La alargada sombra del franquismo aisla a las madres solteras

La alargada sombra del franquismo aisla a las madres solteras

Varias leyes en tramitación olvidan la situación de las familias monoparentales y no les dan reconocimiento legal ni social.

16/03/2022

Estamos en el año 2022, siglo XXI, y no todos los modelos de familia cuentan con el mismo reconocimiento legal. Tampoco con el mismo reconocimiento social, a pesar de los avances y de que en la teoría todas las familias son iguales y hablamos con libertad de diversidad familiar y de familias en plural. Esta falta de reconocimiento es la que viven las familias monoparentales, aquellas que están encabezadas por una sola persona progenitora (habitualmente una mujer) que se hace cargo en solitario de sus hijas e hijos. Esta realidad familiar, como señala Andrea Hernández de Monleón en la tesis doctoral Ni solas, ni en solitario. Condiciones de vida, solidaridad informal y cuidados en la Monomarentalidad, unas veces responde a una monoparentalidad por decisión (la de las madres solteras por elección) y otras a una monoparentalidad sobrevenida por circunstancias personales (serían aquellas familias cuyas situaciones de monoparentalidad responden a diferentes motivos: separaciones, viudedad, internamiento penitenciario de la pareja, violencia machista, un proyecto migratorio, ausencia o abandono del otro progenitor, etc.).

En el reciente proyecto de ley por el derecho a la vivienda que está tramitándose se ha comprobado, una vez más, cómo las familias monoparentales son las grandes olvidadas de las políticas públicas. Un olvido, una invisibilidad que solo puede explicarse por el enorme lastre de prejuicios y estereotipos franquistas (muchos de ellos inconscientes) que existen sobre un modelo de familia que parece que no termina de ser visto, a ojos de la clase política y de quienes legislan (aunque no solo), como un modelo familiar de verdad; , el modelo de familia que se tiende a proteger legalmente es el biparental. Precisamente, es ese tipo de familia, la compuesta por dos progenitores, el modelo de familia que cultivó y deseó el franquismo y que dio lugar a la persecución y el estigma a miles de mujeres que fueron madres solteras, y de sus hijas e hijos. Décadas de democracia después, en el inconsciente normativo (y también colectivo) perduran las ideas tradicionalistas y patriarcales de que la maternidad se debe ejercer con la presencia de un varón y que todo lo que se aleje de esa representación no deja de ser algo residual, marginal o excepcional que no merece atención, al fin y al cabo, es una desviación del ideal familiar. Por falta de reconocimiento, regulación y memoria, la sombra del estigma franquista de ser madre soltera ha llegado a nuestros días.

La llegada al poder del dictador Francisco Franco en 1939, tras sublevación militar contra el Gobierno de la Segunda República (julio de 1936) y la posterior Guerra Civil, supuso la derogación de todas las leyes que se habían aprobado hasta entonces, como la del ley de matrimonio civil y la ley del divorcio. El régimen franquista volvió a aplicar el Código Civil de 1889 que, entre otros aspectos, la igualdad entre hombres y mujeres que había proclamado la Constitución republicana de 1931. Además, la dictadura franquista borró todos los derechos que las mujeres tenían reconocidos como seres independientes. Su situación retrocedió a la que tenían a finales del siglo siglo XIX: aumentó su mayoría de edad hasta los 25 años, se la obligaba a permanecer en el hogar paterno hasta el momento de casarse a no ser que entrasen en un convento y volvían a ser tratadas como personas dependientes e incapaces por sí solas, pasaban a estar bajo la tutela de un hombre (padre/esposo/hermano). Si la mujer quedaba viuda, por ejemplo, pasaba a ser tutelada de nuevo por su padre, o por su suegro. También se le prohibía ejercer la patria potestad de sus hijos e hijas, solo podía ostentar una patria potestad subsidiaria en ausencia de padre si se quedaba viuda; pero si contraía otra vez matrimonio perdía por completo dicha patria potestad. Una consecuencia de esa pseudo patria potestad es que el padre podía decidir por sí solo dar a sus criaturas en adopción sin consentimiento de la madre.

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El franquismo se sirvió de todas las leyes a su alcance para imponer la doctrina del nacionalcatolicismo en la que se promovía un papel claro para la mujer: el llamado ángel del hogar. Incluso el Código Penal se usó para reforzar esa moral. Se tipificaron los delitos contra la honestidad de forma discriminatoria hacia las mujeres, siendo el bien jurídico que había que proteger el honor personal y familiar del hombre tutor, al margen por completo de la voluntad y libertad sexual de la mujer. Además, se penalizó el adulterio para las mujeres y el concubinato, se eximió de reproche penal al marido si había violencia sexual o física dentro del matrimonio y se establecieron penas de cárcel a quienes practicaran o facilitaran un aborto o se sometieran a él. El franquismo quería asegurarse de que la sexualidad de la mujer se centraba única y exclusivamente en los fines reproductivos dentro del matrimonio y esta doctrina era la que estaba detrás de la criminalización y estigma que sufrían las mujeres que se quedaban embarazadas fuera del matrimonio.

