La terapeutización de la cultura menstrual

La terapeutización de la cultura menstrual

La cultura terapéutica está invadiendo nuestras vidas y militancias. La terapeutización de la cultura menstrual es solo uno de los muchos espacios afectados por los estos giros.

Texto: Arada
14/09/2022

Laura Yustas

Qué es la terapeutización

La palabra terapeutización (psicologización o cultura terapéutica) se refiere al conjunto de cambios culturales provocados por la expansión de las disciplinas psi (psicología, psiquiatría, psicopedagogía, psicoanálisis, etc.). Un ejemplo es la gran popularidad de la autoayuda, pero la cultura terapéutica incluye todos los ámbitos en los que se ha producido un giro terapéutico, es decir, en los que hemos llegado a pensar que la solución terapéutica/profesional es la más apropiada y se han descartado otras opciones familiares, comunitarias, etc. En este momento la cultura terapéutica es hegemónica y sus postulados, su sentido común terapéutico, se interpretan automáticamente como naturales, en parte por la proximidad de las disciplinas psi y las ciencias de la salud. Desde las críticas de la contrapsicología se trata de visibilizar que el terapéutico es un discurso políticamente interesado y en absoluto neutro, que sostiene simbólicamente el neoliberalismo al culpar a los individuos de problemáticas que son sociales y políticos.

El discurso de la psicologización tiene tres premisas básicas: la salud mental (aquí podríamos decir “salud menstrual”) no es fácil de conseguir; el entorno de la persona suele ser la causa del sufrimiento y, por lo tanto, no es útil a la hora de mejorar su salud mental (aquí podríamos hablar de salud menstrual e incluir en ese entorno al personal del sistema occidental de salud); y tiene que ser una persona profesional (una coach, una educadora o una terapeuta menstrual, en este caso) quien ayude a la persona a alcanzar un estado psicológico adecuado. Nunca se está suficientemente bien como para no necesitar una introspección terapéutica, porque el proceso centrípeto es potencialmente infinito.

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Estamos ante un proceso de desposesión: la cultura terapéutica nos hace creer que nuestra forma de entender y socializar el malestar no es válida y después nos ofrece ayuda externa a cambio de dinero. Con la excusa de hacer una crítica a la medicina occidental, se está creando un nuevo nicho de salud privatizada.

Qué es la cultura menstrual

La autogestión de la salud de las mujeres es una parte fundamental de las luchas feministas desde sus inicios. Ya Olympe de Gouges a finales del siglo XVIII, con su feminismo avant-la-lettre, hablaba de los problemas específicos de las mujeres que tenían que ver con la salud. Por ejemplo, denunció públicamente las consecuencias desiguales (mujer/hombre) de un embarazo fuera del matrimonio. También Silvia Federici, en Calibán y la bruja, analiza minuciosamente la importancia del control de la natalidad en la autonomía de las mujeres. Federici explica que una de las verdaderas motivaciones de la caza de brujas en la Europa proto-capitalista era precisamente hacer desaparecer a aquellas mujeres que sabían hacer abortos y evitar embarazos.

La autogestión de la salud de las mujeres (incluyendo las personas trans*) es un pilar de los feminismos y la salud menstrual es una parte irrenunciable de ella. Ahora bien, desde Olympe de Gouges ha llovido mucho: hoy la menstruación no es sinónimo de reproducción. En las últimas décadas hemos asistido a una suerte de revolución menstrual, una visibilización inédita de la regla en la cultura popular. Una revolución feminista que también ha afectado al mercado: con muchos productos nuevos que van desde la copa menstrual (que se patentó al mismo tiempo que el tampón, pero que hasta ahora no tenía un mercado de mujeres que aceptan tocar la sangre) hasta las compresas de tela (también “nuevas” entre grandes comillas), las bragas menstruales, el CBD para los dolores o, por supuesto, las terapias menstruales.

Quienes hemos nacido en este momento de cambio ya no decimos que “estamos malas” o que “estamos en esos días”, hablamos de regla o de menstruación e incluso conocemos las fases del ciclo menstrual. Tenemos la posibilidad de informarnos y de aprender a reconocer nuestros fluidos para saber si todo está bien. Habría que conceder la mayor parte del mérito de este cambio a los feminismos, independientemente de si se trata de aportaciones colectivas surgidas en asambleas de autogestión de la salud, desde proyectos de reescritura de la historia de la ginecología como Gynepunk Lab o desde iniciativas más personales como el proyecto Camino Rubí y la comunidad Soy1Soy4 creados por Erika Irusta.

Hoy sabemos más que nunca sobre el ciclo o, al menos, sabemos más que la mayoría de nuestras antepasadas. Hablamos con más libertad, pero continuamos sin ser escuchadas por el personal sanitario. Habría que preguntarse si esta descompensación entre el que sabemos sobre nuestros cuerpos y la carencia total de credibilidad por parte de la mayoría del personal médico no ha creado un espacio de cultivo perfecto para el surgimiento de todo tipo de terapias menstruales.

