Las que ahora son luz

Las que ahora son luz

Las mujeres de la asociación Tabadol llevan adelante, desde hace un año y medio, una constante lucha para que Naturgy devuelva el suministro eléctrico a los sectores cinco y seis de la Cañada Real de Madrid.

06/04/2022

Interior de una casa de la Cañada Real. / Foto cedida por Tabadol.

“Hemos sido golpeadas, maltratadas, empujadas, amenazadas con quitarnos a nuestras criaturas y llevarlas a Servicios Sociales; nos han torturado pero bien en este año y medio”. Cuando Houda Akrikez narra lo que han vivido sus compañeras y ella, lo hace con sabiduría, con la soltura de una experiencia prolijamente atada al cuerpo. Han batallado en las calles, en las administraciones, en foros, en juzgados y en todos aquellos lugares donde pueden visibilizarse o promover algún cambio. Akrikez es la fundadora y presidenta de Tabadol, la asociación cultural compuesta por mujeres marroquíes del sector seis de la Cañada Real Galiana, en Madrid. Con el apoyo de otros colectivos llevan luchando 18 meses para que devuelvan la luz a la las 4.000 personas de los sectores cinco y seis que viven sin suministro eléctrico desde octubre de 2020.

Hay una causa abierta contra Naturgy en el juzgado de instrucción número 42 de Plaza de Castilla, Madrid. Recientemente, un informe pericial revelaba que los cortes eléctricos son consecuencia de la instalación de unos reconectadores en la línea de alta tensión. Desde la Plataforma Cívica por la Luz en Cañada Real, que ha organizado distintas acciones de protesta y denuncia durante este tiempo, consideran que es evidente la interrupción premeditada por parte de Naturgy. El motivo por el que la empresa había dejado de abastecerles era, según indicaba el Gobierno de la Comunidad de Madrid, la proliferación de las plantaciones de marihuana que provocaban sobrecargas y no permitían activar el suministro. La empresa siempre ha aducido que no habían realizado cortes.

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En marzo de 2020 llegó la pandemia. En octubre de ese año les dejaron sin luz. En enero de 2021 la tormenta de nieve Filomena arrasó. A los meses sin luz se sumaron los días de aislamiento y las semanas de un invierno inclemente, con temperaturas gélidas, sin electricidad ni posibilidad de calentarse. Entidades de varias poblaciones organizaron la recogida de ropa de abrigo, mantas, calefactores y estufas para donarlas al vecindario. Fue un invierno demasiado largo. Criaturas sin ir al colegio, enfermedades que se complicaron, criaturas recién nacidas, personas que siguieron (y siguen) yendo a su trabajo. Porque la vida continúa, con luz y sin ella, y había (y hay) que seguir afrontando las jornadas. “La nieve a la gente le da alegría, pero a nosotras la lluvia y la nieve nos dan pánico”, apunta una de las mujeres de Tabadol en Acontraluz, una obra teatral en la que empezaron a trabajar hace meses.

A lo largo de todo este tiempo, muchas veces con un clima adverso y siempre con pedruscos en el camino, las vecinas de la Cañada Real han hecho lo único que han podido hacer: seguir en marcha. Eso sí, en colectivo. “Los hombres decían que era una batalla perdida y nosotras dijimos que lo queríamos intentar. Y ahí estamos, luchando por lo que creemos que es una violación de derechos”, apunta Akrikez. Han tejido red con otras vecinas y vecinos de su entorno, han organizado múltiples manifestaciones tanto en la Cañada como en la ciudad de Madrid, se han asociado con colectivos, han establecido relación con el Centro de Asesoría y Estudios Sociales (CAES), se han reunido con representantes sociales y de la política, y se han dirigido a instituciones como el Defensor del Pueblo o el Alto Comisionado contra la pobreza infantil o la Presidencia del Gobierno. A principios de marzo, de hecho, recibieron respuesta del Ejecutivo estatal indicando que habían creado una comisión formada por varios ministerios (Transición Ecológica y Reto Demográfico, Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Derechos Sociales), junto al Alto Comisionado, Comunidad de Madrid y los ayuntamientos de Rivas Vaciamadrid, Coslada y la propia ciudad de Madrid para concretar las necesidades de vivienda y realojo de las personas de Cañada y ofrecerles solución a los problemas habitacionales.

Estas mujeres están abordando todos los frentes posibles. “Hemos conseguido que la sociedad nos conozca y que se rompa el estigma que teníamos en los medios de comunicación”, explica Akrikez. “La Cañada no es solo droga, aquí vivimos personas con estudios, trabajo, gente que estamos sacando a nuestros hijos adelante”, añade. Recuerda las acciones de protesta que han emprendido junto a la Plataforma Cívica, formada por distintos colectivos vecinales. Mesas redondas, protestas en el centro de Madrid, campañas a través de redes sociales. Siempre han tenido claro su objetivo y por dónde no querían pasar. “Estuvimos cortando durante semanas la carretera que lleva al vertedero de Valemingómez. Nuestro lema era ‘Si nos cortas la luz, te cortamos la carretera y en mi barrio no vas a tirar la basura’. Venía la policía para no dejarnos protestar, pero lo seguimos haciendo”, explica Akrikez. Otros colectivos han hecho su aportación puntual a la causa, como Corta Cables, que las pasadas Navidades cortaron durante algunas horas la iluminación navideña del centro de Madrid. “El Ayuntamiento de Madrid ha gastado 3,6 millones de euros para iluminar la capital”, denunciaban en redes sociales. “La Cañada Real lleva 400 días sin luz”, añadían. Ahora ya son 500.

