Marta Tafalla: “La población humana debería decrecer y el camino es tener menos hijos”

Marta Tafalla: “La población humana debería decrecer y el camino es tener menos hijos”

La filósofa ecofeminista acaba de publicar 'Filosofía ante la crisis ecológica, una propuesta de convivencia con las demás especies: decrecimiento, veganismo y rewilding',libro en el que reflexiona acerca de la crisis ecológica y nuestra manera de relacionarnos con las demás especies.

30/11/2022

Autorretrato de Marta Tafalla. / Foto cedida

Existe un lugar interior donde la vida salvaje se ve a sí misma. El camino para llegar a él es un espejo y el espejo un acto de trascendencia. Expandirlo hacia el otro lado depende de nuestra forma de relacionarnos con las demás conciencias y con el entramado que nos conecta y sostiene. Marta Tafalla, filósofa, escritora, maestra y activista ecofeminista, propone un cambio en esa relación para luchar contra la crisis ecológica.

La autora se encuentra en plena promoción de su libro Filosofía ante la crisis ecológica, una propuesta de convivencia con las demás especies: decrecimiento, veganismo y rewilding, editado por Plaza y Valdés. En él, Tafalla ataja la cuestión climática desde una perspectiva de género, entendiendo la biosfera como una red de conexiones de la que formamos parte, y rompiendo la mirada patriarcal y antropocéntrica que la explota y domina.

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Después de un amable intercambio de whatsapps donde le expreso mi deseo de entrevistarla, le paso las preguntas por mail. Doctora en Filosofía y profesora en la Universitat Autònoma de Barcelona, Marta Tafalla lleva décadas explorando la ecología y el feminismo a través de la ética. En otra de sus obras, Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, parte de su imposibilidad de oler o anosmia, una situación de nacimiento, para desarrollar sus teorías: su percepción no normativa las dota de una sensibilidad diferente, de una fuerza repartida de otro modo al acostumbrado. Por eso, su filosofía también es cuerpo. Expresión. Vivencia. Y eso se refleja en sus palabras.

En tu libro hablas de “la actual civilización industrial-capitalista-colonial-acelerada-insaciable”. ¿Cómo está acabando esta civilización con la biosfera de que forma parte? ¿Dónde empieza y termina nuestra autodestrucción?

Las demás especies realizan funciones que benefician a toda la comunidad. Por ejemplo, las plantas producen oxígeno, muchas especies de insectos polinizan plantas, los castores construyen diques que regulan el flujo de los ríos y crean hábitats para otras especies, etc. En cambio, los miembros de esta civilización tomamos grandes cantidades de bienes naturales de forma muy avariciosa y tratamos de maneras muy crueles a los demás seres vivos. No queremos formar parte de la red de la vida: queremos dominarla y explotarla. Pero dañar a los demás seres vivos es un boomerang, porque dependemos de ellos.

¿Por qué defiendes que deberíamos llamar agua al planeta que nombramos como Tierra?

Nos hemos encerrado en una cosmovisión antropocéntrica que lo impregna todo, desde nuestra vida cotidiana al lenguaje que empleamos. Un ejemplo sencillo es que llamamos Tierra a nuestro planeta, a pesar de que tres cuartas partes de su superficie están conformadas por océanos. Además, lo que caracteriza a este planeta en comparación con otros planetas del Sistema Solar es la presencia de agua, que hace posible la vida tal y como la conocemos. Sin embargo, a este planeta lo llamamos Tierra porque nosotros somos un animal terrestre, y todo lo pensamos en relación a nosotros.

Te refieres al ser humano como “un animal averiado”. Y, sin embargo, nuestra especie se cree superior. ¿Cómo superar el antropocentrismo en un destello de lucidez?

Un camino sencillo es aprender a observar a las demás especies, maravillarnos de sus formas de vida tan sofisticadas, de su inteligencia y de su belleza. La admiración hacia la vida salvaje, así como la gratitud por las funciones que realizan, nos puede ayudar a recolocarnos en una posición más humilde. Por eso creo que actividades como salir al campo o a parques urbanos a observar pájaros, insectos, reptiles y plantas silvestres pueden ayudarnos. Estamos rodeadas de otras especies, incluso en las ciudades, pero nos hemos encerrado tanto en nosotras mismas que ya ni las vemos.

