Cristina Rivera Garza: “La restitución del daño es quizá más fundamental que el aspecto punitivo”

Cristina Rivera Garza: “La restitución del daño es quizá más fundamental que el aspecto punitivo”

La escritora mexicana vuelve al feminicidio de su hermana para darle la vuelta y para, explica, "cambiar los énfasis, utilizar otros vocablos, para que esa historia pueda ser contada desde otros puntos de vista y, sobre todo, con la intención de restituir" su presencia.

04/01/2023

Cristina Rivera Garza. / Foto: Juan Rodrigo Llaguno

A la hermana de la mexicana Cristina Rivera Garza la asesinaron en 1990 en el entonces llamado Distrito Federal. Treinta años después la escritora decidió emprender una búsqueda. Buscar a su hermana, buscar su expediente de investigación judicial, buscar las palabras que vertía en las páginas de su diario, buscar lo que sus amistades decían de ella. Buscar, en definitiva, todo el universo que su hermana era. Esta búsqueda se encarnó en El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021), un libro que se ha convertido “en un duelo compartido”, como la misma escritora comenta. Profesora, crítica, traductora y autora de otras obras como Autobiografía del algodón, Nadie me verá llorar o La cresta de Ilión, la obra de Rivera Garza ha logrado aunar las voces de muchas personas que han compartido con ella otras historias de feminicidios que conocen. La historia de su hermana se ha transformado en una cita con la memoria, la vida y la necesidad de justicia de muchas otras.

Pasado ya un año y medio desde su publicación t con algo de perspectiva, ¿qué es para ti El invencible verano de Liliana?

suscribete al periodismo feminista

La recepción ha sido muy cálida. El libro ahora parece ser un abrazo, una hospitalidad que une, un duelo compartido, y una confirmación de que Liliana, como tantas otras que se ha llevado la violencia patriarcal, sigue aquí entre nosotras. Hace poco estaba leyendo un libro de un poeta japonés-americano, Brandon Shimoda, en el que hablaba de esta liga que se crea entre el asesino y su víctima. Hablaba de que esa liga es una maldición, pero también decía que, de una manera compleja, la víctima se convierte en un ancestro del asesino y el asesino, de alguna manera, en su descendiente. Dándole un poco la vuelta, gracias a toda la gente que la recuerda y la nombra estoy viendo en el presente a los ancestros de Liliana, son las personas que la están trayendo de regreso. Y somos también, de muchas maneras, descendientes de Liliana. Producir esos ancestros es una tarea fundamental, sagrada, de la gente viva, y creo que de alguna manera el libro está contribuyendo a que esa relación siga fuerte.

¿Cómo has afrontado la escritura de este libro?

Pensándolo ahora, la escritura fue tan febril, tan urgente. Cuando lo estaba escribiendo estábamos recibiendo las primeras noticias sobre la pandemia, y había tanto apremio alrededor de la escritura de libro que ni sentí que estaba afrontando algo. En todo caso, el temor era morir sin escribir el libro, ese era el reto, y es lo que más tengo presente ahora de todo el proceso de escritura.

En un momento del libro dices que tomas “la decisión de seguir buscando a Liliana”, y su presencia permanece durante todo el libro de una manera bastante orgánica. ¿Cómo viviste esta búsqueda?

La situación es que es una historia que conocemos, por desgracia, demasiado bien, pero es una historia que se ha contado demasiadas veces privilegiando el punto de vista del asesino, a través de narrativas como la del crimen pasional. Para mí era muy importante que el libro incluyera, por supuesto, el momento del feminicidio, pero era más importante que la presencia de Liliana ocupara el protagonismo completo. Y ahí las decisiones fundamentales son literarias, porque la historia la conocemos pero hay que darle la vuelta, hay que subvertirla, cambiar los énfasis, utilizar otros vocablos, para que esa historia pueda ser contada desde otros puntos de vista y, sobre todo, con la intención de restituir esa presencia. Es abrir espacio para que se note la ausencia de aquellos que nos han sido arrebatados, y que en esa ausencia abierta pueda caber la presencia continua de nuestras muertas.

Cuando el Estado no hace su labor de justicia, cuando incluso los expedientes desaparecen, ¿toca reemplazar el lenguaje de la justicia?

Una de las grandes potencialidades de la escritura es poder despertar el lenguaje. Lo usamos de tal manera que muchas veces adquiere la calidad de mueble. Creo que una de las virtudes de la escritura consiste en trabajar con el lenguaje de tal manera que logre despertar, que logre que pongamos atención, que logre incluso conmovernos, y tal vez conmovernos a tal grado que no sea solo una cuestión personal, sino más amplia, social y sistémica. Y que el lenguaje también dormido de la justicia pueda despertar y hacer lo que su misión dice que tiene que hacer.

Te basaste en fragmentos de diarios de tu hermana, declaraciones de amistades, de tu padre y de tu madre, vivencias propias, extractos de noticias, de sentencias; es una narración con muchas fuentes y realidades distintas. ¿Por qué has optado por esta amplia contextualización?

Mucho de lo que escribo parte de la idea de que no somos seres aislados, de que estamos relacionados con otras personas y seres no humanos. Para dar cuenta de una experiencia siempre es necesario dar cuenta de la multiplicidad de relaciones que esa experiencia contiene e implica. Para poder explorar y atravesar la experiencia de una persona realmente hace falta siempre concatenarse, articularse a muchas más. En el libro está la ciudad en sí como personaje, está el sistema de justicia, están amistades, familiares, recuerdos, documentos, todo eso en un intento de lograr lo imposible, que es dar cuenta de alguien como una totalidad articulada a otros. Digo imposible porque pude estar escribiendo el libro toda la vida si hubiera seguido todos los hilos; pero logré, creo, quedarme con una especie de tejido básico, con un nudo, y dentro de ese nudo van tantos hilos como pude entrelazar.

¿Cómo se puede explicar la impunidad de los asesinos de mujeres en México? Desde 2012, el feminicidioestá tipificado como delito en el Código Penal, se está visibilizando desde hace casi 30 años lo que pasa en Ciudad Juárez, se conocen las historias de Marisela Escobedo y muchas otras, se tiene la información, y sin embargo, según la ONU, el 97 por ciento de los feminicidios quedan impunes. ¿Qué más se puede hacer?

Estoy de acuerdo con Rita Segato cuando habla de una “guerra contra las mujeres”, que es una guerra que cruza muchísimas fronteras. Por desgracia en México el fenómeno ha sido mucho más agudo que en otros sitios, pero eso no implica que haya una proclividad nacional de la que carecen otros lugares. Me parece que lo que hay en México es una falla sistémica de la justicia y una creciente impunidad, que les ha enseñado a los feminicidas y otros criminales que sus actos no van a tener ninguna consecuencia concreta. Eso calienta la actividad criminal de estos hombres, productos del mundo machista en el que vivimos. Por otro lado, yo he insistido mucho en la otra parte, en que además de esta falla sistémica existe una sociedad civil que con mucha frecuencia prefiere vestirse de indiferencia, o incluso proteger a los asesinos; familiares, vecinos y amistades no denuncian, aun cuando saben que alguien que conocen ha violentado o, incluso, asesinado a una mujer. En el caso de mi hermana, el presunto asesino, Ángel González Ramos, huyó protegido por su familia. Creo que también nos hace mucha falta en la sociedad civil recapacitar sobre el valor de las vidas de las mujeres y sobre las consecuencias de estos actos criminales en la vida de los hombres. Estamos hablando de una violencia sistémica, y esta violencia precisa de la complicidad de un sistema general, por eso es importante el señalamiento del Estado, pero también de la sociedad civil.

Habitualmente, ante los feminicidios, en los medios de comunicación vemos la noticia, la cifra, y se cierra la historia de esa mujer, como si fuera un suceso más. ¿Crees que necesitamos más narraciones, como la tuya, para que estos hechos permanezcan en el imaginario y no caigan en el olvido?

