Convirtiendo letras cursivas en cuchillos

Convirtiendo letras cursivas en cuchillos

Laura Sagaz analiza en su ensayo 'Chica = Tonta, Chica = Mala, Chica = Débil' el movimiento punk feminista riot grrrl, que revolucionó a voz en grito la escena musical y social de los años 90.

27/07/2022

Concierto de Bratmobile en 1994 en Leicester, Inglaterra./ Greg Neate

 

“Porque queremos facilitar que las niñas vean/escuchen el trabajo de las demás para que podamos compartir estrategias y criticarnos-aplaudirnos unas a otras”
Manifiesto Riot Grrrl, 1991
Kathleen Hanna, Bikini Kill Zine #2

 

Cuando Laura Sagaz tenía 14 años, a principios de la década de 2010, le costaba encontrar información en castellano sobre punk hecho por mujeres. Amante de la música de grupos como Sex Pistols, The Clash, Ramones, o los grungeros Nirvana o Pearl Jam, cuya mitología completa tenía disponible a un clic, se puso a escarbar en los márgenes de estas bandas para encontrar referentes más diversos y cercanos a ella. Así descubrió a las riot grrrl, el movimiento de artistas feministas de los años 90 que se hicieron escuchar a golpe de verso en grito y fanzines fotocopiados. Imbuida del espíritu DIY (do it yourself, hazlo tú misma) más punk, Sagaz hizo un trabajo de investigación sobre las riot grrrl para su proyecto final de máster de Industria Musical y Estudios Sonoros. Ahora ha convertido este proyecto en el libro Chica = Tonta, Chica = Mala, Chica = Débil, publicado en coedición por Uterzine y Orciny Press, con ilustraciones de Carolina Cancanilla.

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Cuando lees el libro de Laura Sagaz es difícil no poner a toda castaña punk alternativo riot grrrl y pegar algunos botes a lo pogo. De hecho, la autora incluye una lista de canciones recomendadas de bandas como las fundacionales Bikini Kill y Bratmobile, las Sleater-Kinney, que siguen activas y fenomenales, las roqueras Babes in Toyland, o más cercanas a nosotras en tiempo y espacio, Wake Up, Candela!, residentes en Madrid, o las murcianas Hello Cuca. Mientras lo lees, también apetece buscar más información sobre el movimiento, y como le pasaba a Sagaz en los primeros años de la década de 2010, todavía cuesta encontrar datos y música de algunas artistas. El libro, además, enciende la fantasía creadora: hacer un fanzine, un podcast o participar en cualquier tipo de activismo artístico (artivismo), o aprender a tocar un instrumento, juntarse con las colegas para ensayar en algún local guarro con alfombras en el suelo (¿queda alguno?) y hacer bolos en salas pequeñas donde la batería no esté vedada (casi extinguidas, por lo menos en mi ciudad, Barcelona). Si toda esa energía la desprende un ensayo, qué debió ser vivir en la década de 1990 en Olympia (Washington), el epicentro de la escena riot grrrl.

Olympia, la ciudad que lleva el mismo nombre que una poderosa reina y política de la antigua Macedonia que se pirraba por las orgías y las serpientes, y cuyos enemigos la acusaban de brujería, se antoja el lugar de nacimiento perfecto de un movimiento revolucionario y feminista como el riot grrrl. Herederas de la ruptura social y musical que supuso el punk original de la década de los años 70, las protagonistas del riot grrrl sentían que el grunge imperante de la época había expulsado a las mujeres de la música, así que decidieron formar bandas, tomar los escenarios y gritar con alegre enfado canciones sobre la menstruación, el acoso callejero y la violación, el aborto o la aceptación de sexualidades no normativas. Hablaban de sus propias experiencias en un espacio en el que animaban a participar al público, de forma que se rompía la dualidad entre audiencia y banda y se forjaba un sentimiento de pertenencia. Las integrantes del riot grrrl no eran artistas exquisitas, muchas ni siquiera tocaban o cantaban bien, pero eso era lo de menos, lo que buscaban era desarrollar su propia experiencia cultural y animar a que otras lo hicieran, pasando de ser meras consumidoras a creadoras de contenido.

