Cuando no puedes parar de trabajar y una app te manda a meditar

Cuando no puedes parar de trabajar y una app te manda a meditar

El libro 'No puedo más. Cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada', con autoría de la escritora y periodista estadounidense Anne Helen Petersen, es un disparador para identificar qué eslabón de la cadena de personas quemadas ocupamos en un sistema que está roto.

22/12/2021

Portada del libro ‘No puedo más….’.

Cuando empecé a leer el libro No puedo más. Cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada (Capitán Swing), escrito por de la periodista estadounidense Anne Helen Petersen, había aceptado otro trabajo. Es decir: había sumado un trabajo que prometía cierta estabilidad a mis otros dos trabajos freelance desde los que perpetúo mi supervivencia hace algunos años y que me ayudan a mantenerme desde diferentes países trabajando a distancia; esto sin contar los talleres y los artículos que escribo, como frijolitos que ayudan cada mes a pagar las deudas.

Durante varias semanas, mientras leía No puedo más, comencé a percibir que ya no alcanzaba el tiempo de ir a hacer las compras, menos de preparar el almuerzo. Experimenté varias noches de insomnio por la presión de un trabajo nuevo, con un equipo de personas cuyo estado de ánimo intentaba deducir a partir de los emojis de un mensajero virtual en que teníamos que presentarnos cada día.

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Por un lado, me sentía agradecida y privilegiada por estar “haciendo lo que me gusta”, “trabajando en los temas que me interesan”. Por otro lado, el agobiante descubrimiento (una vez más) de que derechos como el acceso a una cobertura de salud o a días para hacer trámites sigue siendo un “lujo” que algunas empresas u organizaciones ceden a su plantel de empleades; y que, pese a mi buen desempeño y dedicación, no había espacio para reclamarlos. “La libertad para establecer tus propios horarios es la libertad para que tu propia atención médica salga de tu bolsillo”, recuerda el libro de Petersen, y que tiene todo el sentido en Argentina. Y la soledad disfrazada de un mensajero web con avatares silenciosos me golpeaba la cara cuando necesitaba organizarme con otres sufriendo las mismas condiciones.

El libro No puedo más. Cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada resultó una especie de espejo, de esos en los que nos hace bien mirarnos para apaciguar la desazón que provoca la flexibilización laboral que puede significar trabajar desde casa; ni qué hablar de lo que viven quienes trabajan en el mercado informal y tienen que salir a la calle en medio de una pandemia o quienes trabajan en instituciones sin estar registrados ni contar con las prestaciones básicas.

El ensayo ofrece una exhaustiva investigación y análisis que pone contexto al cansancio generacional, ofrece claves en forma de testimonios personales, a la vez que agrega muchos datos, para entender de qué hablamos cuando hablamos de generación quemada. Si bien lo hace situado desde Estados Unidos, globalización y colonización cultural mediante, tiene la virtud de colocar en sus páginas una enorme ola de preguntas que hemos estado rumiando solitariamente. Su valor reside en ayudarnos a sistematizarlas para pensar y empezar a animarnos a idear cómo hacemos para cambiar.

Petersen explica que la generación millenial (personas nacidas desde 1980 hasta los tempranos 2000) se identifica en haber sido educada a través de una crianza basada en la creencia de que “si nos esforzamos bastante, podríamos ganar el sistema del capitalismo y la meritocracia estadounidenses o cuando menos vivir cómodamente en él”. Esta sensación es como una mancha que se expande y tiñe también a la Generación X y a la actual Generación Z. Cuando hacemos una pausa y quitamos la vista del trabajo embutido en nuestras mascotas brillantes celulares, nos damos cuenta de que el sistema está roto y, como afirma Petersen, constatamos que un estado de trabajadores solitaries, con experiencias fragmentadas en tiempo y espacio, no podemos hacer gran cosa.

La obra propone hablar del “trabajo agrietado” y para hacerlo se aleja de las definiciones abstractas. En sus páginas se aboca, de hecho, a poner voces a esos trabajadores y trabajadoras que son trasladadas de una empresa a otra como si fueran figuritas intercambiables, cuando no son contratados según el precio más bajo en el mapa. La autora decide poner nombre, origen étnico-racial, edad entre otros detalles que ayudan a comprender la precarización de manera interseccional.

