El cuestionamiento de nuestros privilegios como mujeres trans

El cuestionamiento de nuestros privilegios como mujeres trans

Hagamos una reflexión, no como una respuesta cerrada, sino como un diálogo abierto que nos permita acercarnos más, sobre los privilegios que ha podido tener una mujer trans cuando era leída como hombre.

27/01/2021
Manifestación contra los feminicidios y travesticidios en Buenos Aires./ Constanza Portnoy

Manifestación contra los feminicidios y travesticidios en Buenos Aires./ Constanza Portnoy

Paz Rivera (seudónimo)

Me urge pensar en la violencia que puedo ejercer, en cómo puedo agredir y en el poder que tengo sobre otras compañeras. Hablo desde el agotamiento que produce explorar tan intensamente en las opresiones que vivo, en lo poco enriquecedor que me llega a resultar hacerme consciente de los privilegios que no tengo. En este caso me gustaría reflexionar sobre la posible socialización masculina que hemos tenido las mujeres trans cuando éramos leídas como hombres, y cómo esta puede seguir influyendo en nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Lo hago porque después de haberme sumergido de lleno para entender mis opresiones, me apetece jugar a revolver con las que yo ejerzo. Es muy cómodo ver por dónde te llueven las violencias, pero cuesta más visualizarte en el lado oscuro del que emanan las dominaciones esas tan chungas. Será que no hay lados, será que las oprimidas también podemos hacer daño, que también podemos imitar sin querer esos comportamientos que tanto nos escuecen y a ese sistema aún más peligroso.

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Necesito soltar estas reflexiones y hacer mi pequeña aportación a un debate más tranquilo y cuidado. Con toda la tormenta de odio que hemos recibido las mujeres trans durante estos últimos meses, especialmente en redes, lo que más me duele es que la conversación haya retrocedido hasta el nivel en el que tenemos que volver a explicarle al mundo, por enésima vez, que somos mujeres y que el patriarcado nos ahoga tanto o más que al resto. Por eso recupero estos párrafos que escribí en mayo, cuando aún no había explotado el tema, y los lanzo con más ganas y energía que entonces, porque una cuadrilla más cercana a Vox que a Simone de Beauvoir no me va a robar el derecho a reflexionar sobre mi cuerpo, mi lugar en el mundo, y a contar en alto una de tantas peleas que habitan en mi a raíz de hacer eso que llamamos “transitar”. Intento hacerlo desde el cuidado a mis compañeres, quienes habrán vivido experiencias que en muchos sentidos serán diferentes a la mía, y esta invitación que hago a pensarnos y revisarnos, la hago desde un momento muy concreto para mí, sin ninguna intención de obstaculizar los procesos de les demás.

Hablo desde mi experiencia personal y las reflexiones que he compartido con otras compañeras, y creo que el aprendizaje colectivo y la sabiduría popular viene en gran parte de los granitos de arena que aportamos entre todas, fallando, cagándola y recogiendo las ideas del resto de la gente. Por eso no pretendo que mi disidencia funcional, mi identidad de género o la orientación de mi deseo me den algún tipo de autoridad moral, solo quiero utilizarlas como realidades que me acompañan y que le dan forma a lo que cuento. Tras haber ido perdiendo vista hasta definirme como ciega, realizar un tránsito de género a los veinticuatro años y encima darme cuenta de que soy bollera, mi lugar en el mundo se ha ido recolocando a marchas forzadas. Pasar de ser leída como un niño cis heterosexual con una discapacidad leve a ser lo que ahora soy, supone un ejercicio muy exigente, pero también muy bonito, para colocarte en una identidad cómoda, donde no te hagas daño y puedas posicionarte sin pasarte de fuerte y valiente, ni de víctima vulnerable. Me muevo en un entorno en el que la gente ve, y es mayoritariamente cis, incluso en mis círculos más cercanos, y cuando paso por momentos malos, como cualquiera, y pienso en las cosas que me hacen daño y me lo ponen difícil, me es casi inevitable acudir a la múltiple opresión. Y entonces siempre me viene la misma pregunta: ¿Vale, y qué? A todas las personas que sufrimos algún tipo de opresión, ya sea por ser mujeres, por tener una discapacidad, una situación delicada de salud mental o cualquier otra cosa, no nos sirve de mucho esperar a que al sistema de opresión le dé por volverse majo y dejar de ahogarnos. Quizá sea una herramienta interesante conocer qué papel jugamos nosotras en ese sistema, ver por dónde estamos alimentándolo, porque para acabar con toda esa dominación, puede que venga bien darnos cuenta de cómo estamos participando de ella.

