Amaia Nausia Pimoulier: “La Edad Moderna fue una época de grandes retrocesos para las mujeres”

Amaia Nausia Pimoulier: “La Edad Moderna fue una época de grandes retrocesos para las mujeres”

La historiadora analiza en ‘Ni casadas ni sepultadas. Las viudas: una historia de resistencia’ cientos de documentos históricos con los que demuestra que las viudas son, desde el siglo XVI, una figura que causa pavor.

14/09/2022

Amaia Nausia Pimoulier. | Foto: Irati Aizpurua

Sometidas al escarnio público y a la voluntad de la Iglesia católica, las viudas navarras encontraron las grietas para saltarse el refrán que decía eso de “viudas lozanas, casadas o sepultadas”. En Ni casadas ni sepultadas. Las viudas: una historia de resistencia (Editorial Txalaparta), la historiadora Amaia Nausia Pimoulier (1982, Iruñea) explica cuáles fueron sus estrategias de resistencia y a qué peligros se expusieron las que se empeñaron en vivir en libertad. Muchas de ellas fueron acusadas de brujería, sí, pero otras muchas se empeñaron en defender su honor y su nombre en los tribunales. La configuración gubernamental navarra les permitía controlar los bienes del difunto en usufructo y, muchas de ellas, encontraron así la manera de salir adelante sin necesidad de volver a casarse ni de congregarse.

¿Por qué te decides a estudiar la viudedad?

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Siempre digo que las viudas me encontraron a mí. Tenía claro que quería hacer una tesis sobre los siglos XVI y XVII, la Historia Moderna, porque me parece una época fundamental para entender conceptos, instituciones… que llegan hasta nuestros días. Me lo propuso mi director de tesis, creo que porque es hijo de viuda y seguramente tendría ahí algo con este tema. No se había hecho nada a nivel general sobre la viudas y me gustó la figura. Me apasiona la historia porque me sirve para entenderme a mí misma y para entender qué pasa alrededor.

Las colocas en un lugar de disidencia aunque, en principio, la viudedad no se elige.

Son las dos caras de una misma moneda. Ninguna elige ser viuda aunque alguna se hubiera cargado al marido a gusto y se habría liberado, como decían los moralistas de la época, de la servidumbre del matrimonio. Para la mayoría, la viudedad equivalía al empobrecimiento, daba igual a qué clase social pertenecieras. Para una mujer era una putada enviudar en términos materiales y, para muchas, seguramente también en términos emocionales. Era algo sobrevenido, pero en cómo ejercían o cómo estaban en este estado de viudedad, sí que creo que ahí hay una elección. Muchas se vuelven a casar como estrategia de supervivencia, pero muchas otras deciden mantenerse viudas también en un ejercicio de autonomía. No de libertad, que me parece una palabra muy grande. Muchas veces enfrentándose a cómo se suponía que deberían ser: mujeres sumisas que se quedan en casa cuidando a los hijos y orando. La realidad muchas veces chocaba con el ideal y nos encontramos a mujeres que pleitean, que luchan, que permanecen viudas por decisión propia. Más que en la disidencia las coloco en los márgenes de la historia porque permanecen en el límite de qué es correcto e incorrecto.

Hablas de la viudedad como un suceso y una construcción.

A las mujeres, en el pasado y en la actualidad, se nos definía en relación a la relación que tuviéramos con el hombre más cercano. En las fuentes que he estudiado de los procesos judiciales del pasado aparecen como hijas de, mujeres de, viudas de. A los hombres no se les define así. A ellos se les define en relación a su oficio o su estatus social. Es, por eso, una categoría femenina que se va construyendo. Me preguntaba: ¿qué es una viuda?, ¿es para siempre?, ¿una mujer que enviudó hace 20 años sigue siendo viuda? Me encontré que sí, que es como si el hombre le pusiera un sello de pertenencia que le acompaña durante toda la vida. En algunas fuentes salen como la viuda de incluso omitiendo su nombre propio. Cuando se vuelven a casar siguen siendo viuda de tal y esposa de cual. Además, es una figura que se construye en función de los acontecimientos de la vida. No es lo mismo ser una viuda joven o sin hijos, que ahí es cuando normalmente las presiones sociales y eclesiásticas les empujan a casarse nuevamente, que una viuda mayor o con hijos, que van a tener más difícil encontrar marido porque el mercado matrimonial las va a rechazar al ser percibidas como una carga. Etimológicamente, la palabra viudad, de origen indoeuropeo, hace referencia a la que le falta algo, en femenino. En este caso, el marido. En euskera, aunque no tenga género, también he encontrado que “alargun”, a quien le falta el amigo o amiga, normalmente se usa en femenino.

Explicas también que la viudedad es un mecanismo de control de la sexualidad de las mujeres.