“El hecho de que estar quemado se haya convertido en una experiencia que define lo millennial no significa que todas y cada una de las experiencias de desgaste sean iguales. Si una persona blanca de clase media se siente agotada al leer las noticias, qué ha de soportar una persona indocumentada circulando por el mundo. Si resulta tedioso lidiar con el sexismo implícito en el lugar de trabajo, qué ocurre cuando añadimos a eso una dosis de racismo no tan explícito. Funciona de forma distinta el desgaste cuando no se tiene acceso a la riqueza generacional, tal como afecta la deuda estudiantil cuando ese es el primero de la familia en ir a la universidad”, escribe Petersen.

Por otro lado, ¿qué sucede cuando nos definimos exclusivamente por el trabajo? En un mundo racista, patriarcal y capacitista, que invisibiliza los trabajos de cuidado, el valor de las personas parecería depender exclusivamente de su capacidad de trabajo. En este esquema la autora nos invita a pensar cómo las personas con movilidad reducida, entre otras diversidades que no permiten trabajar a jornada completa así como las que proporcionan cuidados de forma no remunerada o infravalorada, valen mucho menos en esta gran ecuación social.

Falsas promesas: ser ninjas y rock stars

El ensayo abre varias preguntas interesantes acerca del concepto de la “vocación” emparentado a veces con la creencia de que tenemos una misión en el mundo, para concretar en el plano laboral. Además, se dedica a deconstruir la mal llamada “pasión” por el supuesto trabajo soñado. Aquellas preguntas son fundamentales para quienes trabajamos en áreas sociales, humanísticas o artísticas (aunque no excluye otras áreas), en particular cuando somos convocadas a trabajar en pasantías, voluntariados o en otras modalidades laborales que van minando la capacidad de valorar nuestro talento y nos precarizan cada día mas, pues no remuneran nuestro tiempo.

Petersen es contundente cuando explica que, cada vez que oímos el llamado de hacer lo que amamos, “la mayoría de las veces todo lo que obtenemos de nuestra pasión es el permiso para cobrar muy poco”. Es llamativo cómo en Estados Unidos, según una fuente consultada por la autora, entre 2006 y 2013 se produjo un incremento de los trabajos cuya descripción incluía las palabras “ninja” o “rockstar”. La mayoría de los anuncios de estos trabajos estaban dirigidos a puestos de nivel principiante a cambio del salario mínimo o de uno ligeramente superior, con pocas prestaciones o ninguna.

El libro invita a observar el fetichismo por el empleo soñado. Una creencia que, en este contexto, hace que los trabajos corrientes de toda la vida (chóferes, empleadas, electricistas, entre otros), que no tienen nada que ver con ser ninjas hoy sí ofrecen beneficios mágicos como la estabilidad y buenas prestaciones, puedan ser vistos con ojos más desprejuiciados.

 

Bienvenides a la robotización de nuestras vidas

La autora hace, además, a hacer una compleja crítica a todas las tecnosoluciones aplicadas a la gestión de los tiempos y de la energía de los planteles de trabajadores. Apps, relojes Fitbit y otras magias originadas en el Valle del Silicio, usina de ideas del tecno-capitalismo.

En mi trabajo nuevo debíamos aparecer conectades en la app Slack, con la cual todes vigilamos quién estaba en línea y quién había salido (importante justificar: a darse la vacuna o al dentista). De haber salido a la calle a hacer trámites el consejo era llevar Slack en el celular para poder contestar desde la fila del banco bajo un sol que estalla o sorteando las curvas de una carretera en el transporte público.

Cuando las opciones de obtener un trabajo estable son tan escasas, resalta Petersen, no tenemos el lujo de elegir si queremos o no queremos que nos vigilen. Tan solo nos limitamos a encontrar el modo de gestionar el sufrimiento que esto genera. No obstante, hay pruebas concluyentes de que cuanto más vigilades estamos el efecto se traduce en una menor confianza sobre nuestros desempeños, por tanto nuestra propia medida de la “productividad” se vuelve cada vez más exigida e inalcanzable.

Estas tecno-soluciones llevadas al paroxismo son los rastreadores que cada vez más empresas ofrecen en forma de pulseras Fitbit, así como cuenta calorías gratuitas a sus planteles de empleades. “El acuerdo es bien sencillo: completa tus 10.000 pasos al día, pierde peso y todos ganamos a efectos prácticos”. Se trata de la normalización de una idea profundamente distópica: permitir que la empresa vigile los movimientos de sus empleades. Algo que la empresa de Jeff Bezos, Amazon, viene haciendo desde hace años tal como contaron varios exempleades del almacén a medios estadounidenses como The New York Times, entre otros.

Otro buen ejemplo del libro es el caso de Spire Stone, un pequeño rastreador con un bonito diseño para ser llevado cerca de la piel. “Cuando mediante de una serie de sensores Spire concluye que el trabajador está estresado, lo guía a través de una breve meditación. Spire en teoría es una herramienta para aliviar el estrés en el trabajo y de ese modo optimizar el trabajar para que, ejem, trabaje más. Un método infalible para aumentar tu nivel de estrés es estar constantemente preocupado por si un extraño artefacto palpitante que llevas pegado a la piel le chiva a tu jefe lo estresado que estás”, describe la autora.

Apple, con su política de elegir el plantel de empleades persiguiendo la intención de flexibilizar al máximo sus condiciones labores, así como casi todas las grandes empresas del Valle del Silicio (Silicon Valley), es otro de los ejemplos ineludibles. Este tipo de casos “evidencia situaciones de exceso de trabajo extremo en la fábricas chinas mientras Apple se ocupa de todo lo que es bueno y reluciente”. Resalta la autora aquello que sucede, de hecho, con las prácticas sucias y de explotación “que hacen posible lo bueno y reluciente que no son su responsabilidad”, según muestra públicamente la empresa del fallecido Steve Jobs. De tal manera, la contratación de empleades tercerizades no contribuye a que el salario de les trabajadores se mantenga estable ni mejora la vida laboral de todo el plantel. Lo que persigue es aumentar el valor global de la empresa en el mercado.

“El riesgo de las startups sos vos”, señala la autora cuando se dedica a explicar el ya masivamente criticado modelo Uber. “Cuando eres una startup que consume millones de dólares de capital de riesgo, su objetivo es el crecimiento, siempre el crecimiento. La responsabilidad es un impedimento para dicho crecimiento”, escribe. En el caso de Uber se soluciona desconociendo los derechos de los conductores y “designándolos oficialmente colaboradores independientes”.

La organización (sigue siendo) es la solución

Una de las ideas fuertes del libro es cambiar la narrativa que usamos al referirnos a la búsqueda de un trabajo soñado como objetivo mayor en nuestras biografías, porque queda a la vista el gran daño social que este imaginario. Al contrario, cuando escuchamos a nuestros cuerpos y miramos a la realidad por fuera de las fantasías y expectativas de los demás sobre nuestra vida profesional podemos llegar a defender por primera vez en mucho tiempo nuestras propias necesidades. Parar, respirar, descansar sin miedo a perderlo todo.

Al mismo tiempo Petersen rescata la solidaridad como un valor que hace rato, en el mundo autónomo y precarizado, se vuelve sospechoso. Esto se relaciona con el hecho de que cada persona se considera a sí misma una mediana empresa, un ser enzarzado en una batalla de suma cero contra el resto de la sociedad. El objetivo es fisurar la vivencia que nos hace sentir que cada minuto que no trabajamos o nos formamos es una pérdida de tiempo.

Señala la autora que muchos milenialls viven ya robotizados a niveles elevados guiados con desesperación por la esperanza de lograr la siempre elusiva estabilidad: “En el amor eso significa ignorar cada vez más nuestras propias necesidades, incluidas las biológicas”. Nuestros sueños se parecen cada vez más al estado de las máquinas en modo suspensión: constatamos con horror que no es tanto un descanso como una condición diferida o disminuida entre operación y exceso.

¿Quién dijo que todo esta perdido? Insiste la autora con sus constantes menciones a la necesidad de organizarnos y rescatar el rol cohesionador que alguna vez tuvieron los sindicatos. Ya estamos de acuerdo en que las condiciones laborales de mierda producen desgaste, pero el desgaste y la consiguiente incapacidad para oponerse a la explotación, ya sea por falta de energía o de recursos, ayuda a mantener y recrear más trabajos basura.

Las páginas de No puedo más insisten en crear y reclamar una legislación relevante que actualice las leyes laborales para responder a la realidades actuales de los espacios de trabajo, hoy con el empleo remoto, y de las personas, en especial mujeres que con triples o más jornadas están más desgastadas que nunca. Alzando la solidaridad como orientadora: “Una palabra anticuada que simplemente significa una amplia variedad de personas con ideas a fines coinciden en que la resistencia es posible”.


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