Si me lo hubieras pedido, lo habría hecho

Si me lo hubieras pedido, lo habría hecho

¿Por qué estamos agotadas si las tareas de casa se reparten, más o menos, de forma equitativa? Las investigadoras Lucia Ciciolla y Suniya S. Luthar se plantearon esta misma pregunta y analizaron cómo se dividía realmente la tarea de llevar una casa y cuidar a las criaturas, y cómo afectaba esto al bienestar de las mujeres.

Marta Bueno Saz /MujeresConCiencia

Ilustración de Emma Gascó.

La implicación psicológica necesaria para sostener una casa y una familia es una actividad mental intensa, invisible y poco reconocida, que se acepta, en la mayoría de los casos, como un rol femenino. Incluye planificación, coordinación, anticipación de eventos y tareas futuras y, en definitiva, mantener un estado de alerta permanente para manejar el día a día de una casa. El andamiaje no se ve porque, a menudo, se trata de un proceso cognitivo no verbalizado de todo lo que debe hacerse, de cuándo hacerlo y de cómo llevarlo a cabo. Por si fuera poco, a este engranaje de pensamientos y acciones se le suma la intención de hacer todo de la forma más eficaz y beneficiosa posible.

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Con todo, los malabarismos mentales diarios de muchas mujeres no son valorados positivamente y el mérito se lo lleva quien realiza la tarea física, es decir, la que se hace por encargo: “No queda azúcar. Los amigos del niño vienen esta tarde a hacer galletas”; “Habría que comprar y también convendría tener más harina. Le diré a F. que coja un paquete cuando vuelva del trabajo. Se lo recordaré con un mensaje quince minutos antes de que salga para que no se olvide“. Pues bien, lo visible es esta ayuda, la compra del padre, de F., que llega a casa contento y aportando lo esencial para la diversión de los niños.

La carga mental

Al conjunto de cadenas de pensamiento similares a la anterior se le llama carga mental. Pero, ¿qué es exactamente este trabajo emocional? Para muchas mujeres conocer su existencia puede ser muy revelador. Contamos con muchos ejemplos para describirlo: una pareja divide las tareas físicas (quién lava la ropa, quién cocina, qué días, etc.). El reparto puede cuantificarse en partes iguales, pero la mayoría de las mujeres continúan siendo quienes cargan con la responsabilidad de asegurarse de que no se acabe el jabón, de que toda la ropa sucia se lave a tiempo o de que el cubo de la basura esté limpio (el interior de la tostadora también vale). También podemos leer el relato de Gemma Hartley: “Para el Día de la Madre pedí una cosa: una limpieza general de la casa si el precio era razonable. El regalo, para mí, no estaba tanto en la limpieza en sí como en el hecho de que por una vez no tendría que gestionar la búsqueda y optimización de este servicio que quería contratar. No tendría que hacer las llamadas, pedir varios presupuestos, mirar reseñas, organizar el pago y programar la cita. El verdadero regalo que quería era que me hicieran el trabajo emocional de esa tarea agotadora. La casa limpia sería simplemente un extra. Mi pareja esperó a que cambiara de opinión, que me decidiera por un regalo más fácil, algo que pudiera comprar con un solo clic en Amazon. Decepcionado por mi deseo inquebrantable, el día antes del Día de la Madre llamó a una sola empresa, pensó que era demasiado cara y prometió limpiar los baños él mismo. Lo que yo pretendía con mi propuesta era que él pidiera una recomendación a amigos, llamar a cuatro o cinco servicios más, hacer el trabajo mental que yo habría hecho si esa tarea hubiera recaído en mí. Por eso pedí ese regalo” (Hartley, 2017).

