La falacia del debate social sobre la explotación reproductiva

La falacia del debate social sobre la explotación reproductiva

Los debates entre las diferentes corrientes feministas no puede ser el pase a la vulneración de los derechos de las mujeres por más que algunos actores políticos intenten sacar rédito de ello.

Imagen: Núria Frago
05/04/2023

La portada del ¡Hola! con la que amanecimos el miércoles pasado ha vuelto a poner la explotación reproductiva tanto en el foco mediático como en el político. Pero, ¿cuáles pueden ser las consecuencias reales de la decisión individual de una persona famosísima para los derechos de las mujeres y la infancia más allá de horas y horas de tertulias donde el cuñadismo y el desconocimiento sobre feminismo da patriarcadas? Hasta hace días era una cuestión en torno a la cual no parecía haber división en la sociedad española. Solo un partido político abocado a la desaparición (Ciudadanos) apostaba por su legalización, y la reforma de la ley del aborto apenas hace unas semanas establecía que era considerada un tipo de violencia contra las mujeres en el marco jurídico español.

En cambio, solo ha hecho falta una portada para que los medios de comunicación mayoritarios, incluidos los públicos, le dediquen horas y horas hasta dejar caer un mensaje sutil a través de la repetición constante: el debate se ha reabierto. Es una premisa falsa, no se ha vuelto a abrir este debate. Principalmente porque para valorar las consecuencias en la opinión pública tendrá que pasar un tiempo prudencial, pero una vez más se evidencia cómo los medios de comunicación pretenden, gota a gota, hacer que el mensaje cale sin prever que en algún momento el vaso rebose. De hecho, la opinión mayoritaria en las redes sociales era de rechazo ante una imagen que a todas luces muestra demasiados aspectos negativos de nuestras sociedades actuales.

Hace mucho tiempo que hablamos de feminismos, y no de feminismo, porque negar su existencia, la riqueza colectiva que ello genera y los aprendizajes inherentes a la visibliación de las problemáticas de las mujeres en toda su diversidad sería omitir la realidad. Asumir, por tanto, las diferencias y la necesidad de alcanzar acuerdos a través del debate de las posturas divergentes es imprescindible para la acción política. Todo lo anterior es positivo, incluso diría que un avance. Pero, ¿por qué los medios de comunicación hacen alusión reiteradamente a la idea de “es un debate” para generar confusión en temas que tienen que ver directamente con el feminismo? ¿Por qué incluso Feijoó habla de la necesidad de tener un debate dentro del Partido Popular cuando la derecha siempre se situaba en contra? ¿Le importan a la derecha antifeminista de este país las lógicas horizontales donde los debates son imprescindibles? Lo cierto es que no.

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Me temo que este lenguaje responde al cuestionamiento de la voz del movimiento feminista organizado en un intento por dañar la incidencia política que ha demostrado tener en las calles desde hace un lustro. Es una estrategia utilizada durante años en la prostitución, debate real, en este caso sí, dentro del feminismo, siendo instrumentalizado hasta la saciedad como excusa para no hacer nada. Cuando se plantea una cuestión política como un debate, ni siquiera como dos posiciones enfrentadas, da la sensación de indefinición y, por lo tanto, de inoperancia política. En el caso de la gestación subrogada, el feminismo que está a favor es minoritario, como demuestran las escasas voces oídas estos últimos días, a pesar de que los medios, dándole a un caso particular una repercusión desmesurada, sí han influido incluso en el replanteamiento de un partido político que es el principal actor político de la derecha institucional.

Todo este paulatino viraje de posturas y del tratamiento mediático del mismo no es más que un conato de situar la gestación subrogada altruista como la opción del consenso. Un consenso donde las personas privilegiadas que pueden permitirse acceder a la explotación reproductiva tienen todo por ganar, y las mujeres, todas ellas, pero especialmente las racializadas delsSur global y las más vulnerabilizadas socioeconómicamente tienen todas las de perder, también en nuestro país. No olvidemos que la explotación reproductiva altruista abre la puerta a un mercado low cost que abarata un proceso especialmente dañino en términos de salud para las mujeres. El uso de la palabra “altruismo” refleja hasta qué punto se pretende que las mujeres hagan todo por amor, aunque tenga graves repercusiones negativas para ellas. La postura de dirigentes políticos progresistas como Íñigo Errejón, abriendo la puerta a la modalidad altruista, debería alertarnos de que, más que un debate, este abordaje de la cuestión es una encrucijada de difícil salida.

El nivel de detalles con el que se puede desgranar una disputa política bien sea en un partido, en un movimiento social, o en un conflicto bélico es milimétrico, hasta el punto que los medios de comunicación utilizan la simplificación para hacerlos entendibles, aún corriendo el riesgo de perder no solo matices, sino también información valiosa por el camino. En cambio, en el caso de la explotación reproductiva, estamos asistiendo a la proliferación de los matices hasta la extenuación; si te lo pide una amiga, si te lo pide una hermana con cáncer, si te lo pide tu madre, si te lo pide tu amigo gay (el pinkwashing está a la orden del día cuando se trata de vendernos como emancipador una práctica en absoluto innovadora); si es altruista solo pagando gastos, si es altruista porque a la mujer gestante le apetece, etcérera. A cada irrupción de una nueva disyuntiva da la sensación de que hay un departamento de marketing pensando en cómo convencer a la sociedad española. La prohibición de la publicidad de la explotación reproductiva ha debido de liberarles la partida presupuestaria, provocando que sus estrategias de mercado hayan dado un giro.

El debate social, en caso de existir, será un debate viciado por los intereses económicos de quienes se lucran con una práctica que es violencia contra las mujeres, aunque tomen voz a través de familias de clase alta que han accedido a esta práctica en un intento comercial de generar empatía. A quien pretenda hacernos creer, tras una sesuda sesión de marketing con mucho brainstorming detrás, que el debate ha sido originado por el propio movimiento feminista, solo hay que decirle que el vaso ya ha rebosado definitivamente como para que resulte medianamente creíble esta vez.

La campaña a la que estamos asistiendo no es más que uno de los tentáculos de la reacción patriarcal. Una apuesta política que no tiene dudas en actuar cuando ve recortada su esfera de actuación, como ha sucedido con la reforma de la ley del aborto hace semanas. Para revertirlo, no cabe entrar en un periodo de reflexión, elucubrar sobre disquisiciones situacionales que pretenden esconder lo estructural para subrayar el egoísmo emocional, ni tampoco anquilosarse políticamente. Se requiere de una respuesta política sin aspavientos que bloquee de una vez por todas el uso de esta práctica no solo en este país, también por parte de los españoles y las españolas en el extranjero. El Gobierno de coalición, con el Ministerio de Igualdad a la cabeza, está a tiempo de aprobar la moratoria de un año para quienes ya hayan iniciado este proceso con el objetivo de regular la inaplicación de la instrucción que permite la política de hechos consumados. Esto mismo se recoge en el documento de Podemos de desarrollo de su posición como partido sobre la explotación reproductiva. Solo así podremos evitar el goteo de casos con su irremediable normalización social a través de la prensa rosa y apostar por un feminismo que, dentro de los límites de las políticas de Estado, defienda una política feminista internacionalista que no mira a otro lado cuando se trata de la explotación de las mujeres racializadas y desposeídas para las que mercantilizar con su capacidad reproductiva es la mejor opción que el patriarcado neoliberal les sirve en bandeja sobre todo cuando habitan el sur global.

 

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