Hablar de Palestina con el espejo de Ucrania

Hablar de Palestina con el espejo de Ucrania

Sirvan pinceladas sobre población refugiada, resistencia no violenta y BDS para explicar que la aplaudida respuesta de la Unión Europea al ataque ruso a Ucrania muestra la doblez, el descaro y la desvergüenza de un entramado que solo se preocupa por unas vidas y deja otras a la intemperie.

Ilustración de Hugo Cornelles para La Directa.

]Este texto forma parte de una colaboración entre Pikara Magazine y La Directa. Puedes leerlo en catalán en en su web. El periodismo feminista comparte y no compite con otros medios.

La invasión de Rusia a Ucrania se ha convertido en un buen momento para hablar de Palestina. Este último empuje bélico ha mostrado de una manera mediática la situación de vulnerabilidad absoluta de la población civil atacada. El tratamiento político, humanitario y mediático del nuevo conflicto ha mostrado, a través de la no siempre adecuada comparación, la nefasta respuesta ante otras guerras y ocupaciones habitualmente olvidadas. Pero cuando se conoce la situación de Palestina y cuando se ha tenido contacto reciente con sus gentes la comparación, dolorosa, es inevitable. Y tal vez necesaria. Las guerras, por lo extremo de sus prácticas y de sus consecuencias, muestran con cierta nitidez lo que esconde la condición humana, de bueno y de terrible. Y esta guerra ha puesto sobre la mesa debates sociales ignorados, o que han sido incluso criticados, cuando se han intentado aplicar a otros territorios. ¿Cómo debe ser la acogida de las personas refugiadas?, ¿tiene la población civil derecho a la resistencia cuando ocupan u atacan su tierra?, ¿es una buena medida el boicot comercial y económico a un país que invade a su vecino?

Estas preguntas para las que parece que existen respuestas unánimes y mayoritarias, y ante las que la duda es catalogada de frívola o lela, tienen contestaciones casi opuestas en otros contextos geográficos. Por eso la invasión de Rusia a Ucrania se ha convertido en un buen momento para hablar de Palestina. Porque las seguridades con la que se analiza el último conflicto devienen en múltiples peros cuando en los sujetos de análisis entra Israel.

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Siempre es un buen momento para hablar de Palestina, aunque los medios de comunicación solo dediquen espacio a los territorios ocupados cuando la violencia es directa: es decir, cuando se bombardea Gaza o cuando la población gazatí responde. Hablemos de Palestina, entonces. Hablemos de que no se cuenta nada de la violencia estructural continua y ascendente que vive la población palestina desde hace 70 años ni de la resistencia no violenta que se practica ahora en Cisjordania, donde hubo un tiempo en el que la resistencia violencia se tachó de terrorismo. “Según el derecho internacional, podemos usar la lucha armada como herramienta de resistencia por vivir bajo ocupación. La resistencia no violenta no es tan fácil como la gente piensa, creo que es más difícil. Ahora usar una cámara está prohibido. Ahora si voy a una manifestación y me pillan iré a la cárcel seis meses. Hay que ver cómo hacerlo, si tapándote la cara; le dije al juez que iba a volver a verme en una manifestación. Me dijo que no podía ir a una manifestación ilegal y le dije que qué significaba ilegal y no contestó. No es fácil esta vía con todos los asesinatos de palestinos y las confiscaciones de tierras”, explicaba en 2018 Munter Amira, de los comités de resistencia popular, tras salir de prisión, donde estuvo tras ser detenido en una manifestación.

Amira vive en el campo de refugiados de Aida, en Belén. Fue construido en 1950 para acoger a personas de 27 ciudades, expulsadas tras la creación del Estado de Israel. La construcción del nuevo país supuso el desplazamiento de 750.000 personas y la destrucción 560 pueblos palestinos. Siete décadas después, casi seis millones de palestinas y palestinos viven en 58 campos, repartidos dentro de Cisjordania y en países vecinos. Siguen esperando ejercer su derecho al retorno. La condición de refugio está marcando la existencia de varias generaciones. Con un pasado de agravio y un presente casi carcelario el futuro es complejo de esbozar.

 

La situación de Palestina es un espejo que refleja las grandes dosis de cinismo de la comunidad internacional, y también de la sociedad. De nosotras.

Hace unos días, en una charla online con la organización palestina de derechos humanos Badil, Lubnah Shomlai habló de la situación de la población refugiada y desplazada forzosamente y de los crímenes y la violencia que sigue ejerciendo Israel. ¿Por qué no los grandes medios no narran esto?, se preguntaba la defensora de derechos humanos, quien ofreció argumentos intachables para que el foco mediático mundial mire más a su pueblo. Si relatar las injusticias y cuestionar los poderes es el fin del periodismo entonces no hay excusa para no hablar de Palestina. Shomlai tiró de pruebas traducidas en agresiones constantes, como la imposibilidad del acceso a la tierra (mucha gente no puede cultivar su terreno), del movimiento libre (los checkpoints cercan la vida en Cisjordania y a veces es imposible ir al pueblo de al lado, sin olvidar que hay carreteras, dentro de territorio palestino, solo para israelíes: discriminación, racismo y apartheid, se llama eso), acaparamiento de tierras y de agua, dificultades de acceso a la sanidad o la educación. “Hay violencia estructural y un entorno coercitivo que obliga a la gente a irse, mientras Israel implanta su población para sustituir a la población originaria”, subrayó Shomlai, quien recordó que esa colonización conlleva la anexión de tierras por la fuerza, “otro crimen”. Y no sé cuántos van ya. Pero hay poco escándalo, pocas decisiones políticas y cada vez más olvido.

Incluso las estrategias de los colectivos civiles, como el BDS (siglas de boicot, desinversiones y sanciones), son criticadas. “Es herencia de la resistencia no violenta y se inspira en el movimiento contra el apartheid en Sudáfrica y la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos”, explicaba en Ramala Omar Barghouti, uno de los impulsores del BDS, que arrancó en 2005. “Tratamos de hacer conocer al mundo la verdad de Israel y no la imagen de liberal y progresista que quiere dar. Queremos convencer de que Israel no es un país normal, es un país tóxico”, añadía.

Sirvan las pinceladas de estos temas, población refugiada, resistencia no violenta y BDS, para explicar que la aplaudida respuesta de la comunidad internacional, especialmente de la Unión Europea, al ataque ruso a Ucrania muestra la doblez, el descaro y la desvergüenza de un entramado que solo se preocupa por unas vidas y defiende unas normas internacionales cuando le interesa, no cuando es justo. Hay que preocuparse y ocuparse de Ucrania, pero no solo. Hay muchas Ucranias, hay muchos territorios ocupados de manera ilegal y, tristemente, lo normal es que den igual. “Vivimos una situación de opresión y supresión. No queremos caridad, queremos que se reconozca que no están haciendo las cosas bien”, cerró Lubnah Shomlai.

 

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