Los espacios seguros de Shawna Potter

Los espacios seguros de Shawna Potter

Entrevista a la líder de la banda War On Women, activista feminista, oficiante de bodas y autora del libro 'Cómo crear espacios más seguros'.

una mujer posa de medio cuerpo, tiene el pelo largo, rapado por un lado, de color azul verdoso

Shawna Potter. / Foto: Chris Sikick

“There’s got to be a better way (Let’s raise some hell)
Than giving up and wallowing (Let’s raise some hell)
Let’s raise some wonderful, beautiful hell (Let’s raise some hell)
Now let’s raise some hell”

War On Women. Wonderful hell, del álbum Wonderful hell (Bridge 9 Records, 2020)

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Shawna Potter es punki de chupa y de corazón. Ahora se pone a patear culos con sus letras y su voz desgarrada en un escenario abarrotado y un rato más tarde muestra cómo patear esos culos —de forma metafórica— en uno de los talleres que imparte desde hace años para crear espacios más seguros. Y todo esto sin que se le aplaste ni un solo cabello de su anárquica cabellera de leona. Esta nativa de Baltimore, líder de la banda War On Women, activista feminista, escritora y oficiante de bodas, entre otras cosas, demuestra en cada proyecto en el que se involucra que lo suyo no es cantar por cantar, y que no le vale con pasar por el mundo sin crear grandes estropicios, al contrario, ella rasga, muerde, agrieta el sistema, para que podamos colarnos por las fisuras a un infierno más bonito, a un maravilloso infierno.

Estos días anda bastante ocupada. En octubre se publicó Wonderful hell, el nuevo trabajo de War On Women, y ese mismo mes llegó a España su libro Cómo crear espacios más seguros (Orciny Press), una guía para enfrentarse al acoso que puede considerarse una síntesis de los talleres que lleva impartiendo desde hace décadas para crear entornos que sean más seguros para personas discriminadas.

Antes que nada decirte que estoy escribiendo estas palabras mientras disfruto de vuestro nuevo álbum Wonderful hell —del que he leído buenas críticas—. Ahora mismo suena White lies y me están dando unas ganas tremendas de bailar el pogo en alguno de esos locales rockeros cerrados que no sabemos si volverán a abrir después de la pandemia… en fin. ¿Cómo ha sido el proceso de creación del disco en estas circunstancias? ¿Y el estreno?
¡Muy raro! Terminamos de grabar todo el material de la banda antes de que empezara el confinamiento, así que durante el encierro solo puse mis voces e hice la mezcla y la masterización —todas las cosas que son fáciles de hacer en solitario—. Pero es extraño sacar un álbum cuando no puedes tocar las canciones en vivo. No solo pierdes la oportunidad de vender más, sino que no puedes estar con el público y tocar esas canciones en directo por primera vez. ¡Echo de menos las actuaciones!

El pogo no se caracteriza por ser el baile más inclusivo del mundo —reflejo del mundo sexista del rock—. A las mujeres nos cuesta mucho meternos en esa masa sudorosa de saltos y empujones sin salir magulladas en el intento. Siendo la vuestra una banda punk y feminista, ¿hacéis algo para que esto no ocurra en vuestros conciertos?
No hacemos nada especial a menos que parezca que alguien está siendo herido, entonces tranquilamente pido a la gente que respete el espacio de los demás, que se calme, etc. Por lo general, en nuestros espectáculos la gente solo quiere bailar, lo cual es genial. Pero si alguien se pone violento —normalmente no son nuestros fans los que crean conflictos— entonces le decimos que deje de hacerlo y pedimos a la gente físicamente más pequeña y a la más vulnerable (especialmente mujeres, trans, no binarios, etc.) que vengan hacia adelante y a todos los demás que hagan espacio.

¿Qué otras medidas tomáis para crear espacios más seguros en vuestros conciertos?
Añadimos una cláusula adicional a nuestro contrato en la que pedimos que los clubes tengan algún protocolo de actuación, que sepan cómo responder ante el acoso de manera centrada en la víctima, y que usen un lenguaje que incluya el género en los baños, etc. También nos aseguramos de que nuestro promotor conozca las técnicas básicas para enfrentarse a una crisis y las 5D de intervención —distraer, delegar, documentar, dirigirse al acosador y dar asistencia—, y desde el escenario le decimos al público que le cubrimos las espaldas si alguien le jode. También he implementado una campaña para ayudar a las bandas a recaudar dinero para que puedan repartir en sus conciertos ejemplares gratuitos de Cómo crear espacios más seguros. Recibir de una banda un recurso como este puede producir un impacto diferente, si no mayor, que oír hablar del libro a alguien que lo ha leído o a la propia autora.

Comenzaste tu activismo contra el acoso en 2011, cuando creaste la división en Baltimore de Hollaback!, un movimiento que lucha a escala local contra el acoso en espacios públicos —en España Hollaback! tiene sección en Madrid y se puede acceder a su app—. A la vez, ese mismo año, fundaste War On Women, una banda de hardcore en la línea del feminismo político punk del movimiento Riot Grrrl. ¿Qué pasó en el 2011 que te hizo lanzarte a lo grande al activismo y a la música?

No lo sé. Supongo que había algo en el aire. Creo que fue una combinación de darme cuenta finalmente de lo jodidas que estaban las cosas y de sentir que debería hacer algo al respecto. Estaba harta de esperar a que el mundo cambiara. Al principio los dos proyectos no se cruzaron, luego se fueron alimentando el uno del otro, hasta que llegó el momento en el que me alejé un poco de Hollaback! para concentrarme más en War On Women, ya que empezábamos a tocar frente a un público más grande y podíamos difundir nuestro mensaje de forma más efectiva que desde mi sección local de Hollaback!

Llevas sin parar desde 2011. Con War On Women has sacado cinco álbumes de rock potente con letras contra la violación, la transfobia, el acoso callejero o la brecha salarial entre géneros. Esto lo has combinado con miles de charlas, intervenciones y talleres para crear espacios más seguros, muchos de ellos en los mismos lugares donde tocáis. Y ahora acabas de publicar Cómo crear espacios más seguros. Tu libro tiene origen en un pequeño manual que escribiste con consejos para gestionar el acoso que repartías en talleres y en lugares públicos. ¿Qué te llevó a hacer el manual y más tarde a transformarlo en libro?

La idea de escribir un libro me vino después de años y años de dar siempre la misma información. Pensé, ¡me estoy repitiendo! Así que en lugar de llegar solo a la gente que me contactaba, que tenía tiempo para recibir la formación o dinero para solicitarla, pensé: ¿qué pasaría si pudiera llegar a más gente poniendo por escrito todas estas cosas? El plan fue siempre escribir un libro, pero pensé que la información básica era demasiado importante como para esperar a ofrecerla hasta terminar de escribir un libro entero —una hazaña que nunca había conseguido antes—, así que tenía que sacar algo rápidamente. Así nació la guía de bolsillo. Estoy muy contenta de haber convertido la guía en un libro. Las explicaciones científicas, las historias personales, los ejemplos, todo ayuda a hacer llegar el mensaje.

Hasta hace bien poco la mayoría de experiencias de acoso no trascendían, y muchas de ellas se normalizaban. Ahora se normalizan menos y se cuentan más —tú misma comienzas tu libro con algunas situaciones que has vivido— y también se busca más apoyo en entornos cada vez más sensibilizados. El movimiento #MeToo ha impulsado un cambio —sobre todo en Estados Unidos— de perspectiva social ante el abuso sexual, el acoso y la violencia. ¿Hasta qué punto ha contribuido el #MeToo a este cambio de perspectiva?
Recuerdo cuando el #MeToo se hizo grande. Mi feed de Facebook estaba lleno de publicaciones sobre acoso sexual y violencia. Eran historias personales, algunas nunca antes contadas. Fue bastante abrumador, incluso para alguien como yo que ha experimentado la violencia de género y trabaja para combatir el acoso. No puedo imaginar lo que fue vivir esto desde el punto de vista de un hombre. Lo que sabemos de los movimientos de justicia social es que las historias importan, así que cuantas más historias, más importancia tienen. Con el tiempo, si el número de historias compartidas es demasiado grande como para negarlas, la gente finalmente comienza a cuestionarse cómo son las cosas y cómo pueden cambiarlas. El movimiento #MeToo hizo eso. ¡Con todo el trabajo antiviolencia que se había hecho antes!, pero nunca sabes qué es lo que calará en la gente. Me alegro de que hayamos llegado a este punto de inflexión. Y cómo lo hemos hecho. Ahora las mujeres y otras minorías de género tienen más confianza para contar sus historias y tienen menos paciencia para soportar la mierda.

Portada del libro ‘Cómo crear espacios más seguros’.

¿Hubiera tenido el mismo sentido publicar Cómo crear espacios más seguros hace cinco o diez años?
Sí y no. No estoy segura de que la gente hubiera estado tan preparada para ello. Honestamente, yo tampoco. Pero ahora puedo decir con confianza que no hay nada en este libro que pueda considerarse radical.

¿Cómo definirías “un espacio más seguro”?
Un lugar en el que cualquier persona puede traer su yo completo y auténtico, y tener el mismo acceso al tiempo de ocio que todo el mundo.

Las propuestas que haces en tu libro se dividen entre las que van dirigidas a personas que pueden ser o han sido víctimas de acoso, a las personas que gestionan un espacio y al público que asiste, así como a los posibles agresores —atención al capítulo ‘Cómo ligar sin dar repelús’—. Todas las recomendaciones pasan por la idea de comunicación sin juicio entre estos tres grupos de personas, algo que suena muy difícil de conseguir. Según tu experiencia, ¿qué grado de éxito tienen tus propuestas y qué factores has observado que deben trabajarse más?
Afortunadamente, escucho sobre todo historias de éxito. He enseñado y perfeccionado todas las tácticas de mi libro durante años, así que he tenido mucho tiempo para hacer pequeños ajustes. Creo que cuanto más se practiquen las técnicas de comunicación que propongo, a veces difíciles, más éxito tendrán. ¡Es difícil decirle a alguien que está incomodando a otras personas! También puede dar un poco de miedo hablar con una víctima, así que la gente siempre debería practicar cómo pueden darse estas conversaciones antes de que ocurran en la realidad.

¿Qué grupos de personas te has encontrado que son menos receptivas a la idea de crear espacios más seguros?
He trabajado con grupos variados, pero yo diría que es un poco más difícil para los hombres blancos cisgénero entender lo grave que es un problema de acoso, así como darse cuenta —a través de intervenciones tempranas y frecuentes— de que ellos son los que tienen una responsabilidad mayor para poner fin al acoso.

¿Crees que un espacio más seguro, donde la gente está más relajada para mostrarse tal y como es ante los demás y para relacionarse entre sí, puede correr el riesgo de dejar de ser un espacio más seguro debido precisamente a ese relax que puede restar atención a posibles situaciones de acoso?
No, no exactamente. La gente siempre puede decir algo fuera de lugar o meter la pata, no importa lo seguro que sea el espacio. Que un espacio sea más seguro no significa que allí nunca se desarrollen situaciones dañinas, significa que todo el mundo está mejor preparado para lidiar con estas cuando se producen. Así que, con suerte, con una mejor comunicación, límites sanos y una voluntad de crecer, los incidentes perjudiciales se producirían con menos frecuencia y tendrían menos impacto.

Tus recomendaciones son tan indiscutibles y a la vez tan necesarias que parece mentira que no se estén aplicando en cualquier espacio público. Sin embargo, solo ahora y de forma tímida, algunos espacios están empezando a incluir algún tipo de protocolo antiacoso —por lo menos en España—. ¿Crees posible que un futuro todos los lugares públicos se conviertan en espacios más seguros gracias a seguir pautas como las que indicas en tu libro?
Espero que mi libro sirva para presentar unos mínimos básicos que los espacios pueden y deben cumplir. Aunque francamente espero que con el tiempo los espacios hagan aún más.

