Contarnos en nuestra lengua
Hablar del expolio de Extremadura no es solo hablar de energía o agricultura, es también hablar de nuestra lengua: caricaturizada, menospreciada, tapada y humillada.
Lei esti endilgu n’estremeñu.
Afirmar que la tierra extremeña es olvidada de manera habitual y delirante cuando se narra la situación de España no extraña a nadie. Desconocer los aportes de este territorio y de sus gentes es común. Incluso para quienes somos de aquí. Expandir un velo opaco sobre las capacidades de Extremadura ha sido exitoso: ¿para qué saber de las riquezas y los valores de este rincón periférico? Bajo esta retórica, Extremadura seguirá siendo un territorio de extractivismo y expolio, aplaudido incluso desde dentro.
Y no hablo de energía o agricultura, que eso da para amplios libros y análisis. Hablo, por ejemplo, de nuestra lengua. Caricaturizada, menospreciada, tapada y humillada. A pesar de mi acento y de tener un amplio vocabulario, que usaba sobre todos con mis abuelos y ahora, en menor medida, con mi madre y con mi padre y con la gente de mi pueblo, nunca he estudiado la importancia de nuestra habla. Bueno, sí, recité a Luis Chamizo y La Nacencia (me estremece mucho este poema) algún Día de Extremadura en el colegio. Y ya. Por eso, cuando cada mes busco a gente para que escriba esta columna de opinión, siempre en lenguas minorizadas en Estado español, nunca había pensado en la mía. O en la que me arrebataron. Por eso, he tenido que pedir ayuda a OSCEC Estremaúra (Órganu de Siguimientu i Cordinación del Estremeñu i la su Coltura) para que traduzcan mis palabras escritas. Eso sí, en la ancha Extremadura hay diversas hablas, acentos y dejes, y tal vez esta traducción puede tener vocablos ajenos a lo que se dice por mi pueblo (también un poco periferia de la periferia), pero sin duda este ejercicio es un tirón de orejas para mí misma, que anoto en un cuaderno palabras que solo uso en mi pueblo y no cuando estoy en Bilbao o en Burgos.
Además, del extremeño, en Extremadura hay tres pueblos de la Sierra de Gata que tienen una lengua propia, a fala, que es Bien de Interés Cultural también está el portugués rayano (que se habla en Olivenza, Táliga, La Codosera, Valencia de Alcántara, Cedillo o Herrera de Alcántara), y además está el serradillanu, que se habla en Serradilla (también en la provincia de Cáceres) y que cuenta que con grupo de personas que lo cuidan y lo defienden, ¡hicieron hasta una película!: Territoriu de bandolerus, es un dialecto, igual que el hurdano (de Las Hurdes). Tal vez, la conservación de estas lenguas tenga que ver con lo aislado de los pueblos en los que se habla, enclavados entre montañas y en lugares de acceso complicado, o en lugares de frontera.
Tal vez lo poco cuidada que está la palabra extremeña tenga que ver con la vergüenza que nos han hecho sentir de hablarla, desde dentro y desde fuera, desde instituciones y administraciones públicas, hasta nosotras mismas, las que de allí somos, desde el sistema educativo hasta los medios de comunicación. Ojalá no sea tarde para mimarla y realzarla.
Por cierto, el 25 de marzo de 1936, más de 60.000 campesinos extremeños ocuparon 3.000 fincas de grandes terratenientes. Aquella primavera la tierra cambió de manos en Extremadura. Y el Instituto de la Reforma Agraria solo pudo legalizar las ocupaciones. Y luego llegó la guerra y la matanza. Y la tierra sigue desigualmente distribuida. Poco se sabe de este hecho único en el Estado. ¿Y si lo contamos con nuestras palabras? ¿Y si nos contamos?