Anne Helen Petersen: “Hay mucha presión para que seamos madres, pero si decides serlo, se te devalúa”

Anne Helen Petersen: “Hay mucha presión para que seamos madres, pero si decides serlo, se te devalúa”

Entrevista a la escritora estadounidense Anne Helen Petersen, autora del libro 'No puedo más. Cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada' (Capitán Swing, 2021).

09/02/2022

Anne Helen Petersen. / Foto cedida

La escritora Anne Helen Petersen (Lewiston, Estados Unidos, 1982) distingue un matiz entre los términos agotamiento y desgaste. Como concreta en su libro No puedo más. Cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada (Capitán Swing, 2021), el primero “significa llegar al punto de no poder seguir”, mientras que el segundo implica alcanzar ese extremo físico y emocional “y obligarte a continuar, ya sea durante días, semanas o años”. A pesar de alcanzar ese punto de no retorno, muchas de las personas de su edad se definen a sí mismas en función de su capacidad para trabajar duro y tener éxito y se piensan a sí mismas como currículos andantes.

Su publicación profundiza en esa compulsión y concluye que la generación a la que pertenece no es la única que se siente superada, frustrada y fracasada, sino que es un sino sistémico. La precariedad se ha asumido como una condición contemporánea, y la ansiedad y el cansancio son un común denominador entre todas las edades profesionalmente en activo.

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La pandemia no ha hecho más que enfatizar un conjunto de problemas que no son personales, sino sociales y, en el caso de las mujeres, se exacerban. Pero Petersen considera este momento histórico como un punto de inflexión para concienciarse y plantear una batalla estructural.

He leído que tu indicador del nivel de desgaste es dejar de leer ficción. ¿Estás leyendo ahora?
Sí, en agosto se me hizo cuesta arriba coger los libros que había sobre mi mesa, muchos de ellos muy buenos, pero lo volví a conseguir en septiembre y he seguido leyendo entre octubre y diciembre. Ahora mismo, estoy con uno que es de no ficción, pero muy inmersivo.

La pandemia nos golpeó justo cuando estabas terminando de escribir No puedo más. ¿Cómo ha afectado a tus sujetos de análisis?
Estos últimos meses voy como un péndulo: cuando hablo con gente que confía en que vamos a ser capaces de reorganizar la sociedad, me siento optimista, pero luego observo la incapacidad del Gobierno y caigo en el pesimismo. Creo que existe una firme voluntad de cambiar el funcionamiento de nuestra sociedad, de modificar cómo cuidamos los unos de los otros y disponer de redes de seguridad, pero los políticos están fallando en ejecutar esos cambios en el plano estructural. En Estados Unidos en específico, pero se extiende a otros países. Por otro lado, en el plano comunitario, resulta difícil perdonar a gente que se ha comportado de manera egoísta y ha rechazado proteger a los más vulnerables.

¿Crees que esta falta de esperanza en las instituciones puede alimentar a los movimientos de ultraderecha?
Veo reacciones en ambos extremos. Por un lado, a gente que considera que la solución a nuestros problemas pasa por una ideología fascista. El ejemplo más reciente es el del eslogan “Make America Great Again”, que clama un pasado en el que había una supremacía blanca. Y por otro lado, tienes a personas que llaman a no mirar atrás y, en su lugar, intentar algo nuevo. Personalmente, estoy aterrorizada y entristecida por esta moda totalitaria, pero al mismo tiempo esperanzada por esta creciente solidaridad vecinal y ese surgimiento de movimientos progresistas.

En lo que se refiere a la situación de las mujeres en estos dos años, los cuidados han recaído, principalmente, en ellas. ¿Qué hartazgo ha sumado la crisis sanitaria al ya existente?
Antes de la pandemia, cuando abordé el capítulo sobre la crianza, fue sobrecogedor comprobar que en un 99 por ciento se hacen cargo las mujeres y eso destilaba un sentimiento de rabia. En los hogares heterosexuales, el peso mental es muy desigual, y cuando se trata de una madre en solitario, carga con todo. Ahora, con la crisis sanitaria, esta situación se ha vuelto mucho peor.

De hecho, hay un capítulo en el que señalas que la prensa demoniza a las llamadas tiger mums. ¿Por qué no también a los padres que ejercen este tipo de crianza estricta?
Porque la educación de los niños es resultado de la biología y del entorno, y en ese segundo aspecto societario, es duro apuntar a la comunidad en su conjunto, así que en muchas de esas conversaciones la persona más sencilla de culpar, la villana más a mano, es la madre. La maternidad es el ámbito donde tienen cierta autoridad en una sociedad que, generalmente, las devalúa. Así, al señalar que si algo se tuerce en el comportamiento de sus hijos, es su culpa, se critica el poder que pueden tener en casa.

En el libro haces mención de las fuerzas paralizadoras que afectan a la generación millennial. ¿Qué extras se suman cuando eres una mujer?
Si vas a tener o no hijos, porque hay mucha presión para que seas madre, pero al mismo tiempo, si decides serlo, se te devalúa, así que es muy contradictorio. La imagen idealizada de una mujer se asocia al componente maternal, pero la sociedad es muy hostil hacia las madres. Y todavía existe un estigma hacia las mujeres que no desean tener hijos o eligen tenerlos de una manera “equivocada”, por ejemplo, si quieres hacerlo en solitario. Por un lado, te dicen que eres muy valiente y extraordinaria, pero existe un prejuicio.

