Silvia Agüero en una imagen de promoción de ‘No soy tu gitana’. / Foto cedida por Teatro del Barrio

“Ay, nena, que voy a hacer una obra de teatro, que voy a ser actriz”. Hace más de un año, Silvia Agüero, activista gitana, escritora, madre y colaboradora de Pikara Magazine, lanzaba la noticia a sus amistades. Con dos amigas, Nüll García y Pamela Palenciano, había sido contratada por el Teatro del Barrio para llevar al escenario la historia del pueblo gitano, esa que ha ido narrando en los artículos de esta revista, algunos de ellos ahora recogidos en un monográfico Mi feminismo es gitano, y en charlas y talleres que desde hace unos cinco años da por todo el país. Pero ahora el reto era cósmico: actuar.

Pues lo ha hecho. Y ha levantado aplausos, y el Teatro del Barrio ha programado más fechas para el espectáculo No soy tu gitana.

Este monólogo teatral magistralmente defendido por Silvia Agüero es un relato colectivo, es la historia de un pueblo vapuleado que resiste, y es un proyecto coral dirigido por Nüll García y guiado actoralmente por Pamela Palenciano.

Con una escenografía monocromo pero versátil y evocativa, y una iluminación pulcra y envolvente, Silva Agüero, con apenas unas pinzas de madera, unas cuerdas y unas telas, da una clase de historia, la desconocida historia del pueblo gitano construida en el imaginario payo a base de estereotipos y de mentiras llevadas a la literatura y elevadas a lo universal. Entre chistes y quejíos, el monólogo viaja desde la llegada del pueblo gitano desde la India hasta las miradas desconfiadas en tiendas cuando entra una gitana a comprar. Han pasado 600 años, pero la historia es más o menos la misma: cruel, injusta y racista. Antigitana, en definitiva. El puntilloso guion, lleno de matices que obligan a tomar nota de cada palabra, porque nada de lo que dice la actriz es baladí, lleva desde la risa hasta el mayor de los sobrecogimientos. Atrapa, envuelve, revuelca y menea. Y también te saca una sonrisa.

La arrebatadora Silvia Agüero sorprende. Aunque la conozcas. Se deja la piel, se desviste, hace reír, interpela, explica, se viste, canta, chilla, baila, toca las palmas, se peina y se despeina, mira a los ojos… seduce y embriaga. Muestra una habilidad desconocida y se hace la dueña absoluta del espacio escénico, como si llevara años sobre las tablas, como si lo de actuar fuera su pan de cada día, el hinojo de sus guisos. Como si cantar fuera una más de esas cosas que la definen.

“Yo no canto, lo hace Rosa Cortés”, cuenta por teléfono la actriz. Porque en el transcurso del monólogo Agüero se mete en la piel de otras gitanas, incluso habla en romanó, esa lengua borrada. Y siendo Rosa Cortés, gitana del siglo XVIII, una de las víctimas de la Gran Redada, el intento de exterminio del pueblo gitano del 29 de julio de 1749, y tratando escapar de la Real Casa de Misericordia de Zaragoza, canta. Y su bello canto es un llanto que emerge de unas entrañas dañadas por ignominia constante. “Siempre me emociono en esta parte, siempre lloro y eso que fue el primer texto que escribí”, apunta con una voz rota y agotada por el esfuerzo de la interpretación. “Para mí es terapéutico”.

No soy tu gitana es teatro, clase de historia y de literatura, pedagogía, terapia (lo de echar maldiciones arregla), monólogo y una guantá en toda la cara, porque duele, escuece y no te deja mirar para otro lado. No soy tu gitana es una obra que incomoda, que hace que no quites los ojos del escenario, pero que también que te mires a ti, hacia dentro y evalúes el antigitanismo impregnado. Nadie se salva, pero Silvia Agüero te lanza una red para que sepas que ella y sus primas no son las gitanas que nos cuentan.

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