Decir “no”

Decir “no”

Para las personas que formamos parte de colectivos minorizados o de minorías, la vida nos ha enseñado que tenemos pocas oportunidades, de manera que accedemos a casi todo a pesar de que tengamos la agenda llena o de que no nos encontremos bien.

09/12/2021

Ilustración de Lola Duchamp.

Este verano estuve tres días sin poder andar. Se me inflamó el sacro y me dolía tanto que hasta tumbada me encontraba mal. Fui al centro de salud pensando que inauguraba mi cuadragésimo aniversario con una flamante ciática y la doctora me explicó que lo que me sucedía es que mi enfermedad autoinmune avanzaba lenta pero segura y, tras darme bastante guerra en manos y muñecas, había saltado a otra zona.

Al salir de ahí me puse a llorar. Me daba miedo que siguiera ganando espacio y verme en unos años con dificultades de movilidad, también me culpaba por haber ignorado la cantidad de señales que mi cuerpo agotado me había estado enviando con el fin de que bajara el ritmo.

Pero las cosas no son tan sencillas. Para las personas que formamos parte de colectivos minorizados o de minorías, decir “no” es algo bien difícil. La vida nos ha enseñado que tenemos pocas oportunidades, de manera que accedemos a casi todo a pesar de que tengamos la agenda llena o de que no nos encontremos bien.

Y yo no me puedo quejar, he trabajado “de lo mío” casi desde que acabé la carrera y, aun así, siento la espada de Damocles pendiendo sobre mi cabeza. Y no es casual. En mi gremio, el periodismo televisivo, hay programas que solo duran unos pocos meses, el intrusismo es estratosférico, ser reportera que hace imagen y tener más de 40 parece una gesta y los contratos han dado paso al freelanceo. Por eso hacemos todo lo que podemos mientras nos dejan. Sabemos lo que sucede a nuestro alrededor y tememos que, en el futuro, no vuelva a sonar el teléfono.

Sin embargo, no decir “no” implica que el tiempo que pasamos con las personas a las que queremos, el de ocio, el de descanso y el de autocuidados desaparece. Y del estrés permanente a una salud física y mental que se tambalea, hay mucho menos de lo que imaginamos. Doy fe. Lo peor es que, cuando no te sientes bien y el cuerpo te recuerda, a través de somatizaciones varias, que lo estás maltratando, te machacas por no haberle prestado atención. Lo cierto es que los culpables últimos son la precariedad laboral que genera un sistema en el que, por si acaso, debes sumar líneas en el currículum hasta reventar, y también el racismo y el machismo, que únicamente permiten que unas pocas mujeres no blancas puedan hacerse hueco en ciertos espacios. En los canales de televisión de ámbito estatal (las autonómicas, especialmente TV3, son otras cosa), creo que hoy solo hacemos imagen tres periodistas afro: Desirée Ndjambo, Mary Ruiz y yo, todas en TVE1.

No obstante, considero que es importante negarse a hacer de todo por otras muchas razones. No solo se trata de disponibilidad, también de meternos en fregaos para los que ni fregona ni cubo llevamos. Me explico: en demasiadas ocasiones nos llaman para entrevistarnos o para que nos pronunciemos en calidad de… NEGRAS en temas varios que deberían requerir algo más que tener un color diferente al de la mayoría. Sigo pensando que ser negra no es un trabajo ni tampoco una condición que te convierte en todóloga. Esto evidencia la falta de contactos de quienes nos llaman. Eres su negra comodín, su “vale todo”, la que evitará que les afeen que su evento o su reportaje no sea diverso o interseccional. Una pista rápida, sucede algo así cuando te avisan el día antes; y otra, que tu discurso jamás se haya acercado siquiera al asunto que se aborda. El clásico “pon una negra en tu mesa”, vamos.

 

 

Recuerdo que hace no mucho me llamaron con el objetivo de que asistiera a una charla en la que querían hablar de avances y retrocesos en la comunidad LGTBIQ+. Por hetera, por cis y por respeto, no acepté.

Había más motivos detrás: es fundamental que quienes organizan eventos o entrevistan se esfuercen y no tiren de lo que tienen sino que busquen lo que necesitan. Por otro lado, diciendo sí a todo, opacamos voces expertas racializadas, cuyo rigor sería mayor que el nuestro y que, precisamente por eso, deberían ser escuchadas. En ese sentido, soy muy defensora de compartir números e emails para abrir el paso. No se trata tanto de ser generosa con la periodista u organizadora de evento de turno en cuestión, como de un ejercicio de responsabilidad hacia nuestras propias comunidades.

Soy consciente de que las luces de neón pueden resultar atractivas y de que hay mucha gente cuya vulnerabilidad económica provoca que deba decir “sí”. Ahí, cierro la boca, la necesidad siempre por delante. Cuando no es el caso, participando en lo que nos echen, corremos el riesgo de que la opinión de las personas de siempre se convierta en “lo que piensa una comunidad”. Al ser tan escasas nuestras intervenciones, acaba por tomarse la parte por el todo. Esto, claro, no le sucede a los hombres blancos, cis y hetero.

Si queremos que nuestras narrativas resulten útiles, demos valor a quienes llevan tiempo investigando, trabajando, construyendo o viviendo desde diferentes lugares ya que, sin duda, lo harán mejor.

Declinar ofrecimientos permite que los discursos que se escuchen sean más genuinos y adecuados. Así mismo, contribuimos a visibilizar una polifonía de opiniones y de conocimientos que, en términos colectivos, nos hará crecer. Yo, dado que llevo más de tres lustros en el sector audiovisual, continuaré ciñéndome a hablar de periodismo, reporterismo y viajes o representación en medios, cine y publicidad.

 


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