“La sociedad no ha mirado a los pueblos indígenas con los ojos correctos”

“La sociedad no ha mirado a los pueblos indígenas con los ojos correctos”

Eufrosina Cruz Mendoza consiguió modificar la Constitución de México y su iniciativa por los derechos de las mujeres indígenas fue aprobada por las Naciones Unidas.

17/02/2021
una mujer sentada a su despacho, mirando a cámara. Va con mascarilla

Eufrosina Cruz Mendoza en su despacho. / Foto: Andrea Farnós

Eufrosina Cruz Mendoza me recibe en su despacho en la Ciudad Administrativa. Hoy, es la directora de la Secretaría de los Pueblos Indígenas y Afroamexicanos de Oaxaca. Durante el período de 2012-2015 fue diputada federal en la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, época en la que modificó la Constitución de México, para que reconociera el derecho de las mujeres indígenas al voto activo y pasivo, una medida que fue adoptada y replicada por Naciones Unidas. Pero el camino al éxito no ha sido fácil.

Los orígenes de la activista y política se remontan al seno de una familia indígena en Santa María Quiegolani, una comunidad entre montañas en la Sierra Sur del estado mexicano de Oaxaca. A seis horas de la capital de la región, rodeada de verdes montes, la economía tradicional es el sustento principal de sus gentes. Su lengua natal es el zapoteco y, entorno a los doce años, comenzó a practicar el español gracias a su maestro de la escuela. La situación de las mujeres se limitaba -y esto no está erradicado por completo- al cuidado del hogar y de los hijos e hijas. A los 12 años, muchas niñas se casan y comienzan a gestar. La figura de Eufrosina ha supuesto una revolución en cuanto a empoderamiento femenino indígena se refiere.

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El Estado de Oaxaca se divide en 570 municipios. De estos, 417 se rigen legalmente por los usos y costumbres. El artículo segundo de la Constitución mexicana establece que los municipios indígenas pueden regirse por formas propias de autogobierno para gestionar su comunidad. El término “usos y costumbres o Sistemas Normativos Internos” hace referencia a este tipo de organización social y política donde, sin la intervención de partidos políticos, las asambleas populares de los miembros de la comunidad pueden elegir a sus representantes gubernamentales. El problema viene cuando esos “usos y costumbres” no permiten a las mujeres participar en estas asambleas. Eufrosina consiguió modificar esta ley no escrita a través de su activismo.

Háblanos de su infancia. Cuénteme qué vio, qué vivió, qué no entendió para decidir irse…
Yo nací en un entorno en el que me concienciaron de que tenía que repetir la historia de mi madre, de mi abuela, de mi hermana. Las primeras en levantarse y las últimas en irse a dormir. Se supone que eso es lo que tenemos que hacer las mujeres. Te estoy hablando hace 30 años, pero, en mi comunidad, no había luz, no había carretera y el suelo de las casas era de tierra. En mi escuela tampoco había mesas, sino unas tablas de madera. Ahí conocí a mi maestro, el personaje de mi historia que me ayudó a transformarme y construirme. Él me explicó que yo tenía otras posibilidades. Yo no entendía muchas cosas de mi comunidad que, como ocurrían cotidianamente, se volvieron “normales” y se amparaban en los usos y costumbres. Hoy, ya adulta, entiendo que mi costumbre es otra cosa: es mi lengua (zapoteco), es mi vestimenta, es el sonido, el aroma…, pero no la violación de mis derechos humanos. Soy una persona capaz de razonar y de pensar. ¿Por qué se sigue produciendo esto? Porque la sociedad no ha mirado a los pueblos indígenas con los ojos correctos. Nos han hecho creer, incluso la política pública, que somos grupos vulnerables. Espérate, no soy vulnerable. Lo único que me han faltado son oportunidades. De entrada, para mí la vulnerabilidad es que otros tienen que decidir por ti. Están minimizando mi capacidad.

