Gracia Trujillo: “El feminismo ya había dejado claro que la biología no es destino”

Gracia Trujillo: “El feminismo ya había dejado claro que la biología no es destino”

Para la activista feminista queer, “pretender volver a una identidad más cerrada de ‘la mujer’” es una “mala estrategia”, dado “el bagaje colectivo” acumulado en los feminismos “a la hora de responder a las urgencias y a la complejidad de la realidad social”.

Texto: Itziar Abad
07/09/2022

Gracia Trujillo. / Foto: Manu de Alba

“Mi deseo queer es no seguir oyendo a mis amigas y gente cercana decir que, a este paso, con tantos conflictos y tan violentos en los feminismos, van a dejar de llamarse feministas”. En El feminismo queer es para todo el mundo (Catarata, 2022), Gracia Trujillo, profesora de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, explica los fundamentos de la teoría queer y repasa los activismos en el Estado español, con la intención de que su ensayo sirva “para propiciar el diálogo, tender puentes y reconstruir nuestras redes (y afectos) feministas”.

En el Estado español, el término queer aparece en la primera mitad de los 90, de la mano de La Radical Gai y de LSD. En 2009, en las jornadas feministas de Granada, irrumpe con fuerza en el movimiento. ¿Por qué, en 2022, un libro que explica el abecé de esta corriente?

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Aclarar qué es “lo queer”, sus aportaciones teóricas fundamentales y el recorrido de los activismos feministas queer en el Estado español es necesario para situar en los debates actuales a la gente interesada o a la que, a lo mejor, no ha tenido el tiempo o los recursos para saber de qué trata el tema. El libro es, además, una respuesta a la reacción del sector feminista transexcluyente, que está volviendo a hablar en términos biologicistas de binarismo sexual y genérico, en términos esencialistas de “la mujer”.

¿Cuáles de esas aportaciones destacas?

Cuestionar la normalidad, los binarismos sexo-genéricos y la heteronormatividad, cuestión clave porque, como escribió Monique Wittig, hay realidades que no se ven con la lente heterosexual. También destaco ahondar en la perspectiva interseccional; coincido con Ochy Curiel en que tener en cuenta todos los ejes de opresión que determinan nuestras vidas otorga al feminismo mucha más potencia radical. Reparar en los cuerpos, en las identidades sexuales y de género, en las expresiones de género…; las teorías y los activismos queer han posibilitado un espacio a esas otras vidas, corporalidades y subjetividades que no estaba recogiendo el feminismo más clásico.

Un sector del feminismo, en el que se encuentran también feministas con tradición en la corriente de la igualdad, reivindica hoy la diferencia sexual, incluso con base biológica. ¿Cuál es tu lectura al respecto?

Pretender volver ahora a una identidad más cerrada de la mujer no solo es imposible, sino una mala estrategia política, dado el bagaje colectivo, tanto teórico como práctico, y los aprendizajes que hemos acumulado en los feminismos, en plural, a la hora de responder a las urgencias y a la complejidad de la realidad social. Retornar al blanco o negro, aparte de no dar respuesta a esa complejidad, nos devuelve a décadas atrás; el feminismo ya había dejado claro que la biología no es destino. Además, ese posicionamiento está funcionando como en una pinza con los de la extrema derecha, que afirman que las niñas son las niñas y los niños son los niños y que nada de que hay niñas con pene y niños con vulva. Al hilo de esto, una amiga observaba que, en los últimos años, las feministas denunciábamos el autobús tránsfobo de la organización Hazte Oír y que, hoy, algunas vendrían montadas en él.

¿Crees que ese retorno al “blanco o negro” puede tener que ver con cómo el movimiento queer ha tensado la cuestión identitaria?

Desde las prácticas políticas y las teorizaciones queer se viene planteando una crítica a la construcción de las identidades cuando estas dejan a sujetos fuera, al mismo tiempo que se piensan en clave estratégica; es esto se refirió Gayatri Spivak como “esencialismo estratégico”. Lo que está sucediendo es que hay una guerra abierta contra estos feminismos, queer, de base, anticapitalistas, antirracistas, autónomos, a los que el sector feminista transexcluyente no puede controlar. Llevamos años desbordando no solo las calles, sino las políticas identitarias, en el sentido de que pensamos más en lo que nos une que en nuestras identidades, que muchas veces nos aíslan. Con esto no digo que las identidades ya no sean necesarias; creo que, como ficciones políticas, aún nos sirven estratégicamente en muchos momentos. Todavía hoy tenemos que decir que somos mujeres, migrantes, bolleras, trans, racializadas, etcétera. Por otro lado, la reacción transexcluyente tiene un componente de clase y racial muy importante porque, en mi opinión, la lucha antirracista está en los feminismos queer, transfeministas (con nuestros errores y aprendizajes colectivos), mucho más que en ese sector feminista transexcluyente que, en general, es más institucional, académico, y está aposentado en espacios de poder, más preocupado por defender sus privilegios que por escuchar y atender otras realidades que están lejos de esos ámbitos.

