Lucía poliédrica

Lucía poliédrica

Lucía tenía una capacidad de observación propia de la buena periodista y cualquier anécdota de la vida cotidiana la trasladaba reproduciendo voces, gestos y detalles de lo "sucedido"

Texto: Mabel Andreu

Eran muchas Lucías y cada una de las que la conocimos tendremos miradas diversas. En lo fundamental coincidiremos: su pasión por la vida, su generosidad, la firmeza de su carácter, la fidelidad a sus amistades y sus múltiples intereses.

Desde que ya no está, he sentido la necesidad de rastrear sus escritos, así como nuestras últimas comunicaciones desde el hospital cuando me pedía que le mandara pequeños vídeos de mis paseos porque estaba más que harta de la pared de la habitación. Me he topado con una mujer previsora. Hasta había escrito su epitafio el pasado treinta de abril. Decía así: “Vivió varias vidas y, en algunas, fue feliz”

Me gustaban sus entradas en “Momo dice”, su blog. En ellas aparecía la Lucía más íntima y tierna que poco se parecía a la otra, la de las brusquedades inesperadas que también solía divertirme. Me ha impresionado descubrir que el día uno de agosto escribió una entrada dedicada a su padre fallecido justo dieciséis años antes. Le recuerda diciendo “papá murió como había vivido, sin dar la lata”. Menos de dos semanas después de esta reflexión ella se fue del mismo modo. Con cuatro pinceladas nos recrea aquella celebración el día de Santiago cuando su padre estaba ya muy enfermo. Escribe: “Como le molestaba el sol, se puso un jersey en la cabeza a modo de pañuelo. No reímos a carcajadas de esa imagen. Él también reía. Rió hasta el final”

De este y otros recuerdos que ha dejado escritos parece desprenderse que la infancia fue una de las vidas en las que fue feliz. Como en su escrito en “Momo dice” del 13 de marzo de este año, titulado “Confía en mí: puedes volar”. En esta ocasión recrea un paseo bordeando la tapia del cementerio nuevo de Getxo: “Me subí al muro y seguí el paseo por su cumbre: kareletik, diríamos en euskera. Al llegar mucho antes del pabellón de entrada, ya estaba yo a unos dos metros del suelo firme. Tenía que hacer algo: saltar o volver sobre mis pasos. Papá extendió los brazos en cruz: “Salta”, me dijo. Sacudía la cabeza de izquierda a derecha. No. Me daba miedo. “Salta. Confía en mí”. Y volé a sus brazos que me sostuvieron antes de que mis pies dieran con la tierra. “Confía en mí”. No hay mejor lección para atreverte a cualquier cosa”.

Hay otras pequeñas perlas literarias de Lucía con las que solía sorprenderme. Me refiero a #CosasQueMePasan. En ellas mostraba toda su capacidad de observación propia de la buena periodista y cualquier anécdota de la vida cotidiana la trasladaba reproduciendo voces, gestos y detalles del “sucedido”. ¡Qué buen oído mostraba tener y qué atenta estaba a todo lo que le rodeaba!

También estaba la otra Lucía, la implacable defensora de sus convicciones y su enorme capacidad dialéctica. En una de las últimas conversaciones que sostuve con ella por wasap, a cuenta del Manifiesto “Somos feministas”, le confesé que me costaba tener una postura definida. Me declaraba confusa ante la complejidad del tema, pero le decía que, en cualquier caso, las impulsoras del manifiesto me merecen respeto y gratitud porque sin ellas quizá el feminismo no habría podido llegar hasta donde está situado ahora.

La respuesta de mi amiga fue fulminante. Con su voz clara y rotunda me grabó un audio en el que me hablaba de los círculos concéntricos del poder, en cuyo centro se sitúa el hombre blanco, heterosexual y occidental. Desarrolla la posición de los diferentes colectivos en esos círculos hasta llegar al de las mujeres trans como claro exponente del grupo más estigmatizado.  Mantiene con firmeza que ella no firmaría un manifiesto pensado desde uno de los círculos más cercanos al poder y de cómo “las viejas glorias del feminismo” se situaban en él. Bueno, algo así, porque no voy a reproducir aquí su largo razonamiento. Lo que me quedó claro es que los trece años de diferencia de edad con Lucía suponían en este tema una brecha generacional que me situaba más cerca de las “vejestorias” que de ella.  “Me pediste mi opinión, ¿no? Pues ahí la tienes”, me dijo. Cosas que me pasan a mí también.

Estoy leyendo ahora Las 21 lecciones para el siglo XXI, de Noah Harari para ver si voy entendiendo un poco las claves del presente. Mi primer impulso fue hacer una foto de la portada y mandársela a Lucía para recomendarle su lectura. Ya no puedo. Es una pena porque toca temas interesantísimos para múltiples debates.


Quédate un rato más con nosotras:

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