Alondra Carrillo: “En Chile no alcanzamos a encontrarnos como pueblo”

Alondra Carrillo: “En Chile no alcanzamos a encontrarnos como pueblo”

Meses después del rechazo a la propuesta de una nueva constitución, la activista feminista comparte cómo siguen las feministas.

11/01/2023

Alondra Carrillo. / Foto: cedida por la entrevistada

Alondra Carrillo Vidal es integrante de la Coordinadora Feminista 8M de Santiago de Chile de la que fue vocera entre 2018 y 2020 y participó en la Convención Constitucional que estuvo en funcionamiento del 4 de julio de 2021 al 4 de julio de 2022. El primer órgano paritario en la historia de Chile tuvo como tarea redactar una nueva constitución, una propuesta en la que el feminismo desempeñó un papel primordial, al proponer proyectos como la construcción de un sistema nacional de cuidados, avances en derechos sexuales y reproductivos y el reconocimiento de las personas trans y no binarias. El texto fue votado y rechazado en un referéndum el 4 de septiembre de 2022. Con una participación de 85.86 por ciento, es el proceso electoral con mayor participación en la historia de Chile.

Hablamos con la activista feminista y estudiante de posgrado en Filosofía Política en su paso por el Estado español, después de caminar por Europa durante un mes, una Europa que, en sus palabras, no es la del “privilegio colonial”.

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Ahora mismo, después del proceso constituyente y el plebiscito, ¿qué quiere Alondra Carrillo?

Esa respuesta ha sido distinta dependiendo de los momentos, ahora lo que yo más deseo es poder conocer cómo vamos a hacer las feministas para salir de este momento tan difícil y seguir afirmando esa vida diferente que queremos tener. Haciéndolo juntas, volviendo a encontrarnos, teniendo los espacios colectivos para poder elaborar este duelo que estamos viviendo en Chile y para poder valernos de esa larga memoria colectiva nacional y transfronteriza que nos alimenta. Lo colectivo, como sentido y como experiencia de la cual emerge todo lo que me hace querer seguir en esto al día siguiente.

Hablas de duelo, ¿a qué te refieres y qué es el duelo para ti?

Primero que todo es poder sentir la pena y la vergüenza, poder perdonarnos esta sensación de no haber logrado una de las tareas históricas que nos habíamos propuesto [la aprobación de la propuesta de Constitución en Chile] y aceptar que hoy soy otra de la que era antes de todo lo que ha pasado. En ese sentido conlleva también la conmoción; conmovernos es una de las cosas más bonitas que nos pueden pasar, es la razón por la que me organizo, por la que salgo a la calle, por la que deseo participar, porque algo de lo que veo, de lo que escucho me toca y me hace querer quedarme y compartir en ese espacio. Después de lo que ha sucedido en Chile la conmoción es también un temblor. En ese momento sentí que nos caíamos todas en un abismo. En Chile tenemos una expresión que es “que te quiten el piso”, que significa muchas cosas y es muy bonito porque, cuando una siente eso, es como si lo que te sostenía y validaba ya no está, te lo han arrebatado; pero también que se te remueva el piso es lo que se dice cuando una se enamora, así que creo que no es solamente una conmoción dolorosa, sino también una conmoción que en algún momento tuvo la capacidad de despertar algo, que para mí es una curiosidad. Yo tengo mucha curiosidad.

Cuando una se enamora se ilusiona, ¿hay desilusión ahora mismo?

Sí. Desilusión en el sentido de haber estado tan arriba de la ola y verlo desde ahí, desde donde no se ven claramente las dimensiones de las cosas. Ahora estamos mirando desde otra perspectiva, desde abajo. Redimensionando y reubicándonos. A mí personalmente me gustaría ubicarme un poco más en el márgen porque el centro ha sido una demanda imposible de colmar. Fue una responsabilidad histórica que nos echamos encima y también una necesidad de estar a la altura de esa tarea que nos ha tocado asumir.

Los ojos de los feminismos de muchas partes del globo estaban puestos en Chile, ¿cómo lo vivieron?

Con mucha adrenalina y con una sensación de haber logrado muchas cosas en el proceso, de haber contribuido a escribir lo que podía arrojarse al mundo en un momento como este; como la propuesta de una demanda irrenunciable de derechos de todas nosotras en todas partes. Yo pienso mucho en que, si las feministas pudimos volcarnos a escribir una constitución, el primer órgano paritario, además, fue porque cada una de nosotras en el mundo en algún momento decidió que en lugar de quedarse en casa iba a salir a encontrarse con otras y a actuar juntas. Para nosotras fue dar un pasito en el contexto de esta caminata mundial que hemos emprendido las feministas.

 

¿Qué tan importante ha sido el proceso constituyente más que el resultado de la votación?