A veces tengo la sensación de que el activismo queer se adjudica el copyright de los ejes de opresión, cuando muchas de las feministas “históricas” que no se adhieren hoy a esa corriente cuestionaron ya en su época la que llamaban “norma heterosexual”, sobre todo los grupos de lesbianas, o forjaron su cultura política en partidos anticapitalistas.

Desde los activismos y teorías queer no se ha inventado el anticapitalismo, pero sí se ha puesto sobre la mesa la perspectiva interseccional, evidenciando que no todas las personas tenemos los mismos recursos materiales, el mismo color de piel, la misma edad, las mismas capacidades o el mismo nivel educativo, entre otros posibles ejes de opresión. Esa mirada interseccional ha posibilitado también que nos cuestionemos nuestros propios privilegios de clase, de blanquitud, de ciudadanía o los que sean. Los activismos queer y anticapitalistas vienen a resquebrajar el discurso de la izquierda más clásica que sigue diciendo que estas luchas dividen, que la diversidad es lo que hace que la izquierda no avance, y que sigue creyendo que ellos se dedican a los derechos de la clase obrera y nosotras, a los de gais, lesbianas, bisexuales y trans, es decir, a lo menos importante. ¡Como si nosotres no fuéramos también clase obrera o pudiéramos estar en el paro! ¡O como si los trabajos más precarios no estuvieran habitualmente ocupados por mujeres migrantes, muchas veces sin papeles! Algo fundamental que plantea la lucha transmaricabollo o queer/cuir es el cuestionamiento del sujeto clásico del movimiento obrero, que es el padre de familia, varón, blanco y cisheterosexual. Nosotras, nosotres, estamos en todas las luchas porque estamos en todas partes y porque, siendo así, todo nos afecta: los recortes en la sanidad pública, en la educación, en los servicios sociales… No hemos inventado el fuego, contamos con muchos legados activistas y debemos reconocerlos. Por eso en el libro hago tanto hincapié en nuestras genealogías políticas. Hablo de corrientes, que muchas veces se solapan, de conflictos en los activismos, que no siempre han estado de acuerdo entre sí; sin ir más lejos, el propio término queer es un paraguas que también tiene sus agujeros, que no cubre a todo el mundo por igual.

Se agradecen los llamamientos a la unión entre feministas, que aparecen salpicados a lo largo del ensayo.

Alguien pensará que estoy siendo demasiado optimista o ingenua; espero no ser tanto de lo segundo… Cuando escribía el libro pensaba en todas las compañeras, compañeres, con quienes todavía podemos hablar. Con esto quería decir que hay una parte con las que ya, tristemente, no lo podemos hacer, porque se han alineado con discursos de odio y esa es una línea que no se puede traspasar. Hay mucha gente preguntando qué está pasando con “lo queer”, por qué esa bronca en el feminismo, no se entiende nada… Por eso, creo que es momento de negociar los disensos que tenemos en temas sobre los que todavía podemos dialogar y de buscar puntos comunes. El enemigo ahí fuera tiene clarísimo contra quiénes va: contra nosotras que, mientras tanto, estamos enzarzadas unas luchas muy estériles y, en ocasiones, muy violentas.

¿De tanto reivindicar “habitar los márgenes”, no están demasiado concurridos?

Cuando hablamos de vivir en los márgenes de este sistema heteropatriarcal, racista y clasista es importante tener en cuenta el contexto. Vivir en ellos no es cool, ni divertido, ni moderno, porque implica haber sido expulsada del centro, que representa ni más ni menos la posibilidad de una vida vivible, libre de violencias, con derechos, libertades, con legitimidad y con visibilidad. Los márgenes son violencia, como muestra muy bien Leslie Feinberg en su libro Stone butch blues, de reciente traducción y cuya lectura recomiendo mucho.

 

¿Qué valor tiene, entonces, reivindicar los márgenes si, además, el feminismo llama a poner en el centro lo urgente, como los cuidados o una vida digna?

