Nuevos colores para una animación más diversa

Nuevos colores para una animación más diversa

Abordamos series de los Estados Unidos y Japón que rompen con el heteropatriarcado, con personajes trabajados, historias interesantes y un trato cuidadoso de los deseos y las identidades de sus protagonistas.

Texto: Anna Celma
22/09/2021

She-Ra and the Princesses of Power (2018-2020), reboot de una secuela de la mítica He-Man, narra la epopeya de la joven guerrera Adora.

Este reportaje ha sido publicado inicialmente en catalán en La Directa.

Si bien siempre han existido representaciones LGBTIQA+ en los dibujos animados, a menudo han tenido sesgos discriminatorios, encasillando a los personajes en roles estereotipados, más o menos sutilmente. A la vez, suelen ser presencias secundarias, casi anecdóticas. O bien su representación se centra solo en su sexualidad o identidad de género, llegando a estigmatizarla.

Por suerte, muchas creadoras han roto con el heteropatriarcado en la animación, tanto en la occidental como en la asiática. Y no solo cuando las fans en internet hacen el ejercicio de reimaginar las líneas narrativas con un prisma queer, ampliando las historias más allá del canon oficial. En dos de las grandes industrias de la animación global –los dibujos animados producidos en Estados Unidos y el anime japonés– se están moviendo cosas. ¡Alerta, que hay spoilers!

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Diversidad nada azucarada

En Estados Unidos, desde 2010 existen varias series con estas características emitidas en una cadena tan mainstream como Cartoon Network (Warner Bros. Entertainment Inc.). Si hay que destacar un nombre entre quienes abrieron camino y consiguieron lo impensable en un canal televisivo orientado a generar ganancias al estilo Disney –por medio de la venta de merchandising de los productos culturales– es el de Rebecca Sugar, quien participó en la serie Adventure Time (2010) y es creadora del magnífico imaginario de Steven Universe (2013).

Como guionista y creadora de storyboards, Sugar construyó personajes que rompían con el binarismo de género, con identidades fluidas, y una subtrama de dos protagonistas –Princess Bubblegum y Marceline The Vampire Queen– en la que el trasfondo dejaba claro que habían tenido una relación amorosa en el pasado, retomada épicamente al final de la serie. Rebecca Sugar tuvo que encontrar un punto de equilibrio entre la mirada conservadora y capitalista de la cadena estadounidense –que tradicionalmente creía impensable emitir en horario de máxima audiencia la historia de una pareja de lesbianas empoderadas– y su esfuerzo por convertir Adventure Time en una serie referencial por la libertad de los personajes, con atención especial a la responsabilidad afectiva, el consentimiento y el respeto.

Rebecca Sugar da un salto adelante con el proyecto Steven Universe, que rompe moldes y pone en el centro una representación de la realidad que no cae en la trampa de pensar que el mundo es binario. Además, es la primera serie de Cartoon Network que ha sido creada por una persona no binaria, aunque de no ser no binaria, Sugar también habría sido la primera mujer en lograr ese hito en la cadena.

El protagonista de la saga es un niño de identidad híbrida, hijo de un humano y de una gema alienígena. A través de su historia de crecimiento, desde la niñez hasta la primera edad adulta, todas las aventuras que vive Steven nos hacen testimonios de temas difíciles tratados con mucho cuidado y frescor. La mayoría de los personajes, tanto personas humanas como alienígenas, son profundamente queer. En las cinco temporadas de la serie, la película y la secuela, podemos encontrar representaciones lesbianas, trans, de género fluido… con un argumento que aborda la batalla entre la normatividad y la disconformidad.

Steven es protagonista y heredero de una lucha milenaria entre un imperio intergaláctico extractivista que quiere imponer una homogeneidad estricta, y las disidentes, que no encajan en el molde, unidas para defender sus vidas y existencias libres, en tribus y familias escogidas. Todo ello, con un abordaje muy trabajado y empático de temáticas espinosas, como la salud mental, la familia, las presiones sociales, el desamor, las violencias en las relaciones o el trauma.

Sugar, la creadora de la magnífica galaxia de Steven Universe, construyó personajes que rompían con el binarismo de género.

Un remake muy esperado que entró en la animación queer por la puerta grande fue el de She-Ra and The Princesses of Power (2018-2020), reboot de la secuela original de la mítica He-Man. Emitida en Netflix, narra la epopeya de la joven guerrera Adora. Uno de los leitmotivs de las cinco temporadas es el vínculo con Catra, su amiga de infancia. La relación se desarrolla desde la enemistad, cuando Adora escoge pasarse a la guerrilla rebelde que combate el estamento militar donde había vivido hasta entonces.

Adoptadas juntas cuando eran bebés, poco a poco las dos se van percatando de que su conflicto tiene la raíz en sentimientos más profundos. Es central el papel de la amistad como espacio de crecimiento y de autodescubrimiento, pero también de conflictos y dilemas. Por otro lado, igual que con Steven Universe, en She-Ra hay personajes masculinos traidores a la heteronormatividad y el rol masculinizado (casi de masculinidad tóxica) esperable de un héroe, además de contar con varios roles principales y secundarios con identidades y relaciones LGBTIQA+.

Podríamos enumerar más, como por ejemplo Korra, la protagonista de la secuela Avatar, la leyenda de Korra (2012), que retoma el universo de la icónica Avatar: el último maestro del aire (2005), ambas series del canal de pago Nickelodeon (ViacomCBS Inc.). Lo que tienen en común todas estas series es que celebran la ruptura con las conductas, deseos y estereotipos heteropatriarcales. Construyen imaginarios ricos, valientes, con personajes complejos y apasionantes, que ofrecen a la infancia y a la adolescencia un espejo donde verse reflejadas. Pero también para las adultas, sobre todo para quienes no habían encontrado referentes así cuando eran pequeñas.

Son series en las que la ternura, los cuidados, la debilidad y los miedos se plasman como reivindicación política. Ahora bien, hay que evidenciar que todos estos ejemplos citados suceden en planetas y galaxias lejanas, en dimensiones paralelas. Quizás para la animación occidental es más fácil romper con el corsé heteropatriarcal cuando el escenario es un mundo de fantasía o ciencia ficción.

Clásicos y nuevos caminos del anime

En cambio, en el anime japonés hay bastantes ejemplos del género realista mundano, donde no hace falta que los protagonistas sean casi criaturas mitológicas para que sean LGBTIQA+. Históricamente, en el manga y el anime encontramos reiterados personajes rotundamente queer; desde ejemplos que sufrieron la censura al llegar a occidente, hasta otros más sutiles, que consiguieron pasar el filtro. Hablamos de series icónicas, como Berusaiyu no Bara (1972), Sailor Moon (1991) –y su reciente readaptación, Sailor Moon Crystal (2014)–, Paradise Kiss (1999), o Shôujo Kakumei Utena (1996), donde los géneros lésbico-gay (en japonés, yuri y yaoi) forman parte de tramas narrativas más complejas. Todas presentan personajes que desmontan los binarismos de género, sin que esto fuese un hecho estigmatizante ni discriminatorio. Es parte de su complejidad. Esto se mantuvo no solo cuando fueron publicados de entrada en el formato de cómic impreso manga, sino también cuando después fueron adaptados al anime.

Encontramos también un muestrario en series y películas más recientes, como por ejemplo, Puella Magi Madoka Magica (2011), Yuri!!! on Ice (2016), la película Omoide no Maani (El recuerdo de Marnie, 2014) del famoso estudio Ghibli, o la adaptación al manga y al anime de una serie de novelas ligeras, No. 6 (2011). O el anime Hoshiai no Sora (Las estrellas se alinean, 2019), que aborda la violencia intrafamiliar a la vez que integra personajes e historias románticas queer dentro de la trama del género deportivo y evita caer en el patrón de centralizar toda la identidad o las inquietudes de los protagonistas en este ámbito.

Ahora bien, el anime y el manga también caen en estereotipos: hay centenares de protagonistas lésbicas o gais, como por ejemplo las hermanastras de Citrus (2012), pero muchas son representaciones rígidas, que trasladan el binomio hombre/mujer a un paradigma homosexual, y que incluso cosifican o patologizan a los personajes. Por eso, son sobre todo destacables los ejemplos positivos en una industria millonaria que se dirige a una sociedad a menudo rígida y conservadora, donde la diversidad de género, origen, clase o identidad es causa de discriminación legal y social.

Destacamos Hourou Musuko (El hijo transitorio, 2002) por el abordaje cuidadoso de las discriminaciones. El guion nos presenta un par de escolares que transitan más allá del género que se les ha impuesto y su crecimiento hasta acabar el bachillerato. Las historias y las personas con quienes crecen relatan un camino complejo hacia el autoconocimiento. Se enfoca en el rechazo social y la construcción de una familia propia donde vivir. Adaptado al anime en 2011, a pesar de ser una historia dramática, el hilo narrativo es interesante y los personajes muestran personalidades que hacen un equilibrio entre las anheladas de aire fresco y la empatía.

Hourou Musuko (El hijo transitorio, 2002) hace un abordaje cuidadoso de las identidades. Nos presenta un par de escolares que transitan más allá de los géneros impuestos.

Por supuesto, también hay series japonesas donde los personajes son queer y no-humanos. Todavía en proceso de publicación, encontramos Houseki no Kuni (El país de las piedras preciosas, 2012), integrada por especies humanoides de género fluido, con una comprensión del cuerpo, el paso del tiempo y de la vida marcadas por un paradigma mineral. La protagoniza Phosphophyllite (acortado Phos), que vive en primera persona la transición continuada y el flujo de su identidad, a medida que avanza la trama y cambian los materiales mismos que conforman su corporalidad.

Al final, todas estas series rompen con la premisa según la cual en la animación –infantil, juvenil o adulta– puede haber magia, naves espaciales, mascotas fantásticas, viajes temporales, superpoderes, paletas de colores nada realistas… Puede pasar de todo, excepto contar con personajes LGBTIQA+. Precisamente, como si lo menos realista en la animación no fuera que los universos representados sean uniformemente y criminalmente heteropatriarcales.

Todo lo que se pierde de camino hacia occidente

A pesar de que en el manga japonés encontramos muchos títulos recomendables para lectoras interesadas en personajes LGBTIQA+, complejos y muy bien construidos, en los que la línea argumental aborda en varios registros las identidades queer, desgraciadamente estos cómics no siempre llegan a ser adaptados al anime.

A la lista podríamos añadir, por ejemplo, Kanojo ni Naritai Kimi to Boku, Uchi no Musuko Wa Tabun Gay, Yuureitou, Boys Run The Riot o Shimanami Tasogare, que destacamos por su abordaje del acoso escolar, el suicidio, la enfermedad o la asexualidad. Son menos famosas fuera de Japón, ya que no han llegado a tener el éxito comercial que las catapulta a una adaptación animada, algo que facilita descubrirlas en Occidente.

Para salir de los géneros donde la franja de edad protagonista es la adolescencia, recomendamos la autora Nagata Kabi. Arrancó su carrera como artista manga con Sabishisugite Rezu Fūzoku ni Ikimashita Repo (Mi experiencia lesbiana con la soledad, 2016), donde explica su autodescubrimiento como lesbiana a los 28 años, a la vez que aborda la depresión y el alcoholismo. De igual forma, el resto de sus obras autobiográficas están dirigidas a un público adulto.


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