Ver (y sentir) la biodiversidad parece ser una de las claves. ¿Qué papel juega el antiespecismo?

Hay que entender que la biodiversidad no son solo diversas formas de vida, sino que también incluye una diversidad de sujetos. En esta civilización tendemos a creer que solo los humanos somos sujetos, y que los animales son objetos que podemos usar como instrumentos para satisfacer nuestros deseos. Pero, en realidad, muchas especies animales tienen vida subjetiva, son profundamente inteligentes y desarrollan lenguajes, culturas y lazos sociales complejos. Tomar conciencia de que estamos rodeadas de sujetos de otras especies y del sufrimiento inmenso que les causamos es un revulsivo que rompe la burbuja antropocéntrica.

Desde una perspectiva de género, el patriarcado destruye la biosfera. ¿Cuál es la relación entre la explotación de los ecosistemas y la de nuestros cuerpos?

El ecofeminismo denuncia que nuestra civilización se dedica a atacar precisamente a aquello que la sostiene. Estamos contaminando los mares y talando las selvas, a pesar de que existimos gracias a ellos. Los cazadores deportivos matan por diversión a animales salvajes cuyas funciones hacen que los ecosistemas se mantengan sanos. De la misma manera, nuestra civilización maltrata a aquellas personas que realizan las tareas más fundamentales: por ejemplo las personas que limpian hospitales o cuidan a ancianos en residencias, la mayoría de las cuales son mujeres, normalmente de clase social baja y a menudo inmigrantes. Estas trabajadoras tienen que soportar larguísimas jornadas físicamente agotadoras a cambio de sueldos precarios. En vez de mostrar agradecimiento y respeto a quienes sostienen la vida, nuestra civilización las trata de maneras muy crueles.

El ecofeminismo tiene mucho que decir con respecto a la crisis ecológica: ¿por dónde atajar la cuestión en los próximos 30 años, plazo que muchos científicos y científicas plantean para poder hacer algo?

El ecofeminismo ha sido fundamental para mostrar las interrelaciones entre la crisis ecológica y las injusticias sociales, para mostrar cómo se retroalimentan el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo y el antropocentrismo. Sin esa comprensión global de cómo las diversas injusticias conforman un mismo sistema de opresión, no encontraremos la manera de salir de esta trampa en la que estamos. Lo más urgente es que la sociedad entienda la gravedad del problema: necesitamos formarla para que comprenda en qué consiste la crisis ecológica, y para que entre todas podamos organizarnos e intentar evitar lo peor. Pero debemos darnos prisa, porque el caos climático se está acelerando y el exterminio de biodiversidad también lo hace. Yo creo que dentro de 30 años ya será demasiado tarde. Hay que reaccionar ahora.

Afirmas que el decrecimiento es indispensable para revertir la catástrofe ecológica. ¿Cómo abordarlo en la vida cotidiana?

Es importante reconocer qué actividades son más insustanciales y sin embargo causan un daño ecológico, y aprender a prescindir de ellas. Necesitamos repensar, por ejemplo, la manera en que viajamos.. En cambio, podemos reivindicar actividades que nos dan placeres profundos y no son dañinas, como pasar más tiempo con las personas queridas, pasear por el monte, leer buenos libros, holgazanear, cultivar un huerto. Cuando hablamos de decrecimiento, no se trata de ser infelices, sino de buscar la felicidad donde realmente está. Pero este cambio de hábitos no es un proceso individual, sino que debe ser colectivo.

¿De qué modo puede contribuir el feminismo al decrecimiento de la población?

