Un alegato para no perder los dientes

Un alegato para no perder los dientes

La salud bucodental es, junto con la salud mental, la gran olvidada del sistema sanitario español. Menos de la mitad de la población acude al dentista y quienes lo hacen se exponen a estafas y violencia médica.

13/04/2022

Salgo del dentista con náuseas y con ganas de llorar. Las náuseas son ansiedad, las ganas de llorar precariedad; bueno, ahora que lo pienso, la ansiedad también es precariedad. Miro el presupuesto de una clínica que se presume con precios populares y solidaria y me pongo a hacer cálculos en mi cabeza que sé que no me van a llevar a ningún sitio. A eso se suman las facturas -que menos mal que hace siete meses el Gobierno anunciaba un “plan de choque para rebajar el precio de la electricidad”, reír por no llorar-. La precariedad era esto, no poder afrontar pagos imprevistos, porque los presupuestos modestos y mensuales se derrumban como un castillo de naipes en tus narices, más si se trata de un derecho que se ha convertido en privilegio: la salud dental. Según un estudio de la Universidad Erasmus de Rotterdam, España es el tercer país europeo más caro para ir al dentista, después de Gran Bretaña e Italia.

Desde que me mudé a este país, hace casi seis años, he ido al dentista solo en momentos de mucha urgencia, con esto quiero decir cuando el dolor no me deja ni pensar siquiera. Cada una de esas tres veces siempre he pensado lo mismo: ¿cómo hacen miles de familias con peques, si un empaste infantil cuesta en promedio 125 euros? Pero también me pregunto cómo hace el resto de población que no puede permitirse costear ningún tipo de intervención o, incluso, nada de prevención.

Hoy el dentista, después de decirme que tengo un desastre importante en la boca, me soltó un discurso incómodo y poco cuidadoso de cómo hay personas que buscan “subvenciones y ayudas estatales” para pagarse tratamientos dentales, incluso personas sin techo; ¡sí utilizó la palabra homeless! ¿Subvenciones para salud dental? ¿En dónde están? ¡tendría a un montón de amigas interesadísimas en ellas! Pero en ese momento no supe cómo reaccionar, me sentí incómoda y violentada, totalmente desconcertada por su discurso. No atendió mi necesidad primaria, que era la molestia con la que había llegado, no me preguntó si dolía y dónde dolía, solo me acusó de dejadez, me responsabilizó de mi propia precariedad.

suscribete al periodismo feminista

Me pregunto si habría sido lo mismo si yo fuese blanca, me pregunto si me habría interpelado de la misma forma si no fuese mujer*, me pregunto si la superioridad habría sido la misma si mi expresión de género fuese más femenina y no visiblemente butch o si tal vez habría habido mucha más condescendencia. Me pregunto cómo hubiese sido si a quien hablaba fuese un hombre blanco heteronormativo, si la humillación hubiese sido la misma. En realidad como bollera, racializada y migrante, no sirve de mucho hacerse todas estas preguntas, porque la respuesta salta a la vista.

Es por esto que muchas veces evito el dentista, -como muchos otros cuerpos evitan los médicos-, la imposibilidad de pagarlo y los discursos de responsabilidad individual sobre la salud generan una especie de vergüenza. La pobreza y la precariedad avergüenzan a quien las vive y hay que ser muy conscientes de que esto es una responsabilidad social y no individual, de que la salud integral debiera ser responsabilidad del Estado y no solo de una misma, para que no se instale ese nudo en la garganta que no nos deja pensar. Eso es la consciencia de clase. Solo la consciencia de clase permite salir indemnes del discurso de un médico que nos responsabiliza de nuestras propias dolencias y carencias.

Antes de la pandemia, el Ministerio de Sanidad anunciaba el proyecto: Dentista gratis, lo que incluiría la salud bucodental en la cobertura de la sanidad pública. Después de la pandemia, en diciembre de 2020, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, anunció frente al Senado que el Gobierno estaba trabajando en ello. Sin embargo, las personas de a pie no sabemos en qué punto está el proyecto, ni si es posible que salga adelante con los 49 millones de euros que se destinaron a ello en los presupuestos de 2021. Según el presidente del Consejo General de Dentistas, esta partida es totalmente insuficiente para paliar la desigualdad y para solventar las necesidades de la población. Las estadísticas afirman que “cada español paga en promedio 300 euros al año en tratamientos dentales”, sin embargo, según un estudio de la Federación Dental Internacional (FDI) el 85 por ciento de la población española padece algún problema de salud dental, pero solo el 45 por ciento visita el dentista. Entonces, solo un 45 por ciento se “puede permitir” pagar esos 300 euros anuales.

 

Mientras repaso unas estadísticas que la verdad nunca antes me había detenido a mirar, pienso que, a pesar de las promesas electorales de los partidos de izquierdas de incluir en el sistema sanitario la atención dental y aún escuchando a muchas personas a mi alrededor repetir una y otra vez que ir al dentista es carísimo, nunca había sido tan consciente de que es una problemática social muy relevante. Supongo que nunca te detienes a pensar en los privilegios ni las violencias cuando no te atraviesan. ¿A quién se le ocurriría que los costes tanto de la salud dental como de la salud mental deberían correr a cargo del Estado, si son asuntos individuales y además invisibilizados? La salud dental y la salud mental son las grandes olvidadas del sistema de salud español.

En las estadísticas que leo para paliar el nudo en mi garganta y sentirme menos sola, el enunciado que más se repite es: “Los españoles no visitan al dentista”; ¿qué sucede con las personas no españolas, están incluidas en esos números? ¿Qué sucede con las migrantes, con las personas en situación irregular? No paro de pensar en lo engañosos que deben resultar los datos, en las miles de personas que no habrán pisado un dentista en la vida, o solo para extracciones porque no pueden permitirse ningún tipo de prevención de enfermedades bucodentales.

Si a todo esto agregamos que la clínica de la que acabo de salir se llama Solidaria dental care, -cuando el presupuesto que tengo en la mano es de todo menos solidario-, entramos en terreno fangoso: resulta ser una franquicia, una más de las muchas que abundan en el Estado español, que además de lucrarse con la salud de miles de personas las han dejado colgadas con tratamientos pagados sin realizar por declararse en quiebra. Por poner solo unos cuantos ejemplos: Dentix, iDental, Funnydent y Vitaldent. Estas cadenas “low cost” con presupuestos de tratamientos a largo plazo que rondan los 2.000 euros tienen el mismo modus operandi, lo mismo que viví yo: te sueltan un discurso en el que te dicen que en pocos años se te caerán todos los dientes y que todo será peor, que las extracciones son urgentes, que el tratamiento de las otras caries es urgente, que los implantes dentro de un año y así, metiéndole el miedo a la gente en el cuerpo y apelando a la dejadez individual y a la “falta de responsabilidad” hasta el momento, consiguen enganchar a los “clientes”. Y digo a propósito clientes y no pacientes, porque me parece que quien negocia con la salud es eso, un negociante, no un médico. Son empresas con denuncias de mala praxis, tramas piramidales y múltiples estafas.

Fondos de inversión de capital riesgo (fondos buitre) eso es el negocio de la salud bucodental hoy en el Estado español, mientras tanto muchas de nosotras seguimos pensando seriamente si ir al dentista o no, si podremos pagarlo, o si perderemos la dentadura en unos pocos años, todo esto con un nudo en la garganta.

 

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba