Ahora más que nunca debemos prestar atención al cuerpo

Ahora más que nunca debemos prestar atención al cuerpo

Publicamos un capítulo, escrito por Mari Luz Esteban Galarza, en el libro 'Covid19. Reflexiones Feministas sobre la pandemia', editado por Steilas.

07/04/2021

Mari Luz Esteban Galarza*

Ilustración Señora Milton.

El libro Covid19. Reflexiones Feministas sobre la pandemia, de Steilas, recoge a algunas voces del feminismo vasco que reflexionan acerca de las consecuencias sociales y políticas que está acarreando la aparición del coronavirus en la vida de las mujeres.

María Eugenia Rodríguez Palop (Gil, 2020) subraya que la pandemia ha precarizado y debilitado a las mujeres, porque son ellas las que están en la primera línea de los cuidados, pero, sobre todo, porque en las medidas oficiales no se han tenido en cuenta las consecuencias que dichas diferencias pueden generar. Eso sí, la crisis ha afectado más a unas mujeres que a otras, siendo las más perjudicadas aquellas que se están dejando la piel trabajando en centros de salud, residencias de mayores y en las casas (el 80 por ciento son mujeres). Por mencionar un dato, entre el personal sanitario, las cifras de contagio registradas entre mujeres ha triplicado la de los hombres. Sin olvidar el sufrimiento emocional y psicológico, que está aún por contabilizar.

suscribete al periodismo feminista

Tener en cuenta estas diferencias existentes entre las mujeres es básico para poder apoyar las quejas y protestas que se están dando en los ámbitos más afectados, aplicando también a la política una visión sindémica. A este respecto, puede ser interesante tener en cuenta las reflexiones y prácticas feministas que han ido surgiendo en los últimos años, en el ámbito de la violencia y la construcción de paz, con el fin de impulsar la justicia, el reconocimiento y la reparación. Un campo al que se podrían añadir ahora las reflexiones y prácticas relativas a esta nueva crisis.

Sin embargo, también podemos ir más allá. Lo reconozcamos o no, la pandemia ha afectado especialmente a los movimientos sociales y al movimiento feminista. No solo porque hayamos tenido que adaptar las reuniones y acciones de calle, o porque una gran parte de la actividad diaria la estemos llevando a cabo en modo online, sino también porque los sentimientos de frustración, tristeza y soledad que se han extendido por toda la sociedad están incidiendo también con fuerza en nosotras, a pesar de que, al menos en apariencia, sigamos con nuestra vida y actividad pública. Y me temo que no estamos reflexionando lo suficiente sobre ello. La pandemia no está afectando solo a la posibilidad de juntarnos o a la capacidad de pensar críticamente, está afectando a la totalidad de la actividad política.

En los discursos de izquierdas y en los análisis feministas que se han generalizado en estos últimos meses, apenas se habla sobre la fenomenología de la crisis, sobre la transformación corporal-emocional que genera a nivel individual y colectivo. No tiene sentido subrayar una y otra vez la necesidad de análisis y acciones, sin prestar atención a las experiencias, vivencias y sensaciones íntimas. Y, a ese nivel, se aprecia una cierta parálisis, una cierta apatía, al menos en nuestro contexto.

Rodríguez Palop recuerda, asimismo, que si algo es el movimiento feminista es corporal, es decir, que las movilizaciones y la cercanía física entre las mujeres son uno de los ejes centrales de nuestra actividad. Por tanto, la distancia que la pandemia ha establecido entre los cuerpos repercutirá, inevitablemente, en la naturaleza del movimiento y en su articulación. Repetimos una y otra vez que nos abrazaremos, como si todo fuera eso. Pero eso no es más que una parte de la totalidad, y, además, corremos el riesgo de simplificar demasiado el encuentro, la proximidad, de sentimentalizarla en exceso.

Está claro que la distancia física es la medida necesaria para proteger a las demás personas y a nosotras mismas; una distancia que estamos intentando compensar con la hiperconexión digital, como estrategia para afrontar el vértigo que la desaceleración ha generado en el mundo. En el primer confinamiento, Teresa Rivera Garza escribió (2020): «Parece que estamos ahí, todos juntos, hablando y discurriendo, viéndonos, pero el cuerpo sabe que no estamos ahí. Esa disonancia agota». Amador Fernández Savater ha puesto el énfasis en la sensación de rareza que se ha adueñado de todos y todas en estos últimos tiempos, y ha escrito: «Estar raros es seguir vivos. Insistir en nuestras preguntas, malestares y deseos contra la normalización. Tratar de convertir todo ello en materia a elaborar para inventar un deseo nuevo, una nueva forma de vivir. Estar raros es defender nuestras preguntas, conservar las marcas que nos ha dejado la interrupción como algo precioso, disponernos a otra atención sobre nosotros mismos y sobre la realidad». Dicho de otro modo, sentirnos raras debería darnos la oportunidad de revisar y reorganizar la política.

De alguna manera, podría decirse que vivimos un proceso colectivo e individual de muda de piel, una reconfiguración general de los sentidos, emociones, sentimientos. Y tampoco a este nivel parece que vayamos a volver «a lo de antes». Por tanto, deberíamos analizar los detalles y las consecuencias de dicho proceso, sin pensar que todo cambio es negativo. Ahora, más que nunca, el cuerpo importa. Pero, de acuerdo con Baruch Spinoza (1980), podríamos decir que seguimos sin saber de qué es capaz el cuerpo. Y detrás de esa idea hay un potencial político que puede ser crucial.

Para analizar esto que estamos viviendo puede servir de ayuda tomar en consideración las aportaciones de la teoría del cuerpo y las emociones. En este sentido, me gustaría recordar lo que Valerie Walkerdine (2010) escribió en relación con su investigación sobre la desindustrialización de un pueblo de Gales. Dicha autora apunta que, en ese contexto, más allá del campo económico, se perdió el sentido de cohesión y se empobrecieron las relaciones sociales. Esther Bick (1968) subrayó la importancia que la piel tiene en la sensación de seguridad de los humanos, en relación con el contacto físico, la voz, los olores y los objetos conocidos, es decir, con el modo que las personas tienen de recuperar la seguridad cuando se sienten amenazadas. A eso lo llamó segunda piel, una piel psicológico-emocional. Walkerdine interpretó lo sucedido en la población galesa como pérdida de la segunda piel; como un proceso económico, fenomenológico e intersubjetivo.

¿No estamos también nosotras huérfanas de esa segunda piel? ¿Cómo se está reconstruyendo nuestra sensorialidad individual y social? ¿Qué consecuencias tiene eso a nivel político?

Basándonos en diversas/os autoras/es, podríamos decir que tanto la política como el activismo son fenómenos físicos, afectivos y dinámicos, donde las prácticas, afectos y discursos están estrechamente interrelacionados. Así, tanto nuestra propia subjetividad como nuestras organizaciones van transformándose, a nivel interno y externo, ampliando las posibilidades de cambio. A fin de cuentas, un movimiento no es más que una «fábrica de cuerpos», un espacio y un tiempo para adaptar y crear identidades, espacios, objetos y relaciones.

El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro escribió que la distancia correcta para medir la belleza es la de la conversación (ver Egaña, 2020). Añadiría que la conversación es también la distancia correcta para medir la política, con todas sus particularidades, matices y circunstancias.

Prestar atención a la dimensión corporal y emocional es fundamental para entender qué efecto está teniendo la COVID-19 en el feminismo. Las respuestas y las nuevas preguntas también vendrán dadas por la pesquisa de los cuerpos.

*Profesora del Departamento de Filosofía de los Valores y Antropología Social en la Facultad de Educación, Filosofía y Antropología. UPV/EHU.

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia
Download PDF

Título

Ir a Arriba