La población humana ha aumentado muy rápido de manera reciente. La población comenzó a aumentar con la Revolución Neolítica, hace 11.000 años, pero al principio lo hizo lentamente. No fue hasta la Revolución Industrial cuando alcanzamos la cifra de 1.000 millones de personas. A partir de ahí, el aumento se acelera. En 1960 no llegábamos a 3.000 millones, y seis décadas después somos 8.000 millones. Una población tan elevada y que demanda tantos recursos naturales es un problema para la biosfera. Creo que la población humana debería decrecer para encajar mejor en la biosfera, y el camino es tener menos hijos. Sabemos que cuando las mujeres pueden estudiar, trabajar fuera de casa y decidir sobre sus vidas, cuando tienen acceso a métodos anticonceptivos y al aborto, cuando disponen de información sobre planificación familiar, tienden a tener menos hijos. En cambio, cuando viven sometidas en sociedades patriarcales que las encierran en la función reproductiva y les prohíben el uso de anticonceptivos y el aborto, se ven obligadas a tener más hijos. Promover la autonomía de las mujeres nos llevaría a tener una población más reducida que encajaría mejor en los ecosistemas.

¿Y qué puede hacer el veganismo por el decrecimiento del consumo?

Según los estudios científicos, nuestro consumo de animales es la causa principal de extinción de vertebrados, de deforestación, de pérdida de hábitat natural y de daños a los océanos. Además, las dietas cárnicas contribuyen mucho más al calentamiento global que las dietas basadas en vegetales. Cuando la gente lo descubre a veces se sorprende y te dicen “pero si los humanos siempre hemos comido carne, ¿cómo puede ser que ahora sea tan dañino comer carne?”. El problema, como decía antes, es que los humanos nunca habíamos tenido una población de 8.000 millones. El impacto de comer carne o pescado no es el mismo si somos cien millones que si somos 8.000 millones. Además de los daños que causa nuestra dieta cárnica a los ecosistemas, también hay que tener presente el sufrimiento que provoca a los animales que son destinados al consumo. Las industrias de la ganadería, la caza, la pesca y la piscicultura concentran el mayor número de animales maltratados.

El nuevo libro de Marta Tafalla.

¿Qué es rewilding y qué relación guarda con el decrecimiento?

Un estudio de  [Joseph] Poore y [Thomas] Nemecek publicado en Science mostró que, si toda la humanidad se hiciera vegana, ahorraríamos un 75 por ciento de la tierra que actualmente usamos para producir alimentos. Esa tierra podríamos devolverla a la vida salvaje para frenar el exterminio de biodiversidad. Es por ello que de la comunidad científica ha surgido la doble estrategia de veganismo y rewilding. Rewilding significa volver a hacer salvaje. La idea en que se basa el rewilding es reconocer que quienes hacen funcionar los ecosistemas son las demás especies y que, por tanto, cuando los humanos permitimos que la vida salvaje de un territorio se autogobierne, ese territorio funciona mejor que si lo gestionamos nosotros. Por tanto, los defensores del rewilding proponen dejar ecosistemas terrestres y marítimos a dinámica natural, y también fomentan el rewilding urbano y a pequeña escala incluso en nuestros jardines caseros.

En lo más profundo de tu ser, ¿sientes que hay esperanza?

La crisis ecológica son muchos problemas entrelazados. El caos climático avanza muy rápido y nuestra sociedad no reacciona. Las élites económicas y políticas siguen con su proyecto de destrucción y el resto de la sociedad no encontramos el modo de cambiar de rumbo. Pero, a pesar de todo, hay que luchar por intentar frenar el calentamiento global, la extinción de especies, la contaminación, la degradación de los ecosistemas. Incluso sin esperanza, hay que luchar. Si pudiéramos unirnos la mayoría de nosotras en la protección de los ecosistemas, en la defensa de la vida, quizás todavía lograríamos evitar lo peor. Recomiendo leer a unas cuantas filósofas maravillosas que están escribiendo textos muy interesantes sobre estos temas: Alicia H. Puleo, Carmen Velayos, Paula Casal, María José Guerra, Isabel Balza, Asunción Herrera, Angélica Velasco, Aimé Tapia… Y también a una autora clásica y sin embargo poco conocida: Val Plumwood.

 


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