El yugo del yoga

El yugo del yoga

La percepción del yoga como una disciplina espiritual ajena a cualquier tipo de violencia o abuso es tan errónea como peligrosa. Durante los últimos años han aflorado gran variedad de testimonios de mujeres que han declarado haber sido víctimas de abusos en sus formaciones y prácticas de yoga por parte de reconocidos gurús o maestros.

29/09/2021

La palabra “yoga” proviene de la raíz sánscrita “yuj”, que significa unión. A su vez, “yuj” es un verbo que designa la acción de “colocar el yugo”, por ejemplo, a un animal. El yoga, según esta definición, representa “la unión entre cuerpo, mente y espíritu”. Sin embargo, el investigador y escritor sobre yoga y pensamiento crítico Matthew Remski afirma que “el cliché ‘yoga significa unión’ puede sonar vacío cuando aprendemos que la espiritualidad, como el inconsciente, puede ser un espacio roto”.

“Podemos pensar que estamos practicando para curar nuestras heridas, cuando las estamos haciendo más profundas. Podemos amar a maestros y métodos que pueden resultarnos tóxicos. Podemos confundir fácilmente las sensaciones de trascendencia y trauma. Podemos sentir que amamos a las personas y salvamos el mundo, mientras que en realidad estamos reforzando los privilegios de raza, género y clase, además de ignorar la destrucción que nos rodea”, reza en la página web de este escritor.

El yoga es ese lugar al que muchas personas llegan en algún tipo de proceso de búsqueda: la de ser parte de algo, la de encontrarse a sí mismas, la de poner freno a unas vidas cada vez más desconectadas de la naturaleza y marcadas por el desenfreno consumista y la obligación de servir al capitalismo. El yoga es, para muchas, lo que nunca ha sido la vida en sí misma: respirar, moverse y vivir en sincronía con los ritmos naturales de la vida.

suscribete al periodismo feminista

Disciplinas y prácticas espirituales como el yoga o la meditación se perciben hoy -erróneamente- como un escenario en el que los problemas, las desigualdades y la violencia no tienen cabida. Nada más lejos de la realidad, el #MeToo también ha llegado al mundo del yoga, y los abusos (sexuales y de todo tipo) también representan un problema, con el agravante de que existe una espiral del silencio que rodea estos casos y una comunidad que protege, justifica, salvaguarda e incluso ensalza a los culpables.

Sabine Rösch es instructora* de hatha y sivananda yoga, y se ha formado en yoga oncológico. Esta yoguini, comprometida con los principios de vida saludable del yoga y con su poder terapéutico, lamenta que hace dos años un escándalo por abuso sexual manchara el nombre de la tradición sivananda en occidente: una antigua alumna de Swami Vishnudevananda, fundador de los Centros y Ashrams Internacionales de sivananda y promotor de las formaciones de yoga sivananda en occidente, denunció por abusos a este internacionalmente reconocido maestro.

Tiempo después, hasta 14 mujeres más, entrevistadas por la periodista de la BBC Ishleen Kaur, han declarado haber pasado por situaciones parecidas por parte de profesores de este estilo de yoga en diferentes partes del mundo.

Matar al gurú

Según Rösch, el problema radica precisamente en pensar que el yoga está exento de este tipo de problemáticas: “Creo que se percibe el yoga como un mundo mejor, en el que todos están iluminados y en el que estas cosas no pasan. Y sí, pasan, sobre todo porque los yoguis son personas normales”. Y añade: “Donde hay jerarquías, hay abusos. Y dentro del yoga hay jerarquías, sencillamente porque hay alumnos y profesores y además se generan estas situaciones en las que los profesores son vistos como maestros o gurús”.

Precisamente sobre la figura del gurú hablan Tania Campaña y Gina González, ambas fundadoras de Yoguinis en Revuelta, quienes, a través de su perfil de Instagram (@yoguinisenrevuelta), pretenden generar un espacio seguro para denunciar y ayudar a la sociedad a tomar consciencia acerca de cualquier tipo de situación abusiva en el yoga. “El yoga viene instaurado dentro de un aparato de ideas y creencias insertadas en una cosmovisión, que es el hinduismo. Se trata de una práctica patriarcal donde hay una figura que es arquetípica, con la que soñamos y conectamos todos y todas: el gurú, quien, según el sistema de creencias dentro del hinduismo, es una persona que pertenece a la casta más alta, los brahmanes. Ellos manejan el sánscrito y la mayoría de la gente no. Traspasado a esta época, el gurú puede ser cualquier cosa (el gurú del yoga, de la alimentación…) pero, generalmente, el gurú es un farsante, un narcisista con poder, con un montón de carisma y sediento de atención que, de alguna manera, te va a utilizar”, explica González.

No es casualidad que los grandes maestros reconocidos por occidente, como B.K.S Iyengar, Bikram Choudhury o Pattabhi Jois, sean también conocidos por preservar un amplio historial de abusos (físicos y sexuales) perpetrados hacia sus alumnos y alumnas y de los cuales, en su gran mayoría, han salido impunes. Existen videos en YouTube en los que se les ve claramente maltratando a su alumnado. En el caso de Bikram, un documental en Netflix que recopila los testimonios de numerosas mujeres víctimas de sus abusos: Bikram: Yogui, gurú, depredador.

 

La pregunta es ¿por qué hoy en día los estudios de todo el mundo no solamente no alzan la voz ante estos casos de abusos sino que, además, ensalzan a quienes los han perpetrado, colocando sus fotografías en paredes y altares?

La figura del gurú, dentro de la comunidad yogui, se ha aceptado y normalizado, siguiendo con la forma tradicional de enseñanza que se practicaba en la India, en la que existía una relación maestro-discípulo basada en la devoción y la adoración hacia el enseñante, sin cuestionar ni un ápice a esta figura de autoridad. Actualmente numerosos maestros de yoga en occidente abogan por esta relación jerárquica entre maestros y alumnado que, en ningún caso, puede ser equilibrada y que en muchas ocasiones termina derivando en relaciones de maltrato y abuso de poder.

El abuso espiritual

Más allá de que el yoga sea un reflejo de la vida y del mundo en sí mismos y que, por tanto, no puede estar exento de violencia, existe una forma de explicar el fenómeno por el cual se genera una espiral de manipulación que se consigue a través de argumentos espirituales y que viene categorizada bajo el nombre de “abuso espiritual”. Tal y como expone Tania Campaña, este es un tipo de manipulación que se ejerce, por ejemplo, con la malinterpretación de los textos sagrados, pero que también involucra la censura en la toma de decisiones bajo el argumento de “tú ya no puedes tomar decisiones porque tu práctica espiritual no te lo permite”. Asimismo, el abuso espiritual incluye aspectos como la petición de aislamiento, la secrecía (la prohibición de compartir con nadie de fuera de la comunidad lo que sucede en la sala de yoga) o los cambios de alimentación o en el sueño.

Cuenta Rösch que en el yoga “existe esta concepción de que el maestro no se puede equivocar, te pone a prueba y te hace sufrir por tu bien. Todo lo hace por tu bien. Existe ese mito de que el maestro hace todo para que tú entiendas y aprendas”. Y añade que eso “es algo que resulta muy fácil de creer cuando estamos en pleno proceso de búsqueda de algo”. Frases del tipo “si te sientes incómoda con esta práctica o situación es porque no tienes resuelto un tema contigo misma” son las que sirven en muchas ocasiones para justificar y disfrazar este tipo de abuso.

La inhibición del sentido crítico se ha normalizado dentro de las salas de yoga, considerándose un obstáculo para el crecimiento espiritual y conduciendo al silencio ante situaciones de violencia e injusticias. La espiritualidad se ha convertido en una forma más de opresión en muchos casos, a través de mensajes que nos invitan a “vibrar alto” y a “practicar la no-violencia”; ignorando, sin embargo, la que seguimos ejerciendo por el mero hecho de practicar yoga desde nuestra propia individualidad y sin ser conscientes de nuestros propios privilegios, negando en muchos casos situaciones de violencia y opresión que se están dando a nuestro alrededor.

Yoga y patriarcado

En todo este contexto, en la gran mayoría de casos de abusos existe una cuestión de género de fondo. Así lo expone Anna Lucia Pinto, formada en hatha yoga, especializada en yoga para mujeres, yoga prenatal y postnatal e integrante del movimiento Yoni Shakti the Movement, una campaña cuya finalidad es la de “ofrecer un tipo de yoga con un enfoque terapéutico y dirigido a ayudar y acompañar a las mujeres a sacar todo lo que la cultura patriarcal les ha obligado a interiorizar y a vivir”, tal y como ella misma lo define. Este movimiento tiene, asimismo, “el objetivo de erradicar los abusos que las mujeres sufren en el yoga y llegar a un yoga que sea de verdad una herramienta para la sanación del planeta y la justicia social y ambiental”, añade.

Para esta yoguini, “la mayoría de practicantes de yoga somos mujeres blancas, muchas de las cuales viajamos a la India a practicar, llevando una cultura y una relación con el cuerpo diferente. Esto puede chocar con la cultura de los maestros, quienes siguen siendo, en su gran mayoría, hombres. Las relaciones típicas de maestro-alumna se interseccionan con el hecho de ser mujeres blancas y de estar en una sociedad que sigue siendo patriarcal”.

La invisibilización de las mujeres** en el yoga es ya un hecho corroborado y estudiado por muchas investigadoras y practicantes. No solamente se han silenciado las voces femeninas en el estudio y la práctica del yoga, sino que, según Pinto, el cuerpo de la mujer no ha sido tomado en cuenta, siendo esta práctica tradicionalmente ejercida en su gran mayoría por hombres, quienes han tenido un papel de privilegio en el yoga y, por lo tanto, la práctica ha sido total y únicamente adaptada a sus cuerpos. Esto se traduce en muchos tipos de prácticas cuyo enfoque es el de querer alcanzar la perfección en las posturas, realizar una secuencia con el mismo nivel de intensidad todos los días del mes y del año y querer alcanzar un progreso constante, algo que, según esta yoguini, va totalmente en contra de los ritmos biológicos femeninos, dado que el cuerpo de la mujer vive una experiencia cíclica.

Muchas mujeres además declaran haber sufrido o estar sufriendo alteraciones en su ciclo menstrual desde que se iniciaron en la práctica de yoga: “Cuando hice la formación de yoga en la India, tuve la regla dos veces durante el mismo mes, después se me fue durante seis meses”, declara Pinto. “Sin embargo, para mí eso no era un problema en ese momento, me sentía como iluminada, como si viviera en otra dimensión. Solamente me reconfortaba hablar con mi maestro, necesitaba su consejo, su inspiración”, añade.

La violencia intrínseca en la alineación y los ajustes

A pesar de que la mayor parte de las personas que practican yoga hoy en occidente son mujeres, esta práctica resulta profundamente masculina y heteronormativa, apta solamente para un tipo de cuerpo y personas que son parte de un cierto estatus social, dado el elevado coste que en muchas ocasiones conlleva el hecho de apuntarse a un centro o acudir a una clase de yoga, así como el proceso de glamurización que ha sufrido esta práctica. “El hecho de que sea racista y clasista… viene de fábrica, sin embargo, el yoga ha aterrizado en una sociedad que también es así, se han mezclado el clasismo y racismo de la sociedad de castas con el racismo y el clasismo de Estados Unidos, de las dinámicas de Hollywood, etc., algo que replica y se alimenta de otros tipos de racismo y capacitismo”, apunta González.

“Queremos pretender que el yoga no sea racista o clasista cuando viene de una sociedad de castas. Queremos que sirva para todos los tipos de cuerpos cuando no se hizo para todos los tipos de cuerpo, porque eso ni siquiera importaba, sino que el objetivo era trascender al cuerpo. Queremos pretender que no sea violento con las mujeres, cuando viene de una sociedad extremadamente patriarcal”, añade.

Las prácticas que se ofertan hoy en occidente, muchas de ellas de un gran nivel de intensidad y que no ofrecen la posibilidad de realizar variaciones de las diferentes posturas, se convierten, asegura Campaña, en prácticas “absolutamente dogmáticas” y que invitan a generar un ambiente de gran competitividad en las salas, lo cual es el antítesis al discurso del yoga. “Maestros y alumnos se convierten en esclavos del método y entonces se olvidan de sí mismos”, reflexiona.

Este es el caso del ashtanga yoga. “La meca del abuso”, tal y como lo definen Campaña y González. Un estilo de yoga que esconde un gran capacitismo y que se caracteriza por contar con series de secuencias fijas que incluyen posturas que, por supuesto, no todo el mundo puede hacer. El ashtanga yoga se practica seis días a la semana. Normalmente, se descansa un solo día, pero las mujeres que menstrúan en sus primeros dos días de menstruación no lo practican. Hasta que no se supera la primera serie, el maestro no autoriza a pasar a la segunda, lo cual conlleva que muchas personas terminen sufriendo lesiones por el hecho de querer llevar su cuerpo al límite. Se generan problemas de salud con la práctica de una secuencia de yoga cuyo nombre, “Chikitsa”, significa, literalmente, “terapia”.

¿Y qué hay, precisamente, del hecho de tocar y ajustar los cuerpos para que estos cumplan con una determinada alineación? González define los ajustes como “inadecuados en cualquier circunstancia”. “Realmente, ¿está bien llegar y tocar el cuerpo de alguien así como así? Por mucha buena intención que tengan los profesores, pueden confundir a los alumnos y generar violencia y recuerdos traumáticos”, añade.

El problema de confundir cuerpo con apariencia

La percepción del maestro y de la práctica de yoga como algo rígido que los alumnos y alumnas deben seguir de forma disciplinada y sin cuestionarse ni un ápice es caldo de cultivo para los abusos, sean del tipo que sean. La solución, según Rösch, pasa por “equilibrar ese desequilibrio de poder dentro de una clase, en la que hay un profesor que dice qué hay que hacer y el alumno tiene que seguirle”.

En este contexto, además, recuperar las voces de las mujeres en el yoga resulta indispensable. Pinto explica cómo las yoguinis han sido silenciadas a lo largo de la historia: “Existe una tradición yóguica más vinculada al tantra y basada en el amor por la naturaleza, que juega con las energías masculina y femenina. Cuando yo fui consciente de que esta corriente existía y que había mujeres que tenían un papel fundamental en la práctica del yoga y que, a pesar de haber estudiado y practicado yoga durante tantos años, nadie me había hablado de ellas, me di cuenta de que había algo que no funcionaba”.

 

A pesar de que normalmente hablamos de las mujeres como víctimas, Rösch defiende que es importante saber que también los hombres y los abusadores son víctimas de un sistema de creencias, dado que el yoga sigue una doctrina rígida de celibato, en la que la sexualidad se percibe como algo que se debe suprimir, porque es algo malo y sucio. Asimismo, insiste en la importancia de crear un ambiente seguro, de ofrecer una seguridad emocional, de contar con una transparencia y unas normas muy claras: “Que cualquier persona que se sienta ofendida de cualquier manera, pueda expresarlo, y que haya un diálogo abierto sobre esto. Que haya mediadores dentro de la organización, que se tome en serio, que haya consecuencias.”

Por su parte, Pinto propone adaptar la práctica de yoga a las necesidades de cada una y, sobre todo, escuchar a los cuerpos. Ambas yoguinis coinciden en el poder sanador y terapéutico del yoga, eso sí, siempre como una práctica complementaria.

De esta manera, resulta indispensable erradicar esta idea de capacitismo dentro del yoga, el cual se explica precisamente en base a la productividad del individuo: “El yoga es clasista y elitista, estando al servicio mismo del capitalismo desde el momento en el que lo que necesitas es tomar clases de yoga para poder liberarte del estrés y así poder ser más productivo en tus horas de trabajo”, explica González. Además, la percepción y visión del yoga como algo puramente físico se convierte en una trampa que, de nuevo, nos tiende esta sociedad del capitalismo, basada en el consumo de cuerpos y que hipersexualiza y mercantiliza incluso la espiritualidad. Y así, terminamos confundiendo cuerpo con apariencia, tal y como expone González.

La solución pasa, para Rösch, por convertirlo en algo para todos, siendo capaces de acercarlo a todo el mundo: “Sacar el yoga de los gimnasios, llevarlo a los centros cívicos, a las escuelas, a proyectos sociales, a la prisión, a personas jóvenes en situación de exclusión social, etc. En los sitios en los que no suele estar. Hacerlo más asequible y más posible para todos los cuerpos”.

 

NOTAS DE LA AUTORA:
* En esta pieza se utiliza la palabra “instructor/a” para referirse a aquella persona que se ha formado para guiar secuencias de asanas (posturas) de yoga. Sin embargo, muchas corrientes clásicas del yoga defienden la imposibilidad de “enseñar” o “instruir” el yoga, dado que esta es una disciplina espiritual prácticamente imposible de transmitir como una enseñanza sin corromper su valor sagrado.
** En este artículo, se relaciona el término “mujer” de manera general con las mujeres cisgénero.

 

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba