“Quería saber más y resultaba odiosa”

“Quería saber más y resultaba odiosa”

Dos de cada cien niñas y niños españoles tienen altas capacidades intelectuales. Son mentes precoces, sienten una gran curiosidad por el mundo que les rodea, viven intensamente sus emociones y procesan el conocimiento rápidamente. Requieren de una atención escolar diferenciada, pero más de la mitad de los casos no se detectan: las niñas permanecen ocultas tras el estereotipo de la estudiante aplicada.

Imagen: Ana Penyas
10/11/2021

Arela tiene 10 años y asiste a clases de ciencias en la universidad el fin de semana. Le entusiasma jugar al pillapilla y le angustia enormemente el cambio climático. En casa se relaja haciendo experimentos científicos. Cuando tenía cuatro años su madre advirtió que era diferente de sus compañeras de infantil: “Era una niña triste y deprimida. No jugaba ni se relacionaba, como el resto de sus compañeras”, cuenta. Los familiares de niñas y niños con altas capacidades suelen acudir a una profesional porque detectan diferencias relacionadas con la manera de gestionar sus emociones. La psicóloga especializada en altas capacidades intelectuales Natalia Serrats explica que “a menudo es una sensibilidad muy concreta, pueden ser muy susceptibles y quizá se desmoronen por una situación que aparentemente podría ser intrascendente o muy sencilla. Es por esta cualidad, y no tanto porque aprendieron a leer rápido y solos, que las familias suelen detectar estos casos”, insiste Serrats.

El estado de ánimo de Arela mejoró de forma considerable cuando en primero de primaria se topó con un maestro que tenía altas capacidades intelectuales. Por iniciativa propia, su educador le adaptó el currículo escolar con la finalidad de que pudiera profundizar en los conocimientos que se daban en clase. Las especialistas coinciden en que esta medida educativa supone un cambio cualitativo para estos niños y niñas. Natalia Serrats asevera que el alumnado con altas capacidades suele aburrirse en la escuela a una edad muy precoz: “Las clases les resultan lentas o repetitivas. Tienen la sensación de que siempre explican lo mismo”, dice. Una escolaridad clásica en la que el profesorado enseña y el alumnado recibe información les resulta tediosa y a menudo desconectan. La presidenta de la Asociación Española de Superdotados y con Talento para niños, adolescentes y adultos (AEST), Alicia Rodríguez, afirma que la adaptación curricular y otras medidas como la aceleración de curso no son solo beneficiosas sino imprescindibles. Rodríguez destaca que una cifra importante de personas con altas capacidades que no reciben una atención escolar acorde a sus necesidades tiene bajo rendimiento académico y que, en el peor de los casos, termina en fracaso escolar.

Desde el punto de vista emocional, estos niños y niñas suelen sentirse desplazados respecto al resto de su clase porque se sienten distintos a los demás. La sensación de distanciamiento afectó seriamente la autoestima del hermano menor de Arela, a quien detectaron altas capacidades cuando tenía solo seis años. Este proceso puede producirse a causa de la disincronía emocional y cognitiva que presentan. “Si tienen unos intereses muy diferentes del resto de compañeros, o un vocabulario muy elaborado que les diferencia de los demás y no los adaptan al resto, llegan a la conclusión de que son raros y pueden aislarse porque socializar no les resulta satisfactorio”, explica la psicóloga, fundadora y codirectora de un centro de detección, evaluación y seguimiento terapéutico de personas con altas capacidades, Susana Arroyo. Con la finalidad de acompañar adecuadamente a estos niños y niñas, Alicia Rodríguez remarca la importancia de detectar sus casos y actuar en consecuencia, “del mismo modo que si el niño fuera celíaco y necesitara que en el comedor le proporcionaran comida sin gluten”.

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Se calcula que un dos por ciento de la población tiene altas capacidades intelectuales. No obstante, en España solo se detectan un 0,3 por ciento de los casos, según las estadísticas más recientes del Ministerio de Educación y Formación Profesional. Los datos segregados por género también difieren de las estimaciones que ofrece la comunidad científica. Pese a que las altas capacidades se manifiestan con la misma frecuencia en niñas y niños, las primeras conforman solo un 36 por ciento de esas escasas detecciones, mientras que los segundos constituyen el 64 por ciento restante.

El mito del genio superdotado

Las personas con altas capacidades forman un grupo muy heterogéneo. Muestran intereses y talentos dispares. Sin embargo, todas tienen en común el hecho de que su cociente intelectual está varios puntos por encima de la media. La comunidad científica determina que tienen altas capacidades las personas que obtienen una puntuación de 120 o superior en los test de inteligencia empleados por las psicólogas que las evalúan. Esta característica se manifiesta en todos los estratos sociales, pero el género, la clase social o el grupo étnico, entre otros factores, condicionan la forma en que sus cualidades se presentan. No obstante, la sociedad tiene expectativas basadas en estereotipos respecto a las personas con altas capacidades.

Natalia Serrats sostiene que en el ámbito educativo estos estereotipos limitan las capacidades de detección del profesorado: “A menudo los indicadores que esperan son erróneos. Buscan al buen estudiante y no les cuadran aquellos que no tienen un buen rendimiento académico o facilidad para aprender”. Asimismo, la insatisfacción y el aburrimiento que experimenta el alumnado con altas capacidades hace que algunos no atiendan en clase. Según Serrats, frecuentemente “los profesores interpretan que a estos alumnos les cuesta entender lo que explican en clase o que son vagos y cuando les contamos que tienen altas capacidades aparecen los mitos. Nos dicen: ‘Tengo niños más potentes que ese’”. Marina tiene 13 años y está en espera de una flexibilización de curso que le permitirá asistir a unas cuantas clases de un nivel más avanzado. Tiene, desde muy pequeña, un talento extraordinario para el arte y le gusta salir a explorar bibliotecas y leer mitología, filosofía y literatura fantástica. Los contenidos que se imparten en el instituto no le suelen interesar y llega a casa cansada, triste y con dolor de espalda. A menudo, tiene que lidiar con ciertos prejuicios en su entorno. “Creen que debería tener las mejores notas de mi centro, sacar excelentes, no equivocarme ni cometer errores o ser una calculadora viviente y que, si no, no tengo por qué ser superdotada”, se lamenta.

Las políticas y sistemas educativos igualitaristas que predominan en la actualidad no abogan por una educación que atienda la diversidad. Además, las escuelas públicas adolecen de una falta grave de recursos y tienen dificultades para atender estos casos. Los colegios no aplican las medidas educativas previstas para el alumnado con altas capacidades sin un informe de evaluación que les reconozca esta característica. Sin embargo, Alba denuncia que son pocas las familias que logran que sus hijas e hijos sean evaluados en el sistema público. Las listas de espera son eternas y hay gente que lleva años en ellas. Arela se siente bien atendida desde que se cambió a una escuela privada que contempla la atención a la diversidad. Pero este cambio cualitativo no es accesible para todo el mundo. Los abundantes ingresos de Alba y su marido no les alcanzan para pagar la educación de sus hijos.

A pesar de todo, Alicia Rodríguez afirma que, en general, gran parte del alumnado con altas capacidades no recibe la atención que necesita. Declara que “no se destinan suficientes recursos y lo más habitual es que el profesorado esté solo en esto”. Si se quiere formar, “tiene que hacerlo por privado y en su tiempo libre pese a que su esfuerzo no revertirá en su salario”. La falta de formación del profesorado también les lleva a suponer que conviene no etiquetar al alumnado con altas capacidades para no diferenciarlo del resto. “Creen que, como son muy listos, sabrán adaptarse solos”, dice Rodríguez. Sin embargo, la casuística demuestra lo contrario: la escolarización tradicional es frustrante para muchos de estos niños y niñas. “Imagínatelo —subraya Alba, madre de Arela—: son muy ágiles y tienen que subir un edificio de treinta plantas, pero van con otras treinta personas y no pueden avanzar sin el resto”.

Buena estudiante y mejor compañera

Ante la frustración que padecen en las aulas, algunas niñas y niños se muestran inquietas y nerviosas en clase. Puede que incluso molesten o desafíen al profesorado. Este fue el caso del hermano pequeño de Arela, antes de que le detectaran altas capacidades intelectuales: “Daba muchos problemas en el colegio cuando solo tenía seis años. Siempre estaba enfadado y rompía los exámenes. A veces, desafiaba a su maestra”, cuenta su madre. Explica que una vez le pidieron que dibujara una casa en un examen de arte y que él se negó porque iba en contra de sus principios. “Le dijo a su maestra que el arte no se copia y que una casa no es un cuadrado y un triángulo. Así que le suspendieron en plástica”. La conducta de su hijo la llevó a evaluarlo para determinar si tenía altas capacidades y aprovechó para valorar también a Arela y al hermano mediano. Por cuestiones biológicas es habitual que si un descendiente de la familia es superdotado, sus hermanas y hermanos también lo sean. Natalia Serrats apunta a que las altas capacidades tienen una base genética, aunque “es difícil de demostrar”. Como era de esperar, tanto Arela como sus hermanos dieron positivo en las pruebas de evaluación. La presidenta de AEST explica que esa situación es muy frecuente: “La mayoría de familias acuden con su hijo y más tarde te comentan que tiene una hermana, pero que es muy lista y que no da problemas. Les decimos que las valoren también porque, si no, cuando llegan a la adolescencia pagan el pato”, se lamenta.

La psicóloga Natalia Serrats afirma que, por motivos de socialización de género, las niñas con altas capacidades suelen plantear menos problemas de conducta y, en consecuencia, pasan desapercibidas. Aunque a menudo no se sienten satisfechas con la escolarización tradicional, “se adaptan, permanecen calladas y acostumbran a sacar muy buenas notas”, explica Serrats. Además, “muchas de estas niñas se afanan en cumplir con las expectativas, evitan a toda costa que les llamen la atención y se horrorizan ante la idea de que sus padres reciban una nota negativa de la profesora”. Susana Arroyo destaca su gran capacidad de adaptación como algo positivo porque les ayuda a salir hacia adelante durante todo el proceso escolar. El único inconveniente es que el profesorado no suele detectarlas porque interpreta que son buenas estudiantes.

Las niñas con altas capacidades suelen poner su gran capacidad de adaptación al servicio de las respuestas que reciben del entorno. Advierten que parte del profesorado considera pedantes o repelentes a las alumnas que participan tanto como sus compañeros. Susana Arroyo recuerda el caso de una niña que preguntaba mucho en clase: “Siempre quería saber más y su profesora decía: ‘Se hace odiosa porque parece un niño’”. Marina ya no debate en clase y procura fingir ser tímida para no llamar la atención. “Esta vez quiero intentar ser invisible, no meterme en tantos líos”, dice. Le incomoda tener que contarle a la gente que es superdotada. Confiesa que “preferiría negarlo o quitarle importancia porque al oír esa palabra la gente piensa que soy arrogante y que me creo mejor que los demás, y yo no pienso nada de eso”. Arela también lidia con este tipo de reacciones. Le incomoda que todo el mundo le pregunte “cosas que no deberían preguntarse, como por ejemplo, si soy superior a los demás”. Ante esta situación, muchas niñas se enfrentan a un dilema: perseguir el éxito académico a costa del rechazo que pueda suponer o abdicar y ser aceptada por el entorno. Arroyo recuerda el caso de una niña que sacaba unas notas sobresalientes: “Le llamaban empollona en clase. Al final, bajó el rendimiento conscientemente porque quería pertenecer al grupo”.

Según la psicóloga, esta problemática se acentúa en secundaria, una etapa durante la cual lo social es muy relevante. “Si les planteas hacer una intervención en la escuela que las diferencie del resto, como desarrollar proyectos paralelos, ocupar roles de experta, o cualquier otra cosa que implique brillar académicamente, la mayoría te dice que ni hablar. Sienten que diferenciarse de esa manera tendrá un coste social que no están dispuestas a asumir”, declara Arroyo. Las adolescentes también son más reticentes a acelerar de curso, que es otra de las medidas educativas que suelen implementarse en estos casos. Por lo general, este cambio tiene resultados muy positivos porque les brinda un entorno que se ajusta más a sus necesidades emocionales e intelectuales. No obstante, la psicóloga asevera que las niñas no suelen acelerar, mientras que los niños lo hacen y llevan mucho mejor ese cambio. Según la experta “socialmente se contempla que la ambición es un buen rasgo para un niño”.

A pesar de todo, las psicólogas insisten en que las altas capacidades son una cualidad positiva que impulsa a la vida. “Solo hay que estar pendientes de tres o cuatro aspectos por si en algún momento entran aguas”, expresa Arroyo. Así es como Arela experimenta las altas capacidades. Se siente contenta porque aprende con rapidez y se divierte experimentando y descubriendo lo que le regala la experiencia. Solo apostilla un pormenor: “A veces te entristece porque quieres ser diferente, pero también quieres ser igual al resto”.

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