El trabajo de bell hooks Teoría feminista: de los márgenes al centro, que tiene ya casi cuatro décadas, abogaba por poner en el centro las cuestiones importantes y ver qué sucede alrededor. A partir de la crisis de 2008, con el 15-M, y ahora con la pandemia, la urgencia de los cuidados se ha redoblado. Nos hemos fijado mucho más en quién cuida y a quién, en los malabares que hay que hacer para sostener los cuidados en casa, en la precariedad de quien ha perdido el trabajo o en la vuelta al armario de la gente LGTBI que se ha tenido que ir a vivir otra vez con su familia. Estas cuestiones tienen que estar realmente en el centro de nuestras prácticas políticas. Sin embargo, los márgenes pueden tener otro significado. Cuando los reivindicamos desde posicionamientos queer es para evidenciar que este sistema ni nos incluye ni queremos que nos incluya; que no cuenten con nosotras en un sistema heteropatriarcal, racista, clasista que genera tantas violencias. Por ejemplo, en los años 80 y los 90, los feminismos autónomos nunca defendimos que las mujeres anduviéramos peleando por entrar al Ejército, lo que queríamos era acabar con él. O, cuando se debatió el matrimonio igualitario, el Grupo de Trabajo Queer, el Grupo de Feministas Lesbianas de Barcelona, y algún otro colectivo levantamos la voz porque, para nosotras, no era el matrimonio la demanda prioritaria. Veníamos de toda una lucha de los años 70 de amor libre, de otras formas de relación sexual y afectiva, de otros tipos de familias… ¿Por qué meternos en una institución monógama que, históricamente, ha sido una cárcel para las mujeres? ¿Por qué no una ley de parejas de hecho a nivel estatal que, por cierto, nunca se consiguió? Obviamente, no batallamos contra la gente que se quería casar ni contra el avance legal que supuso el matrimonio igualitario, la adopción y la filiación. Lo que pretendíamos desde posiciones más queer era no perder de vista los horizontes hacia los que caminábamos. Y en esas seguimos. En definitiva, creo que el término “márgenes” reviste dos conceptos distintos. Uno, reivindicar derechos y libertades para las personas que están excluidas del sistema; y dos, preferir quedarnos en ese margen, como metáfora de un lugar crítico con un sistema violento que reproduce las desigualdades y del que no queremos ser cómplices o con el que no queremos colaborar. Además, desde los márgenes se le observa mejor, para seguir transformándolo de manera radical.

En tu libro apuntas que “los grupos queer comparten una serie de elementos, como la crítica a la política identitaria y sus exclusiones, al tiempo que hacen un uso estratégico, de manera puntual, de las identidades”. En la práctica, ¿no han venido, más bien, a apuntalarlas?

“Lo queer” plantea la crítica al binarismo sexo-genérico: no hay dos cajas hombre / mujer; masculino / femenino; heterosexual / homosexual… No hay solo dos opciones, sino infinidad de posibilidades; una misma persona puede cambiar de identidad de género o de opción sexual o no hacerlo, y todas las opciones son legítimas. Así, la proliferación identitaria es una estrategia política que cuestiona el binarismo, por dejarse fuera un montón de realidades, de experiencias de vida y de corporalidades. La alternativa que proponen las teorizaciones queer es articular las identidades sexuales y genéricas para que sean lo más porosas e inclusivas posible, al tiempo que no perdemos de vista que están atravesadas por otros ejes de opresión. Que “lo queer” pretende cargarse las identidades y dejarnos como si nos “movieran el piso”, que dicen en América Latina, es un malentendido habitual. Lo que hacemos es una crítica a la exclusión que generan ciertas construcciones identitarias, teniendo en cuenta que seguimos necesitándolas.

Efectivamente, las identidades se plantean como rodeos tácticos pero, como mantiene Tere Maldonado, parece que nos hemos quedado a vivir en ellas, como si fueran el fin en sí mismo. En esta entrevista, Sejo Carrascosa alertaba sobre que “no estamos cuestionando a la bicha: la heterosexualidad obligatoria”, al hilo de que las políticas identitarias “son el equivalente a políticas neoliberales y nos encorsetan porque parten de un enfoque en absoluto interseccional”. Dice que “podemos ser hiperidentitarias, pero que el no saber jugar con las identidades nos ha llevado a rebajar la carga reivindicativa”.

Muy de acuerdo con ambas. Las identidades podemos pensarlas en términos individuales y colectivos. A mí me interesan los segundos, que se resumen en articular las identidades para salir a la calle y demandar derechos o protestar contra la violencia y las discriminaciones o para, simplemente, decir: “Aquí estamos, existimos y reclamamos nuestro derecho a ser libres y a vivir como nos dé la gana”. Lo importante es que activemos esas identidades que, además, pueden cambiar a lo largo de nuestra vida y, también, la prioridad política que les queramos dar cuando nos interese: el ser mujer, bollera, de pueblo, de clase obrera, disca

Creo que, en la práctica, la explosión de identidades ha priorizado el ser sobre el hacer y que eso ha contribuido a sectorizar las luchas y a desmovilizar. Casi por defecto queda en entredicho la autoridad para opinar o para hacer de quien no es aquello sobre lo que opina o hace. Me explico: parece que quien no es bollera, trans, prostituta, racializada o musulmana no puede meterse con la orientación sexual y la identidad de género, con la prostitución, con la decolonialidad o con el patriarcado como ideología central en todas las religiones monoteístas, incluido el islam. ¿Qué opinas tú?