Portada de ‘Chica = Tonta, Chica = Mala, Chica = Débil’.

La escena alternativa del riot grrrl estuvo desde el principio ligada a los fanzines y a la cultura DIY. En 1991, la banda Bikini Kill publicó en el segundo número de su fanzine, llamado también Bikini Kill, el Manifiesto Riot Grrrl en el que, entre otras cosas, proclamaban: “Las chicas anhelamos discos y libros y fanzines que nos hablen a NOSOTRAS, en los que NOSOTRAS nos sintamos incluidas y podamos entender a nuestra manera (…). Estamos enfadadas con una sociedad que nos dice que Chica = Tonta, Chica = Mala, Chica = Débil”. El mensaje del manifiesto se propagó con rapidez y se crearon multitudes de nuevas bandas formadas por mujeres que a su vez publicaban sus propios fanzines que incluían poemas, canciones o collages, en los que hablaban de política, compartían experiencias, se apoyaban unas a otras y daban a conocer a sus bandas. Las redes que crearon se extendieron hasta otros países. Calaron en particular en Reino Unido, donde surgieron bandas como Huggy Bear, y se seguía la escena riot grrrl a través de artículos de prensa musical o fanzines. En definitiva, se transformó en un movimiento a gran escala de estilo musical multiforme, sin núcleo centralizado ni líderes, una red rizomática basada en la colaboración y los cuidados mutuos.

Además de analizar la evolución del riot grrrl, desde sus precedentes musicales hasta su legado, Sagaz, en su libro, también profundiza en su contexto ideológico. El movimiento bebía directamente de la tercera ola feminista, cuyo enfoque partía de la diferencia, de forma que consideraba cuestiones sociales, éticas, sexuales, raciales y religiosas. Aun así, al movimiento se le ha criticado que estaba compuesto predominantemente por mujeres blancas de clase media. De hecho, la artista punk racializada más conocida no es de los años 90, sino de finales de los 70 es Poly Styrene, que estaba al frente de la banda inglesa X-Ray Spex. En la década de 1990, admirada por las artistas riot grrrl pero perteneciente al grunge, destacó la mexicoestadounidense Mia Zapata, cantante de la banda The Gits, cuyas letras hablaban de relaciones de abuso y violencia sobre las mujeres, y que fue violada y asesinada en un callejón al volver a casa. Las riot grrrl recogieron en sus canciones temas de violencia sexual, así como incluyeron la incipiente teoría queer de aquellos años, de forma que jugaban con los conceptos y expresiones de género.

Con la llegada del nuevo milenio, muchas de las bandas riot grrrl se separaron y el movimiento se fue diluyendo; no obstante, sus huellas se pueden rastrear hasta hoy en día. El festival feminista Ladyfest, que fue organizado por primera vez en Olympia en el año 2000 y suele incluir conciertos, talleres, performances y exposiciones, sigue realizándose en todo el mundo. La última edición en el Estado español se celebró en febrero de 2022 en la pequeña localidad asturiana de L’Apiaderu. También sigue activa la organización Home Alive para enseñar autodefensa, que se creó a raíz del asesinato de Mia Zapata. Algunas de las bandas más representativas del riot grrrl siguen subiéndose a los escenarios, como L7 y Sleater-Kinney, y otras nuevas han continuado su legado, como el colectivo Pussy Riot.

Laura Sagaz termina su ensayo con algunas entrevistas a integrantes originales del riot grrrl, como Allison Wolfe, de Bratmobile, o Corin Tucker, de las bandas Heavens to Betsy y Sleater-Kinney; y también incluye las de algunas representantes del punk alternativo ibérico actual como la banda Las Odio, Heksa, o Lidia Damunt, guitarrista y cantante de Hello Cuca, que explican cómo perciben ellas el panorama musical presente y cómo gestionan las barreras con las que se enfrentan.

 


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