Se consideraba que a la viuda había que tratarla como si el marido viviese. Hasta tal punto que en la legislación aparece que si una viuda tiene relaciones sexuales, sin volver a casarse, es adulterio. Es una manera de controlar la sexualidad. Primero, imponiendo el año de luto, que viene de la época romana. Tienen que estar entre 9 y 14 meses de luto. ¿Por qué algo tan establecido? Porque, en realidad, aunque te lo venden como un luto riguroso para expresar el dolor por la muerte cercana del difunto, lo que buscan es garantizar la paternidad del marido. Si la viuda está embarazada, el luto garantiza que el padre, que el dueño de esas criaturas, es el marido. Los mecanismos son patrimoniales. En Navarra, en el Pirineo en general, las viudas tienen derecho a administrar los bienes del marido a través del usufructo, pero pueden perderlo si dejan de ser viudas, y dejan de ser viudas si tienen relaciones sexuales. La sexualidad de las viudas, mujeres que tienen experiencia sexual probada, preocupa porque preocupa que pervierta al resto de mujeres. En Italia, cuando entra una viuda a un convento, las llevan a un ala especial para que no contaminen a las vírgenes. Además, dicen que son más propensas a enfermar de histeria porque acumulan la semilla de la procreación en su vientre y como no le pueden dar salida, enloquecen de lujuria.

 

¿Las segundas nupcias no estaban bien aceptadas en ningún caso?

Hay un debate eclesiástico que dura siglos y de ahí viene el título del libro. Juan de Espinosa, en el siglo XVI, dice que a las viudas jóvenes les aconseja volverse a casar conforme el refrán que dice “viuda lozana, casa o sepultada”. Como las mujeres son de tendencia lujuriosa, pasional, irracional… siempre es mejor que tengan un hombre a su lado que las controle. No podemos controlar nuestra sexualidad y si los hombres pecan es por nuestra culpa. Para controlar esa tendencia a la lujuria, una viuda joven es mejor que se vuelva a casar. Si no tienen hijos lo va a tener más fácil. Una viuda mayor, si se quiere casar es solo por vicio y lujuria. Eso está muy mal visto. En el caso de los hombres, si tienen hijos, la búsqueda de esposa es inmediata. Incluso antes del año de luto porque es una lacra social que un hombre con hijos no tenga una sirvienta que cuide de la casa y de los hijos. Encontramos hombres muy mayores casándose sin problema. Por otro lado, es verdad que también resultan atractivas para casarse con ellas. Las que tienen recursos económicos, en el mercado matrimonial resultan atractivas depende de qué status tengan.

Cuentas también que la vida religiosa, los conventos, fueron una salida para muchas.

Algunas de ellas deciden renunciar al usufructo, recuperar su dote y pagar el ingreso al monasterio para retirarse así. Encuentro también las que se meten a seroras, mujeres que optan por una vida religiosa no sometida a jerarquías. A veces viven en comunidades muy pequeñas de mujeres. Se encargan de limpiar las iglesias, por ejemplo.

Insistes en que la viudedad era un estado, a pesar de las dificultades económicas y sociales, de cierta libertad.

Las dos caras de la misma moneda: autonomía derivada de la pérdida. En el siglo XVI y XVII hay un fuerte ataque del sistema patriarcal para expulsar a las mujeres de la esfera pública. La Edad Moderna fue una época de grandes retrocesos para las mujeres. Las viudas resisten porque tienen derecho a mantener la tienda o el taller abierto de su marido durante el año de luto. Ellas luchan por mantenerlo abierto aunque el gremio lo prohíba. En el ámbito de la medicina encontré también bastantes viudas ejerciendo trabajos de parteras, de sanadoras, en un momento de fuerte ataque de la medicina institucional.

¿Viudas acusadas de brujería?

A nivel europeo, los estudios calculan que entre el 70 y 90 por ciento de las personas acusadas de brujería eran mujeres. La caza de brujas fue un fenómeno femenino. En las catas que he podido hacer en el Archivo General de Navarra encuentro que hasta un 30, casi 40 por ciento de las mujeres acusadas de brujería eran viudas. Si pensamos en el estereotipo que ha llegado hasta en la actualidad de las brujas, esa bruja vieja, fea, que vive en el bosque, sola, que hace pócimas en el bosque… se parece bastante al de las viudas. Las viudas aúnan varios factores peligrosos. Son mujeres y, en general, somos tentadoras y peligrosas para el sistema. Si no acatamos el gran rol de la maternidad, el de los cuidados, el sistema arremete contra nosotras. En este momento el Estado está fundamentando su construcción sobre la familia y entiende que cada familia es un pequeño estado. Si los pequeños estados funcionan, el Estado grande funcionará bien. Las viudas son mujeres solas, sin un hombre a su lado, con experiencia sexual, muchas de ellas con acceso a recursos económicos, viejas. Según vamos avanzando en la franja de edad, más viudas encontramos y, por eso, muchas veces se hace esa asociación entre brujas y viudas viejas. La vejez femenina tiene una noción muy, muy negativa. Hay acusaciones contra viudas, sí. A veces, como estrategia familiar para quitarle de medio. Tiene el usufructo de los bienes del marido, pero no es la heredera. Los herederos son los hijos o hijas o, a veces, cuando no los hay, cuñados, por ejemplo. Las acusan también porque están alterando el orden natural de las cosas. Hay una viuda de la que hablo, que ahora no recuerdo el nombre, a la que acusan de ser la cabecilla de una especie de banda que tiene a una chica soltera a la que tiene subyugada. Es una mujer sola, ingobernable, que escapa de la autoridad y preocupa.