Mi mundo era levantarme a las tres de la mañana para quebrajar el nixtamal con mi madre y servir a mis hermanos. También tenía que acompañar a mi padre al rancho a limpiar la milpa. Después, los domingos, que se supone que es el día de descanso, los chicos jugaban y se bañaban y yo lavaba la ropa. En mi subconsciente, no era capaz de entenderlo. A mi hermana la casaron con 12 años, con 13 ya era madre y con 31 había tenido nueve hijos. Las mujeres de mi edad en mi comunidad ya son abuelas. Yo tengo un hijo de siete años porque yo lo decidí, no es lo mismo. Empecé a darme cuenta de que no me gustaba hacer tortillas, no me gustaba servir a mis hermanos, no me gustaba alimentar a los animales… cuando me dejaban a cargo del cerdo, me iba con los niños a jugar a la cancha. Y ellos me dejaban, no les parecía raro que una chica jugara con ellos. Pero en casa sí. Como adultos, creamos estereotipos. Los niños tienen una función y las niñas tienen otra. Eso es lo que hay que cambiar.

¿A qué edad decide irse y cómo reaccionó su familia?
Me fui a los 12 años. Recuerdo que, cuando todavía vivía en mi comunidad, a veces me tocaba ir a por leña. Ahí me escapaba a una piedra desde la que se divisa toda la montaña. Estamos a 2800 metros sobre el nivel del mar y recuerdo imaginar qué habría detrás de todo aquello. “Hablarán igual que yo, serán igual que yo…”.Con todo eso, entendí que eres tú misma la que tiene que construir tus propias oportunidades. Si no cambias tu historia, nadie lo hará por ti. Yo no quería acabar la primaria, casarme y tener hijos. Tuve que huir de mi entorno, no para olvidar quién soy, sino para decirle a la sociedad que yo también pienso, razono, y que no soy solo un objeto de investigación. Se estudia a las comunidades indígenas como si fueran pobres de alimentos… y no, comida hay mucha, de donde son pobres es de educación. Cuando una mente no se educa, cree que lo que ve está bien. Cuando me fui, mi padre me dijo que me olvidara de ellos porque no había más posibilidades que repetir la historia de mi hermana. Decidí irme igual, anduve 12 horas hasta llegar a la comunidad más cercana y cogí un bus a la gran ciudad, Salina Cruz. Ahí es donde más discriminación experimenté. Es donde más me dolió ser mujer y ser indígena. Me juzgaban por mis facciones, mi tono de voz… me veían como alguien sin aspiraciones. La definición de ser indígena es que tu origen es tu destino. Y no es así. Mi origen es mi cultura, es mi lengua… pero no mi destino.

¿Cómo se ha sentido más discriminada, como mujer o como indígena?
De las dos. Vivir esas dos experiencias es muy duro, pero también te hace entender que somos una sociedad muy discriminatoria. En general, en todo el mundo hay una diversidad cultural que no entendemos como sociedad: diferentes rostros, tonalidades, colores, tamaños…y eso nos hace grandes. “Esta es indígena y es mujer, es la chacha”, me decían. Son dos emociones que me ha tocado experimentar pero que me han hecho más fuerte. Ahí entendí que es mi responsabilidad. Yo tenía que cambiar mi historia y nadie más iba a dar el primer paso. En las ciudades es donde más se juzga, donde más estereotipos hay. El reto como sociedad es aprender a ver a los pueblos y mujeres indígenas con los ojos correctos. No como museos andantes, no como grupos vulnerables, no como algo a estudiar. Yo no responsabilizo ni a mi madre ni a mi padre por casar a mi hermana, es lo que les habían dicho que era correcto. Mi padre falleció hace dos años y, antes de eso, entendió que su hija no estaba mal y aprendió a darme un abrazo.

