La pin-up se ha caído del calendario y nadie parece echarla de menos

La pin-up se ha caído del calendario y nadie parece echarla de menos

La etnóloga Anne Monjaret ha analizado el rol que han jugado las imágenes de mujeres sexualizadas en la masculinización de los espacios de trabajo.

04/11/2020
Garaje de Paris.- Fotógrafa: Teresa Suárez

Garaje de París. / Fotógrafa: Teresa Suárez

Durante décadas, fue un objeto más de la decoración de fábricas y vestuarios; de cabinas de camiones o garajes, y sin embargo, los calendarios de pin-ups voluptuosas con posturas sugerentes han ido desapareciendo de los lugares de trabajo sin que nadie parezca haberlo notado. Aun cuando muchos investigaciones estudian el espacio o el saber hacer de los obreros, rara vez se tienen en cuenta las relaciones íntimas que los obreros establecen con los objetos de su entorno laboral. Es por eso que la etnóloga francesa Anne Monjaret ha consagrado en su libro La pin-up à l’atélier (La pin-up en el taller) el rol que ese tipo de imágenes jugaba en la masculinización de los espacios de trabajo.

Ya fueran pintadas en la proa de un barco o en una foto en la guerrera de un soldado, las representaciones de mujeres sexualizadas siempre han acompañado el destino de los hombres. Aquella práctica atávica de la imagen que simbolizaba a las mujeres o bien como virgenes o como productos de consumo saltó de las trincheras a los muros de los talleres para acabar convertiéndose en un gesto de mercadotecnia que los comerciales de la industria regalaban a final de año a sus socios del otro extremo de la cadena: los garajes y talleres. Porque en esos espacios de cultura obrera, las fotos de mujeres eran el pegamento social para consolidar la virilidad proletaria.

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En su libro, Anne Monjaret analiza las relaciones (que podríamos considerar casi “íntimas” como en el caso recogido en el libro de unos obreros que mandaron tejer ropa interior de lana para “abrigar” a las pin-up en invierno) desarrolladas por toda una clase social y laboral con este tipo de imágenes. Además, Monjaret profundiza en cómo la llegada de una nueva generación y la sofisticación de esos espacios provocaron la desaparición progrevisa de ese tipo de imágenes, consideradas “poco profesionales”, por otras más familiares. Sin embargo, en una paradoja que trata en el libro, los calendarios eróticos han pasado del taller a ser comercializados en las grandes superficies, al alcance de un público más amplio. Porque la desaparición de la pin-up “colgada”, no significa el final de la cosificación del cuerpo, sino la extinción de un tipo de trabajador.

¿Cómo surge la idea de hacer un análisis sobre la desaparición de los calendarios de mujeres sexualizadas de los talleres y fábricas?

Todo nace de una investigación en los años 90 sobre el cierre de varios hospitales de París y cómo lo vivían sus trabajadores. Eran hospitales en los que aún podíamos encontrar trabajadores manuales y talleres: electricidad, fontanería, carpintería… Poco a poco me fui fijando en su espacio de trabajo, pero para entender la decoración y sus prácticas me tuve que deshacer de mi mirada de género y mis prejuicios. Fue progresivo.

Lo que me interesó fue la sacralización de ese lugar de trabajo: cómo esas imágenes servían de diferenciación entre géneros y escalafones, porque cuando entraba una mujer en el taller o algún superior jerárquico, esas imágenes se escondían, o no se mostraban. En otros momentos, por el contrario, podían servir de barrera, se dejaban visibles para que el “otro”, extraño al taller, se sintiera incómodo. En ese sentido, eran un ejemplo de cómo vivían esos obreros las relaciones entre sexos.

En su libro La pin-up à l’atélier plantea la reflexión de que la crisis de los 80 no solo hizo desaparecer muchos empleos de cuello azul sino que se llevó consigo una forma de masculinidad obrera.

Los obreros con los que hablé sentían que estaban sobrepasados a nivel técnico por las nuevas generaciones. Que incluso llegaban con una mirada crítica hacia ese tipo de imágenes, porque querían romper con la “cultura de taller”, la cultura de sus mayores.

Por otro lado, en esos años cambia la relación que se tenía con el espacio de trabajo, se estandariza. Y como respuesta a eso, las nuevas categorías de empleados incorporan una parte de su vida privada mediante marcos y fotos de su familia. Se puede decir que llevan su intimidad exterior al interior del espacio de trabajo. Que es algo que me parece contradictorio porque antes la vida del obrero se compartía en el trabajo, era colectiva, y hoy en día nuestra intimidad es individualizada pero se exterioriza.

¿Es posible que en esto últimos 30 años haya cambiado más nuestra relación con el espacio de trabajo que la relación de dominación entre hombres y mujeres?

En uno de los talleres, los obreros me decían que, por respeto a las mujeres, habían quitado todos los pósters salvo uno, una Marilyn Monroe que no estaba sexualizada y representaba para ellos a la mujer inmortal, como un recuerdo del paso del tiempo. Esos hombres son conscientes de los estereotipos que recaen sobre ellos, por eso habían quitado todas las imágenes, habían pintado las paredes pero habían dejado a Marilyn, porque siguen necesitando estar rodeados de mujeres en su lugar de trabajo.

Restos de un poster de mujeres con poca ropa: /

Restos de un poster de mujeres con poca ropa: / Fotógrafa: Teresa Suárez

En su libro habla también de cómo el calendario erótico ha saltado de los talleres al gran público.

En un principio, formaban parte de la relación entre proveedor y comerciante, se consideraban como un gesto de agradecimiento a final de año. Y los calendarios eróticos eran los más regalados porque eran los más pedidos. Además, el hecho de que los trabajadores los recortaran, los guardaran… era beneficioso para la marca porque su imagen seguía presente en el taller. Era un elemento de comunicación más.

Y finalmente ha pasado del mundo del trabajo a la esfera cotidiana porque vivimos en una sociedad de consumo que provoca cosas como esta, que algo que formaba parte de una cultura masculina cerrada se abra al mercado y se generalice. Por eso ahora encontramos también calendarios con chicos-objeto para un público femenino. En esta evolución, me parece interesante que los calendarios también han adquirido una nueva dimensión como elemento de protesta, de reivindicaciones de grupos de lo más variado. Como se puede ver en películas como Full Monty o Las chicas del calendario, la exhibición del cuerpo funciona como una crítica de las normas sociales.

Los cuerpos que vemos en los calendarios también han evolucionado, el campo de lo que se se puede mostrar se ha ampliado.

Trabajar con estas imágenes permite ver que hay una evolución de lo que nos parece aceptable. Se critica a la mujer-objeto al mismo tiempo que se valoran las curvas, se acepta la pluralidad corporal. Lo vemos en los anuncios de Dove, con mujeres fuertes, de la tercera edad… Hasta Pirelli vistió a sus modelos para su famoso calendario.

Cita a la socióloga australiana Raewyn Connell cuando dice que “la dominación en sus formas evolucionadas aparece como la capacidad de persuadir al otro (aquí, el sexo opuesto) a su adhesión”.

Vivimos en la contradicción, criticamos la hegemonía de ciertos cuerpos pero reproducimos los mismos patrones invirtiéndolos. Recreamos y retomamos códigos a los que antes nos oponíamos, hasta la contradicción. Cabe preguntarse si esas imágenes de hombres cosificados son igualmente negativas como lo fueron en el caso de las mujeres, si no existe otra forma de mostrar el cuerpo que como reclamo publicitario. Tenemos que elaborar una crítica social pero me da miedo que por reacción podamos ir hacia el puritanismo, porque nuestra sociedad es de extremos y contradicciones.

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