Violencia económica, un aspecto inexplorado de la violencia de género

Violencia económica, un aspecto inexplorado de la violencia de género

Algunas reflexiones sobre el proyecto ECOVIO de la Universidad de Extremadura que trabaja para definir e identificar la violencia económica.

25/11/2020
Ilustración de Emma Gascó

Ilustración de Emma Gascó

La violencia económica como tal no se encuentra recogida ni definida en nuestro ordenamiento jurídico y ello hace más que difícil la eliminación de la misma. Comparándola con la violencia física y la violencia psicológica observamos cómo estas últimas pueden finalizar con la separación física o legal de la pareja, mientras que esto no ocurre en el caso de la violencia económica. De hecho esta violencia se puede mantener, e incluso incrementar tras producirse la separación. Es más, puede haber casos en los que no se haya producido durante la convivencia pero que, tras la separación, se inicie este tipo de violencia.

La violencia económica, dentro de un contexto de violencia de género, consiste en controlar el acceso de las mujeres a los recursos económicos, disminuyendo la capacidad de las mujeres para mantenerse a sí misma, a sus hijos e hijas y sus hábitos de vida previos, dependiendo financieramente del perpetrador y socavando sus posibilidades de escapar del círculo de abuso.

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El abuso económico es difícil de identificar porque es invisible y sutil. Con el objetivo de eliminar esas barreras, estamos trabajando en el marco del proyecto ECOVIO en definir e identificar la violencia económica. Hemos llevado a cabo entrevistas de historias de vida de varias mujeres donde nos hemos encontrado con testimonios del tipo “Durante muchos años yo tenía que justificar cualquier gasto, lo que me había gastado en el supermercado, lo que me había gastado en ropa” o “Cuando volvía del supermercado, tenía que dejar todos los tickets sobre la mesa del recibidor para que él pudiera verlos” lo que nos identifica uno de las dimensiones de la violencia económica que es el control económico. Este se produce cuando el abusador controla, supervisa y restringe la capacidad de la mujer de utilizar los recursos. Como señales de ese control económico tenemos el que exija saber cómo se gasta el dinero, el que tome decisiones importantes en el ámbito económico sin preguntar y hacer que la mujer le pida dinero para realizar cualquier adquisición o actividad. El control económico tiene más relevancia durante la convivencia y es una dimensión que pierde fuerzas tras la separación. No obstante también se observan comportamientos de control económico tras la separación a través de continuos impagos o retrasos injustificados en el pago de los gastos de manutención de los hijos o de otras deudas comunes, obligando a la mujer a pedir el dinero de forma continua.

La explotación económica es otro factor de la violencia económica, y supone que el abusador reduce los recursos existentes, llevando a cabo acciones que generan deuda para la mujer. Testimonios como “Yo trabajaba muchas horas cada día, no podía trabajar más, pero nunca había suficiente, y yo no podía entender dónde iba el dinero”. Señales de esta dimensión de la violencia económica son los retrasos o impagos voluntarios de facturas; gastos del dinero que se necesita para pagar facturas o alquiler o rechazar trabajar o hacer labores domésticas.

La tercera dimensión es el denominado sabotaje laboral, que implica el no permitir a las mujeres ir a trabajar y comportamientos que conlleven que despidan a las mujeres, incluso exigiéndoles que dejen el trabajo o directamente no dejándolas ir a trabajar. Tras la separación este sabotaje puede consistir en no hacerse cargo de las criaturas cuando le corresponde y de esa manera impedir que la mujer pueda cumplir sus horarios de trabajo. Testimonios como “el problema es que no puedo trabajar una jornada completa, ocho horas, porque tengo que llevar a los niños al colegio… tengo que asumir toda las responsabilidad del cuidado de mis hijos” muestran el alcance de este abuso.

Como muy acertadamente manifiesta Susana Gisbert, fiscal delegada de delitos de odio en Valencia, “el retraso intencionado en el pago de una pensión, el dejar de pagar una deuda común o entablar pleitos por cada gasto del hijo o la necesidad del mismo, pueden constituir un modo de minar la moral de la que fue pareja sin necesidad de incurrir en un tipo delictivo. Incluso pueden ser un modo más sibilino de continuar con un maltrato psicológico difícil o imposible de apreciar y, todavía más, de darle encaje penal. Porque pocas cosas pueden causar más angustia que no saber si en el momento convenido habrá llegado el importe de la pensión destinado a la manutención de los hijos, de ver embargado un sueldo o perder una vivienda por falta de pago de la otra parte obligada. Y también puede suponer un modo de obligar a la mujer a ponerse en contacto con quien fue su maltratador simplemente para reclamarle –y a veces hasta suplicarle- que haga frente a los gastos a los que está obligado”.

Hoy, la violencia económica no se considera específicamente como abuso en España ni en la gran mayoría de estados miembros de la Unión Europea; después de divorciarse, la violencia económica parece ser una mera formalidad y desacuerdo entre partes, siempre y cuando la mujer no haya denunciado una situación previa de violencia de género durante la convivencia.

La violencia económica afecta tanto a las mujeres como a los hijos e hijas. La dependencia económica que pueden tener la mujer y los hijos e hijas  respecto al marido y padre le da a este un instrumento de poder que los deja a merced de sus decisiones. A todos nos resulta familiar ver cómo hay menores que no pueden realizar una actividad extraescolar o no pueden asistir a cumpleaños o excursiones puesto que el progenitor no “financia” esa actividad. Esa falta de financiación la lleva a cabo, en muchas ocasiones, no porque no tenga fondos para realizarla sino por llevar la contraria a la madre y de esa manera violentarla. Este tipo de situación la sufren tanto las mujeres como las hijas e hijos.

La violencia económica puede pasar desapercibida debido a que no deja un rastro tan evidente como las agresiones físicas, pero puede conllevar abuso y violencia de manera continuada y a muy largo plazo. La relación económica, que no finaliza tras la separación, lleva a que el agresor y la víctima estén “ligados” de por vida.

Desde el proyecto proyecto ECOVIO recordamos que la violencia no tiene barreras sociales y tampoco las tiene la violencia económica; precisamente en ciertos estratos sociales de mayores ingresos las mujeres no disponen de esos ingresos con libertad y son totalmente dependientes económicamente. Además, en colectivos en riesgo de exclusión, con menores cualificaciones y capacidades formativas, es más difícil tener independencia económica y con ello más fácil sufrir violencia económica.

La educación es fundamental para contrarrestar la violencia, sea cual sea la naturaleza de esta. Pero desde luego el empleo y el empoderamiento de las mujeres en el ámbito de la violencia económica toma una valor trascendental. Si las mujeres son independientes y tienen sus propios recursos no tendrán dependencia económica del varón y por lo tanto este no podrá ejercer sobre ella este tipo de violencia.


Nota de la autora: El presente artículo se encuadra dentro del proyecto de investigación financiado en la convocatoria REC-RDAP-GBV-AG-2018. Horizon 2020; convocatoria para propuestas que previenen y combaten la violencia de género y la violencia contra los niños y las niñas.


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