La Cañada Real Galiana constituye una de las nueve grandes Cañadas Reales que recorren la península de norte a sur y que integran la Red Nacional de Vías Pecuarias. Cuenta con 400 kilómetros y comprende territorios de los términos municipales de Madrid, Coslada y Rivas Vaciamadrid. Los asentamientos en esta zona se iniciaron en los años 50 y se expandieron en las décadas siguientes, al igual que sucedió en otras zonas de la Comunidad de Madrid. Gente llegada del campo, familias migrantes en busca de trabajo o personas desalojadas de otros poblados componían principalmente su población. Uno de los puntos claves se sitúa en que la Cañada Real Galiana se encuentra en una intersección de terrenos comprados por las grandes promotoras urbanísticas del país y que es una de las zonas afectadas por el proyecto urbanístico Bosque Metropolitano de Madrid, adjudicado en 2020, y repartido en cinco proyectos.

Un informe del Ayuntamiento de Madrid de marzo de 2007 constataba que las construcciones de la Cañada Real no son “chabolas” o “infraviviendas”, sino “viviendas unifamiliares de dos o tres plantas, todo ello sin licencia municipal”. En aquel momento pareció que las conclusiones del documento podían propiciar algunos pasos hacia la legalidad de las viviendas, pero no ha sido así. “Siempre hemos intentado pedir contratos de luz y nos han dicho lo mismo: que la Cañada es una construcción ilegal, y al final es una sensación constante de no reconocimiento. Un contrato de servicio eléctrico quiere decir que se nos reconoce como sujetos de derecho, y eso la Comunidad de Madrid siempre lo ha rechazado”, explica Akrikez.

“La Comunidad, como dueña del territorio, es la autoridad competente para el restablecimiento de la luz como, junto con el resto de administraciones”, explica María José Sobrino, abogada del Centro de Asesoría y Estudios Sociales (CASI), que está encargándose de la defensa vecinal en este procedimiento legal. “Es una vulneración sistemática y continuada de los derechos de estas personas, fundamentalmente de criaturas y adolescentes, que no tiene precedente”, apunta. “Para tener respuestas hay que mirar los intereses especulativos de los desarrollos del sureste que se están llevando a cabo alrededor de Cañada Real y con los que están de acuerdo la mayoría de los ayuntamientos y la Comunidad de Madrid, por encima de los derechos humanos”, completa.

Condiciones de vida

Desde la Plataforma Cívica por la luz en Cañada Real explican que las condiciones de vida de las mujeres se han visto gravemente perjudicadas a raíz de los cortes de luz. “Han aumentado los cuidados familiares y el trabajo en el hogar, han perdidos sus trabajos, ha afectado a su acceso a la educación y se han visto violentadas por defender sus derechos”, apuntan desde el colectivo. Y es que, además del “abandono por parte de la mayoría de las administraciones públicas”, desde la Plataforma indican también que las mujeres enfrentan las violencias que viven en su entorno más cercano por sus propios compañeros, maridos, y familiares.

Una de las protestas organizadas por Tabadol. / Foto cedida por Tabadol.

Para la población infantil y juvenil también existe un evidente riesgo social derivada de esta situación. En una encuesta realizada por el propio vecindario el pasado diciembre entre 150 hogares de las dos zonas afectadas, ocho de cada diez menores a quienes se preguntó afirmaron tener problemas para poder seguir sus estudios con normalidad. La ausencia de luz obstaculiza la posibilidad de hacer los deberes y tareas a tiempo y con la calidad suficiente, además de afectar a la concentración y al ánimo. En general, el empeoramiento de la salud mental o los problemas de salud relacionados con el frío son generalizados entre el vecindario de los sectores cinco y seis.

Teatro

En medio de todas las acciones, y a raíz de todas sus vivencias, varias mujeres de Tabadol decidieron crear una obra de teatro. Fue la manera que encontraron para intentar paliar, al menos en parte, el dolor que se iba acumulando. “Hemos estado muy mal psicológicamente. Yo no dormía por las noches y al día siguiente tenía que estar activa en la calle. Era una saturación emocional, personal y psicológica que nos afectaba a muchas”, explica Houda Akrikez. Conscientes de que necesitaban algún mecanismo para rebajar su malestar, solicitaron un espacio con personas profesionales para hacer terapia. “No sabíamos de qué manera, pero no queríamos tomar tranquilizantes, solo nos hacía falta sacar la energía negativa que teníamos dentro”. A Houda se sumaron Amal, Bea, Fátima, Hanan, Irene, Lidia, Loubna, María, Maryam, Najwa, Oumaima, Sakina, Sara, Zahra y Zakia. Empezaron a reunirse con frecuencia y a grabar todo lo que hablaban. Con este material dieron forma a la obra Acontraluz, compuesta por escenas diarias de la vida de estas mujeres, sus reflexiones, sus miedos y sus deseos. Se las escucha, con un pequeño foco en la mano, diciendo frases como: “¿Por qué cuando empezó a crecer Cañada Real nadie vino a decirnos que no se puede construir aquí? De repente nos apagaron la luz y nos dejaron como si no valiéramos nada. Luego fardan de que este es un país con derechos de la infancia”. Actualmente están preparando una versión más extensa para llevarla al Teatro del Barrio, en la ciudad de Madrid.

No están dispuestas a abandonar, ni la lucha ni el territorio al que están vinculadas. El sentimiento de pertenencia a la Cañada está muy presente. “Yo llegué de niña, he crecido, he pasado mi infancia y adolescencia, me he casado y he tenido a mis hijas aquí. E igual que yo mucha otra gente. Es arraigo, identidad, mi pueblo, mi barrio, para mí lo es todo, con todas sus cosas negativas: que es una mierda, que está lleno de basura, que tiene mil baches, que está oscuro. Sí, pero es mi lugar”, concluye Akrikez.

 


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