Como decía más arriba quiero tomarme esto como una propuesta, no como una afirmación rotunda. Cuando miro atrás y pienso en las machiruladas que dije, en mi forma de ocupar el espacio, en mi privilegio para habitar los lugares públicos o en cuando hice sentir incómodas a compañeras en el plano sexoafectivo, se me ocurre plantearme qué es lo que pasa cuando hago eso mismo ahora. Está claro que las mujeres también podemos agredir, ser invasivas e incomodar, pero ¿desde dónde lo hacemos? Creo que aquí es fundamental pensar en cómo se nos lee. Aunque las categorías hombre y mujer tienen bastante de etnocéntrico, elijo hablar desde ahí, porque en esta parte del mundo, aunque a muchas no nos guste, son las categorías que desgraciadamente imperan. Cuando un tipo nos lanza un piropo por la calle y agachamos la cabeza llenas de rabia, ¿qué es lo que nos hace callarnos? Cuando nos quitan la palabra en una asamblea o tomando unas jarras en un bar, ¿qué es lo que les da ese poder para hacerlo? Desde luego que el género no lo es todo, y que los hombres no ejercen dominación solo por ser hombres, pero esa autoridad que a veces se hace tan sutil, ese sentirse capacitados para invadir, ¿no viene acaso del privilegio que tiene un hombre al ser leído como tal?

Hasta los veinticuatro años no supe lo que era volver con miedo a casa por la noche, que te evalúen por tu físico y no por tu inteligencia, que le resten valor a lo que dices o que le echen la culpa de tus enfados a tus hormonas y no precisamente a las cosas que te enfadan. Cuando entré a vivir, un año antes de mi tránsito, en la casa desde donde escribo esto, conocí a tres buenas amigas con las que aprendí un montón y me llevé varias collejas cariñosas. Tuve que trabajármelo como cualquier persona leída como tío, reaprender, desmontarme un montón de ideas, callar y escuchar. Cuando transité pude vivir en mi propio cuerpo todas esas cosas que solo puedes conocer cuando además de ser una tía se te lee como tal. Por mucho que hubiera aprendido antes, jamás habría pasado por todo lo que he vivido estos tres últimos años si no me hubiera identificado como mujer.

Hasta que no empiezas a tener claro que estás en un armario del que quieres salir, tu identidad de mujer se limita a una esquinita de tu cabeza que intentas reprimir a toda costa. Entonces, ¿cómo no vamos a socializarnos como hombres, aunque sea por pura supervivencia? Claro que no mola haberte colocado durante muchos años en un sitio en el que no querías estar, pero entonces solo quedaba fingir ser un tío y tirar palante. No me atrevo a hablar de tránsitos en la infancia, porque no tengo información suficiente ni personas cercanas, pero incluso si transitas en la adolescencia, es inevitable haber vivido una socialización masculina hasta entonces que te llegue a marcar. Insisto, lo hice porque no me quedaba otra, porque aún no tenía las herramientas para saber lo que era.

Que no hayamos sido educadas igual que las mujeres cis no creo que nos convierta en, por ejemplo, peores ni mejores cuidadoras, pero me resulta inevitable pensar que me falta algo, que me toca aprender y deconstruir un rol en el que se me ha socializado como hombre con discapacidad, eterno receptor de cuidados. Y si he dicho más arriba que hemos tenido una socialización masculina no quiere decir que esa sea la única. Desde ese rinconcito de nuestra cabeza que aún no se imaginaba el viaje que íbamos a hacer, siempre tuvimos nuestros referentes secretos, nuestras íntimas aspiraciones y todo ese mundo privado y no tan privado que nos hacía vivir como mujeres aunque no lo supiéramos. Claro que aunque fuéramos leídas como hombres siempre fuimos mujeres y hay muchas cosas que nos diferencian de los hombres cis también en nuestro pasado. Pero, aunque sea por inercia, sin querer y a disgusto, hay partes de nuestra socialización que sí pueden acercarse más a la de los hombres cis, y eso es lo que invito a mirarnos. Y por cierto, las tías cis también tienen muchas cosas que revisarse, en torno también a actitudes y comportamientos asociados a lo masculino, porque todas podemos soltar una machirulada, pero hoy he venido a hablar de mi libro trans.