Creencias religiosas e ideológicas que ampararon el rechazo familiar, el reproche social y el maltrato institucional que sufrieron las madres solteras durante el franquismo; uno de los peores demonios para el proyecto moral del dictador era precisamente el de una mujer que fuese madre y estuviese soltera. Para la psiquiatría de la época franquista las madres solteras eran parte de esas mujeres rebeldes que debían ser internadas. Ya de por sí para esta clase médica la mujer era un ser improductivo, inútil, psicológicamente débil y susceptible de sucumbir a sus más bajos instintos, como cuenta Lucía Prieto Borrego en el libro Mujer, moral y franquismo. Del velo al bikini, de los psiquiatras Vallejo Nájera, López Ibor o Novoa Santos. Si además, la mujer pertenecía a la clase baja, provenía del ámbito rural o carecía de estudios se multiplicaban las probabilidades de “sucumbir a sus bajos instintos” y tener relaciones prematrimoniales.

Sobre este marco histórico se centra uno de los capítulos del estudio en el que participé, junto con Paloma de Uribe, para la Federación de Asociaciones de Madres Solteras y el Instituto de las Mujeres del Ministerio de Igualdad. Nos hicimos eco de la investigación realizada hasta el momento y que relata cómo para atender las situaciones de las llamadas mujeres caídas, es decir, las madres solteras, el franquismo creó las Casas de Maternidad del Patronato de Protección de la Mujer. En ellas se ingresaban a las embarazadas solteras. Estas instituciones eran dirigidas por órdenes religiosas que fueron ejecutoras de muchas de las situaciones degradantes, humillantes y de malos tratos que sufrían estas jóvenes, cuando no directamente cómplices en las adopciones de sus bebés ilegales por las buenas familias e incluso en arrebatárselo a sus madres con falsos certificados de defunción. Las mujeres que allí ingresaban podrían “reinsertarse” a la sociedad y para ello, además de expiar sus pecados con procesos de reeducación para eliminar sus conductas transgresoras e inmorales, se les ofrecía otras salidas que las dignificaban moralmente, como pasar a formar parte del servicio doméstico de algún matrimonio de clase alta o casarse con alguno de los hombres solteros que se acercaban a estas instituciones “buscando esposa”.

(…) se aceptaban los hijos que concebidos bajo el período de noviazgo eran reconocidos por el padre. La mujer “caída” era en este caso “reparada” en una boda posterior y por tanto aceptada como esposa y como madre. Pero aquellas cuyo embarazo se hacía público sin paternidad conocida o sin que el padre quisiera reconocerla eran absolutamente rechazadas y moralmente condenadas. Incluso el término utilizado para referirse a ellas, “caídas” asociado al abandono, sugiere una situación vital límite a la que se llega por el rechazo familiar. Hasta tal punto fue consideraba la pérdida de la virginidad un factor perturbador de la estabilidad social que la situación de las “jóvenes caídas” era, según la visión expresada por el obispo de Jaén, un problema de orden público. Una interpretación tan extrema que asimilaba la pérdida de la virginidad a la delincuencia o al bandolerismo por lo que proponía la intervención estatal. Pero el abordaje político del problema no implicaba la absoluta responsabilidad civil, por el contrario, el prelado exigía la intervención de las órdenes religiosas “para el internamiento, corrección y formación de jóvenes caídas o próximas a caer en el vicio

Lucía Prieto Borrego. ‘La copla: un instrumento para el proyecto de moralización de la sociedad española durante el primer franquismo’ (Vol. 23 Núm. 2 (2016): Ser “buena” para la patria. Discursos bajo el franquismo, Dossier, Páginas 287-320 2016)

Los testimonios que han llegado de las Casas de Maternidad es que eran lugares siniestros y terroríficos, en los que bajo la finalidad religiosa y médica de “la dignificación moral de la mujer” se cometieron todo tipo de abusos. Hechos indignos que tampoco se han tenido en cuenta proyecto de ley de memoria democrática, también en tramitación. Un nuevo olvido para reparar a las mujeres que sufrieron la crueldad y la persecución de un franquismo que utilizó la religión, la medicina y la justicia para apartar y castigar a las mujeres rebeldes a ojos del régimen franquista. No fue hasta 1985, ya entrada la democracia, cuando se clausuró el Patronato de Protección de la Mujer tras varios escándalos relacionados con la residencia de San Fernando de Henares (Madrid) y la Casa Maternal de Nuestra Señora de la Almudena, situada en el barrio madrileño de Peña Grande. Sobre esta existe una documentación escasa, si bien hay dos documentales imprescindibles y que permiten conocer de viva voz los testimonios lo que las madres solteras vivieron allí: La madre sola, de Miguel Paredes y Mariano Aguado para Radio Televisión Andaluza, y El Patronato, de de Reyes Ramos para Radio Televisión Española.

Quizá uno de los elementos que deberíamos reflexionar al escuchar y ver los testimonios de las madres solteras que sobrevivieron al franquismo y sus instituciones, y quieren hablar de aquello, es cómo repiten la profunda sensación de aislamiento, tanto dentro de los centros como fuera de estos. Un aislamiento que se repite actualmente cada vez que se les niega el derecho a ser reconocidas en las leyes, en las políticas y en las medidas con las que deberían tender acceso a derechos como las familias que son, tanto ellas como sus hijas e hijos. No hay olvido inocente cuando se trata de los derechos de las mujeres.

 

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