Sería interesante analizar cómo los feminismos hemos venido lidiando con eso. Es cierto que, si no eres el sujeto político principal de la lucha, tu participación puede estar en entredicho; solo se espera que escuches y colabores. Yo creo que la voz principal deben tenerla esos sujetos, pero que llevarlo al extremo excluye alianzas, empatías y solidaridades. A veces, por miedo a que hablen en nuestro nombre, al tutelaje, llegamos a unos extremos que, efectivamente, imposibilitan que nos unamos en luchas que tienen mucho en común. Dicho todo lo anterior, tampoco hago una defensa a capa y espada de “lo queer”. Como toda corriente filosófica y política, como toda constelación de activismos, tiene sus puntos débiles. Nada es perfecto. Lo que sí me parece interesante subrayar, al hilo del comienzo de tu pregunta, es que queer no es una identidad, no es tanto ser queer como estar queer, en todo caso. Es más un adjetivo, política queer, o un verbo, un hacer queer o queerizar, en el sentido de atravesar, de transformar, de transgredir, como decíamos en los manifiestos transfeministas.

Portada de ‘El feminismo queer es para todo el mundo’.

Al reflexionar sobre “lo queer” en el ámbito educativo, apuntas: “En la medida en que nosotres, como docentes, traigamos al espacio educativo esa pasión [la búsqueda de conocimiento], ese amor por las ideas que somos capaces de inspirar, ese espacio se vuelve un lugar dinámico donde se pueden transformar las relaciones sociales y donde desaparece la falsa dicotomía entre el mundo interno y externo de la academia”. ¿No es volcar demasiada responsabilidad, individual, en cada docente? ¿No es obviar la guetización de las escuelas, los recortes en la educación pública para priorizar la concertada y la privada, los acuerdos del Vaticano? ¿No es pasar por alto que para mejorar el espacio educativo son precisos, antes de nada, recursos y proyectos gubernamentales en consonancia?

“Lo queer” no está desligado de las cuestiones materiales; la perspectiva interseccional las pone en el centro de nuestra mirada y de nuestra práctica en el día a día en los centros escolares. Cuando hablo de intentar transformar el espacio educativo pienso en términos colectivos: en las redes y en la coordinación del profesorado para intentar pensar y educar más allá de los binarismos y de algunas prácticas escolares que están tan naturalizadas que ni se ven. Sin recursos es difícil cambiar nada, pero sin una red y sin un profesorado más coordinado y concienciado, también. O sin movilización colectiva fuera de las aulas. La propia institución educativa tiene un montón de hostilidades hacia estos otros discursos y formas de hacer. La mirada queer en educación cuestiona las dicotomías con las que convivimos: teoría y práctica, mente y cuerpo, alta y baja cultura, éxito y fracaso escolar, academia y activismo… En ese sentido, las universidades de América Latina, por ejemplo, tienen muchísimo más contacto con la calle, son centros de pensamiento más conectados con las realidades sociales y los activismos, en general. Además, el enfoque queer aporta unos modos de análisis que son clave para prevenir violencias contra cuerpos y expresiones de género no cisheteronormativas. Tenemos que tratar de generar unos espacios más horizontales, de utilizar otros discursos y otras metodologías…, lo cual es muy difícil porque tropieza con lo mismo: recursos insuficientes, ratio muy elevada, profesorado en precario, una educación pública que debemos seguir defendiendo de las políticas neoliberales y del avance de las fuerzas conservadoras sin tener las mejores condiciones para trabajar… A veces, la tentación es decir: “Mira, doy mis clases y…”.

Ligado a lo anterior, la teoría queer hace mucho hincapié en el reconocimiento y en lo simbólico, algo que el neoliberalismo fagocita fácilmente, no hay más que ver el pride. ¿Qué hay de la redistribución?

En el libro recojo el debate sobre la redistribución y el reconocimiento entre Judith Butler y Nancy Fraser; no puede haber reconocimiento sin redistribución, van de la mano. Es fundamental el reconocimiento a las personas trans a través, por ejemplo, del cambio del nombre en el DNI, pero también la redistribución de los recursos materiales para que puedan acceder al trabajo, a la vivienda, a la educación, a recursos sanitarios y a un acompañamiento especializado y de calidad, entre otras cosas.

 


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