Miskitas, una vida entre huracanes (parte II)

Miskitas, una vida entre huracanes (parte II)

El impacto de los últimos huracanes en Nicaragua ha sido medido desde cifras económicas así como sus afectaciones a la agricultura, la ganadería e infraestructura. Pocas veces se profundiza en evidenciar las afectaciones humanas, referidas al impacto psicosocial, económico y de salud, en personas más vulnerables y con menor acceso a los recursos y oportunidades.

14/04/2021

Por Galería News / Onda Local / Cultura Libre

 

foto en blanco y negro de una chica lavando ropa en un balde

Una joven miskita lavando ropa. / Foto: Oscar Navarrete – Galería News.

 

Este reportaje fue publicado inicialmente en Galería News.

Nicaragua ha experimentado el impacto de cuatro huracanes catalogados como extremadamente peligrosos, Fifi, Juana, Félix y Mitch. El impacto de estos ha sido medido desde cifras económicas así como sus afectaciones a la agricultura, la ganadería e infraestructura. Pocas veces se profundiza en evidenciar las afectaciones humanas, referidas al impacto psicosocial, económico y de salud, en personas más vulnerables y con menor acceso a los recursos y oportunidades, entre los que se encuentras las mujeres indígenas, adolescentes, niñas y niños.

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Con el paso de los huracanes Eta e Iota las afectaciones sociales se profundizan en la vida de un grupo importante de mujeres, adolescentes y niñas indígenas, que resguardan parte del pasado cultural nicaragüense y al que la historia no les ha hechos justicia, cuando no las reconoce como ciudadanas de derecho.

Educación, un sueño que se tambalea

Un plan de ayuda integral se vuelve una emergencia para las mujeres miskitas y sus familias, un plan que contemple devolverles hasta su ciudadanía. “No tengo papeles, lo que más me preocupa son mis hijos no tengo sus papeles, sus documentos, su cédula, su nacimiento, todo, todo, absolutamente todo lo perdimos”, explica Richelda Daniels.

En Wawa Bar alrededor de 40 personas decidieron no evacuar la barra para quedarse a cuidar sus pertenencias mientras pasaba el huracán Eta. Con Iota fue imposible y solo siete personas lo hicieron; una de ellas era mujer, la misma que relató a sus vecinas cómo vio pasar camas, ropa, sillas, mesas, bolsos, sacos y botellas con dinero entre las marejadas de agua que entraban y salían de la barra. En esas pertenecías muchas familias perdieron sus ahorros, dinero para invertir en sus negocios, partidas de nacimiento, cédulas, información sobre las escolaridad de sus hijos e hijas, todo se lo llevó el mar.

En Houlover, Emma Budiel narra una historia similar, también Kaia Dixon cuenta que en Wauhta igual perdieron sus documentos de identidad, una situación que limita aún más sus posibilidades económicas, pues no pueden acceder a préstamos, porque no tienen ningún tipo de garantías ni posibilidades legales para hacerlo; porque, por ejemplo, para acceder a ayuda estatal se requiere presentar cédula de identidad, así como para hacer gestiones legales y hasta enviar a sus hijos e hijas a las escuelas. Obstáculos mayores sobre todo durante un año electoral como el que enfrenta Nicaragua en este 2021. Para Richelda Daniels todo se complica, pero lo que más resiente es que su sueño de seguir mandando a sus hijos a la escuela para que alcancen un grado universitario peligra: esta era su meta de vida. “A pesar de las necesidades y la pobreza antes de los huracanes… todavía teníamos los recursos para mandar a nuestros hijos a la escuela o la universidad que en el caso de nuestras comunidades se estudia en Puerto Cabezas”, explica Richelda.

Esta mujer no es la única que ve la educación de sus hijas e hijos como un sueño que se escapa, no solo por la falta de documentación o de dinero: los vientos destruyeron las escuelas de las comunidades, el agua arrasó con los libros y materiales didácticos que en ellas había. En Wauhta, la maestra de la escuela primaria se vio obligada a salir a pescar al mar para alimentarse, todavía no saben cuándo la escuela será reconstruida, pues las autoridades de educación departamental no han brindado información clara a los y las comunitarias.