La cultura menstrual terapéutica

Si antes nos enfrentábamos a un personal médico que no se creía nuestros dolores y que no investigaba suficiente, ahora tenemos compañeras de militancia asesoradas por todo tipo de nuevas profesionales menstruales que repiten como un mantra que el problema es que no nos conocemos a nosotros mismas, que estamos desconectadas de nuestro útero o que no conocemos y respetamos nuestro ciclo. El objetivo de la autogestión feminista de la salud era huir del paternalismo de la medicina, pero hemos caído en otra trampa: nos hemos metido en nuestra propia red esotérica y culpabilizadora. De nuevo, un problema social y político se ha transformado en individual y psicológico.

Basta buscar en Google “terapia menstrual” o “coach menstrual” para encontrar todo tipo de ofertas. La revisión comparativa de los textos de presentación de las diferentes páginas web permite sacar algunos rasgos comunes, más allá de la diversidad de escuelas y terapeutas.

1. El autoconocimiento o crecimiento personal como objetivo y justificación.

2. El carácter natural de las terapias propuestas. Se emplean palabras como “recuperar”, “rescatar” o “calendario natural”, apelando siempre de manera implícita a un momento histórico anterior en el que sí estaríamos en armonía con nuestros cuerpos.

3. El enfoque psicologista. Se habla de “heridas portal” (que podríamos definir como traumas entre etapas vitales), de revisar la historia menstrual propia, de menstruación consciente, etc. El planteamiento central sería que la menstruación refleja la situación emocional actual de cada persona y que se ve afectada por el estrés, la no aceptación de los traumas y otros factores psicológicos. Aquí llama la atención la falta de mención de factores ambientales. En relación a factores sociales, en algún caso se habla de tabús, pero siempre en referencia a la manera en que cada persona los integra.

4. La centralidad de la ciclicidad en las vidas de las mujeres (o personas menstruantes, según la escuela/terapeuta). Se habla de una ciclicidad biológica que en cierto modo podríamos considerar esencialista y ligada a la identidad clásica de mujer, pero que el mercado de la terapia menstrual ya está ampliando para incluir también la “ciclicidad masculina”.

5. La conexión con todo tipo de terapias y prácticas: homeopatía, tarot, espiritualidad new age en general, árboles genealógicos, constelaciones familiares, psicodrama, mindfulness, psicoterapias diversas, arteterapia y magia, entre otras cosas. Muchas de ellas tienen en común una posición anti-alopática, es decir, en contra del sistema de salud biomédico. Dependiendo del proyecto, encontramos promesas de curación sin profesionales médicos y fuertes críticas a la medicina occidental, pero también hay quien considera la terapia menstrual como un complemento que no puede sustituir la atención médica.

6. La profesionalización de un proceso biológico. Una de las características típicas de las culturas terapéuticas es la profesionalización de la gestión de los cuestiones cotidianas, por eso es coherente encontrar afirmaciones como que hay que aprender a menstruar o que necesitamos un acompañamiento para sanar nuestra historia menstrual. Se parte de la consideración de que no es posible tener una experiencia menstrual no traumática, no connotada terapéuticamente, y por tanto, recibir terapia menstrual se considera imprescindible para tener una vida sana. En este punto el discurso de las terapeutas menstruales se alinea con el de otras muchas psicoterapeutas: consideran que estamos psicológicamente “desreguladas” (por circunstancias que tendrían que ver con nuestros antepasados, con la historia familiar, etc. y no necesariamente con las condiciones políticas y sociales) y necesitamos una terapia específica que nos ayude a estar “reguladas”. En un contexto social como el actual (situándome en el Estado español, pero consciente de la globalización), socialmente nos parece coherente pensar que el dolor, la vergüenza o el malestar asociado a un proceso biológico y social como es el hecho de menstruar, estén causados por nuestro pasado personal, nuestro estado mental o la situación de los astros. En cambio, desaparecen de la ecuación otros factores: la contaminación, las condiciones laborales de explotación o la incapacidad de la medicina para encontrar las causas y las soluciones a la dismenorrea.

 

7. La desregulación de la formación y de los servicios. Estos servicios incluyen una gran ambigüedad, están avalados por escuelas que no tienen por qué tener ninguna relación con la ciencia (tampoco con ramas críticas) y, en ellos, la inmensa mayoría de las personas consideradas expertas no tienen ninguna formación sanitaria. Encontramos, por ejemplo, periodistas que han hecho la formación como terapeutas menstruales, pero sobre todo a muchas psicólogas y nutricionistas. Habría que analizar el peligro que esta situación puede suponer para la salud de las mujeres y otras personas menstruantes. Se tendría que valorar también el conflicto ético que implica sacar provecho económico sin poder demostrar unas mínimas competencias en materia de salud. El hecho que estas expertas se presenten a sí mismas como terapeutas feministas es relevante porque evidencia que el problema afecta directamente a la militancia. Habría que diferenciar, eso sí, entre la intencionalidad, que puede ser buena en todos los casos e incluso estar enfocada a mejorar las vidas otras personas, y las consecuencias reales que este tipo de prácticas pueden llegar a tener de manera simbólica y en la salud.

