante que la clase política no menosprecie e infravalore el papel de la juventud. Hay herramientas institucionales que con voluntad política podrían dar paso a un proceso de creación de contextos en los que todas las personas se sientan cómodas y seguras en el día a día. Este proceso sería además sostenible, debido a que los programas educativos implementados darían lugar a que estos aprendizajes sigan siendo aplicados a lo largo de los años y, por lo tanto, de las próximas generaciones, algo muy importante para lograr combatir la grave crisis social y climática a la que ya estamos asistiendo.

Los territorios ya están dando pasos para no dejar a nadie atrás y las elecciones municipales son una oportunidad perfecta para poner en valor el cuidado de la vida y el suelo que se habita. Hay regiones que hablan por sí solas y están demostrando que esto es posible. Las ciudades no pueden ser espacios que cuidan sin la inclusión de propuestas ecofeministas. Si siguen siendo espacios en los que las personas no son la prioridad, las injusticias sociales y consecuentemente, la climática, tendrán impactos todavía más abrumadores que los que están teniendo ahora mismo. El apostar por un urbanismo feminista es un gran paso de cara a dejar un sistema que destruye la vida. Hagamos de nuestras ciudades espacios que cuidan.

 


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