En el apartado que dedicas al capital humano, he echado de menos que señales que en las mujeres en edad fértil se reduce por un potencial embarazo.
Efectivamente, somos un capital humano arriesgado y eso tiene mucho que ver con las decisiones que he tomado en mi vida. Si no he tenido ni he querido tener hijos es porque he estado aterrorizada de que mi capital humano se redujera radicalmente, ya que veía a otras colegas de profesión cuyas expectativas laborales caían durante la crianza. Es muy duro y nada nos protege de esa percepción exterior de la merma en nuestra capacidad de trabajar.

Una revelación espeluznante en tu libro es la de las estudiantes universitarias agredidas sexualmente que ocultan los asaltos para evitar reducir una supuesta mancha en su currículum. ¿Crees que el movimiento #MeToo ha supuesto un cambio en esa dinámica de silencio?
Si algo así pasaba al principios de nuestras carreras, tanto las mujeres millennials, como las boomers y las de la Generación X, comprendíamos que teníamos que lidiar con ello desde la discreción. Si querías avanzar, te callabas. Creo que el estigma ha desaparecido prácticamente, pero no del todo. Desde luego, es un paso adelante que este tipo de comportamiento se considere intolerable, aunque todavía hay espacios donde se consiente. Y si denuncias, todavía existe la sensación de que eres una mujer difícil. Además, existe cierta reacción negativa hacia el #MeToo, así si no tienes un caso claro de acoso, con documentación, grabaciones y testigos, muchas veces la gente reacciona diciendo que lo que pretende la denunciante es arruinar la carrera del acusado. En definitiva, por supuesto que han mejorado las cosas, pero todavía es una situación en la que las mujeres han de ser muy cuidadosas con la manera en que expresan sus preocupaciones.

Salvando las distancias, esa prioridad dada al currículum me recordó a la película Súper empollonas (Olivia Wilde, 2019), donde las protagonistas anteponen sus estudios a las relaciones sociales. ¿Se podría considerar una comedia generacional?
Los personajes en la película son más jóvenes, de la Generación Z, pero la película está escrita por millennials, personas que han tenido muy presente la idea de priorizar el currículum ante todo, así que esta película es un acierto en la manera de articular estas convicciones.

Sucede lo opuesto con Steve Jobs [ya fallecido, fue cofundador de Apple], un boomer que se convirtió en el millennial definitivo. ¿Se podría decir que representaba lo mejor y lo peor de esta generación?
Jobs era exitoso, innovador y creativo, pero hay otros líderes que también lo son y no promulgan ideas tóxicas. Hay tantos millennials y gente más mayor que ha interiorizado su mantra de que lo deseable es hacer carrera en un trabajo cool, de lo gratificantes que es trabajar en lo que te gusta. Así es como se incentiva el exceso de trabajo y se excusa el horrible trato que reciben los empleados. A este respecto, he estado hablando con gente que se dedica a trabajos no lucrativos a los que se les repite una y otra vez que lo que hacen es bueno para el mundo, que forman parte de una misión; se enmascara la explotación con la retórica.

Y los escasos momentos de descanso los dedicamos a las redes sociales, que han demostrado efectos nocivos. A ese respecto, ¿cómo se puede contrarrestar el impacto en la autoestima que provoca el uso de Instagram?
Instagram tiene la misma capacidad que las revistas femeninas en hacernos aspirar a ideales imposibles que nos llevan a sentirnos mal con respecto a nuestros cuerpos, pero hay algo genial en esta red y es que da la posibilidad de que más tipos de personas puedan convertirse en influencers. Adoro que haya gente que se haya hecho relevante en esta red con cuerpos diferentes y formas distintas de estar en el mundo. En tu cuenta puedes ajustar tu feed para estar rodeado de ellos a fin de reafirmarte y sentirte bien con tu físico, algo complicado si consumes la oferta mediática generalista en televisión, periódicos y revistas. Yo sigo a influencers de tallas grandes. Son mujeres increíbles, lo que contradice los mensajes que he recibido durante toda mi vida, que pasaban por rechazar a las personas que no encajaban en el ideal. En lugar de resultarme desagradables, sucede lo contrario, aprecio que esas personas tienen un aspecto estupendo. Instagram me está ayudando con mi interiorizada fobia a engordar.

Sus creadores, Kevin Systrom y Mike Krieger, han renegado de la herramienta, descontentos con la dirección que ha tomado tras su adquisición por Facebook.
Instagram se ha convertido en un mercado de compraventa, pero nació por la necesidad de guardar las fotos digitales. Si ya no tenemos álbumes, ¿qué podíamos hacer con ellas? El problema es que eso se combinó con el imperativo de hacer mucho dinero y la estructura adictiva de la aplicación. La parte tóxica de Instagram no es para mí la de mirar la vida de otras personas, sino su componente adictivo. Siempre hay cosas nuevas que mirar, así que es difícil dejarla de lado. Esa dependencia provoca una pérdida de autonomía y de atención.

Tu libro es, de hecho, una llamada a la revolución.
Mucha gente me ha dicho que este libro les ha hecho sentir menos solos. Se han sentido vistos y eso es importante. Es muy poderoso encontrar un idioma para describir algo que está pasando y no solo te sucede a ti. Reparar en que lo que experimentas no es personal implica poder empezar a mantener conversaciones sobre ello. Me siento esperanzada en que la gente que se sienta individualmente vista se anime a iniciar una acción colectiva. Está bien cambiar tu relación con tu teléfono, pero eso no es suficiente.

 


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