Las propuestas de tu libro se centran en actuaciones en espacios públicos físicos. ¿Cómo pueden llevarse estas recomendaciones al ciberespacio?
Admito que no soy una experta en tratar el acoso digital. Para eso, recomiendo la organización HeartMob. Pero creo que siempre es acertado preguntarle a una persona que está siendo atacada “¿estás bien?” y “¿cómo puedo ayudar?” —el método de las 5D de intervención de testigos—. También puedes delegar en otros y decirles lo que necesitas para reportar el abuso o a la persona que abusa, para inundar su perfil en redes con fotos de cachorros, ¡lo que sea!

Hacia el final de Cómo crear espacios más seguros abordas formas alternativas al sistema de justicia del Estado para hacer que los agresores asuman su responsabilidad. Como opciones, propones la justicia restaurativa y la justicia transformadora, dos modelos que implican algún tipo de mediación entre víctima y agresor. ¿Nos puedes dar algún ejemplo práctico de justicia reparativa o transformadora en un caso de acoso?
Según mi experiencia, no hay suficientes mediadores comunitarios que puedan tratar adecuadamente los casos de violencia de género. Las formas habituales de tratar el robo de un coche o la pintada de una valla no funcionan cuando se trata de acoso y agresión. Así que no creo que haya muchos ejemplos, excepto los que se encuentran en comunidades activistas y grupos autogestionados. No soy experta en mediación, pero he participado en algunos proyectos. La mayoría de la gente solo quiere ser escuchada, para que la persona que causó el daño entienda el impacto que tuvo en ella. Y entonces ambas partes se dan cuenta de si pueden ponerse de acuerdo en lo que viene después, ya sea una recompensa, una disculpa pública, la promesa de ir a terapia, ser despedidos del trabajo que les dio suficiente poder para abusar de él, sea lo que sea. Cuando he participado en estas mediaciones, ha sucedido que la víctima estaba dispuesta a dar a la persona que causó el daño la oportunidad de hacerlo mejor si se ponía a trabajar. Pero el perdón no es el objetivo. La curación es la meta.

En tu libro incluyes una gran variedad de testimonios personales, tanto tuyos como de otras artistas y activistas. Me quedo con unas frases de Brittany Oliver, fundadora de Not Without Black Women, que creo que resumen bastante bien el espíritu de tu libro: “Lo más importante que la gente puede hacer para crear un espacio más seguro es ser lo más diverso y flexible posible porque cada persona es diferente. La seguridad no significa lo mismo para mí que para otras personas. No obstante, si se nos dan las herramientas y los recursos para crear esos espacios, podemos hacer del mundo un lugar mejor”. Construir espacios más seguros a través de la diversidad y la flexibilidad choca con una tendencia actual que busca la seguridad a partir de la segregación de espacios —espacios para feministas, espacios para mujeres gamers, espacios para personas racializadas, etc.—. ¿Qué opinas de los espacios segregados?
Creo que son necesarios hasta que dejen de serlo. Cualquier persona marginada merece reunirse con gente que pasa por las mismas dificultades que ella. Pero si una institución más grande está usando un espacio segregado como excusa para no incluir realmente a los marginados en posiciones de poder, entonces no es útil, de hecho es discriminación.

¿En qué nuevos proyectos estás trabajando?
¡Un podcast!, apoyado por suscripción a través de Patreon. Acabo de empezar este podcast que repasa las letras del reciente álbum de War On Women, Wonderful Hell, desde una óptica activista. Se llama But Her Lyrics y se puede escuchar en distintas plataformas. Para cualquiera que quiera apoyar mis esfuerzos en Patreon, puede dirigirse a patreon.com/shawnapotter.

 


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