Cuando en 2007 se presenta a presidenta municipal, ¿usted sabía que los usos y costumbres no le iban a dejar ganar?
Sí, era como un reto con los jóvenes del pueblo. Cambiar paradigmas de los adultos es muy complejo, pero con los jóvenes no. Están ahí, queriendo hacer cosas. Cuando entiendes que existe esa Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos donde dice que todos somos iguales y eso no pasa, te das cuenta de que algo falla. Nuestra costumbre es otra cosa… nuestra fiesta, nuestra lengua, nuestros sabores…y no la detención de mi capacidad. Cuando se da esta posibilidad los jóvenes me dijeron “venga, que nosotros vamos a votar por ti”. En esta historia no solo violentaron mi derecho, sino que violentaron los derechos de los jóvenes que me votaron. No me dolió lo que me dijeron -”tú no puedes por ser mujer”- porque no fue responsabilidad suya, pero cuando llegas al pueblo grande a quejarte y te dicen que “es la costumbre de tu pueblo”, piensas que cómo es posible. En 2007 no había ninguna ley que me protegiera porque era una ley no escrita. Ningún tribunal quiso llevar mi caso porque era atentar contra la democracia en mi estado. Es cuando yo decido ingresar a la política porque entendí que la respuesta estaba ahí. Decidí asumir los señalamientos, cuestionamientos… tenía que ir yo a por esa reforma, arrebatar ese espacio para cambiar la Constitución de mi estado, de mi país y que la ONU adoptase la iniciativa. De lo contrario, hoy no habría la mitad de mujeres en el cabildo de mi comunidad. ¡Como queremos ser visibles para el mundo si no somos visibles para nuestro entorno! No quiero ser más objeto de investigación.

¿Qué mujeres le inspiran a usted?
Mi hermana y mi madre. A mi hermana le robaron su inocencia, no por culpa de mis padres, sino por la marginación educacional. Hoy la admiro porque, sus seis hijos -los tres primeros fallecieron por tenerlos tan joven- tienen una profesión. Yo fui la primera en educarme en mi comunidad y, cuando la primera persona da el paso, otros dicen “yo también”. La educación es capaz de transformar toda realidad, solo queremos una oportunidad. Queremos que nos vean como personas capaces. Entendí que había que cambiar ese uso y costumbre. No es malo jugar en la cancha, sentarse en la mesa, tomar un mezcal…no se acaba nuestra cultura e identidad indígena con eso. Al contrario, fomentas la igualdad y la armonía.

¿Qué son para usted los usos y costumbres?
Los usos y costumbres son, por ejemplo, la celebración del Día de Muertos: convivir con los padrinos, ir a el panteón… es todo un ritual. Eso lo amo y me encanta. Además, todos en Quiegolani hablamos zapoteco. Es una forma de interpretar el mundo. Mi padre no sabía leer pero me enseñó a amar la tierra. Cuando le acompañaba al campo, hacía un hoyo para meter una mazorca. Primero daba agua a la madre tierra, saludaba los cuatro puntos cardinales y decía: “Solo te pido que alcance para dar de comer a mis hijas”. Me enseñó a tener respeto. De la tierra venimos y ahí regresamos. Cuando falleció mi padre fue un ritual muy bonito… fue como te devuelvo de donde vienes. Ahí amé más mi cultura, pero no la violación de derechos humanos. Que no se amparen en nuestras costumbres para eso. Las niñas se casan a los 12 años porque no han visto más posibilidades. Eso no son usos y costumbres.

¿Cómo se lucha por la igualdad de género manteniendo en ese contexto?
Las mujeres siempre han estado en el desarrollo de las comunidades. Solo hay que revalorar lo que aportan todos los días. En una comunidad, las que están en el comité de padres de la escuela son mujeres, las del centro de salud son mujeres, las que se levantan a las tres de la mañana para que el esposo vaya al trabajo comunitario del pueblo, son ellas. Esa comida es para que el señor coma y trabaje en beneficio de la comunidad. Cuando hay una fiesta, las que hacen la comida para todos los visitantes son las mujeres viudas y solteras, para que luego les digan cosas como “consíguete un marido”. ¿Cómo? ¿Tres días en el fuego trabajando con humo para que no se valore? Se dice que las mujeres no participan. Hay que revalorizar la aportación de cada una en las comunidades. Se está construyendo, pero cuesta trabajo. Son paradigmas inculcados, pero sí se pueden romper. Logré que mi padre, un hombre muy machista, que golpeaba a mi madre y vivía en violencia, cambiara después de 68 años. Es un tema de un nuevo diálogo sin que nadie gane. No porque sea mujer me lo merezco, pero tampoco porque sea hombre. Romper estas cosas que nos han impuesto, ¿por qué? Porque, repito, no se ha mirado a los indígenas con los ojos correctos.