Sabemos que por diversas razones estructurales y socioeconómicas se asignan tareas cotidianas según líneas típicamente de género. Incluso en las parejas que piensan que han logrado una división equitativa del trabajo, las labores de cuidados más ocultas generalmente terminan recayendo en la mujer. De hecho, un número creciente de estudios indica que, para las responsabilidades del hogar, las mujeres realizan mucho más trabajo cognitivo y emocional que los hombres. Ser conscientes de esta realidad podría ayudar a comprender por qué la igualdad de género no sólo se ha estancado, sino que está en retroceso (England et al., 2020).

Podemos considerar tres categorías en esta carga mental. Por un lado aparece el trabajo cognitivo, que consiste en pensar en todos los elementos prácticos de las responsabilidades del hogar, incluida la organización de eventos sociales, la previsión de compras, la planificación de citas, etc. Por otro lado, está un esfuerzo emocional que implica sostener el ánimo de la familia; calmar las cosas si los niños se pelean o están nerviosos o preocupados, estar pendientes de cómo les va en la escuela, en definitiva, intentar un buen ambiente familiar. Por último, la intersección de las dos anteriores es lo que denominamos carga mental: preparar, organizar y anticipar todo, lo emocional y lo práctico, hacer lo necesario para que la vida fluya sin demasiadas dificultades, de manera agradable en la medida de lo posible.

Este trabajo es difícil de medir, es complejo saber dónde comienza y termina. En 2019, Allison Daminger, doctora en sociología y política social en la Universidad de Harvard, descubrió que aunque un porcentaje muy alto de los participantes en su estudio sobre el trabajo doméstico cognitivo eran conscientes de que las mujeres hacían la mayor parte, todavía no lo interiorizaban como un hecho modificable que pudiera someterse a criterios equitativos (Daminger, 2019).

Daminger identificó cuatro etapas claras de trabajo mental relacionadas con las responsabilidades del hogar: anticipar necesidades, identificar opciones, decidir entre las mismas y luego hacer un seguimiento de tareas y resultados. Las madres tuvieron más puntuación en todas las etapas; los padres, en cambio, contribuían con algunas decisiones compartidas, pero eran ellas quienes se ocupaban más de la anticipación, la planificación y la búsqueda de posibilidades y soluciones para cada tarea.

El trabajo mental tiene varios impactos; sabemos, por ejemplo, que las mujeres se preocupan por el cuidado de las criaturas, incluso cuando no están con ellas. Esto provoca estrés adicional, porque la inquietud por el bienestar de hijas e hijos se mantiene incluso cuando las madres deberían estar concentradas en otras cosas. Es como un rumor de fondo que cuestiona si están haciendo lo suficiente por la familia y cómo afectará a los hijos cada minuto que invierten o no en ellos.

Un hecho que desconcertó a Daminger fue que esta distribución desigual del trabajo mental no parecía crear mucho conflicto entre sus participantes. Para entender por qué, realizó un estudio de seguimiento un año después y comprobó algunos de estos comportamientos de género; tanto los hombres como las mujeres concluyeron que la división desigual del trabajo mental se debía a que uno de los miembros de la pareja trabajaba más horas. También afirmaron que las mujeres estaban interesadas en organizarse solas, dijeron que simplemente eran buenas para planificar con antelación, para inferir consecuencias, es decir, mejores que los hombres en todo esto de la carga mental. Esta conclusión puso en evidencia un estereotipo: los participantes creían que las mujeres son por naturaleza mejores para planificar, organizar o realizar múltiples tareas. Este concepto es falso y simplemente la práctica hace que sean más rápidas y eficaces (Hirsch et al., 2019).

Si me lo hubieras pedido…

Sin embargo, hay otras razones estructurales por las que las mujeres asumen todavía hoy una mayor carga cognitiva en el hogar. Ellas, a menudo, encuentran formas de trabajar más flexibles, mientras que las respuestas de planificación y gestión de los hombres se consideran más rígidas y más lineales. Las expectativas de género que comienzan desde el nacimiento tienen mucho peso y podrían explicar por qué las ideas sobre quién lleva la mayor parte de la organización de tareas y cuidados siguen siendo estereotipadas. El concepto idealizado de maternidad también entra a formar parte de la ecuación: por ejemplo, el hogar se ve a menudo como el dominio de las mujeres; se juzga a estas por su pulcritud con más dureza que a los hombres. Todavía el estado de la casa de una mujer está literalmente ligado a su valía como persona.

