El discurso de Nadia Ghulam

El discurso de Nadia Ghulam

La escritora afgana participa en un acto institucional de la Generalitat por Sant Jordi mientras le siguen negando la nacionalidad y su hermana espera en un centro de internamiento en Salamanca sin poder ir a Catalunya.

Texto: Isabel Franc
04/05/2022

Nadia Ghulam en el acto de Sant Jordi.

No sé a instancias de quién ni por qué, recibí una invitación del Muy Honorable para asistir al prólogo de Sant Jordi, el acto institucional en el Palau de la Generalitat que precede a la señalada festividad. ¡Ostras! Pues, tiene su gracia ver en directo los escenarios en los que se decide la vida del país. Como han sido tan amables, me permito la osadía de pedir invitación para una acompañante y, va y me la envían, tú. ¡Cuánta generosidad! Iremos, ya lo creo que iremos. Además, me han dicho que los cáterin de la Gene son espectaculares y el acto coincide con la hora de la merienda. Me pondré aquella camisa gris, para las ocasiones, que el confinamiento no me permitió estrenar en su día. Hay que ponerse elegante para estos eventos.

¡Cómo luce la plaza! Anunciaban lluvias, pero el cielo está respetando esta previa gubernamental. Incluso la meteorología es partidista. A cada lado de la puerta del Palau, un mosso y una mossa d’esquadra se nos cuadran al entrar. A la chica, con la puntita de los dedos tocando la sien, se le ha escapado una sonrisa. Debe de haber notado que es la primera vez en mi vida que se me cuadra una mossa vestida de gala. O quizás es fan mía, las mosses d’esquadra son protagonistas en muchas de mis novelas. ¡Qué emoción!

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Una vez dentro, vemos que están todos y todas las que salen en la tele; la flor y nata de la política catalana y del Gobierno de Catalunya. ¡Qué lujo! Pero, mira por dónde, falta mi consellera favorita, yo que quería hacerme una foto con ella. ¿Será que pasa de estos paripés y se ha quedado trabajando?

Y, ya estamos. El acto empieza con las palabras de la consellera de Cultura ensalzando “el espíritu de Sant Jordi, alma de la nación catalana, de la lengua y de la cultura compartidas, la vocación transformadora, la construcción de la ciudadanía, la cohesión de país”. De acuerdo, sería muy bonito si fuera coherente con determinadas actuaciones de país como la que tuvimos ocasión de vivir allí mismo. Tras el discurso del señor Josep Vallverdú, muy enfocado a la defensa de la lengua y, como es nuestra costumbre, a lloriquear por los ataques que recibimos por todas partes (a ver cuándo nos animamos a un adelante con los faroles, sin más complejos), han pasado la palabra a la escritora afgana Nadia Ghulam.

Digna, sencilla, con un vestido que refiere sus orígenes y con las cicatrices en el rostro de su propia historia, se planta ante el micrófono y, sin un papel, en un catalán correctísimo, suelta un discurso contundente, rotundo y sereno que si yo fuera del gobierno se me caería la cara de vergüenza.

Inicia dando las gracias por la oportunidad de poder expresar una profunda aflicción. Habla de la vida de tantos refugiados y refugiadas que viven en Catalunya. “Hemos contribuido al desarrollo de nuestro país de acogida, pero, a pesar de ello, tenemos muchas dificultades a nivel burocrático y administrativo, que no nos permiten desarrollarnos y crecer como seres humanos en libertad”, dice.

Y, dirigiéndose a los políticos, allí plantados, con cara de qué-bien-nos-queda-esta-señora-tan-étnica: “Hoy estoy ante vosotros para hablar de todas las personas refugiadas que han llegado con muchas dificultades a este país de acogida y sufren en centros de internamiento, sin esperanza de futuro, sin tener la oportunidad de una educación, que es la base de la paz y de la vida”.

Y les ruega: “Por favor, os pido hoy que abráis las puertas de vuestras escuelas y universidades sin pedir tantos papeles para convalidar los estudios de personas que no podemos tenerlos porque no somos estudiantes de Erasmus, que llegan aquí para continuar estudiando, somos personas desplazadas forzosamente. Ya podéis imaginar que los talibanes no nos enviarán documento alguno”.

Y denuncia: “Las guerras destruyen la vida de miles de personas como yo o como las que ahora están saliendo de Ucrania, estas personas son iguales que las que han salido de Afganistán, en cambio, la gente de Afganistán lleva ya diez meses esperando en centros de acogida sin tener repuesta de las autoridades para saber qué pasará con su futuro y cuándo tendrán una vida digna”.

Y concluye: “Para hacer un mundo justo, equitativo, igualitario, no debemos ver a las personas según su color de piel, raza o religión, tenemos que tratarlas igual. Así, entre todos y todas, podremos construir un mundo igualitario, en paz y libertad. Muchas gracias”.

Estallan los aplausos, y yo no me levanto a gritar ¡ole, tú, Nadia!, por pura contención, no sea que aparezca la mossa, que antes me sonrió, para detenerme por escándalo público. Todo el mundo aplaude, incluso los y las interpeladas a quienes ni siquiera les ha cambiado la expresión. Ni un rumor de tripas revueltas; la clase política está inmunizada contra la remoción intestinal. ¿Han hablado con Nadia después de su discurso? ¿Algún alto cargo se le ha acercado a decirle: tendremos que mirarlo, eso que ha dicho?

Venga, va, salgamos al Pati dels Tarongers a ver si nos dan de merendar. Me hago unas cuantas fotos que envío a mis amigas: en la sala Tàpies, con la copa de cava y la figura de St. Jordi a la espalda… Y hacemos amistad con una señora que parece tan fuera de lugar como nosotras. Ni una triste croqueta, nos quejamos. ¡Habrase visto un cáterin de categoría sin unas croquetitas de diseño! Han sacado unas obleas con trocitos de jamón dentro, una mini coca en la que tristes filetitos de pimiento y berenjena dibujan una mustia senyera; fresas empaladas en lo alto de un largo palillo simulando una rosa, capcakes rojos y amarillos formando otra vez la bandera y unas truficas huérfanas, que no encajan con el resto; muy ricas, eso sí.

Mientras estamos degustando y criticando a partes iguales la inconsistencia de la merienda institucional, vemos pasar a Nadia y no podemos dejar de felicitarla. Ella se nos acerca, se queda un rato charlando con nosotras y, al escucharla, algo se nos desencaja por dentro. Nos dice que le han denegado la nacionalidad, a pesar de llevar más de 15 años viviendo en nuestro cohesionado país —que decía la consellera— y su hermana hace un montón de tiempo que espera en un centro de internamiento de Salamanca, sin posibilidad de venir a Catalunya ni siquiera acogiéndose a un reagrupamiento familiar. ¿Qué significa esto? ¿Que la han traído solo para la foto?

No tengo mucha esperanza de que este escrito llegue a las y los gobernantes allí reunidos, pero, por si acaso, déjenme decirles: más allá del magnífico atrezzo que les proporcionó la escritora Nadia Ghulam, no estaría de más que hicieran algo por ella. Estoy segura de que pueden. Y por mí también, no vuelvan a invitarme que se me indigestó el cáterin.

 


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