A 25 años de La teniente O’Neil: ¿heroínas sin fusil al hombro?

A 25 años de La teniente O’Neil: ¿heroínas sin fusil al hombro?

La actriz Demi Moore interpretó a la primera marine estadounidense años antes de que la realidad permitiera a una mujer participar en operaciones de combate. Pero la propuesta, lejos de ser feminista, refuerza la épica de la violencia.

26/10/2022

Fotograma de la película ‘La teniente O’Neil’.

El 29 de octubre se cumplen 25 años del estreno en 1997 de la película de Ridley Scott La teniente O’Neil y es una efeméride interesante para volver sobre un debate irresoluto: la relación de las mujeres con la violencia como perpetradoras de esta y su participación en el militarismo.

La teniente O’Neil se estrenó en pleno auge de la carrera de Demi Moore, que ya había protagonizado hits como Ghost (Jerry Zucker, 1990), Una proposición indecente (Adrian Lyne, 1993), la polémica Acoso (Barry Levinson, 1994) o Algunos hombres buenos (Rob Reiner, 1992) en la que ya se insertó en el ejército estadounidense interpretando el papel de la abogada y teniente comandante JoAnne Gallaway. Viggo Mortensen, por su parte, se acercaba fulgurante a los 2000, década que le daría numerosas alegrías de la mano de Peter Jackson y David Cronenberg, entre otros. Podríamos decir que Moore y Mortensen se cruzaron en el estrellato hollywoodiense en el momento en que la carrera del uno despegaba y la de ella, sin saberlo aún, tocaba techo. Pero eso es harina de otro costal…

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En este artículo lo que me propongo es volver sobre la teniente Jordan O’Neil, aquel personaje que me fascinó en mi preadolescencia y que hoy quisiera deconstruir. O, al menos, trato de cuestionarlo desde esa yo que años después se acercaría a los estudios de paz y al feminismo pacifista, lidiando siempre con la incoherencia –o no, quién sabe– de la admiración por aquellas milicianas, partisanas y guerrilleras que, a lo largo de la historia, por convicción u obligación, ocuparon un lugar que el patriarcado les negaba, con un fusil al hombro, que diría Kapuscinski.

Pero el imaginario es como un ser con vida propia que se va creando desde que abrimos los ojos al mundo por primera vez. Acercarse a él con una mirada crítica y transformarlo no es tarea fácil a nivel individual, y menos aún cuando se trata del imaginario colectivo. Y aunque la teniente O’Neil ocupa un lugar privilegiado entre las heroínas de cine que han roto techos de cemento, sería sumamente simplista interpretar que por ello es una película feminista o que el horizonte que plantea tiene algo de deseable.

Si recordáis, la película narra el “viaje” iniciático de la primera mujer que consigue entrar a formar parte de los Navy Seals, una unidad de élite de los marines del ejército estadounidense. De hecho, la película se anticipó casi dos décadas a la realidad porque no fue hasta el año 2016 cuando la normativa permitió que las mujeres de Estados Unidos pudieran participar en operaciones de combate.

Ciertamente es fácil dejarse tentar por el atractivo y el regocijo de incursionar en todos aquellos espacios que tradicionalmente han sido terreno vedado para las mujeres, como cuando el personaje de Karen Blixen (Meryl Streep), al final de Memorias de África, entra en el club de señores y se pide un whiskey. Pero eso no impide que nos podamos acercar a ella con otros ojos desde los estudios decoloniales y los saberes del sur global o desde las luchas antirracistas. Así ocurre también con La teniente O’Neil y aquel “Chúpame la polla” que Jordan le espeta al oficial en jefe tras la secuencia de violencia y tortura a la que es sometida como parte del entrenamiento militar. Pero esa transgresión y ese clímax cinematográfico no deberían opacar las cuestiones de fondo, como por qué no conseguimos otorgarle la misma épica a la resistencia pacífica y a las metodologías no violentas que llevan a cabo los movimientos de mujeres antimilitaristas desde hace más de un siglo. O por qué las películas y las series de televisión solo representan el arquetipo del prohombre en las negociaciones de paz y se invisibiliza sistemáticamente el rol determinante de tantas mujeres en la resolución de conflictos, en el derribo de dictaduras sanguinarias y en la construcción de paz en todos los estratos del quehacer político.

Quizás sea necesario reflexionar sobre dónde queremos poner el cuerpo –a riesgo de perderlo– y con qué objetivo; decir que se puede reivindicar la igualdad de oportunidades y aun así afirmar que queremos seguir estando al margen de los espacios que reproducen el orden patriarcal, colonial y neoliberal; señalar que la necropolítica y el poder de decidir quién vive y quién muere nada tienen que ver con las utopías y los lugares habitables que queremos y necesitamos.

“Ni guerra que nos destruya, ni paz que nos oprima”, dice un popular lema del feminismo pacifista que subraya el continuum de la violencia y el control sobre los cuerpos en las sociedades patriarcales. Para no abandonar ninguna de las dos premisas que configuran el lema, toca despatriarcalizar y resignificar conceptos como seguridad, soberanía, fuerza o poder. Estos se han erigido desde una razón occidentalista basada en el dominio y la depredación de todo aquello y todes aquelles que han sido dibujadas como “lo Otro” subalternizado, al servicio de. Conceptos básicos, por otra parte, tanto en tiempos de guerra como en ausencia de esta, que cuando son cooptados por el statu quo en lugar de por los movimientos de emancipación y resistencia, se convierten en armas de destrucción masiva de vidas y de ventanas de posibilidad para la resolución de conflictos.

Escribía Francesca Gargallo, hace más de 20 años –un beso hasta el Mictlan, maestra–, que “la radicalidad feminista implica una visión pacifista de la política” y que “el pacifismo es una posición activa y rebelde frente a la más patriarcal y conservadora de las actitudes sociales y políticas: la guerra”. Porque no se trata de querer ser las buenas de la película –que ya hemos hablado otras veces de lo seductoras que son las villanas–, sino de reapropiarnos del relato y construir heroínas que no respondan al modelo hegemónico de fuego y destrucción ni al patrón biologicista de palomas mensajeras de la paz, sino al de agentes de subversión e insumisas de la lógica militarista, tejedoras de alianzas, sanadoras y constructoras de puentes. Porque no queremos usar sus fúsiles ni su anillo de poder; queremos quitárselos y lanzarlos a la lava.


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