“Qué pesados los gais, ¡si España es supertolerante!”

“Qué pesados los gais, ¡si España es supertolerante!”

Javier Sáez tuvo que exiliarse de Burgos a Madrid para poder vivir como él era. En 'Orgullo. Volumen I', libro de Altramuz editorial, escribe Ninguna vida es privada, donde habla de este país que niega su homofobia porque no quiere verla.

Texto: Javier Sáez
13/07/2022

¿En España estamos tan bien? A mí me han insultado por la calle por ir de la mano con un chico, por besarle. Me han echado de bares. Me han echado de una piscina. Me han amenazado de muerte por email. Amigos, amigas y amigues han sufrido y sufren violencia física. Miles de criaturas sufren acoso escolar. Cada año en España hay cientos de delitos de odio LGTBfóbicos: agresiones, palizas, asesinatos. Ahora, en el año 2022. Y tengo derecho a hablar de ello. Alto y claro.

Quienes nos quieren silenciar o nos dicen que somos unos pesados (o que la lucha identitaria divide a la clase obrera), no entienden que eso también es violencia, no entienden que venimos del lugar del insulto, del miedo, del terror. Claro que tenemos que hablar de ello, porque ese sistema atraviesa toda nuestra sociedad, atraviesa a nuestras amigas, a nuestras criaturas, está detrás de la violencia machista (esta no es “una lacra”, es un sistema estructural patriarcal), de las agresiones a los niños mariquitas, a las niñas bolleras; construye y perpetúa ese micro-control del que participamos todos y todas: las risas, las burlas, los comentarios en el trabajo sobre la chica masculina, sobre el chico con pluma, sobre una forma de vestir o de peinarse diferente; esta policía del género está detrás de la transfobia, de la lesbofobia, de la homofobia.

Solo desde el privilegio cis-hetero se puede imponer a millones de personas que no se muestren o que no hablen de los traumas [para un brillante análisis del trauma, véase Un archivo de sentimientos. Trauma, sexualidad y culturas públicas lesbianas, de Ann Cvetkovich] que el propio sistema ha generado. Para colmo parece que nos avergonzamos después de lo que hemos vivido. A mí mismo me cuesta hablar en una reunión o en una conferencia de mis propias vivencias, de cómo he incorporado una masculinidad castrante para sobrevivir por el pánico a ser descubierto como niño mariquita.

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No son “meros discursos”, son mecanismos de control del género, de regulación de la sexualidad y de represión de las diferencias que hay que explicar. No son solo “teorías queer”, son cuerpos que sufren violencia. Sufrimos violencia simbólica, psicológica, cultural, física. En el mundo, en el año 2021, una persona trans fue asesinada cada día. 375 personas. Asesinadas por la transfobia. Repito: una persona cada día. No es ninguna broma, es una barbaridad.

Tratar de acabar con esa violencia y con ese dolor es urgente. No somos teorías, no somos libros, somos cuerpos, seres vivos, seres humanos. Quizá no tan humanos, porque a las bolleras, a los maricones, a les trans, siempre nos han dejado fuera.

Ahora sé defenderme, tengo recursos mentales e intelectuales, y activistas, pero eso da igual. Nadie debería ser tratado así ni presenciar esos actos de violencia y ese ambiente de terror, por eso quiero hablar desde mi propio cuerpo, desde mi propia vida, mostrarme, mostrar mi fragilidad, y también mi potencia y mi capacidad. Pero es una queja política, no es una queja individual. No busco mi reparación, busco una reparación colectiva y un cambio de paradigma. Con urgencia.


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