Cuando trabajas por un texto, es posible que algo del proceso se oculte un poquito, pero tenemos plenamente presente lo hermoso de este ejercicio de desarrollar una discusión política juntas, autoorganizadas, sin que nadie nos dijera qué era lo que había que hacer o hacia dónde había que ir, o en dónde estaba la respuesta a lo que estábamos interrogándonos, si no poder construir esa respuesta juntas y juntos. Esa dimensión del proceso constituyente, la consciencia de nuestra propia capacidad de construcción colectiva es lo que pervive.

¿Crees que hubo una oportunidad de recuperar cierta dignidad institucional después de la dictadura de Pinochet?

Para muchas personas y muchos sectores de la población, por ejemplo los sectores populares y más empobrecidos que fueron a votar más en las elecciones de constituyentes que en cualquier otra elección de los años precedentes, era reclamar la posibilidad de participar de la definición de institucionalidad del país, a eso es a lo que se negó la oligarquía, de ayer y de hoy. Y es justamente eso lo que el conjunto del sistema político quiso castigar en este proyecto constituyente, cuando nosotras también tenemos derecho a decidir cómo debe ser la institucionalidad que nos va a regir de aquí en adelante. Aunque hayamos perdido, fue un ejercicio de dignidad.

¿Cómo definirías la dignidad?

La dignidad es el grito de la revuelta en Chile. Es lo que nos han arrebatado. También es no deberles a los mismos que después te echan de tu casa, que te obligan a estar en una lista de espera hasta que te mueres. Ellos son los que deciden quién tiene agua y quién no. La dignidad es no estar en deuda.

¿Qué crees que fue lo que pasó en Chile? ¿La sociedad todavía no está preparada para un cambio como el que se planteaba?

Hay quienes dirían que eso fue efectivamente lo que pasó, pero yo no estoy de acuerdo. Creo que no alcanzamos a encontrarnos con nuestro pueblo, no alcanzamos a encontrarnos como pueblo, más bien. Habíamos estado llevando un proceso en el que participaron enormes sectores de la población en primera persona, en las calles, arriesgando la vista y la vida. Por otro lado, hay un sector de la población que nunca conoció esa experiencia, con quienes nunca logramos alcanzar a compartir frente a frente y hablar sobre la crisis que estábamos atravesando y cómo salir de ella juntas y juntos. Creo que en vez de ese encuentro, esos sectores tuvieron otras fuentes de las cuales alimentarse para orientarse en un escenario tan complejo como lo es enfrentarse a una papeleta que te pregunta: “¿Estás de acuerdo con la propuesta constitucional de la Convención Constitucional?”. Creo que esos sectores no tuvieron a nadie que les dijera estas son nuestras luchas, esto es por lo que hemos peleado tanto tiempo. Esa posibilidad de una conversación política del pueblo consigo mismo es la que no alcanzó a suceder. La tarea es que suceda. Asegurarnos de estar ahí la próxima vez que el pueblo nos busque, construir un tejido de base en todos los territorios del país con la capacidad colectiva que hemos producido al calor del proceso constituyente y construyendo la capacidad de disputa política comunicacional de masas.

¿Qué papel ha jugado la deuda que históricamente ha tenido Chile con sus pueblos originarios en el proceso constituyente?

Por muchas razones, un papel fundamental. Efectivamente el proceso planteó el escenario para una discusión que no alcanzó a darse con la amplitud que requiere una discusión de esas características, cómo se puede construir algo como un pacto social que significa también un nuevo pacto histórico con los pueblos y naciones indígenas. Una discusión de esa envergadura y con esa profundidad histórica requiere de una voluntad institucional generalizada de impulsar un diálogo cultural y social y eso no estuvo. Los sectores que ostentan el poder económico y mediático en ningún momento mostraron voluntad de establecer ese diálogo. Esa discusión en Chile durante los últimos 30 años no ha tenido lugar, los pueblos y sectores de los pueblos originarios llevan décadas impulsándolo, particularmente el pueblo nación mapuche, quien ha planteado esta necesidad, muy fuertemente desde el término de la dictadura; sin embargo no se ha asumido como el objeto de un debate necesario para toda la población del país y no solo como un asunto que concierne a los pueblos y naciones indígenas. Esto es una clara muestra de la ausencia de perspectiva antirracista en la izquierda chilena. Desde el movimiento feminista hemos intentado producir algo de esos diálogos, por ejemplo en el Encuentro Plurinacional de Mujeres que Luchan [encuentro organizado por la Coordinadora Feminista 8M en diciembre de 2018], construir un feminismo de los pueblos, pero es también un proceso histórico incipiente. Hay una ausencia de un proceso generalizado que nos permita dar su lugar a este problema. Y esa ausencia fue respondida con las categorías históricas de un país racista y en donde el relato racista y criminalizador fue empleado como herramienta política de la derecha contra el proceso constituyente. Nos queda la tarea de construir un relato radicalmente distinto que vaya más allá de la afirmación tan necesaria de que ninguna persona es ilegal, de que migrar es florecer y no desaparecer. La última palabra no la tiene la derecha, la tiene el pueblo, aunque sea el rechazo, pero que la tenga siempre el pueblo.

 


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