¿La huelga de vientres pa’ cuándo?

¿La huelga de vientres pa’ cuándo?

Suscitan gran interés los nuevos y no tan nuevos discursos sobre otras formas de maternar. Ideas para unas maternidades diferentes, desobedientes, subversivas, feministas están en el centro del debate. Se echa en falta aquel feminismo que hacía pedagogía contra la maternidad.

Texto: Andrea Liba
20/01/2021

Ilustración Eider Agüero.

Hace unos días fui a por castañas a un puesto cerca de la ría de Bilbao. Fue muy rápido. El servicio de castañas es siempre extraña y agradablemente veloz. Cuando la vendedora se alzó un poco para darme el cucurucho de castañas y coger las monedas que yo le tendía, pude ver su tripa. Estaba embarazada. Nada nuevo. Hay millones de mujeres y millones de cuerpos gestantes, así que hay millones de tripas gigantes paseando, trabajando, bailando, viviendo por ahí. Te pones en la cola de la panadería en hora punta y hay, de media, una mujer empujando un carricoche y otra sujetándose la barriga. Vas al supermercado y la cola se extiende hasta perder la vista por los limones del fondo entre carros y carricoches. Vas al cine y, además de la película, ves siempre a varias familias nucleares enteras: un señor mirando fija y tranquilamente la gran pantalla y una mujer haciendo malabares con sus retoños y mirando la película por el rabillo del ojo, a no ser que esta sea de animación y resulte de interés también para las criaturas. Vas a cualquier organismo institucional, sucursal de banco, oficina, y allí están. Mujeres embarazadas con barriga, mujeres diciendo que lo están intentando, mujeres entristecidas porque no consiguen quedarse preñadas. Entras al colectivo feminista de tu barrio y hay tres que están pensando en tener un hijo, dos que con esto de la pandemia, ya se sabe, y están encinta, y otra que mira la conversación de futuras madres con ojos golosos. Entre tus amigas, que nunca se planteaban criar, de repente hay dos o tres que, aunque no tienen ganas ahora mismo, no desearían que se les pasara el arroz. Referentes bolleras, tras algunas semanas fuera de los focos, hacen una reaparición estelar en los escenarios con un bombo que eclipsa el sonido de la mesa de mezclas. Mujeres parlamentarias de todas partes son, cada cierto tiempo, protagonistas de una noticia en los medios de comunicación porque parece que están tratando de repoblar la Tierra. Parejas heterosexuales y parejas de lesbianas dejan, pausan o menguan sus proyectos personales para irse al campo a criar. Bolleras anarquistas antisistema se dejan los ahorros de toda su vida en programas carísimos de inseminación en clínicas privadas y cuentan sus duros caminos hacia el sueño de sus vidas, la crianza, a través de las redes sociales.

Y, claro, una se pregunta: ¿qué está pasando? ¿No era que se había producido un gran cambio, visible sobre todo desde el 8M de 2018, en el que millones de mujeres salieron en masa a las calles para expresar su oposición al papel y los roles que les había asignado el heteropatriarcado? ¿Dónde están las mujeres hasta el coño de parir y de criar? ¿Dónde están las feministas que durante toda la historia han peleado otra realidad, han dicho basta y han sido incomprendidas desertoras de la maternidad? ¿Dónde se han metido las bolleras radicales que renegaban y hacían pedagogía contra el divino destino de ser mujeres y de ser madres, de ser útiles al sistema heteropatriarcal? ¿Qué ha pasado con el discurso feminista antimaternal? ¿Dónde está la lucha de las mujeres contra el trabajo esclavo de la reproducción de mano de obra? La maternidad ha sido, lógicamente, un tema central en los feminismos. Han hecho falta siglos de lucha, de transgresión, de violencia, de generación de discursos y de márgenes habitables para que hoy podamos hablar de otras formas de maternar, de otras maneras de ser madre, de modelos diferentes de crianza, de dejar de ser madres aunque tengamos criaturas. Y queda camino por recorrer, y quedan asuntos por resolver: problemas para criar y educar fuera del binarismo de género, dificultades en el papeleo para familias no tradicionales y un largo etcétera. Ahora criamos con apego, en pareja, en tribu, en comunidad, bolleras, maricas, heteras desobedientes alejadas de la norma. Criamos con amigas, con vecinas. Conocemos mejor nuestros derechos, parimos de forma natural o ultramedicalizadas, podemos elegir. Criamos cuando queremos y no cuando toca, criamos porque hemos resignificado la histórica tarea que nos fue impuesta y ahora el deseo es real y no impostado.

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Pero criamos. Criamos, criamos y criamos. Seguimos pariendo, con dolor y sin él. Seguimos ensanchando nuestras barrigas y nuestras vaginas para traer a gente al mundo, para darle hijos al sistema. Seguimos proyectando un núcleo familiar. Aunque sea en colectividad, aunque sea en trío, aunque sea con otras mujeres o con otras identidades. Seguimos yendo cada día miles de mujeres a los registros civiles a dar de alta un nuevo nombre, una nueva etapa de noches sin dormir. Consumimos e impulsamos la creación artística con otras referencias, con unas que tengan cada vez más sentido, en las que cada vez más gente se sienta incluida, mirada, tomada en consideración. Escribimos y leemos libros sobre cómo ser madres diferentes, parir diferente, criar distinto. Pero no abandonamos lo que nos viene dado de inicio: serlo, hacerlo. ¿Dónde están las madres arrepentidas, las madres malas, las malas madres? ¿Dónde están las rebeldes que no es que no puedan o no estén en el momento de vital oportuno, sino que no quieren ser madres ni observar durante meses cómo se transforman sus cuerpos para darle más vida a un sistema en el que no creen, a un sistema que las desecha? ¿Dónde están las que, aun con todo el respeto al trabajo de las compañeras feministas que son madres, reniegan de las maternidades subversivas, de las maternidades cuir, de las maternidades bollo o de las maternidades desobedientes porque siguen siendo maternidades? ¿Dónde están las que se juntan y se revuelven sin pretender fabricación alguna de producto humano? ¿Dónde están las SCUM, que ni quieren follar con hombres, ni quieren proyectar su vida con ellos, ni quieren tampoco comprarles esperma, sino que quieren abolir la masculinidad y los mandatos patriarcales? ¿En qué momento el bollerismo político dejó de ser una de las máximas expresiones de subversión al orden establecido para convertirse en un proyecto asumible casi hasta por la mismísima Iglesia Católica y las tazas de Mr. Wonderful?

La poeta feminista Adrienne Rich escribía: “Las revoluciones dan vueltas, pactan, hacen declaraciones: / una revista nueva aparece, viejos nombres en su cabecera, / una revista antigua abrillanta su obra / con deconstrucciones de la prosa de Malcolm X. / Las mujeres en las filas traseras de la política / todavía lamen hilo para pasarlo por el ojo / de la aguja, truecan huesos pos plásticos, rajan vainas / para venderlas como collares en los cruceros / hacen inmaculados vestidos de Primera Comunión / con planchas y vacilante agua caliente / todavía ajuntas los microscópicos hilos dorados /en los chips de silicio / todavía dan clase, vigilan a los niños / desaparecidos en las callejuelas de fuego cruzado, los barrancos de / repentinas inundaciones / los repentinos incendios de queroseno / -mujeres cuyo trabajo reconstruye el mundo / todas y cada una de las mañanas. / He visto a una mujer sentada / entre la estufa y las estrellas / sus dedos chamuscados de apagar las velas / de la pura teoría. /índice y pulgar: los dos quemados. / he sentido esa cera sagrada levantarme ampollas en la mano”.

Elisabeth Badinter decía en su libro La mujer y la madre que la maternidad es una nueva forma de esclavitud. Sí, las mujeres creímos durante un rato que habíamos nada menos que conquistado el mercado laboral y lo que realmente estaba ocurriendo, según algunas pensadoras feministas, era que, una vez más, el sistema nos estaba conquistando a nosotras. Que empezáramos a currar fuera de casa no nos deshizo del trabajo que dentro todavía queda sin hacer, y de reproducirnos. Doble jornada: una pagada peor que a los hombres y otra gratis, como siempre. Claro, esto no nos hace muy felices, que digamos, y Badinter se dio cuenta de que estábamos volviendo a poner en el centro de nuestras vidas la maternidad. Que no sé por qué hablo en primera persona del plural si yo, por no tener, no tengo ni gato. La cuestión es que la filósofa francesa defiende la idea de que los humanos no tenemos eso que llaman instinto maternal, ese sentimiento innato, como también se piensa del amor. Como explicaba la periodista Conchi Cejudo en la Cadena SER, según Elisabeth Badinter, ese concepto “somete las decisiones de las mujeres”, el amor es otra cosa, es un “sentimiento que se construye día a día, sin automatismo” y tiene limitaciones. Además, la filósofa opina que el fomento de debates en positivo en torno a la lactancia materna solo acarrea retroceso y devuelve a las mujeres a donde siempre, al hogar.

Podríamos adentrarnos en discusiones detalladas sobre aspectos concretos en torno a la maternidad. O emplear algunos miles de caracteres más citando a numerosas pensadoras feministas antimaternales o recordando conceptos como la huelga de vientres. Pero una vez más estaríamos hablando de lo mismo. Dándole vueltas a ese asunto que siempre quisimos desterrar de nuestras listas de tareas. Es indudable que la maternidad está en la agenda pública, más ahora que parece que se empieza a entender la importancia de las tareas de cuidados como eje fundamental de las condiciones de posibilidad de la vida. Ahora tienen voz las madres feministas, que no está mal. Yo echo en falta ver vibrar un poco más las cuerdas vocales de las feministas que no quieren ser madres y de las que hacen propaganda contra la romantización y la naturalización de la crianza. Por muchas madres subversivas que haya, la maternidad jamás será un acto de subversión en sí mismo. Ojalá el motivo por el cuál a las feministas antimaternales no se las encuentra sea que, sencillamente, están bien ocupadas follando entre ellas. Aboguemos por dejar de lamer hilo para pasarlo por el ojo de la aguja.


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