Afortunadamente cada vez hay más compas que visibilizan e incorporan identidades que ponen en cuestión todo el sistema binario, que no solo es etnocéntrico sino que está revestido de violencia por todas partes. Precisamente por eso quiero centrarme en las categorías hombre-mujer como algo objetivo, que está pasando y tenemos que ir poco a poco dinamitando. No hay una esencia que nos haga una cosa o la otra, y quienes transitamos lo hacemos porque nos causa una enorme incomodidad la categoría que se nos asigna al nacer y nos colocamos en aquella donde el sistema sexo género nos duele menos, donde podemos relacionarnos con el mundo de la forma que queremos. Si en el espectro cultural occidental existe la categoría “hombre”, y esta está revestida de una serie de privilegios, creo que las mujeres trans hemos gozado al menos de algunos de ellos cuando hemos habitado dicha categoría. Si un hombre trans ha sufrido misoginia cuando era leído como mujer, ¿no pudimos nosotras ejercer violencia machista cuando éramos leídas como hombres? Es cierto que muchas compañeras han sufrido transfobia disfrazada de homofobia antes del tránsito, pero muchas otras ni siquiera teníamos una expresión del género femenina. ¿Acaso habernos dado cuenta de que éramos mujeres nos descarga de nuestra responsabilidad sobre las violencias, por pequeñas que fueran, que ejercimos en el pasado?

En cualquier caso, no me gustaría que esto se utilizara para justificar que las mujeres trans somos menos mujeres. Compartimos muchas opresiones con nuestras compañeras cis, y además tenemos que habitar un mundo donde la transfobia aún nos complica más las cosas. Cuando empecé mi tránsito me rondaba constantemente la pregunta mágica: ¿Qué es eso de ser mujer? Y solo se me ocurría responder de una manera: ser mujer es lo que tú quieres que sea. Cada una vivimos nuestro género de formas muy diversas, incluso cambiamos nuestra forma de expresarnos estética y físicamente, pero hay muchas cosas que nos unen, a las bolleras, las trans, las cojas, las blancas, las moras, las chinas, etc. Y eso es lo que debemos tener presente. No es cuestión de llevar la cuenta en una balanza de las opresiones que has recibido contra las que has ejercido. Hablo desde un contexto de gran ciudad europea y no quiero generalizar, descuidando a otras muchas realidades. Pero en la parte del mundo que yo conozco todas estamos insertas en un sistema con dinámicas muy cabronas, y es normal que con la caña que nos metemos y el ritmo de vida criminal que nos mueve, podamos encontrarnos sin querer en un rol que no nos gusta. Y precisamente por eso no nos queda otra que dejar de machacarnos con lo mala gente que somos y ponernos a currar, compartiéndonos, siendo honestas con nosotras mismas y reconociendo de dónde venimos para saber mejor a dónde queremos llegar.

“No lo compares con un tío cis que pretenda violarte”. Era inevitable acudir a algún verso de La purga de Tribade para cerrar esta reflexión. Ellas pusieron encima de la mesa algo muy necesario, que más que una autocrítica lo entiendo como un empujoncito a todas nuestras luchas, para seguir con más fuerza. Hacernos conscientes del lugar que ocupamos, para bien y para mal, solo puede ayudarnos a estar más cerca y a ser más capaces. Sentir que tu balanza está descompensadísima por el lado de las opresiones que sufres te hace sentir muy pequeñita, sin fuerzas de abordar una bola tan grande, pero poder equilibrar todo esto te ayuda a darle la importancia que tiene. Sigamos en la lucha, exigiéndole a un sistema enfermo que pare con sus dinámicas de mierda, pero al llegar a casa, mirémonos al espejo y, cuando estemos con nuestras compañeras, no olvidemos que el sistema también lo llevamos dentro.

P.D: Señoras tránsfobas, no vengáis ahora a coger una parte del texto para descontextualizarla y seguir con vuestra campaña de agresiones. Gracias.


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