Redes activistas de locura feminista

Redes activistas de locura feminista

En el encuentro virtual del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA) sobre los desafíos de la pandemia en los feminismos y las humanidades se expusieron necesidades y propuestas de distintos colectivos de locura feminista ante la crisis y el confinamiento

13/01/2021
Cartel de las jornadas

Cartel de las jornadas «La pandemia en el sur de México, Centroamérica y el Caribe. Desafíos abiertos para las ciencias sociales, los feminismos y las humanidades»

 

Dentro del ciclo de conversaciones virtuales «La pandemia en el sur de México, Centroamérica y el Caribe. Desafíos abiertos para las ciencias sociales, los feminismos y las humanidades», organizado por el CESMECA-UNICACH, tuvo lugar el encuentro entre distintas mujeres de colectivos y redes activistas «de locura feminista», coordinado por Lola Perla, activista y perfomancera mexicana. Esta mesa contó con el testimonio de distintas compañeras y activistas de México, Argentina y Nicaragua, que compartieron experiencias sobre cómo han afrontado la pandemia desde el ser mujeres y locas (en sus distintas naturalezas y circunstancias), qué mecanismos se desarrollaban ya desde antes en sus colectivos y hacia dónde se debe enfocar el feminismo loco en un contexto como el actual.

En lo que todas las ponentes del encuentro coinciden es en la necesidad de acceder a redes de apoyo fuera de los entornos patologizantes: «libres de influencias de profesionales, académicas, patronales, organizacionales o de familiares», como señalaba María Isabel Cantón, de Rompiendo la etiqueta en Nicaragua. Joako Moko, del colectivo mexicano Toloache: Red Antirracista de Locura Feminista, puso en valor «la necesidad de crear redes y de sabernos, de conocernos, de comenzar a crear más empatía a través del relato y de la sororidad, de intentar entender las experiencias diferentes de los loques y visibilizar situaciones en las que nos vemos vulneradas».

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Solo a través de los vínculos «entre personas expertas por experiencia propia» en locura se puede conseguir mitigar un dolor que, como decía Gabriela Aragón Zamorano, miembro de Sin Colectivo (México), «nos protege porque nos disuade de realizar actividades que nos dañan, pero que puede ser contraproducente porque nos imposibilita realizar actividades cotidianas». En medio del encierro por la pandemia de la Covid-19, este colectivo promovió una estrategia de vinculación a través de su página de Facebook: todos los domingos durante una o dos horas cualquier experto por experiencia propia podía conectarse y compartir sensaciones y pensamientos en lo que dieron en llamar «Locura dominical».

Las personas con discapacidad psicosocial, loques, usuarias, ex usuarias o sobrevivientes de la psiquiatría tienen un mayor riesgo de contraer el coronavirus y de tener mayor sufrimiento durante el encierro por haberse sentido vulneradas en los cuidados institucionales y seguir discriminadas por el sistema, como señala el colectivo nicaragüense Rompiendo la etiqueta, quien, en su página web, advierte del peligro de estar privadas de libertad en centros de toda naturaleza, de la propagación de las enfermedades por la falta de atención, de cuidados y por la falta de higiene en muchos de ellos, así como la falta de apoyo comunitario, los maltratos y las barreras sociales para acceder a información fiable y en un lenguaje asequible.

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Estos colectivos ponen de manifiesto una y otra vez la falta de acceso a la participación, incluso a la actividad cotidiana, también en el contexto de la Covid-19, y cómo el feminismo y figuras destacadísimas para el colectivo tienen muchas deudas con el movimiento loco, por estar «radicadas (en sus postulados y conceptualización) precisamente en la racionalidad», como señala la abogada y activista de los derechos humanos Cecilia Guillén. «La idea de participación en primera persona es central en los feminismos, sobre todo en el caso de los feminismos locos», sentencia. Esta activista mexicana asegura que «no es lo mismo ser loca que loco», porque «hay un patriarcado de diferencia, que nos institucionaliza, ya sea en la oficialidad o en organizaciones que se pretenden de la sociedad civil». Por ello es necesario, según Guillén, «no solo una desmanicomialización, sino también una desinstitucionalización, poder presentarnos en los espacios sin tutela» y una «desfamiliarización», porque en la familia radica el «patriarcado que marca la diferencia entre ser loca y ser loco, donde hay verticalidad», donde se definen los roles de género, que atraviesan también la maternidad.

Aún a día de hoy, cuenta Mariana Antonelli, abogada argentina en salud mental, se requieren «informes para demostrar que las mujeres locas pueden maternar», existen «equipos de salud que deben demostrar que se es una buena madre», porque detrás de toda esta institucionalización permanece la idea de «peligrosidad», «es lo que está implícito», asevera, «en todos estos informes». En un contexto donde se siguen practicando con regularidad las esterilizaciones forzosas de mujeres discapacitadas (en España se acaba de aprobar en diciembre de 2020 la proposición de ley que modifica el Código Penal para ilegalizar esta práctica), la maternidad forzada sigue siendo también un tema pendiente. Como apunta Gabriela Aragón Zamorano, «el derecho a decidir sobre nuestras cuerpas es un tema de agenda feminista. Pero también las mujeres discapacitadas necesitamos asumir y exigir nuestro derecho a ser madres y a no ser madre si no queremos».

Una vez más, el acceso a los derechos y al cumplimiento de las leyes se hace mucho más arduo si se es mujer y loca, por eso surge la pregunta que plantea Antonelli: «Habiendo tantos instrumentos normativos, tantos derechos, tantas leyes en la Argentina, ¿por qué no funcionan?, ¿por qué la ley está fragmentada?».

Para María Isabel Cantón, lo más urgente es «despatologizar el malestar», porque «mientras no lo hagamos, las madres primerizas siempre van a estar “deprimidas” o “psicóticas” y el problema va a estar en ellas: nunca se va a enfocar la mirada a la falta de apoyos prácticos en un entorno de transformación como es el dar a luz a un primer hijo». Su discurso, partiendo de su propia experiencia, se sostiene sobre la idea de que «a las mujeres que somos madres nos toca estar solas en una casa haciendo un trabajo que implica todas las labores, sin tiempo para cubrir nuestras necesidades básicas de descanso, aseo y nutrición y donde se espera que, aun con toda esa carga, estemos funcionando “bien”». Seguir patologizando el malestar es, según Cantón, «seguir haciéndonos daño como humanes», ya que lo que se patologiza, según ella, es «la sensibilidad, las respuestas al trauma y las diferentes manifestaciones del malestar (sean pandemias, disturbios sociopolíticos, por desastres naturales o incluso por vivir en la sociedad en la que vivimos)».

Por otra parte, «abordar el malestar desde el paradigma biomédico», recuerda la activista nicaragüense, es «perpetuar las opresiones estructurales que en gran parte causan el malestar». Solo cuando «las locas seamos autónomas», asegura, «tomemos nuestras propias decisiones, tengamos el derecho de organizarnos y que nuestros espacios no estén contaminados» se podrá «hacerle frente al cientificismo de la psiquiatría y a las miradas patologizantes del malestar que constantemente nos acechan», concluye.


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