8. La terapia menstrual como oportunidad laboral. Habría que aclarar que la terapeutización de la menstruación tiene consecuencias sobre las pacientes/usuarias, pero también sobre las expertas. Es un nicho de mercado formativo que está generando falsas promesas de futuro laboral, especialmente efectivas para personas en situaciones de más vulnerabilidad. La pobreza continúa teniendo nombre de mujer y esto hace que seamos especialmente vulnerables a discursos como el de la formación de terapeutas menstruales: siendo terapeuta/coach/educadora menstrual vivirás de ayudar a otras mujeres, tendrás tus propios horarios, podrás conciliar, etc. Gran parte del negocio de la cultura menstrual actual se centra en formar expertas y esto implica que sus promesas funcionan como lo haría una estafa piramidal (en palabras de Erika Irusta) y que son imposibles de sostener en el tiempo.

9. La privatización de la salud ginecológica. Estas iniciativas están generando un nuevo mercado de la salud privada, todavía más desregulado que el que ya existe y sin garantías de calidad ni de eficacia. No hay ningún sistema de valoración más allá del efecto placebo del “a mí me ha servido”, un criterio demasiado ambiguo y en el que entran en juego otros muchos factores. Por ejemplo, tener alguien con quién hablar de los dolores puede ser reconfortante, pero esto no quiere decir que su ayuda tenga que ser profesional y remunerada, ni que la ayuda profesionalizada sea más eficaz que la escucha de una amiga o de cualquier otra persona cercana. Por otro lado, si el problema fuera precisamente la soledad, buscar una “amistad” profesional tampoco parece la mejor solución a largo plazo. La crítica feminista a la ciencia se está utilizando aquí para legitimar una oferta terapéutica que no es nada barata (hay cursos de 400-500 euros, en línea y de unos tres meses de duración) y que está despolitizando y comercializando la lucha feminista por la salud.

En resumen, la cultura menstrual terapéutica es un gran cajón de sastre e, incluso en los casos en que no se promete la curación, estamos hablando de la creación de una nueva necesidad capitalista, de un nuevo espacio en que hay que trabajar –trabajarse– con ayuda de profesionales. Estamos frente a un nuevo objeto de consumo.

Afortunadamente, este debate ya está empezando a producirse dentro del propio campo de la cultura menstrual. El 5 de mayo de este año, Erika Irusta (pionera en este campo y posiblemente una de las personas con más visibilidad en la cultura menstrual en España) publicaba en su Instagram un video en que denunciaba la terapeutización de la cultura menstrual. Irusta explicaba que su proyecto se planteó como una línea de fuga, como un ejercicio hacia delante y hacia fuera (centrífugo), que buscaba generar un espacio de intercambio y de investigación colectivo y político. En cambio, el proceso de terapeutización está convirtiendo este trabajo y el de las luchas feministas (donde podemos incluir el de Irusta) en un nicho de mercado despolitizado e individualista. El carácter centrípeto de la cultura terapéutica despolitiza y psicologiza todo lo que tiene que ver con la transformación colectiva y con la lucha política.

Hacia una cultura menstrual comunitaria, crítica, anticapitalista y militante

Si la terapeutización de la cultura menstrual es peligrosa, es en parte porque se alimenta de problemas reales de raíz social y política. A partir de ellos, genera culpabilidad individual y transforma las luchas colectivas en espacios de trabajo personal. Una manera de evitar la intrusión de nuevas terapias capitalistas es continuar luchando para resolver estos problemas, que en el ámbito menstrual son al menos tres: la dismenorrea, el cisheteropatriarcado y la falta de escucha por parte del sistema médico, y la soledad.

Para acabar con los dolores, hace falta más investigación en todos los ámbitos. Necesitamos más profesionales de la salud comprometidas, que trabajen para que tengamos más y mejor información sobre nuestros cuerpos y su funcionamiento. La investigación, además, tendría que ser accesible y también habría que continuar la investigación autónoma desde los feminismos. Investigar, intercambiar experiencias como expertas en primera persona y saber más sobre nuestros cuerpos, pero sin perder de vista la importancia de la sanidad pública y que también tendría que estar a nuestro servicio.

Para resolver el segundo problema sabemos que no valen prisas, pero solo a modo de recordatorio: más política y más politización de la vida. Por último, contra la soledad, experimentación colectiva, más líneas de fuga. Hace falta que ajustemos nuestras gafas lilas para reconocer los procesos de terapeutización que ponen el foco en nuestra psique y nos hacen sentirnos culpables de factores que difícilmente podemos modificar sin sacudir los cimientos del sistema capitalista.

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