¿Hay todavía comunidades que no permitan a la mujer participar en el voto activo o pasivo?
Ahora, gracias a la reforma, participan mujeres en todas. Si un municipio no presenta a dos mujeres mínimo en su planilla, a través del Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Federal Electoral, se anula la Asamblea. Es lo que me cuestionan a veces, me dicen que impuse una ley no consultada, pero gracias a ella, ya participan las mujeres en política. Me lo preguntas en 2007 o 2008 y parecería un sueño.

¿Se esperaba tener esta repercusión?
No tanto. En 2014 cuando logré la reforma de la Constitución Federal, no paraba de llorar en la tribuna. Hacía un recuerdo de mi vida, de esa niña descalza en esa piedra. Jamas pensé que modificaría la Constitución de mi país. Sí podemos romper nuestros propios paradigmas. Sí podemos cuestionar, exigir, decidir. Es un derecho y lo tiene que ser de manera automática. Hay lugares donde todavía no es así porque no toda la sociedad ve con los ojos correctos esta desigualdad en estos sectores de la población.

En 2019 se despenalizó el aborto en Oaxaca, ¿hasta qué punto es realmente accesible para las mujeres en comunidades indígenas?
Una niña de 13 años ni siquiera tiene en su subconsciente abortar. Le construyeron que tiene que casarse a esa edad, de ahí la importancia de la educación. Cuando una mente se libera de un tabú y de un paradigma, una decide qué es bueno y malo. Es nuestro cuerpo y nosotras decidimos. Cada circunstancia es diferente, tú no puedes opinar porque una mujer decida abortar. Es su derecho, su conciencia, su libertad y su derecho de vida. El sueño es que una niña sepa que no la pueden obligar a los 12 años a ser madre, pero hay que trabajar con mamá y papá. Que entiendan que eso no es normal. Eso es violencia. No es costumbre. Eso tiene que involucrar también a los hombres de la comunidad porque ellos tampoco lo saben. Su subconsciente ha creído que eso es lo bueno. Es complejo porque de las 68 etnias que hay en México, 16 están en Oaxaca. Yo aprendí la palabra aborto ya de mayor. Veía a mi hermana, a mis amigas…es un tema de ir a hacer conciencia.

¿Está visibilizada la violencia a mujeres dentro de las comunidades indígenas?
Queda mucho por hacer. Vamos a empezar una campaña para explicar qué es la violencia en las comunidades mediante imágenes de su entorno para que lo entiendan. De haber sonido, este debe ser en su primera lengua. Lo vamos a ir difundiendo en cada comunidad con altavoces. ¿No saben leer y escribir? Pues se hace con imágenes. En uno de los videos se muestra a una abuela aliviada porque murió el esposo. Hay violencia amparada en usos y costumbres y queremos, desde lo comunitario, reconstruir estos tejidos sociales. No es normal que te griten, eso no es cultura. Y puedes ir a la cárcel si lo haces. Nos acompaña la fiscalía para que entiendan que existen consecuencias. Queremos que la violencia deje de ser costumbre.

¿Le gustaría ser gobernadora de Oaxaca?
Es el sueño de cualquier oaxaqueña y oaxaqueño. Pero sobre eso, mi mayor sueño es que nunca más le tengan que decir a una niña que es lo que tiene que hacer. Es como el libro de Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, para mí representa que cada mujer que viene en ese libro deshizo las reglas. Yo quiero que todas las niñas desafíen esas reglas y cumplan sus sueños. La educación es la medida. Tenemos que aprender a mirar a los pueblos indígenas y a las mujeres indígenas con los ojos correctos. Es como la película de Yalitza (Roma, de Alfonso Cuarón) en la que vino a detonar más discriminación porque ella es la chacha. La que tiene que servir y obedecer. Cómo vamos a romper los paradigmas si así lo visualizamos. Por eso yo hablo y digo que lo que le urge a la sociedad es reconfigurar su mente para que aprenda que somos una sociedad multicultural con diferentes sonidos y rostros.

 

Esta entrevista fue publicada inicialmente en Conciencia Cultural.

 


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