Una de las consecuencias de la publicación de este libro ha sido que me han escrito personas que habían sido testigos o habían sabido de alguna mujer asesinada en su barrio, alguna vecina, alguna pariente. Y es el tipo de historias de las que no se hablan pero se quedan latentes. El hecho de que la historia de Liliana haya incitado a que estas otras personas enunciaran, muchas veces por primera vez, este tipo de familiaridad con los feminicidios de antes y de hoy, creo que habla directamente de esto. A pesar de que ha habido transformaciones innegables en la sociedad, y de que el feminismo en sus múltiples manifestaciones ha ido elaborando un lenguaje que nos permite ahora contar estas historias, también es cierto que muchas de ellas permanecen todavía semidormidas. Sí, creo que es necesario sacarlas de este olvido fantasmagórico, también del olvido de los números, y de esa narrativa en la que las víctimas aparecen como culpables y los depredadores como víctimas de impulsos ingobernables. Somos seres sociales, nos producimos contando historias. Cuando esas historias cambian tenemos una gran probabilidad de que la práctica, nuestra vida cotidiana también pueda transformarse, por eso es importante volver presentes estas historias, es la única manera en que vamos a entender cuánto perdemos cuando nos arrancan una mujer con ese tipo de violencia.

¿Puede ser la literatura una aliada en visibilizar las violencias en general y las violencias contra las mujeres en particular?

Annie Ernaux, en su maravilloso discurso con ocasión de su Premio Nobel, ha dicho muchas cosas realmente interesantes, y una de ellas tiene que ver con esa potencia de la literatura, de hacer emerger lo no dicho, de crear el espacio donde lo indecible puede ser confrontado. Yo lo pondría mucho en esos términos. Annie Ernaux también dice que crear el espacio para que emerjan todas esas realidades que nos constituyen es un acto estético y es un acto político; para mí no hay una distinción entre los dos, hay una correlación importante, fundamental, que le da vitalidad, pálpito a la escritura. Estoy muy convencida de que dentro de tantas potencias de la escritura precisamente está la de poder producir un lenguaje que nos permita ampliar nuestra percepción de lo que es posible. Y de lo que es imposible también.

¿Puede también contribuir la escritura a una reparación colectiva del daño?

Una de las cuestiones que he entendido con este libro tiene que ver con conversaciones que he sostenido con Sayuri Herrera, fiscal de feminicidios en México, sobre la posibilidad de que el presunto asesino de mi hermana hubiera muerto. Yo me sentía muy frustrada porque pensé que nunca se iba a hacer justicia, y una de las cuestiones que me hizo entender Sayuri, invitándome también a leer la Ley General de Víctimas en México, es que no toda la justicia es punitiva, y el aspecto punitivo no cubre todos los elementos de la justicia. La restitución del daño, con especial énfasis sobre la memoria y sobre la verdad es tan fundamental, o quizá más, como el aspecto punitivo. Y para mí ha sido fundamental que tantas lectores y lectores hayan decidido participar de la recreación de este trabajo con la memoria, de este duelo colectivo, que ahora hace que Liliana esté presente, sea enunciada y ocupe un espacio público y un espacio de escucha. Me parece que hay algo ahí que es poderoso y puede cambiar vidas, algo que puede enseñarnos a enunciarnos de otras maneras.

Desde la publicación del libro, ¿ha habido alguna noticia del paradero de Ángel González Ramos?

Hace un tiempo recibí un mensaje al correo que creamos desde la editorial donde se me decía que había vivido en el sur de California con un nombre falso, Mitchell Angelo Giovanni, y donde se me informaba de que había muerto el 2 de mayo de 2020 ahogado en Marina del Rey, también en California. De manera privada comprobé esa noticia, es decir, que alguien con ese nombre que murió ese día y de esa forma, pero todavía hace falta comprobar si esta identidad correspondía a Ángel González Ramos. En el funeral digital que se llevó a cabo parecía que, efectivamente, son la misma persona, aunque hace falta la confirmación oficial. La justicia mexicana tiene esa tarea desde hace más de un año y no tengo noticias.

 


Sigue leyendo:

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba