Te harás feminista cuando te la metan por el culo sin quererlo

Te harás feminista cuando te la metan por el culo sin quererlo

Hay que quitarle las connotaciones patriarcales al sexo anal heterosexual. Hay que quitarle las connotaciones de poder y dominación al sexo heterosexual. Hay que construir un relato colectivo en el que las relaciones sexuales sean un intercambio de placer, comunicación y cuidados entre iguales.

27/01/2021

Ilustración Señora Milton

Algunas se han tragado la pastilla azul. Van a flipar cuando la caguen.

Como el perfeccionado sistema de dominación que es, el capitalismo se nutre de personas que no reconocen la terrible verdad que se esconde detrás de Matrix: que vivimos en diferentes formas de esclavitud.

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Como el perfeccionado sistema de dominación complementario al capitalismo que es, el patriarcado se nutre de mujeres que no reconozcan la terrible verdad de que somos esclavas en diferentes formas. Que la feminidad es una forma de esclavitud, y que su principal poder es no parecerlo. O no creérselo.

Ser una mujer consiste en construirse en torno a la satisfacción de las necesidades ajenas. Ser una mujer heterosexual consiste en construirse en torno a la satisfacción de las necesidades de los hombres. Ser una mujer heterosexual deseable consiste en construirse en torno a la satisfacción de las “necesidades” en torno a las que se ha construido la masculinidad.

El sexo anal es una práctica como cualquier otra, que puede ser muy placentera y que solo necesita una condición: ser deseada. Si es deseada por quienes participan, puede que no haga falta ni lubricante.

Pero el sexo anal tiene una carga simbólica en el marco de las relaciones heteronormativas. Por alguna razón, me temo que mucho más compleja, profunda, atávica, política y simbólica que la pornografía, hay un patrón entre los hombres cisheterosexuales que implica buscar la penetración anal hasta límites que van más allá del regateo.

Puede tener que ver con el placer físico de introducir el pene en un agujero más estrecho y menos elástico que la vagina (ni idea, no tengo pene). Eso significaría que proponerlo, o pedirlo, tendría que ver con una búsqueda del propio placer, cosa que no tiene nada de criticable. Pero insistir, negociarlo o -incluso- intentarlo sin avisar, no tiene nada que ver con el placer. Porque considerar que el propio placer está por encima del placer de la gente con quien lo compartimos, es poder, es explotación, es violencia.

Parece bastante más probable que tenga que ver con un simbolismo patriarcal, en el que el “macho” somete a la “hembra” con una práctica que no le ofrece a ella ninguno de los “beneficios” de la sexualidad, pues ni es reproductiva ni conduce -en principio- al orgasmo. Esto parece una salvajada reaccionaria, pero lo cierto es que las personas follamos -básicamente- por estas razones: para disfrutar o para reproducirnos. O para ambas. O por trabajo.

Es terrible, si lo piensas, asumir que hay una cuarta razón por la que tenemos sexo voluntariamente, que es para satisfacer a la otra persona, aunque la persona, el momento o la práctica concreta no nos apetezcan. Miedo me da leerme escribir que las mujeres, muchas veces, hemos asumido eso.

El simbolismo no es solo masculino. Para las mujeres el sexo anal es un territorio complicado. De entrada, si no hay un alto grado de excitación (y a veces aunque lo haya) puede doler. Mucho. Si no hay lubricación suficiente puede doler y sangrar. Es una práctica que hay que hacer con cuidado y tacto. Y eso no es solo “con permiso”.

Pero también hay una cuestión que podríamos asumir como “moral”. Por alguna razón, me temo que mucho más compleja, profunda, atávica, política y simbólica que la pornografía, muchas mujeres consideran el sexo anal como una práctica “que no se hace con cualquiera”, como algo “que no se hace” en las relaciones esporádicas o como algo que, directamente, “no se hace”. Vete a saber si es por la carga simbólica, por el dolor, por lo escatológico o por lo que nos ha dicho la moral patriarcal que significa. La cosa es que pocas lo consideramos una práctica sin connotaciones.

Por eso es un objeto de negociación. Porque para unos significa unas cosas y para otras, otra. Porque en esta sociedad patriarcal, cisheteronormativa, falocéntrica y violenta con las mujeres, nosotras somos el paso de las Termópilas (que significa, qué ironía, “fuentes calientes”) y nuestra libertad de desear es el ejército de Esparta.

“Para”, “espera”, “así no”, son frases que se pueden pronunciar en un contexto sexual de libertad y deseo mutuo, pero nosotras las hemos usado demasiadas veces en un contexto sexual que no asume esa gran máxima (que debería ser un mínimo) que dice que “el no es el final de la conversación, no el inicio de una negociación”.

Penetrar analmente sin permiso, o intentarlo, es pasarse por la entrepierna el consentimiento y la libertad de la persona penetrada. Y punto.
Y es una cosa que nos ha pasado a demasiadas, demasiadas veces, con demasiados hombres, en el marco de relaciones heteronormativas.

A menudo con hombres que no consideraban que su ano fuera un elemento a tener en cuenta en las prácticas sexuales mutuas, mucho menos como agujero penetrable.

“Pues a mí nunca me ha pasado”.

Pues, chica qué suerte. O qué mala suerte tenemos mis amigas y yo.

Porque no puede ser casualidad que, desde la primera vez que nos atrevimos a sacar el tema en esas conversaciones de platos vacíos y copas a mediollenar, o de charlas desorientadas e intermitentemente infinitas en vacaciones, nos encontremos mutuamente con la escasa sorpresa de que a casi todas nos ha pasado.

Negociar en el sexo es sano, deseable, recomendable incluso. Pero regatear las prácticas no es negociar. Dejarse convencer no es desear. Rendirse a una práctica no es follar. Es que te follen.

Existe una prueba muy útil para comprobar si lo que pueden parecer anécdotas individuales no extrapolables, o derivas de feminazi resentida, son elementos que contribuyen a la invisibilidad de Matrix y a su inherente esclavitud, y es ver cómo se representan en la cultura popular. La impunidad con la que Bertolucci planificó con su equipo, pero a espaldas de la protagonista, la famosa escena de la mantequilla en El último tango en París, la complicidad con la que Marlon Brando le metió los dedos untados en mantequilla por el culo a una María Scheneider de 19 años sin su consentimiento, los millones de miradas que vieron algo excitante en lo que es una agresión sexual emitida durante décadas en pantalla grande, y la ignorancia a la que se sometió a la actriz cuando confesó haberse sentido “un poco violada” en muchas ocasiones, la última en 2007, dejan claro en torno al disfrute de quién está construido el ano de las mujeres. Los chistes de maridos que “lo han conseguido”, los que lo cuentan como un premio que reciben (bueno que “dan”, jojojojo) los esfuerzos de Barney Stinson por “convencer” a sus intercambiables parejas…

Vale, que no te ha pasado. Que tú no. Que “el tuyo no”. Te creemos.

Pero ¿no te parece importante abrir un debate que trascienda el consentimiento y que ponga nuestro deseo y nuestra libertad en el centro? Hay que quitarle las connotaciones patriarcales al sexo anal heterosexual. Hay que quitarle las connotaciones de poder y dominación al sexo heterosexual. Hay que construir un relato colectivo en el que las relaciones sexuales sean un intercambio de placer, comunicación y cuidados entre iguales.

Porque no podemos esperar a que cada una se haga con las herramientas necesarias para tener la capacidad de leer sus propias experiencias sexuales con la clave de que la libertad es imprescindible para que no exista la violencia. Porque no podemos esperar a que cada una acumule experiencias, lecturas y conversaciones que le permitan asumir que poner el deseo propio en el centro de la sexualidad es una construcción que se hace con mucho curro contra los mandatos patriarcales que sostienen la feminidad. Porque no podemos esperar más a que adolescentes, casadas, promiscuas, bisexuales, actrices porno, trabajadoras sexuales, amantes o emparejadas tengan que empezar de cero sus propias negociaciones, como si no nos hubieran dado por el culo sin quererlo a ninguna otra antes.

Porque el feminismo va de eso. De construir colectivamente espacios de libertad para todas, rompiendo con las dinámicas que nos han creado y convencido esclavas de muchas esclavitudes. Porque ninguna expresión de poder y violencia es suficientemente pequeña como para no combatir juntas contra ella.

No vamos a esperar a que te pase a ti. No vamos a esperar a que tengas la capacidad de reconocer si también te ha pasado a ti. Vamos a construir un relato de la sexualidad en el que nadie entienda que su deseo está por encima del de alguien.


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