Proteged la vida y dejadnos en paz

Proteged la vida y dejadnos en paz

La utilización y manipulación de nuestras víctimas ha posibilitado apelar a los miedos y terrores sexuales más estructurales construyendo un debate en torno a la protección y no sobre el sujeto que ejerce las violencias y que detenta los privilegios.

08/03/2023

Me gustaría hablar de la protección como un acto de autocuidado radical, como una práctica feminista que debe suponer la (re)apropiación de nuestras vidas y cuerpos. Y para ello, previamente, necesito explicitar algunas ideas con respecto al propio concepto y cómo estamos utilizando e in-corporando este término que, en mi opinión, logra despolitizar nuestra lucha y vaciarla de contenido. Cuando aceptamos y ponemos en práctica determinados discursos estamos afianzando la estructuralidad de la violencia.

La “protección” de las mujeres es un argumento que viene tomando centralidad a partir -o como excusa- de dos fenómenos diferentes pero claramente interrelacionados: los pinchazos, y la aprobación de la ley solo si es sí. La construcción del concepto de protección es una estrategia política reaccionaria implacable. Me parece interesante poner a dialogar estas dos cuestiones para analizar un contexto social, cultural, político y mediático que está posibilitando – a través de la reivindicación de un modelo más protector- el reforzamiento de la estructura de las violencias machistas y sexuales.

El fenómeno de los pinchazos encarnó las consecuencias del terror sexual reduciendo la libertad sexual y nuestro derecho de libre tránsito. Por nuestro bien debíamos estar constantemente alerta, acompañadas -nunca solas- o en casa. Estas limitaciones venían justificadas por y para nuestra necesaria protección. En este contexto por y para no son únicamente preposiciones, sino que simbolizan el límite y la responsabilidad dejando un importante vacío en el por qué necesitamos, precisamente, esa protección. Al formar parte de un mismo axioma, resulta difícil despejar la duda de qué es lo que se hace por nuestro bien: ¿la agresión?, ¿la posibilidad de agresión?, ¿la obligación de vivir protegidas? Este galimatías patriarcal se responde con un argumento tan básico como simple: todo se hace por y para vosotras. Y de esta manera, la falta de libertad, la reducción de nuestros derechos más fundamentales es una acción que viene justificada para asegurar nuestra integridad física y moral.

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La idea de protección se ha materializado no solo a partir de enunciados en los que se apela a nuestra precaución, responsabilidad y autolimitación sino, también, con determinadas prácticas de acompañamiento a casa. Durante el verano, y en época de fiestas, diferentes municipios han instalado puntos de acompañamiento para regresar a casa protegidas y así poder disfrutar tranquilas de la fiesta. En muchas ocasiones, este acompañamiento se ha realizado por parte de empresas de seguridad o por personas voluntarias. En cualquier caso, no dejan de ser desconocidos que cuenta con más poder y autoridad sobre nuestros propios cuerpos que nosotras mismas. Esta forma de enfrentar la existencia de las violencias sexuales deshabilita nuestra agencia, neutraliza el potencial político feminista delegando nuestra protección, y naturaliza las violencias como parte inherente al conjunto social. Se nos dice: no os quejéis, tomad esto que os damos, os protegemos, disfrutad bajo la imposición de nuestras condiciones, aceptar lo que hay; un estado de semilibertad que permite, además, encubrir, el resto de violencias sexuales que se producen a lo largo de una noche de fiesta.

 

Este “protectorado” extiende sus raíces hasta la ley solo sí es sí donde lo menos importante es la ley, sino los discursos en torno al concepto de protección. Por un lado, el patriarcado se apropia del “sí” desacreditándolo -esto no es nuevo- y marcando las pautas a partir de las cuales un sí es sí. Esto es, “hasta ahora hemos diseccionando el no y, en este momento, somos nosotros los que os vamos a decir qué significa sí”. Por otro, la prensa escrita y las tertulias televisivas se van a llenar de hombres indignados por la situación de desprotección a la que la ley nos aboca. Una indignación que no aflora, sin embargo, en la denuncia de las diferentes violencias sexuales. Más allá de proporcionarnos un conocimiento veraz de los contenidos de la normativa hemos asistido a una producción de significados que han mostrado, nítidamente, cómo el concepto de protección se articula como uno de los elementos que despolitiza y fortalece las violencias. La utilización y manipulación de nuestras víctimas ha posibilitado apelar a los miedos y terrores sexuales más estructurales construyendo un debate en torno a la protección y no sobre el sujeto que ejerce las violencias y que detenta los privilegios.

La deriva del debate me recuerda a una frase del libro Orlando de Virginia Woolf que dice “no era Orlando quien hablaba sino el espíritu de la época”. Y, en este sentido, creo que debemos estar muy atentas, afinar en nuestros razonamientos para saber quién está hablando; si la estructuralidad de la violencia, esto es, la protección, o la teoría crítica feminista. Y creo que, en la actualidad, está ganando terreno el espíritu de la época.

Me parece importante poner en cuarentena el concepto protección y someterlo a revisión, interrogarlo para poder así clarificar su cometido. De esta intención parten algunas ideas: en primer lugar, es relevante tener claro que no nos están protegiendo a nosotras, están protegiendo sus derechos y privilegios sobre nuestros cuerpos. No hay nada que nos desproteja más que la construcción continuada de nuestra protección; nos ofrecen una protección que nos desprotege y refuerza sus privilegios. En segundo lugar, la protección es una metáfora que les posibilita configurarse desde el afuera e irresponsabilizarse de las violencias sexuales que ejercen: yo soy el que protege no el que agrede. El mismo sujeto que nos protege tiene la posibilidad, en un momento dado, de agredirnos y esto dificulta su identificación: ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿en qué momento el agresor se convierte en protector y el protector en agresor? Esta es una fina línea que, en muchas agresiones, obstaculiza identificar y saber qué ha ocurrido.

Y por último, a partir de la protección aceptamos de manera justificada la reducción de nuestros derechos más fundamentales como seres humanos. Entonces, ¿sobre quién cae el peso de la ley patriarcal? ¿Sobre el agresor o sobre nosotras? Esta protección es una cárcel que vigila y castiga nuestros cuerpos, vidas y acciones construyéndonos como meros objetos que deben ser custodiados. Somos intocables, siempre y cuando estemos encerradas dentro de la norma.

Debemos romper, en definitiva, de manera radical con el concepto de protección que es diferente a que existan normativas que regulen los delitos de violencia sexual. Y aquí entramos de lleno en la importancia de recordar por qué el feminismo se construye desde el antipunitivismo.

El sistema penal va a condenar los actos de violencias sexuales pero esto no significa que los agresores vayan a ser considerados culpables. Dice el filósofo Giorgio Agamben que “el único inocente verdadero no es el que es absuelto sino el que pasa por la vida sin juicio alguno”. Sabemos perfectamente a quién responsabiliza de las agresiones el relato social. Las culpables de lo ocurrido ya han sido juzgadas. Lo punitivo, la sentencia, la condena y la impunidad son sociales. El proceso que penaliza, tanto física como disciplinariamente, es el juicio que se hace sobre la culpabilidad de las mujeres y esta es, en sí misma, la pena impuesta. El procedimiento penal y, en la actualidad, la manipulación de los discursos sobre la protección serán la prolongación de esta pena.

“La realidad -plantea Agamben- es que, como los juristas saben perfectamente, el derecho no tiende en última instancia al establecimiento de la justicia. Tampoco al de la verdad. Tiende exclusivamente a la celebración del juicio, con independencia de la verdad o de la justicia. Es algo que queda probado más allá de toda duda por la ‘fuerza de cosa juzgada’ que se aplica también a una sentencia injusta. La producción de la res judicata, merced a la cual lo verdadero y lo justo son sustituidos por la sentencia, vale como verdad aunque sea a costa de su falsedad e injusticia, es el fin último del derecho”. Hay un procedimiento social que juzga, y justicia feminista es invertir los términos de a quién se penaliza, a quién se señala, quién ve reducida su libertad de movimiento y libre tránsito.

Dejad de protegernos, no queremos vuestra protección y empezad a responsabilizaros de las violencias que ejercéis, sin peros y sin cuestionamientos. Y si queréis protegernos como sinónimo de cuidado debéis aceptar la protección en todos los ámbitos de la vida, es decir, cuidad de vuestras criaturas, de vuestros mayores, redistribuid la riqueza, renunciad a vuestros privilegios salariales y sociales. Dejad de proteger vuestros privilegios y proteged la vida. Porque vamos a coger lo que es nuestro sí o sí.

Si aceptamos la protección tal y como está conceptualizada estamos sujetando todo el entramado de las violencia sexuales y machistas. Que no nos protejan es un acto de autocuidado radical, su protección socava nuestro potencial de estar en la vida, de tener existencia propia y de experimentarla. Mientras nos sigan protegiendo estamos desprotegidas.

Avancemos hacia un concepto de protección comunitaria donde nos enunciemos y signifiquemos en ausencia de protección patriarcal para construir agencia individual y colectiva, acompañadas, sujetando con el cuerpo a las compañeras, articuladas, y (en)redadas en una autodefensa feminista que destruya las rejas de una protección que nos invalida. Y también, como diría Virginia Woolf, “comprobar con asombro que es un enorme alivio estar sola”. Es decir, individualizarnos más allá de la fusión con un protectorado que nos desprotege y tener capacidad de decisión en un mundo que nos pertenece. NOS PERTENECE más allá del derecho divino, penal y transitorio.

Proteged la vida y dejadnos en paz.

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