Estos prejuicios pueden perpetuarse a sí mismos. Debido a que a las mujeres se las valora más por cómo funciona un hogar, se les exige un “control maternal”. Es decir, deben asumir actividades de cuidado de niños como planificar comidas o elegir ropa. ¿De verdad creemos que estas tareas no pueden compartirse? Pensemos en el chiste: con una sonrisa amable y condescendiente, “Hoy parece que a la niña la vistió su papá”. Pero si la trenza que luce la niña esa mañana no es perfecta y la hizo mamá, el chiste no tiene tanta gracia.

Es cierto que se ha avanzado mucho en la normalización de los cuidados a hijas e hijos por parte de los hombres, pero “sigue existiendo la idea de que las mujeres son las responsables en última instancia de los resultados familiares”, señala Daminger. El precio a pagar por esta carga mental puede ser muy alto: además de cansancio y estrés, ellas no se sienten tan felices como los padres durante el tiempo que pasan con los niños; esto ocurre, en parte, porque ellos tienden a hacer actividades divertidas y recreativas con más frecuencia (McDonnell et al., 2019). Otra consecuencia sugerida por los datos recogidos en un estudio (Haas y Hwang, 2008) fue que cuando las mujeres pensaban que la distribución del trabajo doméstico más obvio era injusta y las percepciones de la contribución de cada pareja diferían, se generaban problemas en el matrimonio y aumentaba la probabilidad de una separación.

Hay un riesgo muy sutil al que se exponen las mujeres que se quejan de cansancio y es el «si me lo hubieras pedido, lo habría hecho» (Clit, 2018). En el cómic de Emma Clit sobre carga mental se indica esta trampa de forma precisa. Las insinuaciones tibias para ayudar en casa, o la sincera disposición, pueden resultar molestas si se tienen que repetir las cosas que hay que hacer una y otra vez.

Consecuencias de la sobrecarga cognitiva

Una consecuencia más de la sobrecarga mental de muchas mujeres es la sensación de no llegar a todo y de no ser capaces de trabajar física o mentalmente las horas extra que exigen muchos empleos, por lo que la brecha salarial de género continúa ampliándose.

Por lo tanto, hay que buscar soluciones. Es posible compartir la carga mental cuando se habla más abiertamente de ella. Es bueno que en la familia se conozcan los pasos previos que hay detrás de cualquier tarea de casa. A nivel social, también necesitamos replantear algunas creencias muy arraigadas sobre los papeles asignados a hombres y a mujeres. Es importante considerar los “factores estructurales que inhiben la falta de flexibilidad en el lugar de trabajo”, como “una cultura laboral” que mantiene a los hombres fuera del hogar. Ciertas políticas podrían ayudar, pero en ausencia de decisiones eficaces, quizá la mejor manera para que las mujeres reduzcan la carga mental sea que hagan menos en casa. Si la madre deja de pensar en lo que debe hacerse y el padre no anticipa necesidades, al principio habrá estrés o perjuicios de algún tipo, pero eso podría permitir el aprendizaje por parte de todos para la próxima vez. Esta actitud es casi impensable para muchas mujeres y, sin embargo, parece que es un buen punto de partida para aligerar el agotamiento mental que en ocasiones es ya preocupante, desigual y, sobre todo, inaceptable en una convivencia en la que se pretende el bienestar de cada persona de la familia.

Referencias


Nota de las editoras: este artículo describe los roles que se dan en el marco de las parejas cisheterosexuales. En otros análisis hemos visto cómo allí donde no existen roles de género normativos, las dinámicas son diferentes.


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