¿Has encontrado similitudes en otros territorios?

Hay un tema pendiente de estudiar. La caza de brujas se da solo en el Pirineo: Euskal Herria, Aragón, Catalunya. Ahí las mujeres comparten a nivel jurídico el usufructo. Las viudas tienen este derecho en todo el Pirineo porque nuestro sistema es troncal y yo creo que ahí hay algo, características similares. Desde el feminismo, y estoy muy de acuerdo, hace falta hacer una lectura de género, pero eso no quiere decir que no haya otros factores que lo expliquen: lengua, descentralización…

Divides a las viudas en descarriadas, desamparadas, virtuosas. ¿Sigue vigente hoy esa categorización?

Es más empírico que un estudio académico, pero las mujeres que han enviudado a mi alrededor no vuelven a buscar pareja. Hay cierto ideal sobre cómo tienen que comportarse las mujeres que han enviudado y no tanto respecto al hombre. Creo que todo eso, que enraíza en el siglo XVI y XVII, llega hasta hoy. Lo veo en el día a día, pero hoy no sé si serían solo las viudas: las divorciadas, las que permanecen solteras, las que deciden no ser madres, las bolleras.

Has analizado tanta documentación que será complicado,pero ¿has encontrado alguna historia que te haya llamado especialmente la atención?

Sí, hay dos que para mí son paradigmáticas de lo que era la viudedad. Una sería la viuda que hace de su capa un sayo y, por ser viuda, es consciente de su autonomía y de su cierto poder o status. Recuerdo a una que en las fiestas de San Fermín, que antes se celebraba en octubre, se enfrenta a un mozo soltero que estaba intentando timar a las cartas a un campesino que había llegado a Iruña. Entonces había muchas jerarquías y la viuda era más importante que el soltero. Discutieron y ella le dice: “Si yo fuera hombre como vos y, si tuviera la ventaja que vos me tenés, de la boca os haría cagar”. Me gustó mucho cómo se enfrenta.

La otra es la Quiteria, una viuda de Estella. Es un caso muy paradigmático de cómo actuaba la comunidad ante el comportamiento sexual inadecuado de una viuda. Ella se enamora de Domingo, un hombre casado, tiene una relación que toda Estella conoce porque le veía salir de su casa por el tejado. Entre los dos intentan asesinar a la mujer de Domingo. Él se va hasta Logroño a comprar un veneno que le echan en la sopa a la mujer pero no la consiguen matar. El caso es que la reacción de la comunidad es decir que Domingo es una víctima, que ella le hacía hechizos para tenerle enamorado, que le daba a comer una sopa que hacía con la sangre de su dedo o de su menstruación. Él es una pobre víctima y ella una hechicera. La sometieron a la vergüenza pública que era pasarla por unas calles que estaban establecidas para pasear a las pecadoras. La sentaron sobre un burro desnuda de cintura para arriba con un capirote y le iban azotando mientras el pregonero pregonaba su delito para que sirviera de ejemplo a otras mujeres. El castigo tenía que ser ejemplar para que otras mujeres no se atrevieran a hacer lo que ella había hecho.

Te he dicho dos, pero van a ser tres.

Este ejemplifica también cómo se construía el ideal de viudedad. Tienen claro cómo tienen que vestir, pero también cómo tienen que sentir. Hoy también se fiscalizan las emociones. Dieron con una viuda que no hacía los sollozos y lamentos propios de una buena mujer que ha perdido a su marido, que se mostraba fría, así que la acusaron de haberlo asesinado. Le abrieron un proceso judicial que me recordaba mucho a un caso de Australia en los años 80. Una madre denunció que estaba de acampada con los críos y desapareció un bebé. Ella dijo que un dingo, un perro salvaje, se lo había llevado, pero como en el relato siempre se mostraba coherente, tranquila, fría… un tribunal popular acabó condenada a cadena perpetua considerándola culpable del asesinato. Unos excursionistas encontraron la chaquetita del crío en una cueva de dingos.


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