Richelda señala que “para nosotras, como mujeres de negocios, la educación sobre todo de las niñas era una prioridad, era lo que nosotras les queríamos dar a las jóvenes de la comunidad, ahora no sé, eso es lo que más me preocupa, que las niñas no lleguen a estudiar por las necesidades que hay”; esta es otra realidad que se convierte en tormento para las mujeres damnificadas de los huracanes.

una mujer posa delante de los restos de su casa. foto en blanco y negro

En Wauhta Bar Kaia Aldo intenta levantar una casa. / Foto: Óscar Navarrete

La destrucción y cierre de las escuelas no solo detiene las aspiraciones de las mujeres adultas. Menda, que lava ropa en una tina de plástico, nos comenta que “su deseo era convertirse en policía o militar naval”. Un deseo que se detuvo en el tiempo, porque desde que regresó a Wauhta de los albergues en Bilwi no va a la escuela y no sabe cuándo volverá. El resto de niñas y adolescentes de la comunidad viven la misma situación, ahora dedican todo su día a los quehaceres domésticos, mientras sus madres y padres intentan alimentarlas y reconstruir sus hogares.

En cada casa hay niñas y adolescentes que lavan ropa, trastes, todo lo que logran recuperar del lodo y los escombros, otras se hacen cargo de su hermanos y hermanas, primos o sobrinos y sobrinas más pequeños. Menda no desiste de su sueño, sabe que pasará más tiempo para poder lograrlo.

Hasta la primera semana del mes de febrero de 2021, en las comunidades indígenas y afrodescendientes del Caribe Norte de Nicaragua se desconoce cuándo realmente iniciará el año escolar 2021, pues 45 centros escolares siguen afectados.

El primero de febrero, organizaciones internacionales como UNICEF, en coordinación con el Gobierno Regional, inauguraron dos Espacios Temporales Aprendizaje y Amigables para la niñez y la adolescencia en las comunidades de Wawa Bar y Karatá, entre otras comunidades; y, aunque estas no están ideadas para funcionar como aulas de clases, UNICEF señala que ya han capacitado a 25 docentes comunitarios sobre cómo promover actividades lúdicas, de aprendizajes y de atención psicosocial a 460 niñas y niños afectados por los huracanes Eta e Iota.

La salud amenaza la fuerza del espíritu

En Halouver se encuentra el único centro de salud quedó en escombros. En Wouhta el médico y la enfermera se fueron después de los huracanes y no han regresado. En Karatá un médico y dos enfermeras dan asistencia a la ciudadanía en un consultorio improvisado en la iglesia morava que todavía se mantiene en pie. En Wawa Bar colaboradores del Programa Mundial de Alimentos tomaban presión, entregaban sueros y desparasitantes a niñas y niños, y luego de un rápido chequeo identificaban también las principales afectaciones en la salud de la población, para establecer un programa de atención médica.

La destrucción de los centros de salud primarios existentes en estas cuatro comunidades acrecienta la vulnerabilidad sanitaria en las mismas y, sumado al impacto medio ambiental por la escasez y contaminación de las fuentes de agua, la problemática pasa a convertirse en una odisea que afecta también la seguridad alimentaria, el desarrollo de epidemias y, de lo que casi nadie habla, la salud mental de las personas.

Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en Nicaragua la pobreza extrema es mayor en las poblaciones indígenas y en municipios del Atlántico y fronterizos: Región Autónoma de la Costa Caribe Norte y Región Autónoma de la Costa Caribe Sur, Río San Juan, Jinotega y Matagalpa, municipios donde la falta de acceso a salud afecta entre el 35 y 40 por ciento de la población.

Ya en septiembre de 2020, Marcos Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles y Determinantes Ambientales de la Salud de la OPS, había señalado su preocupación ante el avance de casos de malaria en los territorios de Puerto Cabezas. Espinales señalaba que esto complicaba la situación frente a la pandemia de la Covid-19. Un problema sanitario que se agudizó con el impacto de Iota y Eta. “Por las noches hay demasiados zancudos y se están sufriendo la enfermedad de la malaria”, comparte Liliam Dixón. A las afectaciones por la malaria se suman cuadros de dengue, diarrea y problemas de presión arterial.

Atender estos problemas se vuelve difícil cuando no hay ni personal, ni medicamentos. “No hay acceso a la salud, básicamente porque no hay ningún medicamento, y aparte de la malaria otra enfermedad que estamos sufriendo es una alergia, un brote de alergia que está viviendo casi toda la comunidad”, agrega Dixón. La alergia que menciona Lilian es visible sobre todo en los cuerpos de muchas mujeres jóvenes, un sarpullido que cubre brazos, cuellos y rostros, se acompaña de manchas blanquecinas, para las mujeres son las consecuencias de días de no tener acceso a higiene personal. “Nos preocupa el autocuido, la higiene, porque no tenemos agua limpia, estamos con ropa sucia, y considero que como mujeres necesitamos un cuido bastante extremo”. Con la destrucción de las casas se acabó la privacidad para ellas, no tienen espacios en los que se sientan seguras para bañarse y vestirse, además tampoco hay agua potable para hacerlo.

Las letrinas están destruidas y las que no, están inundadas. La falta de agua aumenta el riesgo en la salud de las mujeres, adolescentes y la niñez. “Nuestra integridad está afectada, porque no hay baños, no hay letrinas, el cuido, el aseo personal. Dormimos en el piso y nos tenemos que encargar de los niños también, todo el tiempo estamos pensando en esa situación”, señala Itzel Daniels.

La falta de agua potable impacta en la alimentación de las familias, no hay suficiente agua de consumo, algunas personas logran comprar agua potable en Bilwi. Un botellón de agua tiene un costo de 250 córdobas o más y trasladarlo hasta las comunidades puede costar entre 150 hasta 350 córdobas en dependencia de la comunidad de destino. Por otro lado, hay escasez de alimentos por múltiples motivos: los cultivos están perdidos por el exceso de las lluvias luego del paso de los huracanes y las inundaciones en las barras y la mayoría de las lanchas fueron arrastradas por las corrientes marinas y esta situación no permiten que salgan a pescar como antes. Al no tener ingresos económicos no pueden acceder a la compra de alimentos, entonces las familias esperan a que lleguen a las barras donaciones esporádicas de iglesias, organizaciones de las sociedad civil y organismos internacionales, para paliar el hambre.

La búsqueda de alimento también promueve la migración en la zona. “Estoy muy preocupada y triste, mi hija mayor se fue a buscar una chambita a Bilwi, mi marido también se fue hace dos días; los otros días no ha habido comida, hoy hay un poquito de aceite, una libra de arroz, solamente queda eso, pero no sé cómo hacer con los niños. La otra parte es que no hay agua, la poca que se está tomando se siente un poco malo, un agrio, no es de calidad. ¿Qué voy a hacer? Como no hay agua, los niños también se empachan, ¿adónde voy a conseguir agua? No hay nada. No puedo moverme a ningún lado, por allá no hay nada, allá en otro lugar también, en todas las comunidades es la misma cosa”, describe Mirza Rojas.

Unos hombres trabajan reconstruyendo las casas de madera, foto en blanco y negro

Unos hombres trabajan reconstruyendo las casas. / Foto: Óscar Navarrete

Enfermedades, falta de alimentos, pérdida de herramientas de trabajo, destrucción de casas y patrimonios, vivir a la intemperie o en hacinamiento, así como la inseguridad someten a las mujeres misquitas a altos niveles de estrés y aunque intentan sobreponerse a la tristeza, angustia e incertidumbre, y no es fácil sin el apoyo del Estado.

“No somos las mismas de antes”, confiesa Ivania Rocha mientras intenta contener las lágrimas. “Estamos hacinadas, no hay privacidad, cada quien tiene su carácter y maneras de vivir, entonces estamos discutiendo entre familia, entre hermanas, entre matrimonios. Estas cosas que no pasaban antes ahora están pasando, algunas pelean porque perdieron sus cosas, otras porque andamos posando, algunas cuando están molestas les están pegando a los niños, así estamos aguantando todo porque en mi caso no tenemos a donde ir”. Así describe su panorama familiar Ivania, la violencia intrafamiliar es una realidad nueva para ella y está convencida que no va a terminar hasta que cada familia tenga nuevamente su propia casa.

Para Kaia Aldo, la tristeza que la embarga es distinta. Quedó viuda hace un año atrás, sin embargo, la muerte de su esposo no la deprimió, ella asumió con entereza y fuerza el liderazgo de su hogar, Kaia se describía como una mujer alegre, positiva y su fe le daba mucha fuerza interior. “Antes del huracán lo más difícil que pasaba era poder mantener a mis dos hijos…, yo salía a pescar, salaba el pescado, lo llevaba a vender, también podía ir al monte a conseguir yuca, bastimento para poder alimentar a mis hijos, pero ahora con el huracán me he quedado absolutamente sin nada y mi mayor temor es ¿dónde voy a meter a mis hijos?”, relata Kaia mientras contiene su llanto.

Un remolino de emociones están anidando en el alma de estas mujeres miskitas, cada día rumian las mismas carencias y necesidades. Y las que intentan enfrentar sin las herramientas necesarias para hacerlo entonces los viejos dolores aprovechan para regresar y debilitarlas aún más. “Me da mucha tristeza porque mi mayor sueño y mis mayores aspiraciones eran poder darle estudio a mis hijos, y que ellos pudieran trabajar un día y apoyarme, pero ahora me siento mal”, relata Kaia Aldo, quien asegura que ahora se siente sola y desprotegida. En Wauhta Bar, Houlover, Wawa Bar, Karatá y Bilwi urgen ayuda psicológica. A las preocupaciones sociales, ambientales y económicas que viven estas mujeres se suman las afectaciones emocionales que empiezan a deprimirlas.

“La gente se quedó traumada porque antes nosotros no éramos así, antes nosotras éramos una familia feliz que vivíamos de la pesca…ahora ya no hay nada de eso porque los pocos barcos que están llegan casi sin nada, ya no hay pesca en la playa y hasta algunos han quedado con miedo al mal tiempo”, indica Ivania Rocha. Y agrega: “Ahora si alguien dice que va a ver mal tiempo algunos se asustan y se ponen mal”. En las comunidades ahora hay temor ante las lluvias, los anuncios meteorológicos de fuertes marejadas, los ventarrones causan miedo y el cielo oscuro a tempranas horas del día les preocupa; Iota y Eta dañaron más allá de lo material, afectaron la emocionalidad de las comunidades.

“Son efectos para las asistencia de emergencia o para la recuperación […] es asistencia emocional, porque aunque nosotros creamos que ese palito de coco no es tan importante, juega algo relevante en la emoción de la persona, de las mujeres, porque no únicamente es mi casa que pierdo, es aún mayor. Ya no únicamente siento mi alma o ese vacío, producto de que estoy siendo vulnerada o que estoy viendo violencia, sino que las cosas que me ayudaban también las he perdido”, explica Shira Miguel, quien agrega que nadie está dando prioridad o importancia a la atención psicológica de las personas damnificadas. Según datos del Ministerio Salud, publicados en el medio oficialista 19 Digital, los costos estimados de afectaciones a infraestructura sanitaria ascienden a 52.760.000 millones de córdobas.

Violencia de género, el evidente daño invisibilizado

Para organizaciones defensoras de derechos humanos que trabajan con comunidades de territorios indígenas en el Caribe Norte, estas zonas son territorios con altos niveles de violencia contra las mujeres, altos niveles de femicidio y altos niveles de abuso sexual contra las niñas. Una realidad compleja porque la mayor parte del tiempo estas violencias son asumidas como prácticas culturales que tienden a naturalizarse, señala Shira Miguel Downs, directora del albergue de niñas Niña White.

restos de una casa de madera. foto en color

Imagen de la destrucción del huracán. / Foto: Óscar Navarrete

Según registros de Católicas por el Derecho a Decidir, en el año 2020, 77 femicidios ocurrieron el país. Y el Caribe Norte ocupa el segundo lugar después de Managua, con 12 femicidios, y el Caribe Sur el cuarto lugar con 7 femicidios. Entre 2012 y 2020, en el Caribe de Nicaragua, se registran 160 femicidios, según el Observatorio Voces Contra la Violencia. El Anuario Estadístico del Instituto de Medicina Legal, señala que en 2020 se realizaron 3.051 peritajes por violencia sexual, siendo las niñas y mujeres jóvenes las más afectadas a escala nacional.

A las prácticas culturales que naturalizan la violencia hacia las mujeres se suma la inaccesibilidad de las comunidades por su ubicación geográfica. Son comunidades históricamente olvidadas por el Estado de Nicaragua, lo cual incrementa la inseguridad de las mujeres indígenas, por lo general jefas de familia que viven en pobreza y tienen dificultades para acceder a salud, educación y justicia.

Los huracanes arrasaron con todo, pero el mayor daño se refleja en la vida de las mujeres, niñas y adolescentes indígenas quienes se ubican en el segmento más vulnerable de este grupo poblacional, según el Centro por la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (CEDJUDHCAN).

Para Shira, con el impacto del Eta y el Iota, las mujeres se enfrentan a una doble vulnerabilidad. “Muchas niñas que son sobrevivientes de abuso sexual y que hoy han perdido sus viviendas. Y si en una casa medio segura fueron abusadas, ¿qué podes esperar de una casa no segura? En las comunidades no tenés psicólogo, no estamos las organizaciones, no están las instituciones presentes de manera permanente”. “Vemos dentro del hogar de que la violencia doméstica ha aumentado, entonces es primordial trabajar con las familias. En las comunidades donde hemos estado vemos que hay acumulaciones de tensión”, refiere Deborah para explicar que el hecho de que las mujeres miskitas les estén pidiendo que hablen de temas de violencia con hombres, es porque ellas misma identifican que aumentó la violencia.

Reconstruir la vida

Las comunidades son resilientes y las mujeres en cada uno de sus testimonios expresan lo que necesitan para poder continuar con el proceso de reconstrucción de sus vidas y su territorio. Las mujeres de Wauhta necesitan semillas para volver a sembrar sus parcelas y restablecer su conexión con la tierra. No es solo sembrar para producir, sostenerse económicamente y nutrir a su familia, es reafirmar su identidad cultural como mujeres indígenas, quienes contemplan la posibilidad de poder sembrar alimentos diversificados para mejorar la nutrición de las familias. Las mujeres de negocios de Wawa Bar esperan la oportunidad de préstamos de impulso social y mientras eso llega ya ahorran para volver a comprar sus lanchas, termos, redes, para nuevamente abastecer de mariscos los mercados de Bilwi.

En Houlover mientras siguen levantando los escombros, las mujeres esperan apoyo que les permita volver a abrir sus negocios como vendedoras de pan o piquineras. Mientras tanto algunas mujeres ya sembraron las primeras plantas de coco; saben que ellas posiblemente no las vean crecer, pero sus nietos gozarán de su sombra y belleza, es su manera de trasladar a las nuevas generaciones la cosmovisión indígena, la conexión con la tierra, con el agua, con los bosques. Son las mujeres sabias de las comunidades que conocen de medicina tradicional y aprovechan la flora y fauna para fortalecer el espíritu.

En Bilwi las mujeres encuentran en la solidaridad colectiva una forma de resistir. Juntas reconstruyen lugares de uso colectivo como iglesias, casas comunitarias, familias con casas de concreto ahora albergan a familias que perdieron sus casas de madera. Recuperan materiales que ponen a disposición de uso colectivo.

Reconstruir la vida en medio de huracanes no es fácil, es un proceso que requiere la participación de varios actores, aunque el Estado no está permanentemente. Las mujeres siguen trabajando para enfrentar las desigualdades por su condición étnica, ubicación geográfica, racismo y exclusión. Aun así, no pierden las esperanzas de volverse a levantar.

 


Lee más sobre Nicaragua, incluida la primera parte del reportaje:

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